Secuelas de una guerra

Posteriormente de regresar de Vietnam a Nueva York, el cabo Marc Hernández, trajo las secuelas de un frente de guerra, víctima del agente naranja, un pesticida utilizado por las tropas estadounidenses para acabar con los inmensos bosques del país asiático.

La idea era encontrar los escondites del Viet Cong, sin embargo, los propios soldados libertadores fueron blanco del plaguicida por su mal manipulación o sencillamente estaban en las zonas donde lo rociaban.

Corría el año 1971, había conversaciones de paz entre Estados Unidos y Vietnam del Norte, se redujo la cantidad de tropas norteamericanas en el teatro de operaciones, mientras que miles de boricuas retornaron a la isla o al territorio continental estadounidense.

Estrés postraumático, locura temporal o permanente, recuerdos turbios, pesadillas y enfermedades derivadas del agente naranja fue la herencia de los llamados a luchar por sorteos parecidos al de la lotería.



Hernández, estaba casado con la panameña Flor Pérez, chiricana, quien se acostumbró a los gritos nocturnos de su marido cuando se levantaba de la cama para llamar a sus camaradas de guerra.

Su mente viajaba hacia la selva en Vietnam para gritar palabras fuertes en inglés, mencionar los apellidos Collins, Méndez, Smith, Daly y otros, algunos caídos en combate.

El caballero, alto, de cabello negro, blanco y ojos miel, con figura de leñador se sentaba en una esquina de la cama o de la pared a llorar a sus amigos asesinados por las balas enemigas o las mortales trampas.

Puerto Rico es un Estado Libre Asociado de Estados Unidos, un término muy lindo para no llamarlo colonia, desde 1898 pasó de España a los norteamericanos y hasta marzo de 1917, tras 19 años de no ser ni uno ni otro, les dieron la ciudadanía de EE. UU.

Esto no fue gratis, sino para reclutarlos con el fin de enviarlos al  frente contra Alemania, y varias guerras después, los boricuas corren la misma suerte.

Hernández, como otros paisanos suyos, ven la solución de sus apuros económicos en ingresar al ejército de Estados Unidos.

Mientras que, entre tratamiento psiquiátrico y medicinas, se cuidaba al paciente o quizás debió estar en un sanatorio mental, pero el Departamento de Defensa hizo recortes presupuestarios a sus veteranos.



Como resultaba muy caro vivir en la Gran Manzana, Hernández y Flor, decidieron arrendar un apartamento en El Cangrejo, en la ciudad de Panamá, con sus hijos Marc y Susan, de 17 y 19 años.

Tenían una vida cómoda económicamente, sin embargo, los ataques de locura del veterano no se detenían, lo que asustó a sus vecinos y luego se acostumbraron.

Susan ya grande y con temor a una tragedia, adquirió un revólver 38 que escondió de su papá, aunque el soldado retirado halló el arma de fuego.

Un 1 de abril de 1999, cuando los rayos del sol apenas despertaban, Hernández se levantó, llamó a sus compañeros del frente, al no escuchar respuesta, corrió a la pieza de su hija y tomó el arma.

Le gritó fuck Viet Cong, le pegó dos tiros a su primogénita, se fue al cuarto de su hijo e hizo lo mismo y por último caminó hacia la habitación nupcial, donde su aterrada esposa le suplicaba please, don´t shot .

El antiguo soldado abrió fuego contra su mujer (creyó que todos eran el enemigo) y al final  puso el arma en su sien derecha para no rendirse ante su adversario militar. Se mató.

Las muertes fueron parte de las secuelas de una guerra.

La literatura erótica

Cuando empecé a escribir el novelette, La Madrastra Sexi, fue toda una odisea, primero porque nació de un relato para este blog, posteriormente cambié de opinión para convertirla en relato y al final terminó como una novela corta.

Fue mi experimento de obra literaria escrita en primera persona, en el cual se describen fuertes escenas de sexo, sin embargo, utilicé los recursos literarios de metáforas en la historia.

Insisto que cada literato tiene su estilo, leí algunos escritos relacionados con este subgénero de la novela y varios colegas redactan como dicen en mi Panamá a calzón quita’o.



Pero, detrás de una portada sugestiva y con títulos llamativos, este subgénero tiene mucho más que relatos eróticos de senos, traseros, aparatos reproductores, semen o posiciones sexuales.

Hay auténticas historias, muchas de ellas basadas en hechos reales, que trasladan al lector a prisiones, familias desastrosas, parientes malévolos, compañeros de trabajo acosadores o narraciones de prostitución.

Claro, quizás muchos piensen a quién le interesa la vida de una trota calles, sin embargo, ellas tienen numerosas anécdotas que contar, sufren, lloran, ríen y sus clientes les confiesan hasta el modo de ir al baño.

Con el paso del tiempo, la literatura erótica dejó de ser un tabú para colocarse en las librerías de los distintos países, donde nuestras sociedades hipócritas veían esos libros como herejía, pero a lo escondido los leían.

En el caso de La Madrastra Sexi, ya hay un segundo tomo, el primero fue publicado en diciembre de 2022, en la plataforma de Amazon para tapa blanda y digital, además importé ejemplares a Panamá con el fin de distribuirlos.

La literatura erótica  es millonaria en reales y auténticas historias que llegaron para afincarse entre los lectores. ¡Les encantará!

 

 

 

 

Asesinados en la Gran Manzana

Facundo y Lilian, era una pareja que logró salir de la pobreza, se hicieron novios en calle 25, corregimiento de Calidonia, fueron vecinos, estudiaron en la escuela República de Venezuela, en el Instituto Nacional y en la Facultad de Derecho de la Universidad de Panamá.

Con tantos años de conocerse, al diplomarse obtuvieron plazas laborares en distintas firmas de abogados, se casaron y adquirieron una vivienda en Betania, donde de niños jamás pensaron vivir.

De orígenes humildes, les ocurrió lo que les pasa a muchas personas que vienen de abajo, suben algunos peldaños en la escalera de la vida, cambiaron en su totalidad y se creían millonarios.

Nunca regresaron a su antiguo barrio, si se encontraban en la calle con algún antiguo vecino lo ignoraban, matricularon a sus hijos en un plantel carísimo, viajes, joyas, vehículos todoterreno y otros caprichos.



El matrimonio encerró en una caja fuerte sus raíces y la humildad, posteriormente lo arrojaron al mar de su nuevo modus vivendi.

Gastaban más de lo que ganaban, pero siempre conseguían clientes para tapar su economía, se encontraban en la raya entre las deudas y pagarlas, a pesar de que lucraban con su excelente cerebro.

Facundo y Lilian, eran pro estadounidenses, nunca habían viajado a Nueva York, Estados Unidos y se les ocurrió irse en febrero de 2007 a la Gran Manzana.

Hablaban mucho que Panamá no tenía buenas carreteras, que los políticos se robaban la plata, entre otras críticas contra su país, mientras que de Estados Unidos todo era perfecto, tecnología de punta, calles lindas y limpias.

Rica comida, hoteles preciosos y numerosa población étnica.

Se montaron en el avión, al llegar al vuelo directo a Nueva York, lo primero fue que el agente de migración casi no deja entrar a Facundo, por ser de piel canela, cabello crespo y ojos pardos.

Al final, ingresaron al hotel, subieron las maletas, descansaron y se fueron a cenar a un restaurante.

En momentos que cenaban, cuatro adolescentes protagonizaron un tiroteo por asuntos de territorios y drogas, Lilian y su marido se arrojaron al piso para no ser heridos.

A Facundo ya no le gustaba el asunto, su esposa insistía en ir al Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad y lo convenció.



El lugar precioso, amplio con pinturas, esculturas junto con piezas arqueológicas, lo que aprovechó Lilian para atacar el de Panamá.

—Papi, el museo de Panamá es un cuarto comparado con esto—.

Lo que no descubrió la pareja que a su lado había un hombre blanco, de casi dos metros de altura, ojos azules, rubio de unos 40 años, ex infante de marina, identificado como Louis Taylor, quien se molestó al escucharlos hablar castellano.

—It´s United States. The people here speak english—, gritó.

Les gritó vulgaridades en inglés y se les acercó, Facundo se colocó delante de su mujer, el estadounidense le metió un puñetazo que lo dejó en suelo, sacó un puñal y lo introdujo unas seis veces para matar al canalero.

Luego fue con la mujer, quien no se movió del terror, a los diez minutos, dos muertos y el supremacista blanco, embarrado de la sangre de los dos trigueños panameños asesinados.

Ambos volvieron en una bolsa, su sueño fue ir a la Gran Manzana, pero no regresaron vivos para contar su historia, sino que lo hicieron los cables internacionales de prensa.

 

Imágenes cortesía de Seva Kruhlov y Rodnae Productions.

Salvada de 'a pelo'

María Clemencia Escobar, lloró durante los tres días que estuvo detenida en la cárcel preventiva del edificio Avesa, en la vía España, ciudad de Panamá, luego de un allanamiento donde la capturaron y a sus patronos.

La fémina laboraba como doméstica en la vivienda de la familia Rojas, oriunda de Bogotá, mientras que ella los conoció en esa urbe donde hacía las mismas faenas y decidieron traerla al istmo.

En la vivienda de 600 metros cuadrados, dos plantas, piscina y otros lujos, los funcionarios de instrucción y la Policía Técnica Judicial (PTJ), encontraron 200 quilos de cocaína y cargaron con todos los habitantes de la propiedad.

En el año 2000, en Panamá se regía por el Sistema Penal Inquisitivo, así que el Ministerio Público tenía inmenso poder, además cuando se trataba de delitos relacionados con drogas, difícilmente conseguías casa por cárcel o país por cárcel.



Debías demostrar que eras inocente, aunque estuvieses en una fiesta y hallaran sustancias ilegales, y no al revés, como dice la Constitución, que toda persona es inocente hasta que judicialmente se demuestre lo contrario.

El rostro blanco de la cachaca, se enrojecía de las lágrimas, ella no se acostumbraba a estar encerrada primero en Avesa, donde funcionan las Fiscalías de Drogas y posteriormente en el Centro Femenino de Rehabilitación.

Los magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) analizaban un habeas corpus que presentó su abogado y la mujer llevaba tres meses detenida.

En cinco declaraciones de indagatoria, los mafiosos testimoniaron que los Rojas la trajeron desde la capital de Colombia para que atendiera la vivienda.

Sus patrones afirmaron que en la habitación donde hallaron los estupefacientes, María Clemencia tenía prohibido ingresar, obvio porque se daría cuenta de las andanzas de sus jefes.

Posteriormente de cinco meses presa, los magistrados declararon ilegal la detención de la joven de 23 años, le dieron país por cárcel hasta que se realizara la audiencia preliminar para que un juez decidiera si la sobreseía o la imputaba.



Su novio, Jahir López, un carpintero que hizo trabajos en la casa de los Rojas, fue el que la recibió a la salida de prisión.

Bajó 30 libras, su cabello castaño se mantenía, se notaba demacrada, triste, abatida y derrotada por tanto tiempo encerrada con lesbianas, asesinas, mulas, cancheras y mafiosas.

Como no tenía donde quedarse, se instaló en la casa de su pareja, quien vivía con su madre en el corregimiento de Don Bosco, en la periferia de la capital, lugar donde crearon su nido de amor y la fémina quedó embarazada.

Los ojos miel de la dama, miraban los pardos del padre de su hijo, una pareja café con leche, porque el caballero es trigueño, cabello negro y baja estatura, se dieron el sí en un juzgado de Familia.

María Clemencia tuvo que esperar tres años para que el juez, durante la audiencia preliminar, dictaminara su sobreseimiento definitivo y el representante del Ministerio Público no apeló.

La humilde mujer llegó a Panamá a trabajar para ayudar a su familia, pero conoció el terror y el amor, en su máxima expresión.

El miedo en los escritores

Sin duda alguna los literatos tenemos debilidades y fortalezas, una de ellas son las consecuencias de pensar tanto en temas demoníacos, de miedo, terror, horror y tragedias de la novela negra.

Miedo y pesadillas, son parte de lo que sentimos, principalmente cuando se trata de obras literarias relacionadas con exorcismo, espíritus malignos, portales y lo paranormal porque nuestro subconsciente trabaja.

Confieso que cuando redactaba el I tomo de la novela, El Exorcista de Vacamonte, tenía pesadillas porque antes de dormir mi cerebro trabaja en lo que escribiré al día siguiente en el manuscrito.



Demonios, laberintos con personas huyendo de figuras diabólicas, destrucción, muerte, fuego, dragones, duendes, personajes mitológicos modernos, cementerios, gente poseída, guerras, armas de fuego, terremotos, tsunamis y otros desastres naturales están en nuestra mente.

He platicado con otros escritores, algunos me dicen que sí han sentido miedo y tenido pesadillas, algunos las utilizan e incluyen en sus obras, mientras que otros sencillamente la perfeccionan para sacarle filo a una historia.

Mi primera obra publicada fue La Isla Camila, cuya trama es de una aventura de terror de 10 marineros en un territorio insular en el Pacífico panameño, nació de una pesadilla.

En el Exorcista de Vacamonte I, el capítulo IX, titulado, El peligroso dragón se originó de un sueño junto con otras partes de la novela.



Por su parte, en el relato La Bruja de Poás, estaba año pasado en San Pedro de Poás, Costa Rica, donde mi hermana, cuando sentí una madrugada, brujas que caminaban sobre el tejado

Salí al patio delantero, vi las ramas de los árboles moverse, fuerte viendo y mucho frío, estaba preñado de terror y miedo, pero me quedé un rato para pensar qué redactaría.

Dicen que los creativos estamos tostados de la cabeza o locos, puede ser, pero usamos nuestros obstáculos para sacar ventaja y crear historias.

Vencer el miedo es el reto a seguir para lograr el triunfo.

Imágenes cortesía de Dreamstime.

 

 

 

 

 


Fetiche óbito

Macedonio Manizales, era un hombre casado, con 35 años, ejecutivo de una transnacional, ocupaba el cargo de vicepresidente de Mercadeo y Comunicaciones de la empresa Gaseosas Panameñas S.A., residía en Playa Dorada, Vacamonte, una elegante urbanización, ubicada en Panamá Oeste.

Casado con la francesa Delphine Girard, quien era gerente de un hotel en la capital panameña, de 30 años, cabello negro, corto, ojos verdes y preciosos, blanca y delgada como una modelo.

El matrimonio tenía la parejita conformada por Andrea, de 7 años y Jean Louis, de 3 años, llevaban una vida normal como todo matrimonio de clase media alta panameño, se daban algunos lujos y viajaban.

Macedonio, blanco, era delgado, alto, cabello negro, ojos pardos, un don Juan durante sus años mozos y guardaba un secreto o un fetiche que nunca logró hacer, sin embargo, esperaba el momento adecuado para practicarlo.



En la empresa tenía un romance con una secretaria de 23 años, identificada como Mariana Salazar, de raza negra, muy atractiva, cabello teñido de color cobrizo, ojos oscuros y pocotona, lo que la hacía blanco de muchos ataques masculinos para llevarla a la cama.

Mariana se sentía feliz siendo el segundo frente del ejecutivo, aunque desconocía las intenciones que su novio llevaba por dentro.

Un día el vehículo de Macedonio se descompuso, llamó a la grúa y se lo llevaron al taller, como la reparación duraría tres días, rentaría un automóvil, no obstante, debía moverse de Loma Cová, donde quedó varado, hasta La Chorrera.

Tomó un pirata, con un conductor que aparentaba inclinaciones homosexuales, ambos platicaron y Macedonio confesó que su fetiche era estar con dos travestis, uno para que le hiciera felación y otro para succionar sus pechos.

El conductor, con nombre de Alfredo, le dijo que conocía a dos que le cobraban 100 dólares por el trío, Macedonio dudó por un momento y aceptó el trato.

A los 40 minutos, estaban los dos travestis con Macedonio en una casa de ocasión u motel de la Interamericana.



El caballero feliz, después de tanto tiempo, cumplió su sueño, mientras un travesti le hacía la felación, mamaba los senos del otro y lo besaba muy apasionado.

Un gusto extraño, mucha gente lo tiene, pero con una esposa linda y una amante voluptuosa, no había nada que pedir, pero así somos de inconformes los seres humanos porque miramos al patio ajeno.

El travesti blanco era quien hacía la felación, mientras que uno de piel canela era quien se dejaba acariciar los senos y besarse.

Posteriormente, entre los tres intercambiaron fluidos, mientras que el trigueño empezó a masturbar a Macedonio hasta que el volcán hizo erupción de lava blanca.

Satisfechos bebieron vino, reían y continuaron los besos.

Al día siguiente, el guapetón apareció desnudo y muerto a golpes en la Interamericana, lo drogaron, hicieron que retirara 500 dólares de un cajero en La Chorrera, le quitaron joyas y la ropa.

Macedonio se fue de este mundo sin estar consciente, su cuerpo fue trasladado a la morgue del hospital Nicolás Solano, donde una europea preciosa lloró al  ver el cadáver de su marido.

A los dos meses, los travestis fueron capturados

 

Samantha, la abogada sexi

La dama de 35 años, luchaba desde hacía tiempo por hacerse un nombre entre los litigantes de la provincia de Colón, Panamá, y no era nada fácil porque su aspecto corporal llamaba la atención hasta de las féminas.

Cabello negro, largo, ojos pardos, piel canela, sonrisa espectacular y cuerpo escultural, era de carácter fuerte e intentaba quitarse a los varones y las lesbianas que la atacaban muy duro para conquistarla.

Divorciada con dos hijas, su padre laboraba como carpintero, mientras que su madre, una maestra que amaba su profesión, criaron a sus descendientes en un ambiente tan turbio y peligroso como el de la calle 5, de la ciudad antiguamente llamada Aspinwall.

Samantha Levy, se graduó de abogada, inició sus pininos en el Órgano Judicial, como escribiente, luego oficial mayor y al aprender, decidió irse a litigar, además tuvo un problema con un acosador compañero en el juzgado.



Cabreada que el masculino la ladillara para acostarse con él, una vez le hizo un gesto vulgar, Samantha sin titubear le metió una bofetada y el mismo día dimitió a su plaza laboral, a pesar de los consejos de sus padres.

Madre soltera, su antiguo esposo le daba la pensión para sus hijas, aplicaba el ejemplo de abogado de saco suda’o porque recorría fiscalías y juzgados penales con los civiles porque el hambre es diaria.

En esa faena, conoció a un cliente sueco, con negocios en la Zona Libre de Colón, quien tenía un pleito civil con otro empresario, la contrató para que lo representara y ganó el caso.

Fueron 200 mil dólares, raro caso porque generalmente los usuarios de la zona franca contratan grandes firmas forenses de la capital y poco a los abogados colonenses.

Samantha distribuyó bien su dinero, invirtió algo en un restaurante y seguía con su sube y baja de escalones judiciales.

Dos años después de firmar su divorcio, el sueco Liam Karlsson, de 50 años, la llamó para otro caso de un indostano que se peleó con otro paisano y la mujer, como es madre soltera, no pendeja, aceptó, aunque el europeo también quería ver a la abogada mestiza.



En realidad, Liam estaba loquito con Samantha, pero no se atrevía a confesar su amor por temor a perder una excelente abogada, ya que desde el primer día que la contrató, ella fue muy tosca y marcó distancia, lo que el escandinavo comprendió.

Muy poco se comunicaba con ella, hasta que en día se vieron en el hotel Ceil y Miel, el caballero paseaba con su hija y Samanta con sus dos niñas, se saludaron, él las invitó a comer.

Fue un encuentro casual y que los marcó, Samantha, descubrió que el caballero la amaba en silencio, ya en la noche apreciaron la noche de Cacique y las estrellas.

Ella le dio la oportunidad, solo se vive una vez, tenía derecho rehacer su vida, y el europeo también.

Tras dos años de soltería, la dama fue atrapada, no por garras, sino un corazón, quizás el único que pudo conquistarla.

Sin buscarlo encontró a alguien que la amaba por su inteligencia y astucia, no por su cuerpo y rostro, sin embargo, seguía como Samantha, la abogada sexi.

Imagen de modelo cortesía de Dreamstime.


Sangrienta celebración

Los agentes de policía no se daban abasto ante la muchedumbre que corría para salvar sus vidas, se escuchaban disparos de las pandillas rivales, balas que salían de las armas automáticas que solo el Estado debe poseer, de acuerdo con la ley panameña.

Sin embargo, los antisociales no le temen ni a la muerte, menos a la ley, así que una pelea por un punany, desató que las bandas Los Santos, de San Miguelito, y Los Demonios, de Juan Díaz, se enfrentaran.

El lugar donde se registraron los hechos fue en los estacionamientos del estadio Rommel Fernández, alquilado para una gigantesca fiesta de Año Nuevo, con seis intérpretes de la famosa plena o reggae en castellano.

Jóvenes de todas las edades corrían, un pandillero se cubría con una de las inmensas bocinas y luego abría fuego con su fusil ruso AK-47, gritos, tropezones, sangre y olor a pólvora.

La policía intentaba dirigir a la gente y salvar sus vidas, sus glocks no servían para contrarrestar las armas automáticas, obtenidas de forma clandestina por los maleantes.



Botellas y latas de cervezas, de licor fuerte, paquetes de cigarrillos, envases de espuma comprimida para alimentos, de gaseosas en plástico, bebidas energizantes, cigarros de marihuana, bolsas de hielo derretida y gran cantidad de papel adornaba la terrorífica zona.

El resultado del oeste de cemento fue de seis muertos y 23 heridos, cuatro de ellos de gravedad que luchan por su vida en el nosocomio.

Una forma muy distinta y sangrienta de recibir el Año Nuevo, te alistas en tu casa, con perfume, damas con ropas seductoras, con aspecto recién salido de la peluquería para terminar en la sala urgencias de la clínica JJ Vallarino, de Juan Díaz.

Los varones con sus ropas de moda de estreno, perfumados, sus cortes de cabellos modernos con figuras de deportistas y dinero en la cartera para la conquista.

Claro, nadie se arranca limpio porque si le caes al sexo contrario y no tienes para invitarla una bebida, entonces mejor quédate en casa, así ahorras dinero, más una ida al hospital o al cementerio.

Terminaron los disparos, los seis cuerpos en el suelo, la sangre se mezcla con el cemento, son las cinco de la mañana, las estrellas brillan y el cuarto menguante apenas ilumina la esperanza de salir del susto.



Heridos en el suelo, ayudados por amigos o desconocidos, el sonido de las ambulancias se oye desde lejos, las luces de las patrullas de la policía dejan ver algunos rostros de asustados.

Lo único agradable es la temperatura de 24 grados Celsius que pocos descubren porque el calor del terror no les hace sentir el fresco amanecer.

Muy escurridizos, los pandilleros se mezclan entre la multitud y se escapan para dejar una sangrienta celebración.

Imagen de la JJ Vallarino, cortesía de la CSS de Panamá y la escena de sangre de Dreamstime.


Amor sigiloso

Eneida de Corro observó a Flavio Arrocha, la primera vez que llegó a la redacción del diario El Heraldo, para escribir sobre arte, específicamente pintura, escultura y algo de literatura.

La vida es un saco de sorpresas, ella abrazaba la religión evangélica, ultraconservadora, vestía pantalones y trajes anchos que ocultaban su escultural figura, utilizaba zapatos bajos, poco maquillaje, casada, con un hijo de 5 años y la mujer contaba con 28 años.

Mientras que Flavio, tenía 31 años, soltero, bohemio, pintor, escultor, poeta, le encantaba, las parrandas, la vida social, el cigarrillo, el alcohol y la marihuana, pero poseía una mente brillante.

Corría el año 1996, apenas la telefonía móvil llegaba a Panamá, no había redes sociales, los periodistas usaban los radios comunicadores para las asignaciones y notificar cualquier eventualidad transcurrida para buscar la noticia.



A los dos meses de la entrada del erudito en arte, Eneida lo miraba discretamente con sus ojos azules, como con ganas de que el masculino le acariciara sus rubios cabellos y deslizara sus dedos por su nevada epidermis.

La única que se dio cuenta de los sentimientos de Eneida, fue su compañera Amalia Rosa, quien la molestaba en momentos que ambas féminas se encontraban solas.

Eneida siempre lo negó, pero cuando platicaba con el caballero se tornaba algo nerviosa, Flavio también lo sabía, sin embargo, la miraba como un ser de cristal, no intervendría en el matrimonio, supuestamente fuerte y con siete años.

Flavio intentaba drogarse en las noches cuando salía del diario porque ya había perdido un trabajo por ese asunto, así que evitaba conflictos, debía pagar su cuarto donde vivía en el Casco Antiguo y sus gastos.

De cabello negro, piel canela, mediana estatura, ojos pardos, era agradable platicar con él porque sabía de política, economía, astronomía, historia y arte.

Los directivos del diario lo querían mucho porque tenía notas exclusivas, contactos en el exterior, además contaba con una licenciatura en Arte de la Universidad de Panamá.

Mientras que transcurrió un año de su llegada, la periodista luchaba por mantener su secreto hasta que lo vio fumando un cigarrillo en los estacionamientos y  lo abordó para aconsejarlo.

—Sabes que eso te hace daño y las drogas también. Si necesitas ayuda con mucho gusto te extiendo mis manos—.

—Mi vida está destruida desde que nací, huérfano, me adoptaron unos españoles borrachos, drogadictos y me maltrataban, así que desde niño vi eso normal—.

—Tienes derecho a una oportunidad de mejorar tu vida y ni siquiera te hablo de religión, sino por ti mismo, Flavio—.



El hombre sonrió, colocó su mano derecha en sus mejillas y le agradeció sus palabras, aunque antes que se marchara, lo interrumpió y gritó.

—No quiero que mueras. No lo soportaría—.

Flavio le dio un beso en la mejilla, le comentó que era casada, que le gustaba, no obstante, era loco, pero no tanto para destrozar un matrimonio consolidado y se marchó.

Había poco que hacer, con Flavio, Eneida no tenía futuro alguno porque palo que nace doblado su tronco no se endereza.

Todo siguió normal, se hablaban como dos compañeros de trabajo hasta cuando escuchó el radio comunicador, un domingo a las once de la mañana, la noticia de que Flavio murió ahogado en la bañera de un hotel.

Ebrio y dopado se ahogó con el agua usada para bañarse.

Durante el sepelio Eneida lloraba sin parar, se consolaba con Amalia Rosa, ante la mirada de los sorprendidos colaboradores de la empresa.

Solo allí descubrieron que la mujer guardaba un amor silencioso.

Ella colocó una rosa roja en el ataúd del poeta y pensó “algún día nos encontramos y te amo Flavio”.

Imágenes cortesía de Dreamstime.

Un pacto con el diablo

En la urbanización Altamira de Vacamonte, Panamá Oeste, nadie sabe que se hizo el tío Virgilio, un colonense, jubilado de Autoridad del Canal de Panamá (ACP), ya que el caballero desapareció sin dejar rastro alguno.

Ni la policía, ni sus familiares, ni los pandilleros consultados de la zona, conocían su paradero, no fue asaltado, no existía evidencias de asesinato y por las calles del barrio decían algunos que el diablo se lo llevó.

Resulta que Virgilio Brown, era viudo, de 61 años, con dos hijos que residían en Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos, mientras que la víctima vivía en su casa de tres recámaras, dos baños y un estacionamiento para su vehículo.

El día que se esfumó dejó su automotor para irse a pie hasta el billar Alex, ubicado en la entrada de Vacamonte porque no quería perder su licencia de conducir si lo pillaban conduciendo en tragos.



Como todo es un misterio, las autoridades consultaron con María Elena Aziz, su novia de 33 años, vecina del varón, linda, cabello negro, blanca como la nieve, ojos pardos, cejas pronunciadas tipo arábigo, ya que su padre era un palestino.

En la casa de Virgilio su novia tenía prohibido ingresar a una habitación cerrada con candado por razones desconocidas.

La gente de la urbanización rumoraba que Virgilio enamoró a María Elena a punta de trabajos de brujería, debido a que no había otra forma para que un hombre de su edad conquistara semejante penco de hembra. 

Recibía una jubilación de mil 400 dólares, su vivienda estaba cancelada y complacía los caprichos de su pareja, sin embargo, la dama le contó a la policía que tampoco sabía nada del paradero de su pareja.

—Me dijo que iría al Alex a tomarse unas cervezas y regresaba en tres horas, eso fue como a las ocho de la noche del viernes, pero no volvió—.

Un juez dio la orden de ingresar a la casa de Virgilio, como testigo, un sobrino nieto suyo lejano, para que observara la diligencia.

No hallaron el cuerpo, pero si un altar de brujería con todo lo necesario para realizar rituales en un cuarto cerrado con candado.

El altar tenía varios santos, una vela blanca, otra roja, una negra, la fotografía de María Elena, frutas como mangos, bananas, manzanas, tabaco, una botella de ron y unas yerbas, todo puesto encima de un mantel blanco.

La mujer casi se cae de nalga cuando le mostraron las imágenes del altar, se confirmaba que la guial cayó por la mística, sin embargo, seguía enamorada de su hombre mayor, de raza negra, cabello negro de afro, ojos pardos y mirada penetrante.



Pasaron tres años, hasta que una clarividente, de nombre Luz, entró a la casa del desparecido con María Elena y el sobrino nieto, identificado como Mario.

La mujer apenas abrió la puerta, entró en trance, levantó sus blancas manos, abrió más de lo normal sus verdes ojos, movía y cabeza y se acostó en el piso para narrar los hechos.

—Virgilio camina por la entrada de la urbanización, se le aparece un hombre en traje de calle, con sombrero de hongo, guantes blancos, zapatos muy lustrados, no tiene ojos, no se ve su rostro, pero sí una lengua de serpiente que movía mucho—.

—Llegó tu hora Virgilio. Ya obtuviste lo que querías con esa mujer joven, aunque ya el tiempo acabó y el momento de cobrar mi deuda—.

—Quiero más, por favor, estoy enamorado—.

—Esto no es juego de balompié. No hay tiempo extra—.

El desconocido hombre, llevaba un bastón, golpeó el piso, salió una inmensa llama, extendió su mano izquierda y por magia ingresó a Virgilio al fuego, posteriormente entró a las llamas que desaparecieron de inmediato—.

—¿Qué le pasó a mi marido? —, preguntó María Elena.

—Escuchaste muy claro, el diablo se lo llevó—.

María Elena lloró, su amor no volvería, una fatal atracción, una vieja deuda y un pacto con el diablo.

Imagen de la muerte cortesía de Dreamstime y de Altamira de Fígaro Ábrego.

El don Juan tacaño

Evaristo Gómez, no era diplomático de carrera, sin embargo, logró un nombramiento como Agregado de Asuntos Consulares, en la embajada de Panamá en Chile, por sus conexiones políticas.

No hay que llamarse engaño, existe la carrera diplomática y también las designaciones que los mandatarios hacen por asuntos políticos, partidistas o compromisos con donantes de sus campañas en el Ministerio de Relaciones Exteriores y otros.

Gómez, estaba feliz, de 65 años, casado con una dama, 35 años menor que él, recibía un salario de mil 500 dólares mensuales, más su jubilación de 700 dólares y otros ingresos que tenía, sería un rey en Santiago de Chile.

A su paga como diplomático, le proporcionaban para el alquiler de la vivienda en el exterior y los servicios, más sus gastos de representación de mil 500 dólares.



El ahora diplomático fue un cazador en su juventud y creía que a su edad podría serlo, así que ya en Santiago de Chile andaba en busca de presas, principalmente jóvenes, rubias y ojos claros.

Su contextura física es de baja estatura, ojos pardos, color de piel canela, cabello sal y pimienta, delgado y con rostro de soldado que acaba de terminar una batalla.

Con siete meses ya en el cargo, un día platicaba con uno de los carabineros que cuidaba la sede diplomática, cuando de pronto llegó una motocicleta y se estacionó frente a la embajada.

Quien conducía, se quitó el casco, se soltó el cabello para dejar a las pupilas de ambos masculinos una fémina de rubios cabellos, ojos verdes, con pantalón vaquero pegado a su escultural figura  y rostro de princesa.

Gómez de inmediato quedó loquito con la mujer, le anunció que la misión abría a las 8:00 a.m., pero que le podía ayudar en lo que necesitase con mucho gusto.

—¿No me reconoce licenciado? Soy Martha, la carabinera que cuida la embajada—.

El cónsul quedó boquiabierto, nunca antes la vio vestida así, sino con su cabello recogido, falda larga hasta debajo de las rodillas, zapatos sencillos y camisa con corbata que tapaba todas las curvas que ahora el diplomático admiraba.

Balbuceaba al responder y decidió atacar de inmediato a la policía porque luego otro varón se la volaría.



Sin embargo, había un detalle del masculino de que era tacaño en extremo, si se le perdía un peso chileno o un dólar estadounidense, sería capaz de llorar.

Como no tuvo reparos, le envió un mensaje a Martha con el otro carabinero para invitarla a desayunar en la embajada, a lo que la dama, de 25 años, aceptó gustosamente para conocer al canalero.

Pensando en su dinero, Gómez, envió a María, la señora que limpiaba la misión, a comprar cuatro empanadas y dos cafés negros para el encuentro.

A la mujer  le advirtieron de que su pretendiente era más duro que una roca de río y cuando llegó a la mesa, la esperaba el varón maduro con traje de calle y una coqueta sonrisa.

María trajo dos platos tapados y dos vasos con los cafés, cuando descubrió los alimentos, Martha casi se cae de la silla al ver las dos empanadas berlines de 1,100 pesos chilenos (1.25 dólares) cada una.

No dijo nada, habló muy amable con el cónsul y sencillamente al terminar se despidió del diplomático tacaño para solamente saludarlo cuando lo veía en las instalaciones de la embajada.

A los seis meses, la trasladaron a otra misión y cuando Gómez pidió su número de celular, el carabinero respondió que a la mujer no le interesaba verlo, no por pensar en plata, sino que no la valoraba.

—Si es un hombre pobre, lo entiendo y lo acepto, pero alguien con ingresos que me trate así, ni en familia pasan esas cosas. Soy una mina, no una mendiga—, leyó Gómez  el mensaje que la carabinera dejó en el celular de su compañero de trabajo.

Nunca volvió a ver a la hermosa policía chilena por ser un don Juan tacaño.

Imágenes cortesía de Pinterest.