Stephanie compraba ropa en un centro comercial de la capital panameña cuando un hombre, vestido con traje de calle, le comunicó que solamente le quedaban sesenta minutos de vida y debía aprovechar.
Impresionada, nerviosa, sus pardos ojos fueron invadidos por un diluvio, sentía
que su nevada piel mutó como un río de café, sus dientes bailaban y ropa quedó
empapada del sudor.
Lloró durante cinco minutos, le quedaban cincuenta y cinco, luego se fue a
una dulcería a comer helados con un bizcocho, terminó, miró a los clientes del
gigantesco negocio y agachó la cabeza
Se preguntaba la razón de que, a sus 27 años, le quedara tan poco tiempo,
en ese momento no le sobraba, tomó su móvil para llamar a su madre, sin
embargo, la autora de sus días no respondió, ni su novio.
No sabía qué hacer, caminó hacia los estacionamientos, en la entrada había
un chico de unos 20 años, Stephanie, le dijo que requería su ayuda, que la
acompañara y no preguntara.
Ambos se subieron al vehículo, el joven quiso hablar, pero la mujer se lo impidió, movió el automotor a una esquina donde las cámaras no captaban, se despojó de
sus prendas de vestir y el muchacho hizo lo mismo.
Un fuerte intercambio de fluidos, sin protección alguna, así que, a la pedrada
con un sexo fuerte y duro, no importaba lo que acontecería si solo le quedaban cuarenta
minutos en este mundo tan lleno de conflictos.
Terminaron de hacer el amor, le comunicó al imberbe que no hablara, tampoco
le explicó la razón de que el muchacho tuviese una suerte que muchos aspiraban con
la profesora de inglés y el hombre se marchó feliz.
Llegaron los 35 minutos, se fue hacia donde su madre, residente unos más de
media hora del centro comercial, el reloj andaba a la velocidad de la luz y estaba
a punto de morir.
Volvió a llamar a su madre y novio, no obstante, no contestaron, telefoneó
a una amiga, quien sí respondió y la dama, en medio de una tormenta de lágrimas, le confesó su situación.
Gritos en ambas líneas, Stephanie no supo explicar la razón que le quedaran
veinte minutos de vida.
Llegó hasta la cinta costera para observar la noche, si moría, sería contenta
en una noche donde las estrellas saludaban a la fémina, el viento jugaba con
las pencas, el ruido del tráfico no interrumpía sus nervios y lágrimas.
Quedaban diez minutos, Stephanie decidió adelantar los hechos, se fue a carro,
entró, encendió el aire acondicionado, puso música de AC/DC, la canción Autopista
al Infierno.
Abrió la guantera, sacó una pistola calibre 22 que la protegía de la delincuencia,
posteriormente se la colocó en la sien derecha y abrió fuego.
La dama se despertó alterada, miccionó la cama y su cabello se encontraba mojado
del sudor, pero estaba viva porque fue una pesadilla.
Imagen de Ron Lach y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.