La Nicaragüense

Cuando abrí la puerta, que muy poco llaman en mi casa, quedé boquiabierto con lo que tenía frente a mis pardos ojos.

Era mi vecina Giselle, que laboraba en la casa de atrás como nana de unas gemelas que residían con sus padres, quienes nunca me daban los buenos días porque se creían millonarios en un barrio de clase media.

Gisselle vino a buscar algo de azúcar, le abrí, la invité a pasar, no lo rechazó, la dama olió  unas costillas de cerdo, al vino y con jengibre que cocinaba.

—Qué rico huele vecino—.

—Cuando esté listo la aviso para que venga a comer, pero que sus patrones no se den cuenta—.



—Tranquilo vecino, se fueron para la playa—.

La centroamericana me encantaba, en las tardes la miraba al pasear las bebitas que cuidaba, observaba sus curvas, su negra caballera y su trasero cómo se movía al ritmo de sus pasos.

Ella sabía que le gusto, sonrió y se sentó en sofá, me puse algo nervioso, aunque me tomó de la mano.

—Vos sos atractivo vecino—.

Quedé mudo al mirar su vestimenta, un pantaloncillo blanco que apenas cubría, dejaba al mundo sus pálidas, carnes, sus senos pequeños y se encendieron mis deseos.

La extranjera no perdió tiempo, me tomó de la mano para besarme, estaba en el paraíso, mis dedos recorrieron su piel y la intensidad de la pasión era como un terremoto.

Allí mismo, en la sala, quedamos en traje de Adán y Eva, corrí a la recámara a buscar un preservativo, me lo puso y de inmediato se sentó sobre la ametralladora.

Fue algo rápido y fabuloso, me apretó fuerte, acariciaba sus pechos y me mordía levemente mis labios.



En poco tiempo la ametralladora disparó las balas, grité y ella me imitó.

Se vistió, me regaló un ósculo de un minuto y dijo que volvería cuando tuviese oportunidad.

Sin embargo, a la semana me enteré de que la deportaron de Panamá por no tener documentos en regla, así que me quedé con ganas de más.

Me localizó por las redes sociales y quedamos en que viajaría a Managua para la revancha.

Esa fue la historia con mi vecina la nicaragüense.

Fotografías de Cotonbro Studio y Aboodi Vesekaran de Pexels.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ejecutado extrajudicialmente

Tony Murphy era temido, tanto por las facciones católicas como las protestantes del Ulster, caminaba con escoltas en Derry o Londonderry, en Irlanda del Norte, un dolor de cabeza del Servicio Secreto británico y para cualquiera que desafiara su posición o instrucción.

No conocía la piedad, sus ojos verdes no bailaban al momento de ordenar el asesinato de traidores, testigos o quienes no apoyaran la causa católica contra 800 años de colonialismo británico.

Pasó unas cuatro veces por prisión, sin embargo, sus abogados ágilmente lo sacaban de los barrotes, no cumplió ninguna sentencia completa por porte de armas ilegal, rebelión y una por asaltar un banco con el fin de obtener dinero para la causa irlandesa.

Todo un revolucionario, aunque no tenía problemas con la cúpula del Ejército Republicano Irlandés (IRA por sus siglas en inglés), algunas facciones lo odiaban por su modus operandi en el Ulster.



En la republicana Irlanda no era bien visto por sus métodos brutales de represalias y venganzas e incluso sus exnovias que lo dejaban recibían golpizas por parte de las huestes del revolucionario.

Sus decisiones ya tenían harto a los líderes del IRA, quienes, en una clandestina reunión, como lo hacían normalmente, abordaron el tema y ordenaron su ejecución de inmediata, sin embargo, para no mancharse la sangre, le pasaron el dato a los terroristas protestantes.

La novedad llegó hasta las oficinas del Servicio Secreto británico en Londres, sus sapos y agentes en Belfast.

Un sábado 22 de mayo, en 1976, Tony se bajó de un vehículo para ingresar a un bar, sus escoltas no sospecharon nada, el terrorista iba con una mujer pelirroja, vestida con un diablo fuerte azul, una gorra verde y camiseta blanca.

Tony se detuvo a saludar al guarda de la puerta del negocio, cuando un punto rojo se dibujó en su frente.



Primero cayó, luego sonó el disparo, sus escoltas voltearon, dispararon a una ventana del edificio, el asesino bajó las escaleras, salió por la parte trasera del inmueble donde lo esperaba un camión de mudanzas, es ocultó atrás y el vehículo abandonó la zona.

El blanco cuerpo de Tony quedó teñido de sangre, su camiseta verde corría el ladrillo líquido y hasta sus rubios cabellos se mezclaron los ríos rojos del suelo.

No hubo investigación, reclamos, nadie vio nada, ni tampoco escuchó, los simpatizantes del IRA, salieron del bar, miraron y entraron.

Fue una ejecución extrajudicial, no obstante, ni Tony ni su familia o su facción se enteró si la bala vino del IRA, del Servicio Secreto Británico o de los terroristas protestantes.

Fotos de Wikipedia y Gdtography de Pexels.


La Reina de Móstoles

La vida del solterón Octavio Pinzón, de 31 años, cambió en su totalidad al ganarse un pasaje ida y vuelta a Madrid, España, más mil dólares de gastos, porque este mundo es una caja de sorpresas.

Se resistía a viajar por temor a los aviones, así que al vendedor de automóviles sus amigos le metieron varios tragos de vodka antes de subir al aparato, de lo contrario habría perdido el billete y el dinero del premio.

Sus ojos pardos se cerraron apenas la aeronave despegó, sus manos canelas se agarraron fuerte de asiento, mientras mascaba goma para evitar que se le cerraran los tímpanos, como suele ocurrir cuando se levanta el vuelo.

Tras las nueve horas y 55 minutos que duró el viaje, andaba con el reloj biológico enredado por las siete horas de diferencia entre Madrid y Panamá.

Se hospedó en el hostal Cuatro Caminos, de la calle Artistas1120, 22820, donde durmió un rato y posteriormente salió a caminar para disfrutar de la capital española.



Sin conocer a nadie, Octavio se sentó en la banca en un parque a fumar hasta que una chica le dijo que eso era prohibido, además que si lo pillaban lo multarían.

La dama era Noelia Ruiz, 28 años, oriunda de Andalucía, pero laboraba en un restaurante como camarera, residía en Móstoles, un barrio pobre de Madrid.

El istmeño quedó prendido, se disculpó con el cigarrillo, ella se dio cuenta de que era extranjero por el acento, Octavio le explicó que necesitaba un guía por la metrópoli, que la ayudara y la fémina aceptó.

La chica con sus ojos miel y su piel blanca como la espuma, enloqueció con el extranjero, platicaron y se marcharon.

En medio del bullicio madrileño, la dama le contó parte de la historia de la ciudad, su bandera con el oso y el madroño, entre otras cosas.

Toda la semana que estuvo Octavio en Madrid, salió con Noelia, a comer y luego a intercambiar fluidos y nadar entre los pechos de la hermosa madrileña.

Le encantaba acariciar los cabellos castaños oscuros de la mujer, mientras que Noelia, orgullosa tomaba de la mano a su novio cuando caminaban.

Con su cabello negro y su barba de candado, Octavio parecía más un palestino o jordano que un americano, él de clase media y ella de origen humilde, pero felices.



Al regresar a Panamá, eran frecuentes las llamadas por WhatsApp en las madrugadas, hasta que Octavio la invitó a conocer el istmo, así que Noelia se enamoró del calor panameño y del mar.

Un año después de conocerse, ella viajó por segunda ocasión a Panamá y en un acto de locura, dirían algunos, se casaron por lo civil y se instalaron en un apartamento en Betania.

Con los conocimientos culinarios del matrimonio, abrieron una pequeña fonda de comida hispano-panameña con inmensa demanda.

Diez años después del periplo, Octavio y Noelia siguen juntos con un hijo, sin ni siquiera imaginarse ella que, por advertir a un extranjero que no fumara en un parque, terminaría casada con él.

La vida se la entregó al istmeño y este no desaprovechó la oportunidad de ser feliz con la reina de Móstoles.

Fotografía de la bandera de Madrid de Wikipedia y modelo de Jo Kassis de Pexels.


Muñeca Extorsionadora

Los integrantes del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalística (Cicp) del estado venezolano de Aragua, quedaron boquiabiertos ante la voluptuosa mujer que detuvieron por presunta extorsión.

Hasta dos damas inspectoras se sorprendieron de la hermosura de la fémina, aunque pasada por el quirófano para aumentar el volumen de sus senos y traseros, era imposible no mirarla.

Sobre Aymée Salazar, pesaba dos denuncias hechas por diplomáticos, uno de Japón y otro egipcio, quienes se quejaron de las actividades delincuenciales de la chama, al usar sus encantos femeninos para sacarles dinero.



El modus operandi de Aymée era la de promocionarse en las redes sociales, ofrecer su escultural figura a cambio de dólares, muy escasos en Venezuela, lo que enganchaba a algunos políticos del partido gobernante, empresarios y diplomáticos.

La mujer grababa en videos los encuentros sexuales sin el consentimiento de sus víctimas para posteriormente exigir dinero en la moneda estadounidense, de lo contrario divulgaría el momento sexual en las redes que sociales que lo permitían.

Una estrategia bien planificada de la fémina de cabello negro azabache, ojos pardos y blanca piel como la leche, debido a que sus víctimas eran caballeros casados, lo que hacía más fácil comprar el silencio.

Muchos de sus clientes asustados cayeron en la trampa de la víbora, entregaron plata para callarla, no obstante, cuando el activo circulante se terminaba, los llamaba de nuevo para exigir más.

Al denunciante japonés le quitó unos 5 mil dólares, mientras que al egipcio una suma similar hasta que no soportaron la situación y la denunciaron ante las autoridades.



El abogado de Aymée argumentó que no era ninguna extorsión, sino que se trataba de ayuda económica de los amantes de la dama, sin embargo, el fiscal no le creyó ni una sola palabra.

Los vecinos de la delincuente se escandalizaron, sabían de su vida de prostituta, pero no la de extorsionadora.

Imputada por el delito de extorsión, los primeros días lloraba sin parar en la cárcel y una de las internas le aconsejó que se preparara porque pasaría un largo tiempo durmiendo entre los barrotes.

El lucrativo negocio se le derrumbó como un edificio de naipes porque quien de la espada vive por la espada muere.

 

 

 

 

Mi Suegra Atractiva

Mi matrimonio terminó en divorcio, posteriormente de que mi esposa me sorprendiera en la cama con su madre, un 25 de diciembre de 1998, luego de una fiesta ostentosa en una casa de playa.

No tengo la culpa, ella es muy linda, con figura escultural, cabello blanco, una mirada que hurta corazones, caminado coqueto, una boca deseada y pechos gigantescos que provocan escalarlos.

Desde que mi exesposa me la presentó, sentí cierta electricidad por ella, a la dama también le gusté, aunque ambos guardamos distancia durante los cinco años que duró el casamiento con Martina, mi antigua pareja.



No tuvimos hijos por un problema mío genético, no obstante, superamos esa barrera mediante el diálogo, planeamos adoptar una niña o niño hasta que ocurrió lo impensable.

Mi suegra Lucrecia no vestía provocativa cuando nos visitaba, al contrario, siempre ropa usaba holgada, poco se maquillaba y se alejaba de mí, pero en el fondo de nuestros corazones nos amábamos.

Solo un día estaba medio ebria, en la cocina me dio un beso en la boca, mi exesposa se duchaba, no descubrió nada y despertó en mí el deseo de arrastrarla a la cama hasta dejarla sin energías.

Durante esa Nochebuena, arrendamos una casa en Gorgona, Panamá Oeste, llevamos comidas, bebidas, boquitas, una bocina para música y colchonetas extras por si alguien iba de imprevisto.

Había como 20 personas, todas con viviendas cercanas a la que arrendamos, así que bailamos, nos alimentamos, bebimos cerveza, ron, güisqui y vino hasta quedar casi inconscientes.

Martina se emborrachó, se durmió en el sofá, los invitados se fueron y solamente quedamos los tres.

Lucrecia y yo aguantamos mucho licor, así que nos dirigimos a una de las habitaciones a lo que ya ustedes se imaginan



Mi exsuegra tiene 50 años y yo 35, pero el sexo fue tan intenso que quien quedó cansado fui yo, tanto que me dormí al lado de la madre de mi expareja.

Martina se levantó temprano, no me vio junto a ella, pensó que estaba en la piscina, fue a buscarme, pero nada y al dirigirse al cuarto, abrió la puerta para observarnos a ambos en traje de Adán y Eva, durmiendo a pierna suelta

Lo demás es historia. 

Ahora soy el novio de mi exsuegra que se siente orgullosa de su pollito, mientras que mi exmujer sigue en los tribunales peleando los bienes que adquirimos durante el matrimonio.

Todo por no resistir la tentación una noche de mi suegra atractiva y no me arrepiento.

Imágenes de Cotton Bro Studio y Nicole Michalou de Pexels.

 

 

 

 

 

El Esposo de mi Tía

Cuando mi tía se casó con su novio, yo tenía 15 años, desde que lo vi en la fiesta quedé flechada, sentí ganas de besarlo intensamente, aunque poco podía hacer una quinceañera con un masculino de 25 años por ser una relación ilícita.

Él con cuerpo de atleta, piel canela, mis ojos miel se hipnotizaban al observar sus oscuras pupilas, lo deseaba con toda mi alma, pero no era mi tiempo, así que decidí esperar el momento adecuado.

Ya con 18 años, las visitas de la hermana de mi madre y su marido, eran poco frecuentes porque mi tía sospechaba algo, él siempre me respetó, nunca se sobrepasó y no me miraba.

Eso era lo que más me encantaba de Alberto, un administrador de la fábrica de embutidos David, Chiriquí, soñaba con acariciar su piel canela y que nadara en mi nevada epidermis y que llegara la tormenta de intercambio de fluidos.



Tuve dos novios cuando estudiaba arquitectura, ambos me propusieron matrimonio, los rechacé porque jamás olvidé al esposo de mi tía que robaba mi calma desde mi adolescencia.

—Antonella aún no quiere casarse—, fue mi respuesta antes las propuestas de llevarme al juzgado o al altar.

El asunto fue que pasaron diez años, ya graduada y con un novio, me encontré en un centro comercial a Alberto, me saludó, lo invité a tomar un café con el fin de charlar.

Ya sabía que vivía juntos, pero no revueltos con mi tía, cada uno hacía su vida porque no se separaban por los hijos. El matrimonio estaba acabado en su totalidad y afortunadamente no fui la causante del fracaso de la pareja.

A los dos meses empezaron los encuentros clandestinos, el mayor que yo diez años, no obstante, con su experiencia se elevaba al paraíso cuando acariciaba las cimas de mis montañas.

Era experto en conducir la locomotora al túnel fronterizo y con el tiempo me preñó porque le dije que me cuidaba con la píldora y nunca la utilicé.



Mi tía ahora me detesta, una vez me reclamó por robar su marido, pero respondí que no cargaba responsabilidad alguna. Ella lo perdió y yo aparecí por casualidad.

Alberto se mudó conmigo a Boquete, donde laboro en un proyecto de viviendas y él viaja a David a la fábrica.

No me remuerde la conciencia porque no hice nada malo, mi único delito fue enamorarme de un hombre ajeno, sin embargo, aclaro que jamás intervine para que el matrimonio de mi ahora marido se fuese a pique.

En la vida se debe tener paciencia, esperé más de diez años y obtuve el amor que tanto aspiraba.

Fotografía de Cottonbro Studio de Pexels.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Casa Maldita

La familia Fernández se encontraba feliz de su nueva vivienda en Escazú, San José, Costa Rica, de 425 metros de terreno 320 de construcción, cuatro recámaras, tres baños y uno para la mucama.

Pintada de blanco por fuera y azul por dentro, contaba con terraza, jardinería, un espacio para asados o reuniones sociales, con dos plantas, cocina, lavandería y otras comodidades que todos quisieran poseer en su hogar.

Alberto de 35 años, su esposa Mariana, de 30, sus hijas Teresa, de 10 y Manuela, de ocho años, felices de su propiedad, gracias a los 50 millones de dólares en la lotería de la Florida, Estados Unidos que el padre y esposo ganó, al comprar el billete por internet.

Un técnico en reparación de computadoras, un trabajador calificado y su mujer, una profesora de matemáticas, pasaron a ser de la clase obrera a millonarios en un abrir y cerrar de ojos.



La vivienda llevaba cuatro años sin que nadie la comprara, por casi 500 mil dólares, un precio ni alto ni bajo para las mansiones de la zona, sin embargo, alguien finiquitara con la empresa vendedora.

A los cuatro meses de residir, los Fernández sintieron que algo no estaba bien porque el matrimonio inició pleitos por temas sin importancias, además las unidas hermanas empezaron a rivalizar.

Unidos y desunidos, voces en las noches, los muebles que se movían o volaban sin haber alguien responsable por ello.

Manuela le comentó a sus papás que en ocasiones veía una sombra que la llamaba a cruzar un pasadizo donde se observaba neblina.

Ante el temor que un espíritu, fantasma o ente se llevara a sus descendientes, el matrimonio buscó ayuda católica, el cura Luis se presentó en la propiedad y de inmediato sintió una fuerza maligna en la sala y todas las habitaciones.

Roció agua bendita, una sombra en forma de águila salió de la pared de la cocina, subió las escaleras, fue cuando el sacerdote le pidió a la familia que la abandonaran hasta que se autorizara un exorcismo.

 


Con el visto bueno de la iglesia, Luis se enfrentó al animal que no era más que un cubano fallecido de un infarto mientras realizaba prácticas de magia negra en la casa.

No le hicieron ritual religioso y su alma se transformó en un demonio por toda la vivienda, por lo que espantaba a quienes la arrendaban o alquilaban. La consideraba su cementerio.

Al sacerdote y sus dos asistentes no les fue fácil, tomó seis semanas en expulsar al espíritu maligno para que la familia pudiese regresar.

Las malas lenguas afirman que cuando se hacen prácticas paganas en casas, los espíritus cobran vidas y nunca se marchan totalmente.

Tras el calvario, los Fernández vivieron su vida normal y sin apariciones demoníacas.

 

Ataque desde Panamá

Los vecinos del poblado de Sapzurro, en el departamento colombiano de Chocó, escucharon la voz de un rebelde que solicitaba los miembros de la Policía Nacional que se rindieran porque estaban rodeados.

Un lugar con menos de 600 habitantes, turístico y caribeño, de paso para ingresar a La Miel, en Panamá, por donde los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) subieron hasta la cima de la colina y desde el istmo colocaron sus posiciones.

—Rendirnos sin pelear nunca—, se escuchó la voz del jefe de la estación de policía.

Los insurgentes ordenaron a los residentes cercanos al objetivo que abandonaran sus casas porque empezaría el tiroteo de no haber una bandera blanca, pero nunca la izaron.

Inició el tiroteo con armas rusas AK-47, granadas y cilindros de gas como morteros, los uniformados respondieron a la guerrilla con las armas vendidas por EEUU.



Un país atrapado desde los años 60, entre la guerra fría, los rebeldes para imponer el sistema que Moscú quería, mientras que, desde el Palacio de Nariño, los gobiernos defendían el capitalismo de Washington.

Colombia ponía los muertos, y la desaparecida Unión Soviética y Estados Unidos las armas para derramar sangre.

Entretanto, los residentes de La Miel, sabían que al atacar desde Panamá la guerrilla, los miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) los visitarían para pasar factura.

Del lado colombiano, no paraban las balas, ya había varios muertos, tanto de la izquierda como la derecha, campesinos, pescadores y gente de escasos recuerdos que entraban al ejército, muchos, por razones económicas y en la guerrilla por voluntad o reclutados a la fuerza.

El ataque inició a las 0:20 a.m. y ya eran las 6:35 a.m., pero las balas viajaban de un bando al otro hasta que los agentes del orden público se rindieron porque se quedaron sin municiones para defender su posición.

Los pobladores horrorizados como sucede en tiempos de guerra.



El cura de Sapzurro tuvo que intervenir para que la insurgencia no ejecutara extrajudicialmente a los policías, no tenían opción de hacerlos prisioneros, así que los dejaron irse hasta Capurganá, no sin antes enterrar a sus compañeros de armas muertos.

Hubo un revuelo en La Miel, sus habitantes huyeron a Puerto Obaldía, en Guna Yala, ante el temor una masacre de la ultraderecha, el gobierno panameño intervino y dejó un puesto policial permanente en el pueblo.

También un pacto secreto entre las Farc y las autoridades istmeñas para que no usaran el país como centro de operaciones, solamente para descansar en la selvática Darién cuando el ejército los perseguía.

La gente volvió a la Miel, a los meses se reconstruyó el cuartel de Sapzurro, sin embargo, los vecinos aún recuerdan el sonido de las balas y los cilindros de gas, además de las palabras ríndanse y nunca, hijos de puta guerrilleros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Parricidio

Ramón Montero tenía harto a sus familiares porque cada vez que se aparecía ebrio le propinaba a su esposa una tunda de golpes que la dejaban marcas, la boca rota y su autoestima por el subsuelo.

Sus hijos Ramoncito, de 14 años, y Rosita, de diez, veían los fines de semana la escena cuando el ganadero soltaba la fortaleza de su puño de acero contra Rosa, su mujer, con quien llevaba doce años de casado.

Los vecinos no se atrevían a denunciar al varón porque tenía influencias con el alcalde, los representantes y poderosos del distrito de Chepo, así que Rosa debía aguantar los golpes de su marido.

Ramón criaba ganado porcino y bovino, sembraba arroz y maíz, su mujer fue empleada de su finca, sin embargo, el hombre la humillaba y la trataba con los pies por ser de origen humilde.



Todo un machista de primera categoría, mujeriego, promiscuo e incluso le transmitió gonorrea a su esposa por andar de unicornio con la primera mujer que se colocara frente a él.

La dama solo callaba, lloraba, buscaba una salida al laberinto lleno de demonios machistas, del maltrato psicológico y físico de su esposo, aunque no encontraba una solución a su larga guerra.

El asunto es que la actitud del padre fue germinando un odio de su hijo Ramoncito, quien planificó acabar de una vez el sufrimiento de la autora de sus días.

Le aconsejó que dejara a su papá, pero ante el terror de buscarla en cualquier lugar, Rosa se negaba en medio de un lago de lágrimas y desesperación.

Ante la negativa de su madre, el primogénito tomó su decisión. No aguantaba ver a su mamá recibir trompadas a diestra y siniestra.

Un sábado Ramón se fue para una competencia de enlaces de terneros, se pegó una borrachera, al retornar a la casa llamó a Rosa para reclamar falsos celos de un empleado de la finca.

El primer golpe impactó en el ojo izquierdo de la mujer, cayó al piso de la cocina, posteriormente vino una patada en el estómago y se presentaron los descendientes del matrimonio para ayudar a su madre.



Ramón amenazó con darles correazos a ambos si intervenían porque era un asunto de adultos, sin embargo, Ramoncito no soportó, tomó un cuchillo de diez centímetros y lo hundió en el estómago de su papá.

Una vez adentro, lo movió en forma horizontal, lo que dejó los órganos internos del maltratador destruidos.

El cuerpo de Ramón quedó en suelo de la cocina, con un afluente rojo y los ojos abiertos.

La policía detuvo al homicida, en el juicio le metieron diez años por asesinato, mientras que la defensa logró que la última instancia o la Sala Segunda Penal de la Corte Suprema de Justicia decretara nulo el juicio con el fin de realizar uno nuevo.

En este último, lo declararon inocente, el Ministerio Público no apeló, aunque salió libre cinco años después con 21 años, los traumas sufridos no son fáciles de eliminar.

La familia se mudó a Chiriquí para hacer una vida e intentar olvidar al padre violento.

Fotos cortesía de Karolina Grabowska y Pixabay en Pexels.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Autoengañada

El gran San Miguelito de Panamá era peinado por unidades de la Policía Nacional (PN), en busca de una bebita de diez días, llevada sin la autorización de la madre en el Centro de Salud de Santa Librada, el lunes 11 de diciembre del año 2000.

La joven mamá, identificada como Silvia, de 21 años, laboraba como cajera en una cadena de supermercados, dama que llevó a su hija al centro de salud para una revisión médica, sin embargo, le entró ganas de hacer necesidades del aparato digestivo.

Silvia le pidió el favor a una adolescente que cuidase a la bebé unos minutos mientras iba al inodoro, sin embargo, al retornar la chica desapareció con la recién nacida.



La nueva madre llamó a su marido, se fueron a la Policía Técnica Judicial (PTJ) a presentar la denuncia, lo que provocó un operativo en todo el país con el fin de hallar a la nena que aún no tenía nombre.

Se intervino el teléfono fijo de Silvia y su marido Alfredo para rastrear una posible solicitud de rescate, algo que algunos policías dudaban porque la pareja residía en la casa de los abuelos maternos de la criatura y no eran pudientes.

Pasaron tres días y nada, el peligro latente de sacarla del país, los funcionarios de la Dirección Nacional de Migración en el año 2000, estaban alertas en puertos, aeropuertos y en Paso Canoas que limita con Costa Rica para evitarlo.

Tensión en todo Panamá, la televisión, la radio y los periódicos no soltaban el tema, hasta que un joven de 17 años, apodado Cletín, se presentó en la estación de la Policía en Pacora, Panamá Este.

Con la información que proporcionó se hizo un allanamiento en una casa de precaristas, mientras los vecinos observan sorprendidos cuando una mujer policía cargaba en sus brazos a la bebé.

Fue llevada a revisión médica, intacta, sana y salva.

La responsable del delito fue una menor de 16 años, con aspecto corporal de 20, de quienes los investigadores se reservaron el nombre por su edad y la identificaron como Juana 1.



Ella era la novia de Cletín, le dijo que estaba embarazada para que se fueran a vivir juntos, el caballero se negó, luego Juana 1 se paseó por hospitales y algunos centros de salud hasta que vio a Silvia.

Cletín les contó a las autoridades que su exnovia se presentó a su casa con una bebé en brazos diciendo que era la hija de ambos, él no le creyó porque en los nueve meses de su ausencia se enteró de que nadie la vio con el vientre elevado.

Juana 1 fue llevada a un centro de detención de menores y a Medicina Legal para un tratamiento psiquiátrico, mientras se desarrollaban las investigaciones.

El autoengaño no le funcionó, y la niña fue registrada con el nombre de Milagros.

 Fotografías ilustrativas cortesía de la Policía Nacional no relacionadas con la historia.

 

Plantada, pero no derrotada

Sorprendidos, enojados, cabreados, tristes y furiosos estaban los familiares de María Victoria Huertas, una bogotana de 25 años, novia del estadounidense Arthur Castle, con quien se casaría en una ceremonia católica, tras un noviazgo rápido de tres meses.

La novia, con su fabuloso traje blanco, con finos encajes, una cola de un metro y medio de largo, lloraba, mientras la concurrencia observaba cómo se destruía la vida de la ingeniera en sistemas, en la iglesia de Cristo Rey, ubicada en la calle 98 con Carrera 18#23, en el norte de la capital colombiana.



Pelinegra, ojos verdes, delgada, su belleza no ocultaba el océano en sus pupilas, luego de sentirse burlada, humillada, mancillada y abandonada.

El extranjero sencillamente no se presentó en la iglesia, no se comunicó con su prometida, ni sus familiares, la tierra se lo tragó o abandonó el territorio colombiano a escondidas.

Para el 2009, los secuestros en ese país se redujeron notablemente, por lo que cuando se comunicaron con un funcionario consular de la embajada de Estados Unidos, dijo no saber nada de su paisano, así que se dudaba de una privación de libertad.

Sin embargo, María Victoria le sacó el cuerpo de la situación, se quitó la corona y el velo, les informó a los invitados que la fiesta se realizará con o sin el novio, no importara que la dejasen plantada en el altar.

Todos cargaron a un salón del Hotel Tequendama porque sus padres eran oficiales de la Armada Nacional, así que allí se desarrolló un rumbón.

La dama se secó las lágrimas, se cambió de ropa, borraron el nombre de Arthur en los letreros de felicidades para dejar solo el de la novia.



Bailó con sus padres, su hermano, quienes iban a ser los padrinos, vecinos, antiguas compañeras de la Universidad San Judas Tadeo, donde se diplomó como ingeniera en sistemas y con otros invitados.

Se pegó una juma, disfrutó, no obstante, solamente lloró en la habitación del hotel que reservó.

Lo que sería la luna de miel en San Andrés, se convirtió en un periplo para meditar sobre su futuro. Viajó sola, pasó las verdes y maduras, posteriormente retornó a sus faenas laborales.

María Victoria tardó dos años en enterrar ese suceso, con el tiempo se encontró con un antiguo compañero del colegio La Salle de Bogotá, con quien se empató y se casó.

A la fémina la dejaron plantada, pero no derrotada.

Fotos cortesía de Oleksandr Pidvalnyi y Picjumbo de Pexels.


Pequeño y conquistador

En Los Andes #2 residía, Johnny, un laopecillo de 25 años, quien laboraba como tallador en un casino de la Vía España, en la capital panameña, los varones del barrio le envidiaban por las conquistas del caballero.

Con apenas 1.62 metros de estatura, blanco, calvo, ojos pardos y delgado, su especialidad era levantar damas voluptuosas, la mayoría de ellas clientes del centro de entretenimiento donde trabajaba.

Todas rubias o blancas, pelinegras, sexys, atractivas, la gente se preguntaba cómo el caballero hacía para levantar semejantes monumentos del sexo contrario y el varón tenía su secreto.

Andaba con dos o tres al mismo tiempo, era un don Juan, sin hijos, nunca estuvo casado, ni unido, prefería la soltería porque no resistía compromiso alguno, amaba su libertad.



Su madre le aconsejaba que se cuidara porque existen muchas enfermedades sexuales, tampoco era aconsejable engañar a las féminas porque con los sentimientos no se juega y podría ser peligroso.

Una mujer, alegaba la autora de los días de Johnny, cuando es atacada en su orgullo, es tan peligrosa como una manada de lobos hambrientos, aunque el jovencito no obedecía.

Entre esas noches de labor, Johnny conocío a Karla Huber, una austriaca de padre nigeriano, mestiza, linda, cabello rubio ensortijado, ojos verdes y piel blanca.

Al principio la mujer se moría de la risa al ver el tamaño del hombre, hablaba nuestro idioma con acento español porque vivió en Málaga cuatro años y se trasladó a Panamá por negocios.

Sin embargo, el hombre era jocoso, galante y con una kilométrica labia, lo que le encantó a la europea, posteriormente aceptó irse a otro casino para parrandear.

Los clientes miraban sorprendidos a la pareja dispareja por el tamaño, aunque eso no fue impedimento y llegaron hasta el colchón.

Ambos quedaron enamorados desde el primer momento, el alérgico al matrimonio quedó con ganas de llevarse al altar a la austríaca, sin embargo, a los diez días la mujer regresó a Viena.



Triste, con toneladas de cabanga, Johnny ya no fue el mismo, trabajaba normalmente, transcurrió un año y la mujer nunca lo contactó, por lo que le partió el corazón.

Un domingo en la noche, el antiguo don Juan terminó su turno, salía del casino cuando Karla se le apareció en los estacionamientos, el hombre quedó mudo y las lágrimas se le salieron.

—Perdón por desaparecer, tengo muchas cosas que contarte—.

—No tengo nada que hacer contigo. Me engañaste—.

Un diluvio inició en los verdes ojos de la extranjera.

—¿Te casas conmigo y nos vamos a Viena? —.

Un beso, selló el romance de la pareja dispareja, el conquistador fue atrapado y sus días de farra terminaron.

Imágenes cortesía de Luana Freitas de Pexels y Cottonbro Studios de Pexels no relacionadas con el relato.