El don Juan tacaño

Evaristo Gómez, no era diplomático de carrera, sin embargo, logró un nombramiento como Agregado de Asuntos Consulares, en la embajada de Panamá en Chile, por sus conexiones políticas.

No hay que llamarse engaño, existe la carrera diplomática y también las designaciones que los mandatarios hacen por asuntos políticos, partidistas o compromisos con donantes de sus campañas en el Ministerio de Relaciones Exteriores y otros.

Gómez, estaba feliz, de 65 años, casado con una dama, 35 años menor que él, recibía un salario de mil 500 dólares mensuales, más su jubilación de 700 dólares y otros ingresos que tenía, sería un rey en Santiago de Chile.

A su paga como diplomático, le proporcionaban para el alquiler de la vivienda en el exterior y los servicios, más sus gastos de representación de mil 500 dólares.



El ahora diplomático fue un cazador en su juventud y creía que a su edad podría serlo, así que ya en Santiago de Chile andaba en busca de presas, principalmente jóvenes, rubias y ojos claros.

Su contextura física es de baja estatura, ojos pardos, color de piel canela, cabello sal y pimienta, delgado y con rostro de soldado que acaba de terminar una batalla.

Con siete meses ya en el cargo, un día platicaba con uno de los carabineros que cuidaba la sede diplomática, cuando de pronto llegó una motocicleta y se estacionó frente a la embajada.

Quien conducía, se quitó el casco, se soltó el cabello para dejar a las pupilas de ambos masculinos una fémina de rubios cabellos, ojos verdes, con pantalón vaquero pegado a su escultural figura  y rostro de princesa.

Gómez de inmediato quedó loquito con la mujer, le anunció que la misión abría a las 8:00 a.m., pero que le podía ayudar en lo que necesitase con mucho gusto.

—¿No me reconoce licenciado? Soy Martha, la carabinera que cuida la embajada—.

El cónsul quedó boquiabierto, nunca antes la vio vestida así, sino con su cabello recogido, falda larga hasta debajo de las rodillas, zapatos sencillos y camisa con corbata que tapaba todas las curvas que ahora el diplomático admiraba.

Balbuceaba al responder y decidió atacar de inmediato a la policía porque luego otro varón se la volaría.



Sin embargo, había un detalle del masculino de que era tacaño en extremo, si se le perdía un peso chileno o un dólar estadounidense, sería capaz de llorar.

Como no tuvo reparos, le envió un mensaje a Martha con el otro carabinero para invitarla a desayunar en la embajada, a lo que la dama, de 25 años, aceptó gustosamente para conocer al canalero.

Pensando en su dinero, Gómez, envió a María, la señora que limpiaba la misión, a comprar cuatro empanadas y dos cafés negros para el encuentro.

A la mujer  le advirtieron de que su pretendiente era más duro que una roca de río y cuando llegó a la mesa, la esperaba el varón maduro con traje de calle y una coqueta sonrisa.

María trajo dos platos tapados y dos vasos con los cafés, cuando descubrió los alimentos, Martha casi se cae de la silla al ver las dos empanadas berlines de 1,100 pesos chilenos (1.25 dólares) cada una.

No dijo nada, habló muy amable con el cónsul y sencillamente al terminar se despidió del diplomático tacaño para solamente saludarlo cuando lo veía en las instalaciones de la embajada.

A los seis meses, la trasladaron a otra misión y cuando Gómez pidió su número de celular, el carabinero respondió que a la mujer no le interesaba verlo, no por pensar en plata, sino que no la valoraba.

—Si es un hombre pobre, lo entiendo y lo acepto, pero alguien con ingresos que me trate así, ni en familia pasan esas cosas. Soy una mina, no una mendiga—, leyó Gómez  el mensaje que la carabinera dejó en el celular de su compañero de trabajo.

Nunca volvió a ver a la hermosa policía chilena por ser un don Juan tacaño.

Imágenes cortesía de Pinterest.

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