La vida del solterón Octavio Pinzón, de 31 años, cambió en su totalidad al ganarse un pasaje ida y vuelta a Madrid, España, más mil dólares de gastos, porque este mundo es una caja de sorpresas.
Se resistía a viajar por temor a los aviones, así que
al vendedor de automóviles sus amigos le metieron varios tragos de vodka antes
de subir al aparato, de lo contrario habría perdido el billete y el dinero del
premio.
Sus ojos pardos se cerraron apenas la aeronave despegó,
sus manos canelas se agarraron fuerte de asiento, mientras mascaba goma para
evitar que se le cerraran los tímpanos, como suele ocurrir cuando se levanta el vuelo.
Tras las nueve horas y 55 minutos que duró el viaje,
andaba con el reloj biológico enredado por las siete horas de diferencia entre Madrid
y Panamá.
Se hospedó en el hostal Cuatro Caminos, de la calle Artistas1120,
22820, donde durmió un rato y posteriormente salió a caminar para disfrutar de la
capital española.
Sin conocer a nadie, Octavio se sentó en la banca en un
parque a fumar hasta que una chica le dijo que eso era prohibido, además que si
lo pillaban lo multarían.
La dama era Noelia Ruiz, 28 años, oriunda de Andalucía,
pero laboraba en un restaurante como camarera, residía en Móstoles, un barrio
pobre de Madrid.
El istmeño quedó prendido, se disculpó con el
cigarrillo, ella se dio cuenta de que era extranjero por el acento, Octavio le
explicó que necesitaba un guía por la metrópoli, que la ayudara y la fémina
aceptó.
La chica con sus ojos miel y su piel blanca como la
espuma, enloqueció con el extranjero, platicaron y se marcharon.
En medio del bullicio madrileño, la dama le contó
parte de la historia de la ciudad, su bandera con el oso y el madroño, entre
otras cosas.
Toda la semana que estuvo Octavio en Madrid, salió con
Noelia, a comer y luego a intercambiar fluidos y nadar entre los
pechos de la hermosa madrileña.
Le encantaba acariciar los cabellos castaños oscuros de
la mujer, mientras que Noelia, orgullosa tomaba de la mano a su novio cuando
caminaban.
Con su cabello negro y su barba de candado, Octavio parecía más un
palestino o jordano que un americano, él de clase media y ella de origen
humilde, pero felices.
Al regresar a Panamá, eran frecuentes las llamadas por
WhatsApp en las madrugadas, hasta que Octavio la invitó a conocer el istmo, así que
Noelia se enamoró del calor panameño y del mar.
Un año después de conocerse, ella viajó por segunda
ocasión a Panamá y en un acto de locura, dirían algunos, se casaron por lo
civil y se instalaron en un apartamento en Betania.
Con los conocimientos culinarios del matrimonio, abrieron
una pequeña fonda de comida hispano-panameña con inmensa demanda.
Diez años después del periplo, Octavio y Noelia siguen
juntos con un hijo, sin ni siquiera imaginarse ella que, por advertir a un
extranjero que no fumara en un parque, terminaría casada con él.
La vida se la entregó al istmeño y este no desaprovechó
la oportunidad de ser feliz con la reina de Móstoles.
Fotografía de la bandera de Madrid de Wikipedia y
modelo de Jo Kassis de Pexels.
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