El Perro Atómico

La lista de las mujeres que se acostaron con Fulgencio era tan larga que alardeaba de ella, de todo tipo que llevó a la cama, nativas, rubias, negras, mestizas, de 21 hasta 50 años, el elegante caballero fanfarroneaba frente a sus amigos.

Por dinero no se preocupaba, su familia mantenía millones en cuentas bancarias, negocios y acciones en empresas, pero a Fulgencio no le gustaba trabajar y la vez que lo hizo en  la fábrica donde su papá era el mayor accionista, perdió 25,000.00 dólares por una mala compra.

Su padre prefirió darle una mensualidad de 10,000.00 dólares para que se diera todos los gustos, no pagaba alquiler y los servicios eran cancelados por la familia, así que el varón se dedicaba a conquistar damas.



Dentro de su clase social era reconocido como el Perro Atómico o un don Juan en toda su expresión, así que ninguna chica aceptaba su invitación de salir, solamente platicaban con él en el club donde los ricos hacían sus parrandas.

Su única opción era la de irse a los bares o discotecas de clase media, o de pueblo para levantar féminas, quienes se enredaban en la telaraña del caballero al verlo conducir su lujoso Jaguar con todas las extras.

Odiaba viajar al exterior por temor a los aviones, su país favorito para llevar a cabo periplos era Costa Rica, debido a que el vehículo que manejaba no se caería.

Durante uno de esos viajes desde Panamá, se fue a la discoteca Infinito, allí conoció a una holandesa que dijo llamarse Karen, con quien estuvo una semana en el hotel donde se hospedaba en Alajuela y que incluía un casino.

Todas las noches bajaban a jugar máquinas tragamonedas, luego bebían güisqui y hacían el amor.

La mujer era quien mandaba, le ordenaba las posiciones, lo besaba con intensidad con un sexo duro y fuerte, algo que nunca experimentó el istmeño y que lo dejó realmente loquito.



Antes de que la mujer regresara a su país, Fulgencio se quitó el preservativo, se arrastraron por toda la habitación como si estuviesen en un conflicto armado y fuese la última vez que se viesen.

Tan enculado estaba el panameño que eyaculó dentro de la dama con el propósito de embarazarla y que posteriormente ella lo buscara, sin embargo,  la mujer solamente sonrió con el acto del varón.

Ambos regresaron a sus países, Karen no lo contactó, ni lo aceptaba en sus redes sociales y solamente se enteraba de ella en Facebook porque su perfil era público en inglés.

Durante dos años todo estuvo igual hasta que vio un video de la chica que anunciaba que desde hacía cinco años vivía con el virus de VIH, lo que dejó aterrado a Fulgencio porque recordó que tuvo sexo sin protección con la europea.

A la semana un examen en uno de los hospitales más costosos de Panamá le diagnosticó el virus y aterradora noticia de que tenía Sida.

Fotos de Amornthep Srina y Loc Dang de Pexels no relacionadas con el relato.

La batalla del puente Casanare

Los residentes del pueblo de Mata Grande en Casanare vivían con el corazón en la boca, por un posible enfrentamiento entre soldados y miembros de las insurgentes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), ya que había rumores de un asalto.

Un lugar con unos 300 habitantes, dedicados en su mayoría a la agricultura y ganadería, con un centro de salud, poca iluminación y numerosas necesidades o como se diría una zona abandonada por los gobiernos liberales y conservadores.

Mata Grande era defendido por unos 35 soldados campesinos, la mayoría nacidos en ese poblado, con algunas armas pesadas, morteros y un cañón, armamento para no dejar que la guerrilla entrara al pueblo.

El famoso puente comunicaba a los departamentos de Casanare y Meta, los separaba el afluente que lleva el nombre del primer departamento, mientras que en Meta era una zona plagada de rebeldes.



Un 30 de abril de 1999, en momentos que trabajadores y amas de casa celebrarían el día del trabajo, a eso de las once y media de la noche, se escuchó una explosión y luego los vecinos vieron las llamas.

Era la guerrilla que lanzaba cilindros de gas, sus morteros favoritos, hacia el puesto donde estaban dos centinelas del ejército, lo que generó que ambos soldados murieran quemados.

Alerta total, los uniformados tomaron posiciones y comenzó la batalla campal porque la orden era defender el puente a toda costa para que las Farc no lo tomara.

Un infierno, balas, llamas, cilindros de gas, gritos, insultos y los soldados estaban en desventaja frente a los 100 insurgentes, así que con el fin de no gastar municiones ajustaron sus fusiles para no disparar ráfagas.

Cuando apuntaba el alba, solo quedaban diez soldados en operación, los guerrilleros tuvieron treinta bajas, entre ellas siete mujeres, pero la guerra continuaba en toda su expresión porque para las Farc había que matar los defensores que oprimía a un pueblo.

Los refuerzos del ejército venían en camino, aunque eso no detenía los combates, a las ocho de la mañana seguían los enfrentamientos. Un soldado vigilaba a dos insurgentes capturados.



—¡Ríndanse! —, gritó el jefe de la columna guerrillera.

—¡Nunca! ¡Primero muerto que rendirse! —, afirmó el teniente Robert García.

—Les perdonaremos la vida—, respondió el insurgente.

—¡Nos vemos en el infierno, hijo de puta! —, resaltó el teniente y luego disparó su fusil.

A las 9:36 a.m., del 1 de mayo, llegaron los refuerzos, los guerrilleros se retiraron y terminó la batalla.

El resultado fue: diez soldados vivos, once heridos y el resto muertos; del lado de la guerrilla: dos capturados, 12 heridos y 20 muertos, cuatro viviendas destrozadas, cinco civiles fallecidos y ocho heridos.

La batalla del puente del río Casanare fue dura y los sobrevivientes contaron posteriormente la historia.

 Fotografías de Wikipedia y archivo no relacionadas con la historia. 

 

Hasta en el baño

 Melissa y Luis se conocieron en la revista Impacto, ella llegó a laborar como correctora de estilo, mientras que el varón se presentó a buscar trabajo como diseñador gráfico y fue aceptado.

Ambos contaban con 26 años, recién graduados, casados y sin hijos, sin embargo, las largas jornadas laborales que se hacen en los medios de comunicación social, sin el pago de horas extras, los unió.

La pareja desayunaba, almorzaba y cenaba juntos, Melissa conducía un carrito que su esposo le prestaba ocasionalmente y le daba el aventón a su compañero de la revista.

Los colaboradores del medio de comunicación decían que Melissa y Luis eran la pareja café con leche porque ella era rubia, pocotona y ojos miel, mientras que el caballero de piel canela, alto, delgado y ojos pardos.



Con el tiempo, las pláticas y consejos se transformaron en atracción, se veían a escondidas en la rotativa o los baños de la revista para hacer el amor, en un principio ayudados con el látex y luego en carne propia.

Era notorio que, en las noches, ella atrasaba la corrección de las historias y él en el diseño de páginas porque se encerraban en el inodoro, tanto de las damas como el de los varones.

Ambos descuidaron a sus respectivas parejas, el esposo de la amante fue a la empresa a reclamar al Romeo, pero no lo dejaron entrar y la esposa herida en su orgullo de mujer también hizo lo mismo, no obstante, no logró hacerlo.

Tras una plática, los novios clandestinos decidieron separarse para que sus matrimonios no naufragaran, aunque de vez en cuando se encerraba en los baños para entregarse a la lujuria y la pasión.

Con el tiempo una crisis de anuncios publicitarios generó una reducción de personal, Luis fue despedido, lo que lo alejó de su pareja clandestina y Melissa aprovechó que Luis ya no laboraba allí para arrastrarse con el caballero entre las sábanas de las pensiones de la avenida Justo Arosemena, en Panamá cuando se podía.



Pero, Aldo, el marido de Melissa, descubrió una futura cita, consiguió cianuro y con un cuchillo, la siguió hasta que su mujer ingresó a la pensión con Luis, hicieron sus travesuras para abandonar el hotel.

La sorpresa de Aldo fue de que su esposa salió sola, no se dio cuenta de que el infiel se marchó por la puerta trasera, decidió actuar, se le colocó frente a ella, la dama asustada quedó congelada hasta que sintió el filo en su cuello.

El esposo bebió una gaseosa mezclada con el veneno, al poco tiempo cayó en la avenida Justo Arosemena al lado de su mujer, bañada en sangre por la herida y fue llevada al hospital.

Melissa logró salvarse, el cuchillo cortó un tejido nervioso que la dejó coja, su esposo se suicidó y un amante preñado de terror cuando se enteró.

Tras la tragedia la pareja no se volvió a encontrar, pero ambos recordaban los momentos de placer que los llevó hasta en el baño.

Imagen de Juan Méndez y Matt Hatchett de Pexels no relacionados con la historia.

'Jamás salgas limpio'

 El viejo José Chanis conducía su vehículo japonés, a su lado iba con su nieto Esteban de 21 años, a quien tuvo que rescatar porque su novia lo invitó a cenar, él no contaba con dinero y ella prometió pagar, pero discutieron y la dama abandonó el comercio sin cancelar la cuenta.

Asustado, Esteban llamó a su abuelo para que lo auxiliara del gigantesco embrollo y pagar la factura.

—Nieto de mi alma. No se debe salir sin dinero—.

—Pero abuelito, María, dijo que pagaría, peleamos y se marchó—.

—Te contaré lo que me pasó hace 40 años—.

En una discoteca llamada Foxi, en la capital panameña, la noche era fabulosa, chicas, abundante música dance europea, luces y licor en exceso.



Me encontraba con Fabián, salimos de la universidad, yo feliz porque cazaría chicas y mi compañero de clases me arrastró hasta el antro porque dentro de mi cartera solo había un dólar.

Pidió una botella de ron con mezclador y cigarrillos, frente a nosotros un grupo de estudiantes de Arquitectura nos miraban, Fabián atacó primero y posteriormente yo.

Fue una extensa tanda de dance, trance, reggae y algo de merengue, estuvimos 90 minutos en la pista, íbamos a la mesa a servir los tragos, volvíamos y así hasta que nos cansamos.

Las damas nos acompañaron, la mía era una culisa delgada, de lindos pechos y cabello alisado, mientras que la acompañante de Fabián blanca como la espuma con profundos ojos miel.

Hubo agarradas de manos, besos, caricias y de pronto la guial que estaba con Fabián preguntó dónde estaba, respondí que quizás en el baño, pasaron 20 minutos y las mujeres se fueron porque era la una de la madrugada.



Busqué a mi pasiero en cada rincón del negocio, nada, luego decidí husmear donde estacionó su automóvil cuando me llevé el trago amargo de que no estaba.

Se fue sin avisarme, el licor hizo efecto en él, yo jodido porque el taxi cobraba dos dólares hasta mi casa y solo contaba con uno.

A nadie llamaría a los dos de la madrugada, mucho menos un miércoles, así que emprendí la caminata desde El Dorado hasta Chanis, cayó un aguacero de proporciones bíblicas y me refugié en un edificio hasta que escampó.

Entré a casa a las cuatro de la madrugada, me dije que eso no se quedaría así, por lo que el jueves en la noche cuando entré al salón, Fabián fue a saludarme, no respondí verbalmente, pero le metí un derechazo que le cayó al suelo con los labios rotos.

Transcurrió tanto tiempo y nunca cruzamos una palabra, Fabián y yo, ni siquiera el día de la graduación.

Por eso mi querido nieto ‘jamás salgas limpio’.

Imágenes de Trinity Kubassek y On Shot de Pexels no relacionadas con el relato.

Los mercenarios colombianos

Jaime y Moisés, eran amigos desde pequeños, desde el maternal  y asistieron a la misma secundaria en Kennedy, Bogotá, donde compartieron grandes, tristes, fabulosos y amargos momentos hasta que se graduaron en diciembre de 2023.

Los chicos eran de contextura atlética, altos y con buena resistencia física, lo que llevó al primero a decidir enlistarse en el grupo de mercenarios que lucharían en el bando de Ucrania, atraído por el salario de tres mil dólares que Kiev le pagaría.

Ambos tuvieron una fuerte discusión, Moisés apoyaba al bando ruso, aunque nunca se imaginó que su amigo de toda la vida tomara semejante decisión, así que optó por elegir el lado contrario de Jaime.

La larga amistad fue quebrada en mil pedazos por un conflicto ajeno a sus intereses,  idioma,  cultura y a una distancia extremadamente kilométrica de Colombia, sin embargo, ninguno se despidió del otro.





Jaime se marchó a Polonia, donde tomó un autobús que lo llevó a Ucrania hasta el sitio de reclutamiento de los mercenarios foráneos, mientras que Moisés hizo el periplo hasta Moscú, al llegar fue ingresado también en un centro de entrenamiento castrense

Los dos pasaron el duro examen físico y los trasladaron a grupos de colombianos que les dieron la bienvenida, luego transcurrieron dos semanas y el crudo invierno seguía.

Kiev quiso recuperar parte del territorio conquistado por Moscú, aunque con grandes costos avanzó unos kilómetros hasta llegar al pueblo de Urojaine, donde los rusos los detuvieron.

Los combates fueron infernales, balas, morteros, drones, las trincheras eran destrozadas, los tanques aniquilados, los ucranianos no lograban avanzar y los rusos pagaban un alto precio por retener las tierras ocupadas.

Jaime estaba entre los colombianos que disparaban morteros hacia el área de los rusos y por ironías de la vida Moisés defendía el poblado junto con otros paisanos atraídos también por la misma cantidad de dinero que Kiev ofrece a los soldados.



El mundo los ve nacer y ellos se destruyen, Jaime abrió fuego con un mortero que cayó cerca de Moisés, este recibió esquirlas en su pecho y rostro, el chorro de sangre de su tórax se semejaba a un volcán en erupción.

Ante la posibilidad que tener más bajas, los mercenarios colombianos que combatían para Ucrania se retiraron y los rusos retuvieron la zona conquistada.

Pasó una semana cuando Jaime vio un video en Tiktok de la madre de su antiguo amigo, en la que anunciaba que su hijo murió a causa de un mortero lanzado por otro colombiano que peleaba del lado ucraniano.

El sobreviviente lloró, sus compañeros le comentaron que así era la guerra, pero no soportó que él mismo matara a su amigo y casi hermano de toda su corta vida, así que sacó su pistola y se suicidó.

La guerra los separó y la amistad los llevó hasta la muerte.

Imagen de Argutz y David Peinado de Pexels no relacionadas con la historia.

La chilena de la Avenida Central

Cuando los chilenos huyeron despavoridos de la dictadura de Augusto Pinochet, apenas contaba con siete años, desconocía el significado de la izquierda, derecha, asesinatos políticos, comunismo y capitalismo.

Era apenas un infante que ayudaba a su madre a vender frituras en Plaza Amador con el propósito de sobrevivir, mientras que a la autora de mis días se le ocurrió instalar un puesto de ventas de frutas y dulces.

Durante la Navidad del 1975, mi hermana y yo, a pesar de ser unos carajillos, ayudábamos a mamá con la venta de uvas, manzanas y dulces de frutas en su puesto en Calidonia, Panamá, luego que terminaba su faena con las frituras.



Desde la una de la tarde, un improvisado local de madera destartalada, con una mesa y los productos afuera para el público, se escuchaban los gritos de los nombres de las frutas, los dulces y otras mercancías, provenientes de labios de comerciantes ansiosos de dinero.

Un sábado, casi cuando el sol se iría a descansar, me tropecé con una niña, media rubia, ojos miel, con trenzas, pensé por sus rasgos que era de Azuero, luego me saludó y regaló un caramelo.

Sonreí, le di las gracias, la niña corrió para desaparecer entre la multitud de la famosa avenida comercial istmeña, sin embargo, hablaba diferente mis amiguitos del salón.

Escuché de mi hermana que era hija de los chilenos que también vendían frutas cerca del puesto de mi madre, no obstante, había muchos ciudadanos de ese país en la misma faena.

A la semana me la encontré, me dijo que su nombre era Ingrid, tomé tres monedas de a diez centavos, la invité a tomar una gaseosa con galleta, la niña aceptó, me contó que nació en Chile y sus padres huyeron de su tierra porque su papá sería asesinado por oponerse a Pinochet.

Ingrid y el cholito panameño desarrollaron bastante amistad, nos perdíamos a comer dulce, mi mamá se hizo amiga de sus padres y en una ocasión nos invitaron a su pequeño apartamento donde vivían.


 

Augusto era el papá de Ingrid, un sindicalista, casado con Luzmila, una trabajadora de una fábrica, se conocieron por ser militantes izquierdistas y apoyaron a Salvador Allende hasta que lo derrocaron.

Estaba feliz con mi amiguita, pero a los ocho meses me dijo que regresarían a su país, no nos despedimos y nunca supe de ella porque no había forma de comunicarnos.

Con la salida del dictador derechista del poder, cuando empezaron a publicarse los crímenes, un informe divulgado indicó que un grupo de soldados mataron a un sindicalista con su familia  y los enterraron en una fosa común.

Me enteré de que era Ingrid y sus parientes, los liquidaron  porque el gobierno no quería opositores,  La derecha también asesina en nombre del sistema y eso me decepcionó. Se descubrió su identidad por pruebas de ADN.

Ya soy adulto y siempre recuerdo a la chilena de la Avenida Central cuando paso en mi automóvil por ese lugar.

Imagen de archivo y Alexey Chudin de Pexels no relacionadas con el relato.

Por qué me dejó Lizzy

Cuando mi novia Lizzy me presentó a su prima Alina ni siquiera me llamó la atención porque sus conversaciones eran solo fábulas, muy fantasiosas y terminó pegada como chicle en nuestra relación.

Alina iba a todas partes con nosotros o al cine, a la playa, los bailes de Dorindo Cárdenas, de compras, al teatro y los conciertos de música clásica en el teatro Balboa de la capital panameña.

Nunca me fijé en ella, al contrario, le presenté a un primo mío para que la conquistara, no obstante, la dama de piel como un manto lácteo rechazó a su aspirante a Romeo, fue entonces cuando Pepe me comentó que Alina estaba caída de la mata conmigo.



Mi primera reacción fue soltar la carcajada, ella era una chica blanca, pelinegra y ojos inmensamente verdes, no pensé que se fijaría en un chombón y bembón como yo.

Nací en la ciudad de Panamá, mis padres son de Darién, me crie en los guetos de Santa Ana y Río Abajo, estudié arquitectura a punta de las frituras que mi mamá vendía en el populoso corregimiento y mi viejo laboró como plomero.

Las palabras de Pepe me dejaron pensando, comencé a observar a Alina, usaba gafas oscuras y me di cuenta de que sí me miraba, pero todo iba normal hasta que fuimos a una discoteca en calle 50 con mi pariente.

Mientras bailaba con Lizzy, Pepe lo hacía con Alina, bebimos bastante ron con cola y limón hasta que mi media naranja hizo el cambio de pareja, Alina me agarró la mano y se me pegó, no hubo respuesta negativa de Lizzy, al contrario, sonrió.

Terminó la tanda de música salsa, regresamos a la mesa, empiné la botella para servir más tragos y de pronto, sin darme me cuenta, se me borró toda la cinta.

Cuando desperté estaba desnudo en la cama de mi apartamento, a mi lado estaba Alina en traje de Adán y Eva, iba a abrir la puerta cuando Lizzy entró y sus gritos se escuchaban hasta La Palma.



Su prima se levantó asustada, cubrió su piel con las sábanas azules de mi cama, Lizzy le dijo toda clases de cloacas, ofendió a la madre de su pariente, la llamo zorra, puta, culiona y quita maridos.

Intenté explicar que no recordaba nada, luego mi novia gritó que nos vio besándonos en la discoteca y se hizo la loca porque teníamos unos tragos encima, pero de eso a revolcarnos en la cama era muy distinto.

Agarró su ropa, se fue de mi propiedad, Alina lloró y la consolé hasta que se marchó, cuando se vestía vi sus curvas espectaculares y quedé flechado.

Lizzy nunca más me llamó, hice de Alina mi mujer y el sexo era tan intenso todos los días que a los cuatro meses la preñé.

Foto de Bamboo Ave y Leslie del Moral de Pexels no relacionadas con la historia.


Amantes hasta la muerte

Los encuentros de la pareja se realizaban en el establo donde se arrastraban entre los henos, los maderos y se mezclaban las gotas de sudor con el fluido de los amantes clandestinos.

Desde que Elías conoció a Diana, fue amor a primera vista, sin embargo, el varón estaba casado con Marilú, hermana de la primera, lo que significó que poco podía hacerse para formalizar la relación.

La novia oculta retornó de un viaje desde Santiago de Chile, donde se diplomó en medicina gracias a una beca ganada con mucho esfuerzo, sudor y sueño, por lo que, al regresar a su país, se instaló donde su pariente cercana.

Le consiguieron un internado en el hospital Anita Moreno de Los Santos, así que de allí estaba a pocos pasos de Chitré, Herrera, lugar en la que estaba la finca de Elías y Marilú, también el peligroso juego del amor.



Durante una matanza, la engañada esposa se pegó una borrachera, los invitados se fueron, las miradas entre Elías y Diana lo decía todo, solo faltaba que una chispa que provocara el incendio.

Ambos intentaron resistirse a probar el fruto prohibido por lógicas razones, no obstante, a la fiera de la naturaleza es imposible detenerla, tampoco atrapar la brisa y menos tapar un volcán a punto hacer erupción.

Eso sucedía precisamente, Elías llegó a trabajar en un proyecto de viviendas a Chitré tres años antes, su actual esposaba laboraba como arquitecta, así que el destino juntó a un ingeniero civil con quien hizo los planos.

El gatillo de la ruleta rusa del sentimiento giraba, se detenía a cada momento donde no había balas y los encuentros a escondidas entre los tórtolos aumentaba hasta que hubo alarmas de un posible embarazo de la doctora en medicina.

No funcionó que Marilú le presentara a otro ganadero para empatarla, aunque no sabía los hechos, quería para su pariente una pareja, sin ni siquiera imaginarse las puñaladas que recibía sus espaldas. 

Diana, una mujer de carácter fuerte, no quería hijos, le dedicaba su vida a la siembra de arroz, criar puercos, vacas y muy diestra en el manejo de armas de fuego, tanto en rifles como un revólver 38.



Inteligente y audaz, pero no lo suficiente para darse cuenta de que su hermana y su esposo se cogían duro durante sus largas ausencias en el monte, incluso en días no hábiles.

Un domingo en la mañana, de esos en que el sol hierve la tierra, de poca brisa y mucha humedad, Diana se cayó del caballo, con la ayuda de un peón, logró subir de nuevo al animal y regresó al rancho.

Poca concurrencia en la propiedad, el peón se fue de la finca, la esposa buscó por todos lados, no encontró a su marido, ni a su hermana, se dirigió hacia los establos y los vio en traje de Adán y Eva.

Herida en su orgullo de mujer, sacó el revólver 38 y le pegó dos tiros a cada uno. Fallecieron al instante.

Imagen de Marina Abrosimova  y Pavel Danilyuk no relacionadas con la historia.

Lenteja y Macarrón

 A pesar de su juventud, dos imberbes llevaban una vida delictiva desde niños, los llevó pernoctar por varios meses en el Tribunal Tutelar de Menores, cuya estructura desapareció con la invasión estadounidense en Panamá en diciembre de 1989.

Lenteja y Macarrón, eran reconocidos carteristas, residentes en los multifamiliares de Barraza, el primero en la torre cuatro y el segundo en la siete, donde el poco espacio encerraba la esperanza de los padres de los antisociales de un giro en su vida antisocial a una sana.

Ni siquiera los llantos de ambas madres lograban que sus descendientes abandonaran sus acciones ilegales, ni las poderosas adolescentes, María de 15 años, novia de Lenteja, y Yasuri de 16, empatada con Macarrón.



Su trabajo principal era el de arrebatar carteras a las vecinas que esperaban los autobuses en la Avenida A, la parada del Lucianito y tórtolos que pululaban el rompeolas frente el Centro Escolar Manuel Amador Guerrero.

A Lenteja le metieron un balazo en su pierna izquierda y llevaba una cicatriz en su mejilla derecha, mientas que, a Macarrón a sus 17 años, le pegaron un plomazo en el hombro izquierdo, un miembro de la Guardia Nacional (GN) cuando lo perseguía por robarle a un turista coreano.

Nunca le presentaron el miedo a la policía, los barrotes, la muerte, el peligro y menos las golpizas que le daban a los maleantes los uniformados durante la dictadura militar panameña.

Los chicos desafiaban todo, así que un día decidieron hurtar en un apartamento en el edifico Lealtad, ubicado en El Chorrillo, pero se encontraron con la sorpresa de que la madre de un teniente de la GN estaba en el inmueble.

Macarrón la sostuvo, le tapó la boca y Lenteja le ató una sábana alrededor del cuello hasta matarla, se llevaron un botín de tres relojes, cuatro collares, cincuenta dólares en efectivo y una sortija de oro.



Como era imposible empeñarlos por ser menores, decidieron venderlos hasta que un inspector del Departamento Nacional de Investigaciones (Deni) escuchó el asunto y dio la alerta.

No hubo sumarias, la novedad llegó hasta los oídos de embrutecido teniente, así que con sus camaradas decidió cazar a los atrevidos y soberbios asesinos adolescentes.

Dos días después, los encontraron escondidos en un zaguán de la calle 19 Oeste con la calle Próspero Pinel y los introdujeron en una patrulla con rumbo desconocido.

A los siete días, los cuerpos de Lenteja y Macarrón aparecieron en la playa de La Plaza de Francia, golpeados, con signos de quemaduras y estrangulados.

Desafiaron al Leviatán y pagaron con su vida por ello.

Fotografía de Conades y Wikipedia no relacionadas con la historia. 

Fianza de 25 millones de dólares

 Kumal Mandal creó una complicada telaraña en la cual logró estafar 1,500 millones de dólares a inversionistas no solo de Estados Unidos, sino de Europa y Asia, dinero que entregaron a cambio de recibir jugosos dividendos.

Mandal, de 31 años, era un erudito en los números, un matemático por excelencia, hijos de migrantes de Mumbay, creció siendo el primero en su clase y respetado por los vecinos de Hell’s Kitchen, en la ciudad de Nueva York.

El negocio florecía a montón, así que se daba una vida de millonario con alquileres de aviones para llevar chicas a Londres, Paris, Madrid, Hong Kong y otras ciudades.



Solo el apartamento donde vivía con vista al Parque Central, costaba 10 millones de dólares, mientras que el Buró Federal de Investigaciones (FBI por sus siglas en inglés), le puso el ojo.

El error más grande del financista fue de figurar su ostentosa vida, a costilla de los incautos inversionistas que daban miles de dólares.

Publicaba en las redes sociales todo lo que podía, contaba con más de dos millones de seguidores y era la envidia de numerosos migrantes extranjeros y locales que pensaban enriquecerse de la noche a la mañana.

Con el pasar del tiempo, la pirámide creada por Mandal no resistió, el barco financiero comenzó a hundirse lentamente hasta que el Departamento de Impuestos le cayó a las oficinas en lujoso de alto Manhattan.

Al ser llevado ante el juez Francis Gatto, este fijó la fianza en 24 millones de dólares, y ante la sorpresa de los periodistas que cubrieron la audiencia, Mandal la consignó y quedó en libertad.



Sus abogados le cobraron 30 millones de dólares por ser un caso complejo en extremo, al final del asunto, lograron un acuerdo entre el fiscal del distro del Este de Nueva York y la defensa.

Pactaron diez años de prisión, sin embargo, el pacto debía ser validado por Gatto, quien se negó al acuerdo por considerar que el financista estafó a muchas personas, por lo que la pena era muy baja.

Gatto dictó 25 años de prisión, al escuchar la sentencia a Mandal le faltó el aire, tuvo un ataque al corazón, llamaron a los paramédicos y cuando llegaron el acusado carecía de signos vitales.

Los federales se quedaron con parte de las cuentas bancarias y los estafados perdieron casi todos sus fondos porque creyeron en elevados dividendos cuando todo era una estafa gigantesca.

Fotografía de Christian Wasserfalen y Diego Caumont de Pexels, no relacionadas con la historia.

La correctora atractiva

Facundo buscaba la fama, la fortuna e incrementar su ego como novelista, tenía algo de madera para ello, le faltaba pulirse para coordinar sus ideas y aunque recibió consejos de veteranos literatos, no los escuchó porque pensó conquistar el mundo solo.

A pesar de que sus ideas eran buenas no obedecía, consiguió al final una correctora y editora, quien lo asesoró sobre su labor de letras y el camino a recorrer si buscaba el éxito.

Claro, la ayuda de Miriam Cisneros, de 28 años, fue fenomenal para el joven literato, atractivo, con facciones caucásicas, ojos miel y alto, mujeriego, tanto que sus amigos lo apodaban El unicornio.



Desde que vio a Miriam, quedó prendido con la mulata, hija de un chiricano y una darienita, de cabello oscuro, rizado, piel canela, delgada, atractiva y de carácter fuerte.

Mientras la profesional de las letras laboraba con el escritor, muy discretamente el varón la miraba con deseos de llevarla a un hotel para satisfacer su lujuria gigantesca.

Calló porque necesitaba publicar su manuscrito en un tiempo rápido, pero todo escritor sabe que una obra mal escrita no va a ninguna parte, por lo que esperó pacientemente hasta que el libro fue publicado.

Facundo hizo su presentación en la Biblioteca Nacional de Panamá con varios de sus colegas, invitó a la prensa, amigos y parientes, lo que lo convirtió en la estrella esa noche.

Imprimió 500 ejemplares porque planificó inundar las principales librerías con su obra de terror, El detective asesino, tapa blanda, de 250 páginas, con medidas de nueve pulgadas de largo por seis de ancho.



Tras acabar la actividad, el caballero invitó a su correctora y asesora editorial a una cena en su apartamento, la joven de 25 años aceptó gustosamente porque contribuyó a que la obra saliese al mercado.

Ella llevaba un traje rojo sencillo, zapatos bajos, sin embargo, era innegable que la mujer paraba tráfico y ambos se fueron a la propiedad del escritor.

Luego de consumir los alimentos, Facundo se volvió un Romeo, pero se encontró con la Julieta equivocada, la invitó a bailar, ella por diplomacia aceptó y el chico se pasó de listo.

Quiso manosearla toda, no obstante, un bofetón dejó su blanco rostro enrojecido por el impacto de la mano femenina.

Se quedó sin correctora por unicornio y ella cortó cualquier relación profesional con el novelista.

Al caballero le faltaba calle, nunca aprendió que en la guerra no se ataca sin antes conocer primero el terreno.

Imágenes de Andrea Piacquadio y Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

Los tesoros más preciados

Decidí poner un punto final a todos los fracasos que llevaba, desde algunos pequeños negocios, mujeres, ingresos de dineros y la caída de mi vanidad, así que tomé una decisión que daría un giro espectacular a mi vida.

Cuando la gente está en su punto de quiebra, derrotada, divorciada, acabada y sola y le caen las diez plagas de Egipto, buscan a Dios porque si nadan en plata, rodeados de damas y con fama se olvidan de él.

Sin embargo, agarré el camino contrario y preferí convocar al Diablo para que lloviera todas esas cosas que antes no poseía, casi caigo en modo de que eso no existía hasta que se cumplió lo que solicité.

Devoré abundante material relacionado con la magia negra, brujería, hechicería y misas negras, por lo que empecé como un estudiante con ejercicios que no daban ningún resultado y mi situación personal empeoraba.



No obstante, una noche me encontraba en el río de Pacora, a las doce de la noche, con una chica que conocí y de pronto la voz de la dama cambió a la de varón, lo que me dio a entender que me pasé de tragos.

Gigantesca sorpresa me llevé cuando la mujer me dijo que era Lucifer, que durante todos esos meses escuchó mi llamado, pero me puso a prueba para corroborar si en realidad lo necesitaba.

Otra de las aristas que comentó fue de que me complacería en mis peticiones porque nada le costaba, aunque debía pagarlo con lo más preciado para mí, de lo contrario me llevaría al lago de Hades.

Se dio la media vuelta, se desvaneció y de pronto el dinero llovía. Los negocios florecieron hasta monté una fábrica de muebles y una panadería con cuatro sucursales en todo el país.

A los dos años conocí a Socorro Quiñones, una española de ojos azules, rubia y alta, así que nos empatamos, fuimos novios durante tres años, nos casamos y producto de ese matrimonio nacieron dos preciosos varones.

Pasaron tres años de felicidad familiar y bonanza hasta que una noche tuve una pesadilla en la cual Lucifer me pidió que le cancelara mi deuda con él.

Le respondí que me convertí en católico practicante y que Dios me ayudaría.

Mi antiguo prestamista contratacó para afirmar que solo las deudas de los humanos prescriben, la mía no, luego corrí hacia una iglesia y la pesadilla se acabó.

A las tres semanas, mi hijo Carlos, que lleva mí mismo nombre, caminó sobre la pared ante unos ojos aterrados de Socorro y su hermanito Luis,



Mi mujer quería comunicarse con el cura de la iglesia de Arraiján centro, en Panamá Oeste, y me negué.

Esa noche, cuando mis hijos dormían, le confesé todo a mi esposa. Su rostro era un puré de tomates de la impresión y llovía en su faz.

Me cuestionó, le manifesté que poco había que hacer y la única solución la tenía yo, porque no entregaría mis más preciados tesoros.

Mientras les narro mi cruel historia voy de clavado en los últimos pisos de un edificio de 40 plantas en Costa del Este porque el Diablo quiere que le pague, pero nunca le ofreceré a mis hijos.

Aprendí la lección, sin embargo, es tarde y lo único que me espera es el pavimento para que mi cuerpo impacte contra él y quede como estampilla.

 

Fotos de Juan Felipe Ramírez y Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.