Fernando Rojas era un reconocido sicario, residente en San Javier, Medellín, temido, amado, envidiado, odiado y bien protegido porque hacía trabajo para los políticos y algunos narcos.
Con una sangre fría para asesinar, no conocía el
remordimiento, su conciencia estaba congelada y carecía de sensibilidad, así que
prácticamente el caballero se convirtió en una máquina de matar.
Hizo trabajos no solo en Medellín, sino en Cartagena
de Indias, Bogotá, Valledupar, Barranquilla e incluso en ciudades pequeñas como
Pereira, donde era difícil esconderse, Fernando logró escapar.
Vivía con Elizabeth, su mujer en una casa de la Comuna
13, ella lo atendía como un rey, la complacía en todos los caprichos que la
fémina se le antojaba, pero los sicarios no tienen sentimientos, así que Fernando
tenía otras mujeres.
Elizabeth, sabía que su marido le era infiel con otras
féminas, no obstante, no le interesaba porque ningún hombre en todo Medellín le
daría las comodidades y complacencias como Fernando.
El sicario había perdido la cuenta de los homicidios
que cometió, pero desconocía que una de sus víctimas tenía un hijo que prometió
cobrar venganza cuando identificara al asesino de su padre.
Tras diez años del homicidio, el chiquillo de 14 años
ahora contaba con 24 abriles, nunca olvidó su juramento ante la tumba de su papá,
sabía quién fue el autor intelectual y material de este acto.
Cuando Fernando se enteró de que uno de sus clientes
fue ultimado de cinco tiros con silenciador, no se mostró nervioso, al contrario,
fue desafiante porque se creía invencible y con el poder divino de ganar todas
las batallas.
Dejó de usar escoltas.
Siguió con su vida de asesino y logró realizar varios
trabajos en Panamá, España y Portugal, estuvo tres meses en Roma hasta que culminó
su misión y retornó a la ciudad colombiana de las luces.
Una semana después de su regreso, el sicario se fue con su mujer a
cenar en un restaurante en Poblado, antes de ingresar un hombre lo esperaba en la puerta principal, Fernando escuchó su nombre, miró y vio al varón con una pistola que
lo apuntaba.
Fueron nueve disparos con silenciador, el primero en el
estómago, en las piernas para que sufriera, los brazos y el último en la
frente.
—Este último es en nombre de mi padre que asesinaste,
hijo de puta—, manifestó muy suave y pausado el joven.
Elizabeth no dijo una sola palabra y fue un saco de
nervios, el vengador caminó hacia un vehículo que lo esperaba y se marchó.
Nunca encontraron al responsable de matar al sicario, el gerente del negocio manifestó ante las autoridades que esa noche las cámaras de seguridad no
funcionaron y Elizabeth declaró no reconocer al homicida por un bloqueo mental.
Nadie recordó ni lloró a Fernando, el sicario, cuyo cuerpo
quedó como coladero de los nueve tiros que recibió.
Imagen de Cottonbro Studios y George Charry de Pexels
no relacionadas con la historia.
El muchacho cobró venganza por su padre; lo que empieza mal a mal termina. 🥺Fernando buscó su propio final "la muerte" , era demasiado asesinatos que había cometido éste delincuente; hasta que llegó uno que se las tenía que pagar y lo dejó cómo "coladero"😶
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