Aliska y Misha

Ambos adolescentes de 16 años eran vecinos de un edificio en la antigua ciudad de Stalingrado (hoy Volgogrado), usaban un fusil rudimentario para defender su hogar de los invasores alemanes que arrasaron parte de la geografía de la desaparecida Unión Soviética.

Corría el año 1941 cuando los tres millones de soldados alemanes invadieron el gigantesco país con el fin de apoderarse de sus recursos naturales, desaparecer el sistema comunista que regía a la URSS y contar con espacio vital para los ciudadanos alemanes.

Aliska y Misha, fueron parte de los voluntarios que defendieron la ciudad, con mínimo entrenamiento militar, ya que el Ejército Rojo fue casi decapitado por las purgas del dictador José Stalin.



Desde una fábrica, los chicos se unieron con otros soldados porque la lucha era en desventaja, los rusos casi sin fusiles, al caer muerto una unidad, otro recogía su arma de fuego para disparar contra el invasor germano.

No había amor entre los jóvenes, los unía el nacionalismo, defender su territorio y evitar que la población civil fuesen víctimas de las barbaridades de la Wehrmacht, quienes consideraban a los soviéticos como subhumanos.

Civiles fusilados, mujeres violadas, judíos soviéticos enviados a campos de concentración, cosechas robadas y la infraestructura destruida por la Luftwaffe, así que motivos sobraban para batallar.

El odio era grande, una ciudad sitiada, sin agua, energía eléctrica, con pocos alimentos, y constantemente bombardeada, generaba que cada alemán dado de baja por Aliska y Misha, fuese celebrado.



Sin embargo, el invasor descubrió el escondite, gracias al soplo de una quinta columna que vendió a su patria por tres latas de atún, un pedazo de pan, mermelada y chocolates.

Así que los alemanes enviaron un grupo de hombres al lugar desde donde mataban a los nazis, a los veinte minutos fueron descubiertos y empezó el tiroteo en la fábrica.

Aliska, Misha y su grupo solo contaban con fusiles, algunos de ellos tomados de los alemanes muertos, mientras que el invasor tenía morteros, cañones, granadas y ametralladores MG-42.

Ciento veinte hombres contra una docena, desventaja total, aunque para llegar al primer piso de la fábrica los alemanes perdieron treinta soldados y seguía la lucha.

Tras tres horas de combate, solo quedaron los adolescentes y tres hombres más, pelearon hasta que los cercaron, no hubo piedad del invasor y abrieron fuego hasta dejar como coladero al resto de los defensores.

Aliska y Misha junto con sus compañeros fallecieron, no obstante, cuatro años después la gran Alemania nazi fue derrotada por su peor adversario, murieron más de 20 millones de soviéticos, pero nunca dejaron de defender su patria.

Fotografías de archivos de la II GM no relacionadas con la historia.

 

 

La chiricana

Recién murió mi abuelita Tita, mi madre se fue con mi hermano mayor a la Florida, me quedé con mi primo Luis, quien laboraba en las Fuerzas de Defensa de Panamá con el rango de cabo, mientras yo era un nini porque no había trabajo.

La situación era difícil en el país, los bancos casi cerrados, había un bloqueo estadounidense que solo jodía a los pobres, no a la dictadura militar, los ricos tenían dinero para vivir, así que de vez en cuando realizaba una jornada para ganar unos dólares.

Vivía en un viejo caserón de madera, lleno de polillas y podridas, donde la hediondez de las aguas turbias burbujeaba y se mezclaban con el perfume de la marihuana que viajaba silenciosamente por el aire.



En esa vivienda casi a punto de caerse, residía María Librada, una chiricana, oriunda de Cerro Punta, hija de una señora que vino a laborar a la capital y fruto de una relación clandestina con un terrateniente de descendencia yugoslava de apellido Crakovic.

Muy delgada, y linda como un campo inmenso de nieve, con impresionantes ojos de pradera, cabello casi miel y una sonrisa espectacular, la mujer de 19 años, como yo, se convirtió en mi novia.

Los vecinos me respetaban, todos querían caerle como buitres para conquistarla, algunos usaban el serrucho para que me abandonara, no obstante, la chica estaba fiel a su cholito coclesano.

Cuando su madre se marchaba a trabajar, me colaba en su cuarto y hacíamos el amor todos los días, desconozco por qué no la embaracé porque mi idea era preñarla y asegurarla.

En la calle 27 del Chorrillo, donde vivíamos, había mucha actividad comercial de ventas de cervezas y pescado, los soldados estadounidenses llegaban a montón a comer el producto marino y también conquistar panameñas.



Con sus autos lujosos, libres de impuestos, promesas de matrimonio, las impresionaban con las viviendas pagadas con tributos de los estadounidenses y muchas caían ante la posibilidad de poseer una tarjeta verde.

Pasaron cinco meses y lo mismo con María Librada hasta que me contaron que la vieron platicando un domingo, cuando yo mataba un camarón, con un soldado yanqui, la montó en un Saab, convertible, color gris y se la llevó.

Le reclamé a mi novia, ella respondió que eran solo amigos, que el militar la ayudó con algo de dinero y alimentos comprados en la base de Clayton, víveres que le salían baratos a ellos solo por el vivir fuera de Estados Unidos.

Era imposible competir con ese huracán de beneficios, en ese momento mi futuro, como el de muchos panameños, era incierto, así que dos meses antes de la nefasta invasión militar de EE. UU. a Panamá, María Librada se casó con el yanqui.

Lloré como un chiquillo al enterarme, pero aprendí, a amar con el cerebro, no con el corazón. Jamás volví a tener noticias de  la chiricana.

 Imagen cortesía de Pixbay de Pexels y US Army no relacionadas con la historia.

 

 

 

Tarde de perros

Alfonso y Mariano, eran vecinos y amigos, en Tibás, Costa Rica, en tiempos buenos y malos, bebían cerveza cada uno con sus esposas, algunos parientes y otros parroquianos del barrio.

El primero laboraba como electricista en el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), mientras que el segundo se graduó en electromecánica y, aunque no era millonario, su labor le generaba buenos ingresos.

Un fin de semana, Mariano invitaba a Alfonso a consumir birras, asar pollo y carne y en alguna que otra ocasión lo pasaban en una casa que tenía una tía del electricista en Limón.

Casi pegadas se encontraban sus viviendas, todo transcurría de viento en popa hasta que a Alfonso le regalaron dos cachorros pastores alemanes, lo que Mariano no miró con buenos ojos porque odiaba a las mascotas.



Nadie se imaginaría que dos caballeros, que se adoraban como hermanos, llegarían a odiarse por dos canes, los ladridos de los animales generaban tanta molestia en Mariano porque le gustaba el silencio y los perros quebrantaron su tranquilidad.

Las mascotas crecieron, una noche Mariano salió del barrio México, tras visitar un cliente que el carro se le dañó, cuando iba a tomar el taxi lo sorprendieron los chapulines, le robaron y le dieron una golpiza que fue necesario trasladarlo en ambulancia al hospital.

Ya recuperado y con el fin de evitar se repitiera la historia porque a veces laboraba en las noches, se compró una pistola calibre 38, su protectora, para que la banda de niños, ladrones y asesinos, no lo pillara desprevenido.

Sin embargo, la enemistad con Alfonso seguía, no había reconciliación, por el contrario, el asunto empeoraba por los ladridos de Nano y Tete, como les llamaban sus amos a los pastores alemanes.



La tarde del 30 de diciembre de 1999, cuando el sol iniciaba su descanso, la brisa costarricense acentuaba el baile de las ramas, el sonido de los vehículos interrumpía el silencio y el azul cielo se transformaba oscuro, ocurrió lo inesperado.

 Alfonso recién llegó de su labor en su carro nuevo, sus mascotas lo vieron, corrieron hacia él, ladraron, lo que molestó a Mariano, quien salió a reclamar a su vecino que callara a los perros y el electromecánico se negó.

El electricista salió de su casa, saltó la cerca que separaba ambas propiedades, sacó su pistola, disparó contra los animales, cuando Mariano se acercó, abrió fuego y la bala impactó en la frente del electromecánico.

Al ver a su antiguo amigo muerto, Mariano se colocó el arma en su sien derecha, disparó y su cuerpo cayó en el estacionamiento de su vecino.

Las dos esposas corrieron en un mar de lágrimas para ver los cuerpos de sus maridos, tras el asesinato y suicidio.

A pocas horas de abrir las puertas a un nuevo siglo, los examigos y en tiempo pasado casi hermanos no lograron verlo por la fatal tarde de perros.

Fotografía de los pastores de Josef Fehér de Pexeles no relacionada con la historia.

Sueño de opio

 Arcadia Hall, sufrió los embates de viajar desde su natal Venezuela por varios puntos de la geografía colombiana, cruzar el peligroso tapón del Darién y finalmente llegar hasta México.

Su propósito fue el de cumplir con el sueño estadounidense proyectado en las pantallas de Hollywood y la televisión de ese país que se difundía por todo el globo terráqueo.

Arcadia, soñaba con ser rica, 22 años eran buenos para migrar desde Mérida, hacerse millonaria como exportaba la ciudad del cine o todo el que llegaba a Estados Unidos sería rico.

La joven juntó dinero, pagó su viaje, soportó la humillación de tres hombres que pisotearon su castidad, aunque debía cruzar el río Bravo para entrar hasta el paraíso.

Había que ingresar por Texas como fuese, era necesario pasar la página de la afrenta sufrida a su dignidad como dama, la esperanza, la riqueza y los sueños contenían más valor que lo vivido en el periplo.

Tras vencer los obstáculos, la dama logró cruzar la dura frontera, entre coyotes malvados, falta de agua y alimentos, no obstante, la fortaleza de su juventud la ayudó a llegar El Paso, San Diego y de allí a Los Ángeles.

Una prima suya la recogió en Skid Row, el paraíso de la pobreza en la cuna del capitalismo, con gran cantidad de indigentes, drogadictos, sin hogar y vagabundos.

El segundo obstáculo, la nula dominación de la lengua anglosajona empezaron a destruir su sueño porque solo había plazas laborales duras como lavar platos, limpiar oficinas, cocinas o apartamentos.



En su natal, Venezuela, 600 dólares semanales por ese tipo de trabajos la convertían en millonaria, sin embargo, en California se encontraba por debajo de la línea de la pobreza o en la pobreza extrema estadounidense, además debía laborar como mula.

Ironías de la vida, Arcadia salió de su país para huir de las carencias y terminó en tierras extranjeras siendo más pobre que los ciudadanos estadounidenses.

A los seis meses de vivir en California, la joven se encontraba sin papeles, sin futuro, con el corazón en la boca a cada momento que veía un policía, temía ser deportada, las cosas eran tan distintas, no como las películas del cine y la televisión.

Muy diferente a las narraciones de que obtendría un trabajo bien remunerado, tendría un carro convertible, casa o apartamento, tarjetas, cuentas bancarias y se dio cuenta de que había mucha explotación laboral con los indocumentados.



Decidió regresar a Venezuela porque muchas minas en el camino, embustes del cine, la televisión y un sueño de opio porque hasta el Departamento del Tesoro te agradece por abrir una cuenta bancaria.

Por supuesto, es necesario pagar muchos impuestos cuando se tienen más de 700 bases fuera del territorio continental y ser fanático de los juegos de guerra.

Foto de migrantes tomada de internet y de Paul Deetman de Pexels no relacionadas con la historia.

La prima de mi patrón

Llegué a trabajar a la casa de Rigoberto Díaz, un oligarca con mucha plata, negocios, tierras y acciones de empresas fuera de Panamá, ya que su familia tenía billete desde antes que este país se separara de Colombia.

La familia Díaz buscaba reconstruir una cancha de tenis y reparar una piscina, así que mi tío Mario me contrató con mi hermano Refugio para esa labor y la verdad es que me urgía por mis estudios de diseño gráfico.

Era un trabajo duro, cargar sacos de cemento, arena, piedra, colocar la madera para la fundación, así que salía reventado y directo al salón de clases.



A las dos semanas, por mi casa el agua se fue, solo contaba con una camisa limpia, así que con esa me fui a laborar, pero me la quité para no ensuciarla, el trabajo fue normal, hasta la hora del almuerzo, estaba debajo de un árbol y ocurrió lo sorprendente.

Una dama que dijo llamarse Gretl, me obsequió un jugo de naranja, pensé negarme, aunque me dio pena, lo acepté y se lo agradecí.

La mujer miraba mi musculatura, era como una princesa, ojos casi esmeralda, naturales, cabello negro y piel como un océano lácteo.

Gretl me dijo que era prima de Rigoberto, el dueño de la propiedad, ella sería quien nos pagaría la primera quincena porque toda la familia se fue a vacacionar a París, además me informó que se quedó por negocios y  una afección de su corazón le impedía viajar en avión.

Sentí algo de coquetería, mi tío observó todo desde lejos, después me advirtió que no jugara con fuego porque me quemaría, la fémina era casada, de 35 años, con dos hijos varones y muy fina.

Pensé precisamente que eso fue lo que le llamó la atención, un joven de 21 años, alto, mulato y que arrasaba con las mujeres de pueblo, sin embargo, jamás me imaginé que una rabiblanca se fijaría en mí.



Como me gustan los retos empezamos una relación oculta, ella me recogía en la facultad, luego nos dirigíamos a su apartamento en la urbanización Herbruger con el fin de hacer el amor.

El trabajo de reparación y remodelación  terminó, seguimos nuestra relación durante ocho meses más, la intimidad era muy fuerte, sabía que Gretl solo necesitaba sexo, me daba dinero a montón y me compró un carro.

Todo iba bien hasta que su marido se dio cuenta porque la mujer quedó preñada, y él se sometió a la vasectomía después que Gretl tuvo su último hijo.

La confianza era tanta con mi novia clandestina que no usaba métodos anticonceptivos ni yo preservativos.

No la he visto desde hace ocho meses, tampoco a mi hija, el esposo la amenazó con tomar serias represalias si volvía a verme.

Errores de juventud, tengo una niña y vivo con la impotencia de que aún no la conozco.

Fotografías de Cottonbro Studio de Pexels no relacionadas con la historia.

Una voz desconocida

Colaboración de Osiris González

Susana Acevedo se bañaba esa madrugada en su casa porque debía asistir al Centro Regional Universitario de Penonomé, ubicada a unos veinte minutos de su residencia.

Al salir de su vivienda, las calles se quedaron sin energía eléctrica, por lo que usó su móvil para alumbrar el camino que la llevaría hacia su centro de estudios superiores.

Era una oscuridad total, apenas alumbrada por la luna nueva, pero ella utilizó la luz de su celular, con algo de temor, aunque era fuerte, una dama sola caminando por las calles representaba peligro y muy latente.

Mientras andaba escuchó unos pasos, colocó su móvil en la calle, sin embargo, solo se apreciaba las gotas de lluvias que impactaban sobre las hojas resecas caídas de los árboles.



Unos metros más adelante los pasos se oían más fuertes, de pronto una voz le dijo que no mirara hacia atrás y siguiera, posteriormente alumbraron los primeros rayos del sol.

Llegó a la Universidad y al terminar las clases al mediodía, corrió hacia el televisor de la cafetería para ver el noticiero en el que informaban que encontraron muerto a un violador prófugo de la justicia, cerca de la vivienda de Susana.

Pasaron los años, Susana, ya diplomada de profesora de español, se preguntó siempre cuál fue esa voz de advertencia que la salvó del desalmado violador de la capital coclesana.

 Imagen cortesía del Centro Regional Universitario de Coclé no relacionada con la historia.

Como coladero

Fernando Rojas era un reconocido sicario, residente en San Javier, Medellín, temido, amado, envidiado, odiado y bien protegido porque hacía trabajo para los políticos y algunos narcos.

Con una sangre fría para asesinar, no conocía el remordimiento, su conciencia estaba congelada y carecía de sensibilidad, así que prácticamente el caballero se convirtió en una máquina de matar.

Hizo trabajos no solo en Medellín, sino en Cartagena de Indias, Bogotá, Valledupar, Barranquilla e incluso en ciudades pequeñas como Pereira, donde era difícil esconderse, Fernando logró escapar.



Vivía con Elizabeth, su mujer en una casa de la Comuna 13, ella lo atendía como un rey, la complacía en todos los caprichos que la fémina se le antojaba, pero los sicarios no tienen sentimientos, así que Fernando tenía otras mujeres.

Elizabeth, sabía que su marido le era infiel con otras féminas, no obstante, no le interesaba porque ningún hombre en todo Medellín le daría las comodidades y complacencias como Fernando.

El sicario había perdido la cuenta de los homicidios que cometió, pero desconocía que una de sus víctimas tenía un hijo que prometió cobrar venganza cuando identificara al asesino de su padre.

Tras diez años del homicidio, el chiquillo de 14 años ahora contaba con 24 abriles, nunca olvidó su juramento ante la tumba de su papá, sabía quién fue el autor intelectual y material de este acto.



Cuando Fernando se enteró de que uno de sus clientes fue ultimado de cinco tiros con silenciador, no se mostró nervioso, al contrario, fue desafiante porque se creía invencible y con el poder divino de ganar todas las batallas.

Dejó de usar escoltas.

Siguió con su vida de asesino y logró realizar varios trabajos en Panamá, España y Portugal, estuvo tres meses en Roma hasta que culminó su misión y retornó a la ciudad colombiana de las luces.

Una semana después de su regreso, el sicario se fue con su mujer a cenar en un restaurante en Poblado, antes de ingresar un hombre lo esperaba en la puerta principal, Fernando escuchó su nombre, miró y vio al varón con una pistola que lo apuntaba.

Fueron nueve disparos con silenciador, el primero en el estómago, en las piernas para que sufriera, los brazos y el último en la frente.

—Este último es en nombre de mi padre que asesinaste, hijo de puta—, manifestó muy suave y pausado el joven.

Elizabeth no dijo una sola palabra y fue un saco de nervios, el vengador caminó hacia un vehículo que lo esperaba y se marchó.

Nunca encontraron al responsable de matar al sicario, el gerente del negocio manifestó ante las autoridades que esa noche las cámaras de seguridad no funcionaron y Elizabeth declaró no reconocer al homicida por un bloqueo mental.

Nadie recordó ni lloró a Fernando, el sicario, cuyo cuerpo quedó como coladero de los nueve tiros que recibió.

Imagen de Cottonbro Studios y George Charry de Pexels no relacionadas con la historia.

Falsa moneda

Roberto Jackson emigró de Darién con una mujer y su niño de dos años, posteriormente que le dieran de baja en el Servicio Nacional de Fronteras en el año 1998, por una pelea callejera con un sargento de la institución.

Se instaló en un cuarto de alquiler en la calle Once y Media de Río Abajo, con Marina, su quita frío, de la etnia Emberá-Wounaan, de cuerpo voluptuoso y que llamó la atención de los vecinos del popular corregimiento de la capital panameña.

Entre maderas podridas, alimañas, ratas que mataban de un infarto a cualquier gato, hediondez, insalubridad, olor a marihuana, alto volumen de equipo de sonido y gritos, la pareja realizaba su vida.

Roberto consiguió un trabajo como guarda de seguridad en una fábrica de embutidos, donde su salario apenas alcanzaba para sobrevivir y con el riesgo de no contar con seguridad social porque el empresario se lo descontaba, pero no lo pagaba a la Caja del Seguro Social.





Los turnos terribles, la mayoría de la jornada, era una cita con las estrellas para dejar su puesto cuando los primeros rayos del sol aparecían frente a su arrugada faz producto del sueño.

No había otra opción, su mujer vendía frituras en el día con el fin de ganar unos reales para la familia.

Una de esas mañanas laborales se presentó al puesto de frituras y sediento de colesterol, Lucho, un chiricano, de ojos miel y cuerpo de luchador que dejó impresionado a Marina.

Lucho era nieto de un británico que trabajó en las bananeras chiricanas, tuvo trece descendientes, seis varones y siete mujeres, la mayoría con nativas o guialcitas de piel canela.



Como se trató de un flechazo, Marina y Lucho, se veían en la pieza que Roberto pagaba todas las quincenas, así que el trabajador nocturno se transformó en un verdadero venado.

El comportamiento de la pareja clandestina escandalizó a la Once y Media, sin embargo, nadie abría la boca para contarle al afectado cholito porque temían que se registrase una tragedia familiar.

A los tres meses, la mujer quedó encinta de su amante, así que jugó la inteligencia, le metió camarón a su marido hasta cuando el cometa voló y sus rasgos físicos no eran compatibles con el expolicía y su esposa.

Una bebita de cabello reluciente como el oro, ojos miel, piel como un océano de espuma y una sonrisa angelical.

Roberto sabía que su mujer le disparó una chilena de media cancha, la dama anotó el primer tanto, no obstante, el hombre no era pendejo porque el rostro de la recién nacida era igual al chiricano vecino.

El tipo se hizo el loco, solo le advirtió a su pareja que por amor reconocería a la lactante, bajo la amenaza de que, si se encontraba con su amante, los dos cantarían en manicero a punta de filo.

Cinco años después de la llegada a Río Abajo, cuando el vigilante camina por la calle donde vive, se escuchan desde los zaguanes y esquinas dos palabras: ‘falsa moneda’.

Fotos de Minan de  Pexels y Wikipedia no relacionadas con la historia.

Fiesta de nieve, maíz y uvas

La policía italiana se sorprendió cuando ingresó al apartamento en Roma de Pietro Rossi, y era obvio no por lo que encontraron, sino a quiénes hallaron y la forma cómo estaban.

Rossi era uno de los asistentes más cercanos al cardenal Umberto Cassini, la mano derecha que nada más y menos del jefe de la iglesia católica mundial, lo que escandalizó a los seguidores de ese credo religioso y el globo terráqueo.

Seis hombres, tres de ellos sacerdotes mayores de 40 años, el resto imberbes, desnudos en la alfombra, gran cantidad de cocaína, vino en abundancia y güisqui, lo que dejaba en evidencia la orgía de los hombres.



Ropa negra, zapatos del mismo color, tres alzacuellos, ropa interior, dos de los chicos respiraban, Rossi muy drogado, así que el policía Franco Serena, llamó tres ambulancias para evitar que los asistentes al evento social fallecieran por sobredosis y exceso de alcohol.

Daba la impresión que se trató de una rumba de millonarios que todo lo tenían, aunque eran curas con adolescentes, a quienes conocieron en las calles de la capital italiana, una de las tantas bombas del catolicismo.

El espacio afuera del edificio fue invadido por curiosos, observaban cómo los paramédicos trasladaban en camillas a los pacientes, en medio de una noche fría, llena de estrellas y con viento fuerte que golpeaba el milenario Coliseo Romano.

Las luces de los autopatrullas y ambulancias acariciaban el rostro de los mirones, sorprendidos de la novedad, en momentos que los fotógrafos y camarógrafos se daban banquete captando imágenes de los hechos.

No era una fecha cualquiera, sino el 8 de diciembre de 2019, cuando se cumplían 150 años del inicio del Concilio Vaticano I.



Al llegar al hospital, dos de los sacerdotes murieron de sobredosis, los adolescentes y Rossi lograron salvarse, gracias a la intervención de los paramédicos y médicos del Fondazione Policlínico Universitario Agostino Gemilli.

Las redes sociales estallaron, algunos internautas pedían justicia para lo ocurrido, otros escribieron omicidio (en italiano) en sus cuentas y los medios tradicionales informaban, pero al policía apenas iniciaba la investigación.

Un escándalo imposible de tapar, Rossi fue enviado a un centro de rehabilitación para limpiar su cuerpo de drogas, sin embargo, lo que le esperaba era un embrollo gigantesco.

Solo con el hecho de que estuviesen menores en una orgía de sacerdotes homosexuales, drogas y licor, era suficiente evidencia para pasar unas vacaciones en la cárcel.

Fotos de Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

La novia

Fernando Pitti no tenía idea lo que le sucedió cuando se desmayó en la carretera de Remedios, Panamá, tras llevar a una dama que le solicitó el traslado hacia su residencia, tras un baile de Dorindo Cárdenas.

La mujer, de cabello castaño oscuro, ojos avellana, estaba vestida de novia, lo que creó confusión mental del trabajador del volante porque creyó que era una loca o alguien que le jugó una broma.

Como la dama le platicó, el hombre conversó con ella normalmente como una cliente común y corriente que toma un taxi, posteriormente de una actividad social.



Pueblo chico infierno grande, pero la vida tiene muchas sorpresas y en las campiñas de todos los países, se registran muchas historias, algunas de ellas ciertas y otros inventos.

La dama supuestamente iba medio ebria, sonreía, le contó al taxista que estudió medicina en la Javeriana de Bogotá, laboraba en el hospital ‘Chicho’ Fábrega de Santiago de Veraguas como interna y se casaría con un enfermero.

Chistearon y bromearon, ella le dijo que le fue infiel a su pareja con un veterano cardiólogo, pero que el novio nunca se enteró y ella, aunque le remordía la conciencia en ocasiones, intentaba cerrar esa puerta.

Al llegar a Remedios, la mujer le dijo que la dejara al final del puente abandonado que antes comunicaba con Las Lajas, el taxista algo sorprendido observó a la fémina estar descalza, con ese vestido de novia en medio de las estrellas y la luz de luna.

Él se bajó del vehículo, se sintió algo raro, imposible respirar y cayó en la tierra, mientras la mujer lo observaba, pero lloraba y le pedía ayuda para solucionar un problema.

Al día siguiente, lo encontraron inconsciente unos peones que iban de Remedios a Las Lajas, lo despertaron y lo llevaron a una fonda cercana, pensaron que estaba borracho.

Fernando lloró delante de los comensales, les contó lo acontecido la noche  anterior, no obstante, una señora que escuchó la historia, se presentó frente al trabajador del volante.

—Señor taxista, eso que usted llevó no es un ser humano, es el fantasma de una chica que


murió con su novio en una motocicleta a pocos metros de la entrada de Las Lajas hace treinta años—.

—Imposible, ella conversó conmigo, era de carne y hueso—, respondió el asustado varón.

El 25 de febrero de 1987, Larissa del Carmen Quiel, falleció con su novio Alberto García, en momentos que viajaban en una motocicleta hacia David porque se fueron contra un árbol y murieron de forma instantánea en la entrada de Remedios.

Su espíritu se le presentaba los conductores que viajaban en la Interamericana entre los distintos poblados de esa parte chiricana porque su alma aún penaba por no cumplir su sueño de casarse.

Fotografía de Mike González de Pexels y Alcaldía de Remedios no relacionada con la historia.

La tableña de la facultad

 Tuve que reemplazar a un compañero enfermo de la publicitaria para una gira laboral a Las Tablas, Panamá, donde se grabaría una cuña para una cerveza y a regañadientes me desplacé a esa ciudad.

Dicen que un hombre podrá tener cien mujeres, sin embargo, solo una es la que le marca de por vida, siempre la recuerda, aunque haya superado el dolor y la amargura de estar enamorado y herido.

Al terminar el primer día, el grupo nos fuimos a un restaurante a cenar, allí estaba Ana Teresa Cárdenas, mi exnovia y antigua compañera de salón de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá, donde ambos estudiábamos publicidad.



El tiempo pasó por su rostro como el mío, las arrugas se notaban, su cabello nevado, seguía siendo hermoso, sus gruesas piernas atrapadas en el tiempo, sus dulces manos, con las que me acarició en numerosas ocasiones se veían tiernas y sus ojos miel me atraparon por segunda ocasión.

Pasaron ya treinta años, mi corazón volcó de nuevo, ella me abandonó sin explicación alguna, sin embargo, yo entendí que un chombo limpio, santanero y de origen humilde, poca oportunidad tenía con una fémina correteada por varones de todas las clases sociales.

Nos citamos en la noche, Ana Teresa lloró en el parque Porras, se disculpó, pero respondí que el tiempo cura las lesiones del alma, que seguía siendo hermosa y que pasara la página de la tristeza.

Luego me llevó a su residencia, su hijo estaba en Panamá, solo tuvo uno, graduado de médico, ella se quedó en su ciudad natal y regresó dos años después que me dejó.

Aunque parezca increíble, ese jueves en la noche recordamos en vivo y color los tiempos de estudiantes, nadé sobre sus pechos, la acaricié toda, gemía, gritaba, transpiraba y había un intercambio de fluidos fuertes.

Era como estar en el paraíso, creo que nunca la olvidé totalmente, ese amor de fuego intenso estaba escondido en lo más profundo de mi corazón, yo casado y con tres hijos, le fui infiel a mi amada esposa.

Bueno, solo se vive una vez, terminamos y nos acurrucamos a besos, volvió a llover sobre el rostro de Ana Teresa, recuerdo que acaricié sus rosadas mejillas y me despedí.

No hubo intercambio de números de teléfono, mi estatus legal me impedía otro encuentro, por respeto a mi mujer, quien es toda una dama dedicada a su familia y marido.



Tres meses después, me telefoneó un médico, para informarme que debía darme una noticia, era Miguel Solís Cárdenas, para notificarme que su madre, Ana Teresa, falleció de cáncer de mama,

Ella nunca me lo dijo, quizás no quería que sintiera lástima y lloré en el consultorio del galeno.

Por segunda ocasión, mi gran amor se marchó sin despedirse y esta vez era para siempre.

Imagen de la dama tomada de Internet y no relacionada con la historia.

 

 

Irina Stróyeva

Mi segundo viaje a Los Ángeles, California, fue menos tedioso que el primero porque tuve más tiempo de conocer la multicultural ciudad, también los lugares indeseables como Skid Row, lleno de personas sin hogar que nunca muestran en las películas.

La agenda para comprar repuestos de autos en la empresa para llevarlos a Panamá fue muy veloz, me atendió Charlie Lee, quien me preguntó lo que haría la noche del miércoles, respondí que no había programación y sonrió.

Me dijo que a las ocho de la noche pasaría a mi hotel para dar una vuelta a beber unos tragos y comer algo, lo que me pareció fabuloso porque en ese periplo estaba solo.



A la hora acordada Charlie fue con William y Mitchel, sus primos y nos dirigimos hacia un club que cuando vi el letrero de Larry Flint’s Hustler Club y de inmediato imaginé que era un club de seminudistas.

Entramos, ordenamos güisqui y unas picadas, el lugar muy bello, decorado con sofás rojos gigantescos de cuero, un escenario con un tubo donde las chicas bailaban, mesas y un bar con bastantes espejos.

Vi que bailaba una dama de rasgos asiáticos, pensé que era coreana o vietnamita, no parecía tan china, cuando la mujer terminó de bailar, pasó por nuestra mesa y lanzó una mirada hacia mí, devoradora.

Mis amigos, los chinos me hicieron coro, reídos y la nena, saludó al grupo e hizo señas que volvería.

Media hora, regresó vestida con un traje de baño negro, liguero color rojo, una diadema, con su cabello cobrizo teñido, unos ojos miel, delgada, con senos abultados, media 1.76 y su piel era como un manto de espuma.

Se sentó a mi lado, al presentarse me di cuenta de inmediato que su inglés no era con acento chino, sino ruso por la forma de pronunciar la letra erre, luego me confesó que Siberiana, donde residen muchos rusos de origen asiáticos.

Irina Stróyeva, no se separó de mí, de pronto llegaron otras chicas caucásicas para acompañar a mis amigos y se formó la fiesta.



Aunque me era dificultoso comprender su inglés y ella el mío, nos entendíamos a la pedrada, los besos no tienen idioma o pronunciación, menos cuando la pareja se va al hotel a bicicletear.

La rusa fue mi novia durante los tres días que me quedé hueveando en Los Ángeles, me llevó a varios lugares, nunca dejaba de sonreír y su palabra favorita era davai, davai o vamos.

Nos despedimos como unos novios verdaderos, en la mañana siguiente debía ir a LAX para retornar al istmo, mi sorpresa gigantesca fue que mi novia rusa me esperaba para trasladarle al aeropuerto.

Besos, abrazos y lágrimas de la rusa con su novio de piel canela panameño, no sé si se trató de una ilusión de la siberiana. Solo quería contarle la experiencia.

Imagen Pexels y Larry Flint’s Hulster Club no relacionadas con la historia.

El burro que hablaba

 A mediados de los años ochenta, aún había poblados en los que no existía energía eléctrica y menos entre comunidades en Panamá, lo que representaba que si ibas de un lugar a otro era solo con la luz lunar.

Los vecinos acostumbraban a irse en grupo cuando debían desplazarse de un pueblo a otro, así evitarían malos ratos, maleantes que los despojaran de sus pertenencias o una famosa historia de terror.

Contaban que un burro, con alas y que arrojaba fuego por las fosas nasales se les aparecía a los infieles y borrachos, aunque hubo numerosos avistamientos nunca se presentó una evidencia para corroborar que el animal existía.



Mientras tanto, una familia fue a pasar un fin de semana al Espino, en Veraguas, pueblo colindante con La Orquesta y entre los visitantes estaba Martín, un adolescente, de 16 años, agnóstico, satánico y amante del metal pesado.

Martín, era un yeyesito que conoció a una familia humilde, hicieron buena amistad con los migrantes campesinos y lo invitaron, por lo que no titubeó en aceptar esa invitación para escapar de la ruidosa ciudad de Panamá.

Fumaba y bebía seco, a escondidas de sus padres, famosos por montar a cada rato avión con las consecuencias de descuidar a sus hijos y dejarlos a la vigilancia de la nana.

La tarde del sábado, un grupo se digirió hacia La Orquesta, jugaron base por bola, luego entraron en la cantina del pueblo, donde no dejaron ingresar a Martín por ser menor, pero se las ingenió con dinero para comprar cerveza.

El adolescente se esfumó de los adultos, le dijo a un poblador que le informara a los mayores que se fue solo y las personas se marcharon, lo dejaron y este se quedó con unos peones bebiendo seco a pico de botella hasta quedar ebrio.



Los campesinos le advirtieron que mejor era quedarse o irse con varios, no solo por el peligro que representaba sino por el famoso burro, sin embargo, Martín creía tener los timbales más grandes y se fue sin compañía.

Pasó por las casas de quincha, con techo de paja, alumbradas con guarichas, muchas palmas, la noche estrellada, la ausencia de luz era magnífica para observar inmensas e infinitas nubes de estrellas.

Salió del pueblo, la calle de piedra y pasto estaba seca, por estar en verano aún, solo se escuchaba el sonido de algunos pájaros, las cañas de azúcar sembradas que bailaban con el fuerte viento y los pasos del adolescente.

Unos veinte minutos después, Martín divisó a lo lejos algo entre amarillento y rojo, sonrió, se frotó los ojos, quizás sería la borrachera, la luz se elevó y se colocó frente al imberbe.

Ahí estaba de pequeño tamaño, alumbrado, con sus alas y patas de águila, ojos amarillentos y casi rojos, expulsaba fuego por sus fosas nasales.

—¡Lárgate a tu casa, obedece a tus padres y pórtate bien, Martín! Si no lo haces, yo mismo te busco donde vives—, dijo el animal.

En horas de la mañana, unos vecinos de La Orquesta encontraron a Martin desmayado en el camino, también se defecó y orinó del susto.

Siguió el consejo del burro que hablaba.

Imagen de Pixbay y Samer Daboul de Pexels no relacionadas con la historia.