La chilena de la Avenida Central

Cuando los chilenos huyeron despavoridos de la dictadura de Augusto Pinochet, apenas contaba con siete años, desconocía el significado de la izquierda, derecha, asesinatos políticos, comunismo y capitalismo.

Era apenas un infante que ayudaba a su madre a vender frituras en Plaza Amador con el propósito de sobrevivir, mientras que a la autora de mis días se le ocurrió instalar un puesto de ventas de frutas y dulces.

Durante la Navidad del 1975, mi hermana y yo, a pesar de ser unos carajillos, ayudábamos a mamá con la venta de uvas, manzanas y dulces de frutas en su puesto en Calidonia, Panamá, luego que terminaba su faena con las frituras.



Desde la una de la tarde, un improvisado local de madera destartalada, con una mesa y los productos afuera para el público, se escuchaban los gritos de los nombres de las frutas, los dulces y otras mercancías, provenientes de labios de comerciantes ansiosos de dinero.

Un sábado, casi cuando el sol se iría a descansar, me tropecé con una niña, media rubia, ojos miel, con trenzas, pensé por sus rasgos que era de Azuero, luego me saludó y regaló un caramelo.

Sonreí, le di las gracias, la niña corrió para desaparecer entre la multitud de la famosa avenida comercial istmeña, sin embargo, hablaba diferente mis amiguitos del salón.

Escuché de mi hermana que era hija de los chilenos que también vendían frutas cerca del puesto de mi madre, no obstante, había muchos ciudadanos de ese país en la misma faena.

A la semana me la encontré, me dijo que su nombre era Ingrid, tomé tres monedas de a diez centavos, la invité a tomar una gaseosa con galleta, la niña aceptó, me contó que nació en Chile y sus padres huyeron de su tierra porque su papá sería asesinado por oponerse a Pinochet.

Ingrid y el cholito panameño desarrollaron bastante amistad, nos perdíamos a comer dulce, mi mamá se hizo amiga de sus padres y en una ocasión nos invitaron a su pequeño apartamento donde vivían.


 

Augusto era el papá de Ingrid, un sindicalista, casado con Luzmila, una trabajadora de una fábrica, se conocieron por ser militantes izquierdistas y apoyaron a Salvador Allende hasta que lo derrocaron.

Estaba feliz con mi amiguita, pero a los ocho meses me dijo que regresarían a su país, no nos despedimos y nunca supe de ella porque no había forma de comunicarnos.

Con la salida del dictador derechista del poder, cuando empezaron a publicarse los crímenes, un informe divulgado indicó que un grupo de soldados mataron a un sindicalista con su familia  y los enterraron en una fosa común.

Me enteré de que era Ingrid y sus parientes, los liquidaron  porque el gobierno no quería opositores,  La derecha también asesina en nombre del sistema y eso me decepcionó. Se descubrió su identidad por pruebas de ADN.

Ya soy adulto y siempre recuerdo a la chilena de la Avenida Central cuando paso en mi automóvil por ese lugar.

Imagen de archivo y Alexey Chudin de Pexels no relacionadas con el relato.

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