Los tesoros más preciados

Decidí poner un punto final a todos los fracasos que llevaba, desde algunos pequeños negocios, mujeres, ingresos de dineros y la caída de mi vanidad, así que tomé una decisión que daría un giro espectacular a mi vida.

Cuando la gente está en su punto de quiebra, derrotada, divorciada, acabada y sola y le caen las diez plagas de Egipto, buscan a Dios porque si nadan en plata, rodeados de damas y con fama se olvidan de él.

Sin embargo, agarré el camino contrario y preferí convocar al Diablo para que lloviera todas esas cosas que antes no poseía, casi caigo en modo de que eso no existía hasta que se cumplió lo que solicité.

Devoré abundante material relacionado con la magia negra, brujería, hechicería y misas negras, por lo que empecé como un estudiante con ejercicios que no daban ningún resultado y mi situación personal empeoraba.



No obstante, una noche me encontraba en el río de Pacora, a las doce de la noche, con una chica que conocí y de pronto la voz de la dama cambió a la de varón, lo que me dio a entender que me pasé de tragos.

Gigantesca sorpresa me llevé cuando la mujer me dijo que era Lucifer, que durante todos esos meses escuchó mi llamado, pero me puso a prueba para corroborar si en realidad lo necesitaba.

Otra de las aristas que comentó fue de que me complacería en mis peticiones porque nada le costaba, aunque debía pagarlo con lo más preciado para mí, de lo contrario me llevaría al lago de Hades.

Se dio la media vuelta, se desvaneció y de pronto el dinero llovía. Los negocios florecieron hasta monté una fábrica de muebles y una panadería con cuatro sucursales en todo el país.

A los dos años conocí a Socorro Quiñones, una española de ojos azules, rubia y alta, así que nos empatamos, fuimos novios durante tres años, nos casamos y producto de ese matrimonio nacieron dos preciosos varones.

Pasaron tres años de felicidad familiar y bonanza hasta que una noche tuve una pesadilla en la cual Lucifer me pidió que le cancelara mi deuda con él.

Le respondí que me convertí en católico practicante y que Dios me ayudaría.

Mi antiguo prestamista contratacó para afirmar que solo las deudas de los humanos prescriben, la mía no, luego corrí hacia una iglesia y la pesadilla se acabó.

A las tres semanas, mi hijo Carlos, que lleva mí mismo nombre, caminó sobre la pared ante unos ojos aterrados de Socorro y su hermanito Luis,



Mi mujer quería comunicarse con el cura de la iglesia de Arraiján centro, en Panamá Oeste, y me negué.

Esa noche, cuando mis hijos dormían, le confesé todo a mi esposa. Su rostro era un puré de tomates de la impresión y llovía en su faz.

Me cuestionó, le manifesté que poco había que hacer y la única solución la tenía yo, porque no entregaría mis más preciados tesoros.

Mientras les narro mi cruel historia voy de clavado en los últimos pisos de un edificio de 40 plantas en Costa del Este porque el Diablo quiere que le pague, pero nunca le ofreceré a mis hijos.

Aprendí la lección, sin embargo, es tarde y lo único que me espera es el pavimento para que mi cuerpo impacte contra él y quede como estampilla.

 

Fotos de Juan Felipe Ramírez y Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.


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