Carmenza no soportaba más la situación que atravesaba con su marido, el abogado Kenneth, quien delante de la cortina era todo un esposo modelo, cariñoso, amoroso y aspirante a tener descendientes.
Se conocieron cuando
ambos cursaban la carrera leyes en la universidad, ella abandonó los estudios
por razones económicas, mientras que él sí siguió hasta diplomarse y laborar en
una prestigiosa firma forense con jugosos ingresos.
Un reencuentro sorpresa
en un almacén de ropa de alcurnia, donde la fémina laboraba como vendedora,
Kenneth la reconoció, la abordó e invitó a almorzar para recordar viejos
tiempos.
Los encuentros
esporádicos se hicieron frecuentes, se mezclaron los besos, las esmeraldas pupilas
de la fémina apuntaban hacia la petrolera cabellera y ojos del masculino.
Ambos cuerpos se unían en
mañanas, tardes o noches de sed gigantesca de amor, no había pausa, pocos momentos
de descanso y en esa época llovía felicidad porque toda escoba nueva barre
bien.
Se instalaron en un
apartamento en calle 64 San Francisco, de la capital panameña, moderno, con
área social, piscina, barbacoa, cerca de supermercados y gran cantidad de
centros de diversión nocturnos.
Cuatro meses después de
vivir juntos, sus manos se juntaron en un juzgado de familia para unir sus
almas legalmente.
Sin embargo, Kenneth
cambió en su totalidad, las órdenes de Stalin eran nada para su forma de
gobernar el hogar con humillaciones, insultos, maltratos psicológicos y hasta
su puño de acero para hacer su cumplir su voluntad.
Carmenza encerrada, casi
sin salir, por un dictamen de su esposo transformado en un cíclope, un
Nosferatu con traje de calle o Pazuzu graduado de la universidad.
Una noche, Kenneth llegó,
abrió la puerta, le reclamó en la cocina una infidelidad inexistente de su
esposa, la tomó por los cabellos, la arrojó al suelo y le propinó un puntapié que
le destrozó los dientes frontales.
La desventaja del
masculino fue estar pasado de tragos, se encueró para hacer el amor a la
fuerza, Carmenza se negó, lo empujó, tomó un cuchillo y lo escondió detrás de
su espalda.
Quiso obligarla a hacer
felaciones, la esposa hastiada de ser una pelota de balompié, le cortó la
verga de un solo tajo a su marido.
Los gritos provocaron que
la policía tumbara la puerta, una ambulancia llevó al abogado al hospital donde
le pegaron su aparato reproductor de a milagro.
Carmenza quedó presa,
pero en la audiencia le dieron calle, la juez dictaminó que necesitaba
tratamiento psicológico ante el maltrato y el hombre quedó detenido en el
hospital.
Ella supo defenderse como
mujer, esposa y ser humano, además tuvo el coraje y se lo cortó.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario