Salvada de 'a pelo'

María Clemencia Escobar, lloró durante los tres días que estuvo detenida en la cárcel preventiva del edificio Avesa, en la vía España, ciudad de Panamá, luego de un allanamiento donde la capturaron y a sus patronos.

La fémina laboraba como doméstica en la vivienda de la familia Rojas, oriunda de Bogotá, mientras que ella los conoció en esa urbe donde hacía las mismas faenas y decidieron traerla al istmo.

En la vivienda de 600 metros cuadrados, dos plantas, piscina y otros lujos, los funcionarios de instrucción y la Policía Técnica Judicial (PTJ), encontraron 200 quilos de cocaína y cargaron con todos los habitantes de la propiedad.

En el año 2000, en Panamá se regía por el Sistema Penal Inquisitivo, así que el Ministerio Público tenía inmenso poder, además cuando se trataba de delitos relacionados con drogas, difícilmente conseguías casa por cárcel o país por cárcel.



Debías demostrar que eras inocente, aunque estuvieses en una fiesta y hallaran sustancias ilegales, y no al revés, como dice la Constitución, que toda persona es inocente hasta que judicialmente se demuestre lo contrario.

El rostro blanco de la cachaca, se enrojecía de las lágrimas, ella no se acostumbraba a estar encerrada primero en Avesa, donde funcionan las Fiscalías de Drogas y posteriormente en el Centro Femenino de Rehabilitación.

Los magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) analizaban un habeas corpus que presentó su abogado y la mujer llevaba tres meses detenida.

En cinco declaraciones de indagatoria, los mafiosos testimoniaron que los Rojas la trajeron desde la capital de Colombia para que atendiera la vivienda.

Sus patrones afirmaron que en la habitación donde hallaron los estupefacientes, María Clemencia tenía prohibido ingresar, obvio porque se daría cuenta de las andanzas de sus jefes.

Posteriormente de cinco meses presa, los magistrados declararon ilegal la detención de la joven de 23 años, le dieron país por cárcel hasta que se realizara la audiencia preliminar para que un juez decidiera si la sobreseía o la imputaba.



Su novio, Jahir López, un carpintero que hizo trabajos en la casa de los Rojas, fue el que la recibió a la salida de prisión.

Bajó 30 libras, su cabello castaño se mantenía, se notaba demacrada, triste, abatida y derrotada por tanto tiempo encerrada con lesbianas, asesinas, mulas, cancheras y mafiosas.

Como no tenía donde quedarse, se instaló en la casa de su pareja, quien vivía con su madre en el corregimiento de Don Bosco, en la periferia de la capital, lugar donde crearon su nido de amor y la fémina quedó embarazada.

Los ojos miel de la dama, miraban los pardos del padre de su hijo, una pareja café con leche, porque el caballero es trigueño, cabello negro y baja estatura, se dieron el sí en un juzgado de Familia.

María Clemencia tuvo que esperar tres años para que el juez, durante la audiencia preliminar, dictaminara su sobreseimiento definitivo y el representante del Ministerio Público no apeló.

La humilde mujer llegó a Panamá a trabajar para ayudar a su familia, pero conoció el terror y el amor, en su máxima expresión.

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