La Casa Maldita

La familia Fernández se encontraba feliz de su nueva vivienda en Escazú, San José, Costa Rica, de 425 metros de terreno 320 de construcción, cuatro recámaras, tres baños y uno para la mucama.

Pintada de blanco por fuera y azul por dentro, contaba con terraza, jardinería, un espacio para asados o reuniones sociales, con dos plantas, cocina, lavandería y otras comodidades que todos quisieran poseer en su hogar.

Alberto de 35 años, su esposa Mariana, de 30, sus hijas Teresa, de 10 y Manuela, de ocho años, felices de su propiedad, gracias a los 50 millones de dólares en la lotería de la Florida, Estados Unidos que el padre y esposo ganó, al comprar el billete por internet.

Un técnico en reparación de computadoras, un trabajador calificado y su mujer, una profesora de matemáticas, pasaron a ser de la clase obrera a millonarios en un abrir y cerrar de ojos.



La vivienda llevaba cuatro años sin que nadie la comprara, por casi 500 mil dólares, un precio ni alto ni bajo para las mansiones de la zona, sin embargo, alguien finiquitara con la empresa vendedora.

A los cuatro meses de residir, los Fernández sintieron que algo no estaba bien porque el matrimonio inició pleitos por temas sin importancias, además las unidas hermanas empezaron a rivalizar.

Unidos y desunidos, voces en las noches, los muebles que se movían o volaban sin haber alguien responsable por ello.

Manuela le comentó a sus papás que en ocasiones veía una sombra que la llamaba a cruzar un pasadizo donde se observaba neblina.

Ante el temor que un espíritu, fantasma o ente se llevara a sus descendientes, el matrimonio buscó ayuda católica, el cura Luis se presentó en la propiedad y de inmediato sintió una fuerza maligna en la sala y todas las habitaciones.

Roció agua bendita, una sombra en forma de águila salió de la pared de la cocina, subió las escaleras, fue cuando el sacerdote le pidió a la familia que la abandonaran hasta que se autorizara un exorcismo.

 


Con el visto bueno de la iglesia, Luis se enfrentó al animal que no era más que un cubano fallecido de un infarto mientras realizaba prácticas de magia negra en la casa.

No le hicieron ritual religioso y su alma se transformó en un demonio por toda la vivienda, por lo que espantaba a quienes la arrendaban o alquilaban. La consideraba su cementerio.

Al sacerdote y sus dos asistentes no les fue fácil, tomó seis semanas en expulsar al espíritu maligno para que la familia pudiese regresar.

Las malas lenguas afirman que cuando se hacen prácticas paganas en casas, los espíritus cobran vidas y nunca se marchan totalmente.

Tras el calvario, los Fernández vivieron su vida normal y sin apariciones demoníacas.

 

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