Ramón Montero tenía harto a sus familiares porque cada vez que se aparecía ebrio le propinaba a su esposa una tunda de golpes que la dejaban marcas, la boca rota y su autoestima por el subsuelo.
Sus hijos Ramoncito, de 14 años, y Rosita, de diez, veían los fines de
semana la escena cuando el ganadero soltaba la fortaleza de su puño de acero
contra Rosa, su mujer, con quien llevaba doce años de casado.
Los vecinos no se atrevían a denunciar al varón porque tenía influencias
con el alcalde, los representantes y poderosos del distrito de Chepo, así que
Rosa debía aguantar los golpes de su marido.
Ramón criaba ganado porcino y bovino, sembraba arroz y maíz, su mujer fue
empleada de su finca, sin embargo, el hombre la humillaba y la trataba con los
pies por ser de origen humilde.
Todo un machista de primera categoría, mujeriego, promiscuo e incluso le
transmitió gonorrea a su esposa por andar de unicornio con la primera mujer que
se colocara frente a él.
La dama solo callaba, lloraba, buscaba una salida al laberinto lleno de
demonios machistas, del maltrato psicológico y físico de su esposo, aunque no
encontraba una solución a su larga guerra.
El asunto es que la actitud del padre fue germinando un odio de su hijo Ramoncito,
quien planificó acabar de una vez el sufrimiento de la autora de sus días.
Le aconsejó que dejara a su papá, pero ante el terror de buscarla en cualquier
lugar, Rosa se negaba en medio de un lago de lágrimas y desesperación.
Ante la negativa de su madre, el primogénito tomó su decisión. No aguantaba
ver a su mamá recibir trompadas a diestra y siniestra.
Un sábado Ramón se fue para una competencia de enlaces de terneros, se pegó
una borrachera, al retornar a la casa llamó a Rosa para reclamar falsos celos de un
empleado de la finca.
El primer golpe impactó en el ojo izquierdo de la mujer, cayó al piso de la
cocina, posteriormente vino una patada en el estómago y se presentaron los
descendientes del matrimonio para ayudar a su madre.
Ramón amenazó con darles correazos a ambos si intervenían porque era un
asunto de adultos, sin embargo, Ramoncito no soportó, tomó un cuchillo de diez
centímetros y lo hundió en el estómago de su papá.
Una vez adentro, lo movió en forma horizontal, lo que dejó los órganos internos del maltratador destruidos.
El cuerpo de Ramón quedó en suelo de la cocina, con un afluente rojo y los
ojos abiertos.
La policía detuvo al homicida, en el juicio le metieron diez años por
asesinato, mientras que la defensa logró que la última instancia o la Sala Segunda
Penal de la Corte Suprema de Justicia decretara nulo el juicio con el fin de
realizar uno nuevo.
En este último, lo declararon inocente, el Ministerio Público no apeló,
aunque salió libre cinco años después con 21 años, los traumas sufridos no son
fáciles de eliminar.
La familia se mudó a Chiriquí para hacer una vida e intentar olvidar al
padre violento.
Fotos cortesía de Karolina Grabowska y Pixabay en Pexels.
Nunca he entendido por qué un hombre golpea a una mujer que tiene menos fuerza. Y tampoco a la mujer que al primer golpe no se aleja de él. Esos golpes inician desde el noviazgo, no es que después de diez años se volvió loco. Triste, triste porque la mujer a esa altura le tiene un terror al esposo.
ResponderBorrar