Roberto Jackson emigró de Darién con una mujer y su niño de dos años, posteriormente que le dieran de baja en el Servicio Nacional de Fronteras en el año 1998, por una pelea callejera con un sargento de la institución.
Se instaló en un cuarto de alquiler en la calle Once y
Media de Río Abajo, con Marina, su quita frío, de la etnia Emberá-Wounaan,
de cuerpo voluptuoso y que llamó la atención de los vecinos del popular
corregimiento de la capital panameña.
Entre maderas podridas, alimañas, ratas que mataban de
un infarto a cualquier gato, hediondez, insalubridad, olor a marihuana, alto volumen
de equipo de sonido y gritos, la pareja realizaba su vida.
Roberto consiguió un trabajo como guarda de seguridad
en una fábrica de embutidos, donde su salario apenas alcanzaba para sobrevivir
y con el riesgo de no contar con seguridad social porque el empresario se lo
descontaba, pero no lo pagaba a la Caja del Seguro Social.
Los turnos terribles, la mayoría de la jornada, era una
cita con las estrellas para dejar su puesto cuando los primeros rayos del sol aparecían
frente a su arrugada faz producto del sueño.
No había otra opción, su mujer vendía frituras en el
día con el fin de ganar unos reales para la familia.
Una de esas mañanas laborales se presentó al puesto de
frituras y sediento de colesterol, Lucho, un chiricano, de ojos miel y
cuerpo de luchador que dejó impresionado a Marina.
Lucho era nieto de un británico que trabajó en las bananeras chiricanas,
tuvo trece descendientes, seis varones y siete mujeres, la mayoría con nativas
o guialcitas de piel canela.
Como se trató de un flechazo, Marina y Lucho, se
veían en la pieza que Roberto pagaba todas las quincenas, así que el trabajador
nocturno se transformó en un verdadero venado.
El comportamiento de la pareja clandestina escandalizó a la Once y Media, sin embargo, nadie abría la boca para contarle al afectado cholito porque temían que se registrase una tragedia familiar.
A los tres meses, la mujer quedó encinta de su amante,
así que jugó la inteligencia, le metió camarón a su marido hasta cuando el
cometa voló y sus rasgos físicos no eran compatibles con el expolicía y su
esposa.
Una bebita de cabello reluciente como el oro, ojos
miel, piel como un océano de espuma y una sonrisa angelical.
Roberto sabía que su mujer le disparó una chilena de
media cancha, la dama anotó el primer tanto, no obstante, el hombre no era pendejo
porque el rostro de la recién nacida era igual al chiricano vecino.
El tipo se hizo el loco, solo le advirtió a su pareja
que por amor reconocería a la lactante, bajo la amenaza de que, si se
encontraba con su amante, los dos cantarían en manicero a punta de filo.
Cinco años después de la llegada a Río Abajo, cuando
el vigilante camina por la calle donde vive, se escuchan desde los zaguanes y esquinas
dos palabras: ‘falsa moneda’.
Fotos de Minan de Pexels y Wikipedia no
relacionadas con la historia.