En Los Andes #2 residía, Johnny, un laopecillo de 25 años, quien laboraba como tallador en un casino de la Vía España, en la capital panameña, los varones del barrio le envidiaban por las conquistas del caballero.
Con apenas 1.62 metros de estatura, blanco, calvo,
ojos pardos y delgado, su especialidad era levantar damas voluptuosas, la mayoría
de ellas clientes del centro de entretenimiento donde trabajaba.
Todas rubias o blancas, pelinegras, sexys, atractivas,
la gente se preguntaba cómo el caballero hacía para levantar semejantes
monumentos del sexo contrario y el varón tenía su secreto.
Andaba con dos o tres al mismo tiempo, era un don Juan,
sin hijos, nunca estuvo casado, ni unido, prefería la soltería porque no resistía
compromiso alguno, amaba su libertad.
Su madre le aconsejaba que se cuidara porque existen
muchas enfermedades sexuales, tampoco era aconsejable engañar a las féminas
porque con los sentimientos no se juega y podría ser peligroso.
Una mujer, alegaba la autora de los días de Johnny,
cuando es atacada en su orgullo, es tan peligrosa como una manada de lobos
hambrientos, aunque el jovencito no obedecía.
Entre esas noches de labor, Johnny conocío a Karla Huber,
una austriaca de padre nigeriano, mestiza, linda, cabello rubio ensortijado,
ojos verdes y piel blanca.
Al principio la mujer se moría de la risa al ver el
tamaño del hombre, hablaba nuestro idioma con acento español porque vivió en Málaga
cuatro años y se trasladó a Panamá por negocios.
Sin embargo, el hombre era jocoso, galante y con una
kilométrica labia, lo que le encantó a la europea, posteriormente aceptó irse a
otro casino para parrandear.
Los clientes miraban sorprendidos a la pareja
dispareja por el tamaño, aunque eso no fue impedimento y llegaron hasta el colchón.
Ambos quedaron enamorados desde el primer momento, el
alérgico al matrimonio quedó con ganas de llevarse al altar a la austríaca, sin
embargo, a los diez días la mujer regresó a Viena.
Un domingo en la noche, el antiguo don Juan terminó su
turno, salía del casino cuando Karla se le apareció en los estacionamientos, el
hombre quedó mudo y las lágrimas se le salieron.
—Perdón por desaparecer, tengo muchas cosas que
contarte—.
—No tengo nada que hacer contigo. Me engañaste—.
Un diluvio inició en los verdes ojos de la extranjera.
—¿Te casas conmigo y nos vamos a Viena? —.
Un beso, selló el romance de la pareja dispareja, el
conquistador fue atrapado y sus días de farra terminaron.
Imágenes cortesía de Luana Freitas de Pexels y Cottonbro Studios de Pexels no relacionadas con el relato.
Puro amor internacional 💓💓
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