Alero Caputo arrasaba con la mujer que se pusiera frente a él, no importaba la raza, tamaño, delgada, mediana contextura, obesa, aunque fuese un palo de escoba con faldas, les hacía el amor.
Laboraba como jefe de escolta de un candidato a la
alcaldía de la ciudad de Panamá, era conocido como El Dandi, andaba con
sus camisas, camisetas y pantalones planchados con almidón, además de zapatos
siempre lustrados.
Secretarias, vendedoras, camareras, ejecutivas y una
asesora de la campaña del candidato Armando Louis, cayeron ante los encantos y
labia que poseía el caballero.
Era alto, mestizo, de ojos verdes, piel canela y cabello
medio rubio de afro, hijo del marinero italiano Petro Caputo y Alicia Robinson,
una vendedora de frituras de Río Abajo, que conoció al europeo y vivieron dos
años juntos hasta que el caballero fue deportado a su país.
Alero formó parte de la Policía Nacional de Panamá
durante ocho años, fue dado de baja porque se acostó con la esposa de un
comisionado, así que por no respetar el mando y a un jerarca lo despidieron.
Melissa, su mujer, estaba harta de las andanzas del
masculino, sin embargo, a pesar de las amenazas de dejarlo, sucumbía ante las
tiernas palabras que Alero le decía al llegar al nido de amor, ubicado en el edificio
Tuira.
El hombre era el terror de los compañeros de trabajo
porque ninguno quería presentarle a su novia o pareja, temían que Alero las
llevase al colchón y posteriormente despareciera.
Una tarde lo llamaron para notificarle que tomaría un
curso en defensa personal y manejo de armas en Israel, lo que produjo una
infinita felicidad del escolta y llantos de su media naranja.
Melissa, sabía que, si era imposible controlarlo en
Panamá, en Israel debía ser peor, así que tomó cartas en el asunto para
protegerse de numerosas infidelidades.
Alero llevaba dos meses en el Medio Oriente, cuando
una tarde su esposa conoció a José Luis, un camarero de esas franquicias de
restaurante de comida rápida y decidió tomar venganza.
Como se imaginaba las posibles travesuras de su marido
en la llamada Tierra Santa, se paseaba con su novio por toda la capital
panameña, agarrada de manos como dos adolescentes.
No obstante, la situación no era tal para Alero, donde
estaba, la mayoría de la población era musulmana y hebrea, personas difícilmente
acostumbradas a marcadas infidelidades como los cristianos.
Pasaron los tres meses, el varón regresó para darle la
gran sorpresa a su esposa, pero la encontró en el apartamento con un cholito
como ella, en traje de Adán y Eva.
El aprovechado agarró su ropa, huyó y se fue del
apartamento, mientras que Alero se quedó llorando, aunque su mujer respondió
que ella solo cometió una infidelidad y él muchas.
Alero lloró, pero la perdonó, la noticia se corrió y
el escolta aprendió la lección de quien la hace, la paga.
Fotografía de Cottonbro Studio y Halley Black no
relacionadas con la historia.