Acaba de llegar de Darién, luego de una gira en el salón donde estudio Ingeniería Forestal y mientas abría la puerta de mi casa en Vacamonte, vi a una joven que regaba el jardín.
Toda una diva, de piel canela, delgada, buen trasero, ojos oscuros,
cabellera inmensa, lo que me dejó impresionado, la dama me saludó y se lo
devolví.
Quedé flechado con mi vecina, no tenía ni la menor idea de su identidad,
tengo dos años de vivir en esta urbanización llamada La Hacienda, nunca estoy
en casa, sin embargo, el recién descubrimiento me obligaría a lidiar más con
mis padres.
La mujer de pelo alisado me enloquecía, por lo que averigüé que era
barranquillera, enfermera, de 24 años, la situación económica de su país la
obligó a emigrar a Panamá y trabajaba como mucama de una pareja de jubilados
estadounidenses.
Fui con todas mis armas, me dijo que su nombre era Azucena, hacía ejercicios
a las cinco de la madrugada, así que decidí acompañarla a trotar a esa hora con
el fin de acompañarla y ya ustedes saben que otro fin.
No fue fácil conquistarla, pues una decepción la hizo colocarse un escudo
en su corazón para no enamorarse o tener pareja, sin embargo, a los seis meses
me dio el sí para ser su novia y sus jefes no se oponían.
Mis padres me advirtieron que me cuidara para no incrementar el censo, pero
eso no me interesaba, sino estar con Azucena, la barranquillera y empecé a
colarme en la casa donde laboraba mientras sus patrones dormían cuando el sol descansaba.
Esas noches eran suculentas, no tengo palabras para decir cómo hacía el amor
con mi novia, al principio usaba preservativos, aunque no me agradaba la idea,
fue por condición de Azucena.
Mis vecinos me respetaban por la conquista, debía ser cauteloso, reservado
de nuestra relación porque mi novia era muy introvertida, pero seguíamos con el
sexo todos los días, menos cuando la bandera roja se elevaba.
Entretanto, una noche lluviosa, los jefes de mi pareja se fueron a Boquete,
ella se quedó sola, logré colarme como siempre, fue tiro y tiro, sexo fuerte,
duro y sin preservativo y pasó lo que no debió ocurrir.
Pasaron dos meses, Azucena se comunicó conmigo para decirme que el período no
le llegó, me imaginé que es algo normal y mi novia estaba preñada de esa noche
lluviosa, con viento fuerte y truenos que alumbraban la oscuridad.
Mis papás pegaron el grito al cielo al enterarse de que serían abuelos, no
obstante, cambié mi turno de estudios en la noche, empecé a trabajar, Azucena
cruzaba a laborar donde los norteamericanos y todos felices.
Le daré estabilidad a mi novia con un matrimonio, no me arrepiento de nada,
lo que hicimos fue con ganas y mucho amor, aunque algunos digan lo contrario,
soy feliz con Azucena, la barranquillera.
Fotografía de Fernanda Costa y Freestock Organization no relacionadas con
la historia.