Lineth, la inolvidable

Conocí a Lineth cuando laboraba como notificador del Juzgado Quinto Penal de Panamá porque visitaba frecuentemente la firma de abogados donde trabajaba mi antigua novia.

Entre tanto entrar y salir, en una ocasión la invité a tomar un café para hablar de casos, debido a que la dama cursaba el III año de leyes como yo y la salida fue fabulosa para no decir sensacional.

Me hipnotizaba sus ojos verdes, cabello rubio ensortijado y blanca piel, reía, su timbre de voz era excelente, idiotizaba, aunque ella también sucumbió ante los encantos de este caballero, de piel canela y ojos pardos.



Nos volvimos inseparables durante cuatro meses hasta que tuvimos una diferencia por los encuentros, Lineth se molestó conmigo, intenté arreglar la situación y supuestamente quedamos bien.

Estaba harto de siempre buscarla, así que le escribí para notificarle una novedad, me comentó que se sentía mal y me llamaría al día siguiente.

Sin embargo, la comunicación nunca llegó, así que decidí hacer valer mi orgullo y dignidad que, tanto el hombre como la mujer, no deben perder y quedarse con ellas hasta sus últimos días.

Confieso que la amé y aún la amo con cuerpo mi alma, pero no cedería ni un centímetro, ni la buscaría porque antes de la discusión era quien daba el primer paso.

El orgullo pudo más que el amor, lo reconozco, ya pasaron dos años, no la he bloqueado, ni eliminado de mis redes sociales, sin embargo, para mí siempre será Lineth, la inolvidable.

Factura cara

 Mi noviazgo con Noelia, fue de dos años, intenso, salvaje, estupendo y porque para aquella época estudiaba leyes, mientras que ella luchaba por seguir su preparación en arquitectura en la Universidad de Panamá.

Era un inmaduro de 23 años, terminando el último año, tocaba saxofón en una banda de jazz, vivía en Chanis, Panamá y Noelia residía en Parque Lefevre, en una humilde vivienda de madera.

Nos conocimos en la biblioteca Simón Bolívar en momentos que hacíamos una tarea, uno de esos sábados de invierno, llovía a cántaros ese mediodía al salir, con nubarrones intensos, casi oscuros y las ramas de los árboles querían salir de sus raíces por el fuerte viento.



Las gotas de lluvia atacaban, lo que aprovechamos para platicar de todo un poco, ella soñaba con diplomarse para ayudar a su familia, sacarla de esa vieja casa con madera derrotada por el tiempo y con ratas que danzaban cuando el sol duerme.

Yo era nieto de un militar que hizo dinero durante la dictadura, egresado de un colegio católico, dominaba el inglés y el francés, pero Noelia no tuvo la oportunidad como la mía, no obstante, admiraba su valentía de superarse.

La inmadurez invadía mi cerebro, casi tuve todo, viajes, contactos, amigos, casa de playa, finca con ganado y otras riquezas, lo que me hacía en ocasiones arrogante.

Me hice novio de Noelia, confieso que en un principio fue un cuento de hadas, como hermanos siameses paseábamos, fuimos a Colombia, México, España e Italia.

Pero, cuando me gradué, me entró el demonio de la infidelidad, tenía mi propio dinero, laboraba en una firma prestigiosa de abogados, con un salario de seis mil dólares mensuales, más comisiones y otras mesadas.



Noelia sospechaba que le ponía los cuernos, le faltaba poco para sustentar y graduarse, siempre ocultaba mis andanzas hasta que me pescó con una oficial mayor de un juzgado civil y me dejó.

Su mundo se destruyó como un edificio de cien pisos en cinco segundos, no tuve remordimiento en ese momento, sin embargo, cuando me despidieron de la firma porque descuidé un caso con un cliente, me ocurrió igual que a mi antigua novia.

Me acusaron de prevaricato, perdí en el juicio y me quitaron mi licencia de abogado por tres años.

Tuve que trabajar en un almacén de lujo como gerente y allí fue donde me encontré de nuevo con Noelia, con su esposo e hijita de un año, lo que provocó que me encerrara en la oficina administrativa a llorar.

Fue un giro radical, ella poseía su propia firma de arquitectos, mientras yo trataba a ricos clientes criticones, groseros y malcriados, como lo fui en una ocasión.

Espero que termine mi sanción para ejercer de nuevo la abogacía, aunque jamás recuperaré a Noelia porque la vida me pasó una factura cara, producto de mi mente de cumpleaños.

Imágenes cortesía de Gerzon Piñata y Ekaterina Bolovtsova de Pexels, no relacionados con la historia.

 

 

 

 

 

Solo mujeres

En la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá, Pepe y Lito apostaron conquistar a Zaida, una despampanante chica de 19 años, rubia y estudiante de Publicidad.

La nena, una diva en todo su esplendor, era blanco de los ataques masculinos, promesas de matrimonio, construcción de castillos, viajes al exterior, propuestas indecentes y decentes.



Varones de las carreras de Radiodifusión, Periodismo, Relaciones Públicas y Publicidad, armaban sus estrategias para llevar a la chiricana al colchón de una casa de ocasión u hotel.

Sin embargo, todas las propuestas eran rechazadas, los masculinos se preguntaban lo que sucedía o si habían hecho algo mal porque desde limpios hasta chicos con buena posición económica   fueron rebotados por la dama.

Mientras que Pepe le regalaba chocolates, versos y tarjetas con pensamientos halagadores, Lito la intentaba seducir con invitaciones a las mejores playas de Panamá Oeste o las discotecas de calle Uruguay.

Pero nada, la mujer se mantenía fiel a su soledad y alguno que otro lanzó el dardo de que Zaida tuvo una decepción amorosa que le rompió no solo el corazón, sino el alma en mil pedazos.

No quería nada relaciones sentimentales, absolutamente nada, aunque le ofrecieran alguna isla en el Mediterráneo, en Guna Yala o alguna parte del hermoso Caribe.

La delgada joven, con piel de marfil y ojos avellana, no tenía novio conocido, aunque aspirantes a montón y media facultad sabía de la apuesta de los estudiantes de Relaciones Públicas.

Pasados dos meses durante un evento de la facultad en una discoteca, Zaida se apareció con una negra voluptuosa, cabello ensortijado, de mediana estatura y ladrona de miradas, llamada Rosa.



Se las presentó a sus compañeros del I año de Publicidad, la pasaron bien durante las primeras dos horas, bebieron, fumaron y bailaron.

Luego colocaron la canción Miss You, del dúo británico Everything but the Girl y la pista se llenó, posteriormente hicieron un círculo entre las parejas para bailar hasta que Zaida y Rosa se encontraron frente a frente.

Un intenso beso reveló el amor oculto entre amigas de infancia del Colegio Javier, escondido para evitar misiles teledirigidos de una sociedad que todo lo critica.

A Pepe se le cayó el trago en la pista y Lito casi se traga un pedazo de hielo, pero aceptaron su derrota porque la preferencia de Zaida era solo mujeres.

Imágenes de cortesía de Dreamstime no relacionadas con la historia.

 


Les volaron la cabeza

El hueco que hizo la retroexcavadora causó sorpresa a los trabajadores, debajo de la tierra un piso de concreto que al romperse dejó al descubierto los tentáculos del ser humano en su máxima expresión.

Osamentas que pertenecían a tres personas, cada una tenía un hueco en el cráneo, lo que infería que recibieron un balazo, cerca de uno de los restos había pulseras femeninas, lo también deducía que posiblemente había una mujer entre los ultimados.

Un terreno en Las Cumbres, Panamá, en plena vía Transístmica, fue comprado por el empresario chino-panameño José Lao, a un colombiano para construir un centro comercial moderno.



Se avisó a la policía, llegaron los peritos forenses y encontraron que el plan de ejecución extrajudicial fue casi perfecto con el fin de esconder el hecho punible.

Los expertos encontraron tres balas, restos o polvo de bolitas de alcanfor, una sustancia semisólida extraída de un árbol y que fue dispersada para evitar que se filtrara el olor de la descomposición de los cuerpos de las víctimas.

También hallaron cal u óxido de calcio para agilizar el periodo de putrefacción de los asesinados y encubrir el delito, no había ropa en el lugar, por lo que se presume que fueron desnudados antes de dispararles.

En poco tiempo las piezas del rompecabezas encajaban, el terreno lo vendió el colombiano John García al comerciante, siendo el primero detenido, por órdenes de la Fiscalía de Homicidios.

John no habló, se buscó el informe de desaparecidos, aunque corría el año 2004, había tres ciudadanos colombianos que viajaron a Panamá en el año 2000 y no se comunicaron con sus familiares en su nación.

Reina Rojas, de 24 años, su novio Augusto Ortegón, de 40 años, y Adolfo Duque, de 19 años, estaban reportados como desaparecidos, sus parientes viajaron al istmo para someterse a  pruebas de ADN y resultaron positivas.



Augusto era un narcotraficante de Pereira, Reina una de sus damiselas de compañía y Adolfo un aprendiz de traqueto que no vivió lo suficiente para hacer carrera en la mafia.

Tras presiones, John rompió el código de los narcotraficantes para confesar que prestó su propiedad a un paisano llamado Jairo Santiago, por 5 mil dólares, pero dijo no saber nada de los asesinatos.

Un hurto de 40 kilos de cocaína provocó la ira de Jairo y ordenó liquidar a los responsables, aunque tres años después el traqueto fue ultimado durante una guerra entre narcos en Risaralda.

El juez no le creyó a John, lo sentenciaron a purgar 30 años de prisión por los violentos asesinatos.

Lo que mal empieza mal termina porque entre narcos no hay clemencia ni perdón.

Imágenes cortesía de la Policía Nacional no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El teatro

Los compañeros de las clases de teatro en La Chorrera, Panamá, pensaban que un día Silvio y Silvia se arrojarían los guiones porque las rabietas entre los dos eran constantes.

Faltaba poco tiempo para terminar el taller de seis meses de clases sabatinas, sin embargo, las discusiones, miradas de odio, indirectas y directas, no se detenían entre los aspirantes a actores.

Alberto, el profesor de artes dramáticas, los reprendía a cada rato, aunque fuera del escenario rompía a reír ante las pataletas de Silvio y Silvia.

Silvio, soltero de 27 años, sin hijos, ingeniero en sistema de profesión, amaba el arte y solo quería satisfacción personal, mientras que Silvia, abogada, de 25 años, divorciada, con una niña de dos años, llena de complejos, baja autoestima y cierto grado de paranoia.



Cuando reñían sus camaradas no intervenían, solamente observaban la forma como intercambiaban miradas directamente hacia sus pupilas, así que el dueño del teatro tuvo que intervenir con amenazas de expulsión de los dos si continuaban.

Ella era excelente al bailar, sus movimientos corporales dejaban boquiabierto a los alumnos, sus manos nevadas eran aves, su sonrisa tan cautivadora y  sus ojos semejantes a un mar sereno.

Silvio, de raza negra, cautivaba con sus cambios vocales, ayudaba a sus compañeros a ejercitarse para respirar con el diafragma e impostar la voz.

Las peleas terminaron, sin embargo, Alberto escribió una nueva obra para la graduación titulada, Sombras de tristeza, en la que una chica es abandonada por su novio y la sociedad la cuestiona.

Silvia fue la protagonista y Silvio quien rescata a la damisela de las garras de la melancolía, lo que sorprendió al resto de los actores porque sabían que ambos se detestaban.

Juntar el agua y el aceite fue la solución perfecta porque trabajo es tal, las peleas no llevan nada bueno, los ensayos se hicieron, los principales solo se hablaban para el entrenamiento hasta que la obra fue puesta en función.



Repleto de familiares, amigos y desconocidos para los nuevos actores, la obra se puso en escena y fue todo un éxito.

Terminó todo, hubo, aplausos, palabras de los protagonistas secundarios y estelares, lágrimas, abrazos y momentos de compañerismo.

Silvio y Silvia se retiraron, nadie sabía dónde estaba hasta que el Alberto los vio escondidos, tomados de la mano, se miraban como adolescentes y posteriormente se besaron intensamente.

Zorro viejo sabe mucho, Alberto muy astuto, sabía que ese odio era amor disfrazado y cuando la pareja se dio cuenta que fueron pillados solo sonrieron.

La línea entre el odio y el amor y viceversa es delgada en extremo.

Fotografías cortesía de Cottobro Studio en Pexels. 

 

 

 

 

 

 

 

Buena y mala leche

 La buena suerte llegó donde  Alejandro Berrocal, un soldador panameño residente en Los Alamitos, California, quien emigró, no por trabajo, sino por amor a su novia de adolescencia, Gloria, a Estados Unidos.

Ambos arribaron a Los Ángeles, en el 2004, ella con el programa de intercambio de estudiantes y él para seguir a la mujer que le robó la calma desde el jardín de infancia en Los Santos, Panamá.

La familia que recibió a Gloria aceptó las visitas de Alex cuando terminaba su jornada laboral, a dos horas de distancia de la construcción donde trabaja, sin embargo, cuando el amor toca a la puerta todo es posible.

Un día Alex fue a Buena Park, compró un billete del Power Ball, no gustaba de los juegos de azar, pero Mario, un capataz mexicano, le instó a que adquiera la boleta porque la suerte es loca y a cualquiera le toca.



Para su suerte, el istmeño aceptó y acertó los números, un acontecimiento que cambiaría su vida inexorablemente.

El monto era de dos billones de dólares, pero libre de polvo y paja o los grandes impuestos que cobra Estados Unidos, el caballero recibió un cheque de 997 millones de dólares, lo que representaba una fortuna en cualquier lugar del mundo.

Se fue a celebrar con unos amigos a Las Vegas, su novia no asistió y en esa farra de fin de semana se gastó 400 mil dólares, en casinos, chicas hermosas, champaña y alimentos.

A los dos días cuando salió del banco, adquirió una vivienda con piscina, cinco cuartos, seis baños, vista al centro de la ciudad, de madera, con vidrios polarizados, un ascensor, tres plantas, sauna y un bar por la friolera suma de 25 millones de dólares.

El asunto no le gustó a Gloria, quien las primeras semanas disfrutó de la ganancia, aunque poco a poco Alex la fue apartando de su círculo, el hombre gastaba en lujosas tiendas, se iba a Bel Air a darse una vida de millonario y lo era porque poseía millones.

Un Porsche de 250 mil dólares, dos Mercedes Benz, cenas lujosas y viajes por todo el territorio estadounidense con gastos pagos a sus amigas y chicas lindas.

Se juntó con Bryan y James, dos anglosajones que se lo llevaron a Atlantic City, con Beth, una pelirroja bella, ojos azules, y Brenda, una de raza negra, con quien hacían tríos y toda clase de poncheras.



Al año el caballero llevaba gastados 300 millones de dólares en fiestas, mujeres, drogas, viajes, ropa costosa y otros lujos.

Gloria lo abandonó y regresó al istmo al terminar su intercambio, triste, dolida y con el alma partida en mil pedazos.

Cuando las finanzas de Alex tambalearon, sus amigos saltaron del barco, lo exprimieron y lo dejaron solo con varios millones de dólares por pagar.

Vendió la casa, sus vehículos y al final quedó viviendo en Pico Rivera, un barrio de obreros en el sur este de Los Ángeles.

Sin las estadounidenses que tanto lo lidiaron, terminó limpiando un almacén en el centro de LA.

El billete fue su buena y mala leche porque quedó limpio y solo.

Fotografía de Power Ball cortesía de Dreamstime.


Triple apuesta


Sebastián Prado estaba dispuesto a atacar a su vecina, una fémina soltera, de 25 años, la que consideró la mujer de su vida y aunque estaba casado, con dos hijas, de cinco y ocho años, esto no fue impedimento para lanzarse a la conquista de la dama.

La cortejó, le enviaba flores, chocolates y versos a la voluptuosa mujer, residente en el piso de abajo del edificio donde vivía Sebastián con su familia, en Vía Argentina, Panamá.

Todo con don Juan, pero amarrado por una ceremonia civil con una hermosa fémina, casi una reina de belleza, pero dicen por ahí que al hombre mujeriego solo lo vence los hijos o la edad.

Cuando el nuevo levante, de nombre Nohemí, cayó en las garras del caballero, se le fugaba a su mujer con el argumento de reuniones laborales o clientes a quienes vendía mercadería de lujo.



No vivían mal, ganaba aproximadamente dos mil dólares mensuales, las comisiones doblaban su salario, su esposa era arquitecta, así que en el hogar ingresaban más de 5 mil dólares los 15 y los 30 de cada mes.

El hombre trigueño enloqueció con su blanca princesa amante, sin embargo, se guardó el secreto que padecía de trastornos bipolares, pero su esposa sí sabía la condición, lo aceptó y lo auxilió al conocerlo.

Con el pasar de los meses, su mujer Sheila, estaba cabreada de las infidelidades de su pareja, le puso el ultimátum de quedarse con quien se matrimonió o su amante.

El hombre escogió a Nohemí, se mudaron a un apartamento pequeño en Obarrio, lo que generó que sus ingresos fuesen reducidos y una demanda de divorcio por adulterio, una de las siete causales para realizar un proceso de separación legal a la velocidad de la luz.

La nueva pareja tenía un apetito sexual impresionante, no obstante, Nohemí no trabajaba, tenía gustos caros,  Sebastián empezó a gastar dinero como loco y a sacar de su cuenta de ahorros.

Las tarjetas de crédito en un año casi llegaron al límite, fue entonces cuando Nohemí descubrió el secreto de su marido y rápidamente lo despachó porque no cargaría con una persona con esa afección.



Un día llegó al apartamento para descubrir que lo mudaron, Nohemí lo abandonó y desapareció.

Sebastián intentó reconciliarse con Sheila, pero su exesposa lo rebotó como una pelota de voleo.

El hombre terminó con deudas hasta el cuello, solo, sin esposa y el afecto de sus hijas, porque hizo una triple apuesta y perdió.

Fotografía de hombre cortesía de Alena Darmen y mujer de Moose Photos de Pexels.

El ángel de Temecula

Luego de terminar la novela con este título, John White descubrió quién era el responsable de la muerte de Arthur Green, un exgerente de una tienda de departamentos en Temecula, California.

Pasaron dos años desde su fallecimiento, en su cuerpo hallaron restos de fentanilo una potente droga y los investigadores argumentaron que se trataba de una sobredosis que sufrió la víctima.

La novela El ángel de Temecula contaba la historia de un hombre asesinado con pequeñas dosis del peligroso fármaco en bebidas y alimentos, lo que no causaría sospechas del fiscal de ese distrito californiano.



Aunque el homicida logró escabullirse de la ley, John encontró todas las posibles evidencias circunstanciales porque antes de morir la víctima cambió la póliza de seguros de vida, por un millón de dólares, de su esposa Hellen a su amigo Louis, algo extraño.

El investigador convenció a su jefe de una exhumación para encontrar más pistas al cuerpo del administrador, aunque en un principio este último lo consideró un caso cerrado, aceptó los argumentos.

Quizás de un novato que buscaba fama, sin embargo, John cortó el delgado hilo que existe entre la literatura y la realidad o hacer real o irreal.

Una pista de locura, no sabrían si el juez aceptaría la petición, la familia del muerto no quiso, pero al final el funcionario judicial ordenó un nuevo examen al cadáver.

Encontraron pequeños rastros de psilobicina, una droga que se extrae de un hongo y fentanilo.

También había retrato hablado de un sujeto rubio, ojos azules con poco cabello, nadie lo conocía, ni lo habían visto. Quizás el autor o sabía algo.



John se fue a casa de Hellen a preguntar, al tocar la puerta se impresionó con el caballero que abrió, su faz era similar al retrato hablado, cuando interrogó el hombre se identificó como Marc Sullivan, un jardinero.

La viuda lo recibió, le ofreció café, John pidió ir al inodoro, cuando entró llamó a la estación y pidió refuerzos.

A los 20 minutos, cuatro patrullas rodearon la casa, se llevaron a Marc y a Hellen, los interrogaron en cuartos separados, hasta que la mujer confesó ser la autora del delito, el hombre le suministraba la droga y Louis el intermediario para cobrar el seguro y partirlo en mitad con la dama.

John se rascaba la cabeza en el juicio, Hellen Withe era la autora de la novela, actuó como lo redactó en la obra.

A Marc le dieron diez años por distribuir sustancias ilícitas, mientras que a Hellen y Louis cadena perpetua sin posibilidad de salir en libertad condicional por homicidas.

La mujer de 40 años y su amante de 30 pasarían encerrados el resto de su vida, pero ella no tenía necesidad porque vendió 200 mil ejemplares del libro en sus tres primeros meses, aunque se convirtió en real asesina de El ángel de Temecula.

 

Fotografía de Temecula cortesía de Dreamstime y droga de Pixbay en Pexels.

 

 

 

 

Sorbo de placer en el Club Unión

Nadie dentro del famoso club del poder económico de Panamá se sorprendió cuando expulsaron a Gabriel Ivanov por actos inmorales un fin de semana en momentos que sus afiliados, entre ellos adolescentes y niños, disfrutaban de las diversas actividades.

El caballero era bisnieto de un ruso que huyó de la antigua Unión Soviética, se instaló en Colón y luego en la capital panameña, se juntó con unos griegos y empezaron a contrabandear mercancía de la desaparecida Zona del Canal.

Así logró amansar fortuna, se casó, contra la voluntad de la  familia de Amanda Díaz, socia del club y así logró entrar a la sociedad prestigiosa donde muchos quieren ser miembros, aunque no todos pueden.



Entretanto, los socios anonadados porque Gabriel gozaba de las felaciones realizadas por una amiga sudamericana, lo grabaron en video, le tomaron fotografías y el masculino ni les prestó atención.

Y es que el macho, es el reflejo de una sociedad en decadencia y un grupo poderoso que poco alcanza el brazo de la ley por tener conexiones políticas, económicas y sociales.

Extensiones fiscales, donantes de campañas políticas, contactos en el exterior, exprimir al Estado panameño, casi dioses o seres que nadie le pone un dedo encima para evitarse problemas.

Gabriel vive de las acciones que tiene su familia en varias empresas, trabaja en un banco de sus parientes, su salario es simbólico porque no le falta plata ni se preocupa porque le cortarán la energía eléctrica o el internet.

Como le daba igual, la chica seguía con su trabajo, el caballero fumaba un cigarrillo y bebía vino tinto de a 15 dólares la copa.

Lo miraban con odio y rabia, quizás alguno de ellos se demandaban entre si  judicialmente por hacer asambleas brujas de accionistas para despojarse de las acciones, compañías o tierras.

De todo un poco porque los locos, drogadictos, pedófilos y pillos no solo los encuentras en El Chorrillo, Juan Díaz o Barraza, sino entre la alcurnia o los que mandan en Panamá.



Gabriel tomó su notificación de expulsión del club, no se ocultó como otros que evitan ser informados cuando los sacan por falta de pagos a las cuotas y se fue en su lujoso carro a su residencia.

Su delito fue actuar en público, argumenta que quienes lo critican hacen peores cosas en sus fincas o casas de playas, mientras que algunas damas le son infieles a sus esposos y salen en la televisión promoviendo valores.

Al hombre no le interesa nada. Todos son seres humanos, lo que demuestra que, tanto el individuo que vive en una choza como los que residen en palacetes, pecan a montón.

Imagen de mansión cortesía de Oleksandr Pidvalnyi de Pexels.

 

 

Y se lo cortó

 Carmenza no soportaba más la situación que atravesaba con su marido, el abogado Kenneth, quien delante de la cortina era todo un esposo modelo, cariñoso, amoroso y aspirante a tener descendientes.

Se conocieron cuando ambos cursaban la carrera leyes en la universidad, ella abandonó los estudios por razones económicas, mientras que él sí siguió hasta diplomarse y laborar en una prestigiosa firma forense con jugosos ingresos.

Un reencuentro sorpresa en un almacén de ropa de alcurnia, donde la fémina laboraba como vendedora, Kenneth la reconoció, la abordó e invitó a almorzar para recordar viejos tiempos.

Los encuentros esporádicos se hicieron frecuentes, se mezclaron los besos, las esmeraldas pupilas de la fémina apuntaban hacia la petrolera cabellera y ojos del masculino.



Ambos cuerpos se unían en mañanas, tardes o noches de sed gigantesca de amor, no había pausa, pocos momentos de descanso y en esa época llovía felicidad porque toda escoba nueva barre bien.

Se instalaron en un apartamento en calle 64 San Francisco, de la capital panameña, moderno, con área social, piscina, barbacoa, cerca de supermercados y gran cantidad de centros de diversión nocturnos.

Cuatro meses después de vivir juntos, sus manos se juntaron en un juzgado de familia para unir sus almas legalmente.

Sin embargo, Kenneth cambió en su totalidad, las órdenes de Stalin eran nada para su forma de gobernar el hogar con humillaciones, insultos, maltratos psicológicos y hasta su puño de acero para hacer su cumplir su voluntad.

Carmenza encerrada, casi sin salir, por un dictamen de su esposo transformado en un cíclope, un Nosferatu con traje de calle o Pazuzu graduado de la universidad.

Una noche, Kenneth llegó, abrió la puerta, le reclamó en la cocina una infidelidad inexistente de su esposa, la tomó por los cabellos, la arrojó al suelo y le propinó un puntapié que le destrozó los dientes frontales.



La desventaja del masculino fue estar pasado de tragos, se encueró para hacer el amor a la fuerza, Carmenza se negó, lo empujó, tomó un cuchillo y lo escondió detrás de su espalda.

Quiso obligarla a hacer felaciones, la esposa hastiada de ser una pelota de balompié,  le cortó la verga de un solo tajo a su marido.

Los gritos provocaron que la policía tumbara la puerta, una ambulancia llevó al abogado al hospital donde le pegaron su aparato reproductor de a milagro.

Carmenza quedó presa, pero en la audiencia le dieron calle, la juez dictaminó que necesitaba tratamiento psicológico ante el maltrato y el hombre quedó detenido en el hospital.

Ella supo defenderse como mujer, esposa y ser humano, además tuvo el coraje  y se lo cortó.

 Fotos cortesía de Rdne Stock Project y Pixbay en Pexels.

 

Elenita, la malcriada

Cuando la chiquilla de 12 años desapareció de la finca de los Alcázar, en Las Minas, Panamá, todo el pueblo y las autoridades la buscaron afanosamente e incluso traspasaron los límites de la provincia herrerana y nada de hallarla.

Su madre Patricia lloraba, a pesar de que la hacía sufrir mucho por las constantes malcriadeces y desplantes con las visitas, delante de los peones o de la familia.

La mujer recordaba los hermosos ojos miel de su descendiente, cuando le peinaba sus castaños cabellos y enjabonaba su blanca piel al ser una bebita de meses, pero en ese momento solo sonreía en su imaginación.



Patricia, junto con su marido Felipe, atravesaron difíciles momentos porque no podían procrear, y tras siete años de tratamiento logró nacer Elenita y la criaron como una princesa.

Creía que todo se lo merecía, en el colegio no la soportaban los maestros, ni los compañeros, fue necesario sacarla del plantel y contratar una maestra privada para cumplir su etapa escolar.

Le encantaba llevar el palo donde anotaban con rayas la cantidad de peones que trabajaban, aunque no los marcaba a todos para que alguno se quedara sin comida y burlarse.

Entretanto, casi todos los habitantes del pueblo la buscaban, por los ríos, las fincas privadas, el monte y un trabajador de Darién estaba bajo los barrotes como sospechoso de privar de la libertad a la preadolescente.

Mientras eso ocurría, en una cueva lejos del poblado, Elenita estaba sentada en una silla, amarrada, con un pañuelo en la boca para evitar los gritos y los ojos vendados.

Oía voces que le preguntaban la razón de su mal comportamiento, no lograba identificar a sus captores que la sorprendieron camino hacia unos sembradíos de arroz en tierras de su papá.

Su rostro se tornó ladrillo por el susto y la lluvia que no se detenía en su faz, de pronto alguien le dijo que podía hablar con la condición de que no gritase, obedeció, prometió no ser más grosera y  malcriada con sus padres y con los peones de la finca.

Elenita escuchó risas, percibió un olor a guiso y sintió el calor del fuego. Parece que los desconocidos cocinaban.



Pidió no ser el almuerzo, la niña padecía de hambre, dos días sin probar un bocado o una gota de agua, el terror de ser capturada y la conciencia le hicieron bajar de peso.

El cansancio la venció, a las tres horas abrió sus ojos, era libre, caminó hacia la luz de la cueva, un inclemente sol, lejos de su pueblo y llegó hasta una quebrada donde al beber agua se desmayó.

Uno de los trabajadores la encontró, la llevó cargada hasta la casa de sus padres, luego la trasladaron a una clínica a Chitré.

Su cuerpo, manos, dedos y espalda marcados, quizás por la soga que fue atada muy fuerte, pero el hombre que la halló le entregó a Felipe, una hoja de trébol que no crecen en esa zona y estaba en el bolsillo de la camisa de Elenita.

El humilde darienita preso fue liberado, indemnizado y contratado por Felipe por la vergüenza de culpar a un inocente.

La jovencita cambió su comportamiento, sin embargo, en Las Minas se corrió la voz de que los duendes se la llevaron por mal portada y solo así aprendió la lección, de lo contrario la próxima vez sería la cena.

Fotografía de trébol cortesía de Elías Tigiser de Pexels y Las Minas de Dreamstime.