Posteriormente de regresar de Vietnam a Nueva York, el cabo Marc Hernández, trajo las secuelas de un frente de guerra, víctima del agente naranja, un pesticida utilizado por las tropas estadounidenses para acabar con los inmensos bosques del país asiático.
La idea era encontrar los escondites del Viet Cong, sin embargo, los propios
soldados libertadores fueron blanco
del plaguicida por su mal manipulación o sencillamente estaban en las zonas
donde lo rociaban.
Corría el año 1971, había conversaciones de paz entre
Estados Unidos y Vietnam del Norte, se redujo la cantidad de tropas
norteamericanas en el teatro de operaciones, mientras que miles de boricuas
retornaron a la isla o al territorio continental estadounidense.
Estrés postraumático, locura temporal o permanente,
recuerdos turbios, pesadillas y enfermedades derivadas del agente naranja fue
la herencia de los llamados a luchar por sorteos parecidos al de la lotería.
Hernández, estaba casado con la panameña Flor Pérez,
chiricana, quien se acostumbró a los gritos nocturnos de su marido cuando se
levantaba de la cama para llamar a sus camaradas de guerra.
Su mente viajaba hacia la selva en Vietnam para gritar
palabras fuertes en inglés, mencionar los apellidos Collins, Méndez, Smith, Daly
y otros, algunos caídos en combate.
El caballero, alto, de cabello negro, blanco y ojos
miel, con figura de leñador se sentaba en una esquina de la cama o de la pared
a llorar a sus amigos asesinados por las balas enemigas o las mortales
trampas.
Puerto Rico es un Estado Libre Asociado de Estados Unidos,
un término muy lindo para no llamarlo colonia, desde 1898 pasó de España a los
norteamericanos y hasta marzo de 1917, tras 19 años de no ser ni uno ni otro,
les dieron la ciudadanía de EE. UU.
Esto no fue gratis, sino para reclutarlos con el fin de enviarlos al frente
contra Alemania, y varias guerras después, los boricuas corren la misma suerte.
Hernández, como otros paisanos suyos, ven la solución
de sus apuros económicos en ingresar al ejército de Estados Unidos.
Mientras que, entre tratamiento psiquiátrico y
medicinas, se cuidaba al paciente o quizás debió estar en un sanatorio mental,
pero el Departamento de Defensa hizo recortes presupuestarios a sus veteranos.
Como resultaba muy caro vivir en la Gran Manzana, Hernández
y Flor, decidieron arrendar un apartamento en El Cangrejo, en la ciudad de Panamá,
con sus hijos Marc y Susan, de 17 y 19 años.
Tenían una vida cómoda económicamente, sin embargo,
los ataques de locura del veterano no se detenían, lo que asustó a sus vecinos
y luego se acostumbraron.
Susan ya grande y con temor a una tragedia, adquirió
un revólver 38 que escondió de su papá, aunque el soldado retirado halló el arma de
fuego.
Un 1 de abril de 1999, cuando los rayos del sol apenas
despertaban, Hernández se levantó, llamó a sus compañeros del frente, al no
escuchar respuesta, corrió a la pieza de su hija y tomó el arma.
Le gritó fuck Viet Cong, le pegó dos tiros a su primogénita,
se fue al cuarto de su hijo e hizo lo mismo y por último caminó hacia la habitación
nupcial, donde su aterrada esposa le suplicaba please, don´t
shot .
El antiguo soldado abrió fuego contra su mujer (creyó que todos eran el enemigo) y al final puso el arma
en su sien derecha para no rendirse ante su adversario militar. Se mató.
Las muertes fueron parte de las secuelas de una
guerra.