Retorno tormentoso árabe

Haidar Aziz Espinosa, tenía los nervios de punta dentro del autobús Bocas del Toro-Panamá, ese 8 de julio de 2022, ya que la vía Panamericana estaba bloqueada a la altura de la entrada de Tolé, en Chiriquí.

Miembros de la etnia ngäbe-buglé no permitían que los vehículos circularan en ninguna de las cuatro vías, por lo que no se avanzaba hacia Chiriquí y Bocas del Toro, ni con destino a las provincias de Veraguas, Coclé, Panamá Oeste y Panamá. Los indios protestaban por el alto costo del combustible.

Alto, blanco, ojos pardos, con barba, de 27 años, era hijo de un sirio-cristiano del mismo nombre y la chiricana Blanca Espinosa, oriunda de Puerto Armuelles, quien conoció a su marido cuando laboraba en uno de los almacenes en la frontera tico-panameña.

Haidar Aziz, padre, llegó a Panamá en 1990 con solo 50 dólares en su bolsillo, vendía electrodomésticos y ropa en lugares alejados de Chiriquí y Bocas del Toro, hasta que logró abrir un almacén en Paso Canoas y con el tiempo otro en Almirante.



Mientras que el joven, mitad árabe y panameño, había cometido la gran cagada de su vida, por lo que enfrentaba la ira del autor de sus días una vez regresara a Almirante.

Todo pelao que comete locuras, así que decidió dejar a su primo Faisal como administrador del almacén que su papá tenía en Almirante, con el propósito de viajar a Homs, Siria, para visitar a los parientes de su padre.

Se pasó diez días en el poblado del oeste de Siria, mientras que su pariente en el negocio otorgaba créditos a personas sin capacidad de pago, rebajó mercancía a un precio más bajo que el costo original y regalaba mercadería para atraer clientes.

Los empleados de Haidar Aziz padre, aterrados, vieron como Faisal tenía nulo conocimiento de administración de negocios y antes de que lo quebrara, telefonearon a Paso Canoas para informar de la novedad.

El viejo sirio no tenía idea que su hijo realizó un periplo tan lejos, se comunicó con él para que dejara a su familia en el país del Medio Oriente y regresara de inmediato a Bocas del Toro.

Como los vuelos estaban ocupados se fue a la terminal de Albrook y abordó un autobús Bocas del Toro-Panamá.

Todo iba bien hasta que agarró los retenes de Chame, Natá de Los Caballeros, Santiago de Veraguas y Tolé, donde los viajantes pernoctaron porque los nativos se pusieron a cocinar en la noche.

En la mañana siguiente, Haidar Aziz Espinosa, se bajó del autobús, observó un vehículo del Ministerio de Salud (Minsa), de funcionarios que programaron hacer una gira de odontología a zonas de difícil acceso y pensó que ellos lo salvarían.

No obstante, el conductor del microbús, Diego Penna, le comentó que nada podía hacer, por el contrario, el automotor era un peligro para los empleados, debido a que en algunas protestas siempre los carros oficiales eran destrozados.



A las nueve de la mañana del sábado 9 de julio, se formó una discusión entre los conductores, pasajeros y los indios ebrios que se negaban a abrir la Interamericana, hecho que grabaron con sus celulares y su padre, desde Paso Canoas, vio a su hijo discutir con los manifestantes.

Cada hora el joven telefoneaba a su papá para informar el lugar donde estaba y los pasajeros escuchaban los gritos del comerciante, en el idioma árabe, molesto con su descendiente.

Tras negociar, “los “grandes” abrieron, pasaron de bloqueo en bloqueo hasta que a las 9 de la noche lograron llegar a Gualaca, Chiriquí, donde está el cruce de la carretera que lleva a Bocas del Toro.

Una carretera peligrosa, con picos, en una sierra, donde la visión es casi nula, se registran derrumbes, llueve mucho y prácticamente es hacer una carrera a la muerte.

El conductor del autobús y los pasajeros decidieron avanzar y correr el riesgo de sus vidas porque la meta era terminar el viaje.

La unidad de transporte público arrancó, en ella iba Haidar Aziz Espinosa, nervioso, pensando en qué acontecería cuando llegara a Almirante.

No hubo noticias de accidente, por lo que se infiere que todos están vivos y con ellos el caballero sirio-panameño que protagonizó un retorno tormentoso a lo árabe.

 

 

Escape por Las Lajas

Tres caballeros y una dama, quienes laboraban para una productora independiente, venían de la frontera tico-panameña, donde realizaron un documental sobre un campamento de migrantes en la provincia de Chiriquí para la televisora alemana en español o la DW.

Pamela Louis, de 27 años; Rolando Dos Santos, de 57; Elpidio Córdova, de 53 años e Iñaki Bilbao, de 35 años, quedaron atrapados en el kilométrico embotellamiento vehicular en la vía Interamericana, a la altura de la entrada de San Félix y las Lajas, en Chiriquí, el domingo 10 de julio de 2022.



A su izquierda estaba la carretera hacia la Comarca Ngäbe-Buglé y a la derecha el hermoso balneario de Las Lajas, sin embargo, debían llegar a toda costa a la ciudad de Panamá ese día porque el lunes 11, Pamela Louis, viajaba a Berlín en la noche.

Los originarios protestaban por el incremento del precio del combustible, en sus manos estaba la suerte de cientos de ciudadanos ticos, venezolanos, panameños, alemanes, estadounidenses, colombianos, nicaragüenses, africanos y haitianos.

Intentaron negociar con el líder indígena ngäbe-buglé y una maestra, los cabecillas de la protesta en San Félix, aunque ambos se negaron porque los únicos autorizados a atravesar el bloqueo eran las ambulancias.



El resto debía esperar un acto “humanitario” para levantar los troncos de árboles, piedras gigantescas, neumáticos y muros Jersey.

Varados, con poco dinero, sin ropa limpia, se asearon en la mañana y no tenían la menor idea de su futuro incierto, la espera podría ser de tres o cuatro horas, ya que la noche anterior los automovilistas y pasajeros pernoctaron en la carretera Panamericana.

Tras dos horas, Pamela conversó con un residente de Las Lajas, quien le comentó que había un viejo puente colgante sobre el río San Félix, en un camino de tierra, ubicado después del Inadeh, pero que era peligroso y que al verlo se darían cuenta.

Debían ser cuidadosos, si los nativos descubrían su plan, el microbús donde viajaban sería destrozado en su totalidad, no obstante, no era un momento para debilidad o duda.

Los cuatro tomaron la decisión de cruzar, arriesgaban sus vidas porque si el puente caía, morirían todos de algún golpe o arrastrados por la corriente del afluente natural.

Subieron al carro, Rolando Dos Santos, conducían, vieron la oficina del Inadeh, posteriormente el camino de tierra, el autobús pequeño danzaba por la pésima vía y tras unos seis minutos estaba el puente.

Su estructura de cemento carcomida por el tiempo, los soportes oxidados y abajo el río San Félix, deslumbrante, hermoso, unos niños se bañaban en su orilla, mientras que en frente el conductor de un camión de hielo miraba la corriente. No se decidía pasar.





Pamela, Elpidio e Iñaki, se bajaron con el equipo para que el automóvil no tuviera tanto peso, pero un desalmado arrojó tierra en la parte final para que los vehículos no transitaran.

La pequeña montaña de tierra, recién regada, impedía el paso a la libertad, pero los aventureros no tenían otra salida y Rolando condujo suave, logró cruzar y quedó atrapado en el obstáculo.

Unos 20 minutos después llegaron varios autos, entre ellos dos vehículos todoterreno, con palos y una pala escarbaron para bajar la tierra, una soga unió un Toyota Land Crusier y el busito, lo remolcó por la parte frontal y el microbús venció el atasco.

Los cuatro brincaron de alegría, pasaron el peor obstáculo de San Félix, se irían por una vía hacia Remedios y aunque los bloqueos estaban en varios puntos de la vía internacional, era más fácil pasar.

A las 11 de la noche vieron el legendario Puente de Las Américas. 

Ya Pamela podría viajar a Berlín y mientras Rolando conducía, cantaban y reían, transitaban por el famoso puente que une a la capital con el resto del país.

Con astucia, la cabeza fría y el corazón caliente, los viajeros lograron un escape por Las Lajas hacia la libertad de tránsito.

Solo aprecia la libertad quien en determinado momento la ha perdido o no la tuvo.

 

40 horas prisioneros en la Interamericana

Wilmer Montesinos estaba feliz porque logró obtener su nombramiento como odontólogo en el Hospital Regional de Almirante, provincia de Bocas del Toro, Panamá, zona fronteriza con Costa Rica y emprendió el viaje.

Era hijo de un misionero español y una nativa Ngäbe-Buglé, de Kädriri; blanco, con aspecto acholado, de ojos pardos, alto y delgado, lector, culto, le gustaba el vino y fanático del Real Madrid.

Se fue por la carretera acompañado de su novia Iris Manforte y un amigo identificado como Ernesto Miller, oriundo también de Bocas del Toro y abogado de profesión.

No obstante, la felicidad, ese viernes 8 de julio de 2022, se transformaría en un periplo de tortura, necesidades, experiencias, desesperación, tensión y solidaridad.

Era un país con protestas por el elevado precio del combustible, entre otras aristas, grupos de presión empezaron a cerrar las arterias vehiculares en la capital y posteriormente se extendieron por todo el país.



El viernes 8 de julio, los protagonistas quedaron apresados en el primer bloqueo en Chame, luego en La Pintada, en Santiago de Veraguas, pero en esta ciudad lograron esquivarlo por atajos.

El gran premio fue Cerro Pelado, Tolé, San Lorenzo, El Salao y San Félix porque ni para atrás ni para adelante.

Cientos de vehículos atrapados en un kilométrico embotellamiento, autos particulares, busetas interprovinciales, locales e internacionales, automóviles oficiales, particulares y comerciales.

En ellas viajaban españoles, africanos, alemanes, costarricenses, colombianos, panameños, entre otras nacionalidades, quienes resultaron víctimas del cierre de calle por nativos de la etnia ngäbe-buglé.

Los originarios “protestaban” por alto costo de la vida, bloquearon la vía con muros Jersey, neumáticos, palos y piedras, lo que dejó a los pasajeros y automovilistas a merced de las decisiones de los manifestantes molestos y muchos con visibles signos de estar bajo el hipnotismo de Bachhus.

Hasta unos dos kilómetros de la entrada de Tolé llegaron, los segundos eran horas y las horas semanas de tensión, las personas hacían sus necesidades fisiológicas en el monte, mientras desalmados grababan con su teléfono celular a algunas mujeres en sus privados momentos.

Deben pernoctar en la zona, los únicos locales para comprar alimentos es el restaurante El Viajero y una estación de combustible que vende solo chucherías.

El restaurante no da abasto, la gente hambrienta, pide lo que hay porque el estómago baila, los varones compran las cervezas y dos turistas jóvenes israelíes son el centro de atención de un grupo de varones que las piropean.



La Panamericana se convierte en un gigantesco hotel, con personas que juegan dominó con las luces de sus autos, barajas, se ríen, hay música, algunos bailan y los herbazales se convierten en retretes al aire libre.

El odontólogo y su novia se comen a besos en el carro y su amigo bebe cerveza con otros viajeros.

Se acaba el vital líquido, sin embargo, eso no es problema porque un automóvil vende gaseosas, agua y cervezas, hace unos cinco viajes. Es necesario quitarse el estrés.

Amanece, es sábado 9 de julio, los autos avanzan hasta El Salao, donde se registra una discusión entre los afectados e indígenas ebrios que cerraron la calle.

Tras tres horas, una líder indígena informa que por razones “humanitarias” abrirán la vía por 60 minutos, quien pasó se salvó y el que no se jodió, luego el grupo llega a San Félix.

Un carro fúnebre lleva un cuerpo, se está descomponiendo, una mujer encinta es amenazada por un indio que le disparará su biombo porque ella pide cruzar debido a su estado y el nativo no quiere.

No hay salvación, pobres, de clase media, baja, alta, ricos e incluso de la etnia que protestan, están detenidos en la carretera internacional, no hay autoridad y nadie toma decisiones.

Los ciudadanos están solos sin que nadie los defienda y la tensión provoca enfrentamientos verbales entre pueblo contra pueblo.

Wilmer Montesinos se preguntaba quién pagaba los alimentos de los nativos, el alquiler de los vehículos para transportarlos, las botellas de cerveza que había en las calles y  por qué había muchas mujeres y niños.

Además, el joven observaba que en cada cierre había un izquierdista o educador que “asesoraba” a los miembros de los pueblos originarios.

Dan la orden de abrir en San Félix, los automovilistas conducen como en una competencia de fórmula 1, no quieren quedar atrapados en el próximo retén, pero el grupo odontólogo cruza hasta hasta Gualaca.

No pueden ir hasta Bocas del Toro de noche, la vía es peligrosa, llueve, hay derrumbes y es cordillera con abundante neblina.

Deciden dormir en David para el domingo 10 de julio ir a Bocas del Toro.

Son felices, pero están cansados, agotados, tensos y con sueño, tras vivir prisioneros 40 horas en la Interamericana.

Muerte en el eclipse

Un grupo de representantes de corregimiento, del distrito de Panamá, se fueron hacia Penonomé, Coclé con el fin de observar el eclipse solar total, pronosticado para el 11 de julio de 1991.

Sus contactos le informaron que el pronóstico del tiempo en la capital sería lluvioso, por lo que el fenómeno natural no se apreciaría y la recomendación fue irse a otras provincias.

Fabricio Pineda, ocupaba el puesto de representante del corregimiento de Tocumen, era oriundo de la capital coclesana e invitó a un grupo de concejales y empleados del Consejo Municipal a su vivienda que tenía en el  lugar donde mataron al cacique Nomé.

Había espacio suficiente para diez personas, otras se alojaron en hoteles o donde parientes en la provincia del dígito dos.



Una emoción gigantesca existía, ya que los eclipses, tanto solares como lunares, no siempre se aprecian en todas partes del mundo, aunque este sí se vería en Panamá si el clima lo permitía.

El grupo se marchó a Penonomé, luego se reunieron en la finca de los papás de Pineda donde hicieron un rumbón con rantan de guaro, comida y música típica de Dorindo Cárdenas.

Bailaron, gozaron y disfrutaron de la actividad social hasta que a las 12 de la noche se fueron a dormir.

Al día siguiente, la propiedad estaba llena con unos 20 vehículos, todos preparados para ver el eclipse solar y con protectores en los ojos para no perder la visión.

Observar la corona solar en el eclipse a simple vista provocaría la ceguera, así que en las calles se vendía los protectores oculares como pan caliente.

Lograron admirar el fenómeno natural y luego volvieron a la capital porque había que trabajar.

Ese 11 de julio era jueves, los concejales sesionaron el martes, posteriormente se fueron a Coclé y al terminar el eclipse partieron a la ciudad de Panamá.

Todo normal en la carretera hasta que Lucrecia Marlo, la secretaria del presidente del concejo, empezó hacer piruetas al carro donde viajaba Fabricio Pineda, cuando subían Loma Campana, en Capira.

Fabricio Pineda estaba con su esposa, identificada como Carmen de Pineda, sus hijos Alfonso de 24 años y Luis de 20, mientras realizaba peripecias para esquivar el automóvil de Lucrecia.



El político perdió el control, colisionó contra un árbol, el vehículo de fabricación estadounidense era automático y con cierres eléctricos, se trancaron las puertas, Fabricio Pineda se golpeó con el volante porque no llevaba puesto el cinturón.

No era obligatorio usarlos en esa época.

Ante los hechos, los compañeros se bajaron de sus carros para auxiliar a la familia, el automóvil ardía, y un funcionario municipal de nombre Moisés Martínez, con una piedra, rompió los vidrios para sacar a Carmen, Alfonso y Luis.

Sin embargo, no logró salvar del vehículo a Fabricio Pineda, que falleció asfixiado y con algunas quemaduras frente a la mirada de sus colegas, familia y empleados municipales.

Lo que le esperaba a Carmen Marlo, un proceso penal por el delito de homicidio culposo y una familia destrozada.

Un fenómeno natural se convirtió en un eclipse de la muerte para la familia Pineda.

Imagen del eclipse de Wikipedia,  de la cruz  y rosario Pinterest.

  

Un fantasma en cifras de lectores

Algunas organizaciones no gubernamentales, páginas de internet y el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc) hacen estudios sobre la cantidad de libros editados en la zona o el mundo, lectores y ventas.

Sin embargo, Panamá solo existe para el Cerlalc, ya que las otras organizaciones ni la mencionan en sus análisis, lo que genera horror cultural y educativo en la tierra donde nací.

Por ejemplo: la página Lectupedia.com publicó estadísticas relacionadas con la cantidad de libros leídos por país en junio de 2022, pero Panamá no se encuentra ni tampoco los países centroamericanos.



Solamente un estudio de Cerlalc indica números sobre la cantidad de títulos registrados con ISBN del periodo 2014-2015, que señala 2,975 libros en el 2014 y 974 en el 2015.

Esta cifra ya la incluí en el primer artículo Vender libros en Panamá es como abrir un bar en Irán.

En la página de la Biblioteca Nacional, los números muestran que en el 2013 ingresaron, 2869 peticiones de ISBN, en el 2015 aumentó 2,975; lo que representó un incremento de 109 libros, pero en el 2015 hubo una brutal caída a 974 o 2001 libros menos.

Un espanto total y peor que en Panamá no se sabe nada de la cantidad de cifras de libros vendidos o lectores, no hay números sencillamente, un tema tabú como la muerte del presidente José Remón Cantera, que se desconoce, quién o quiénes fueron sus asesinos.

Lo cierto es que no sé si llorar o sentir vergüenza porque en Panamá existe capital abundante, tanto estatal como privado, no obstante, la sociedad prácticamente mira hacia otro lugar.



Para muestra un botón o los casi 10 mil libros que dejaron dañar de la biblioteca del Instituto Nacional, no ocurrió nada, cero sanciones, responsables y la vida sigue igual.

Que no existamos para las organizaciones internacionales en el tema de lectura es espantoso, horroroso, terrorífico y maléfico.

Para numerosos empresarios y políticos la lectura y la cultura no vende, tampoco consigue votos para un puesto de elección popular.

Esa es nuestra oscura realidad.

Con todo esto ojalá que haya una tabla de salvación, de lo contrario vamos culo para el barranco.

 

 

 

El 'sapo' del ministerio

En el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) laboraba Emérito Zaldívar, como asistente en la Dirección de Contabilidad y con aspiraciones desde hacía seis años a la posición de Contador I.

Blanco, ojos pardos, cabello negro, delgado, de mediana estatura, con 29 años, tramitaba su diploma como Contador Público Autorizado (CPA), hacía bien su labor, sin embargo, era quien le filtraba al jefe todo lo que ocurría en la oficina.

Sencillamente, es lo que se conoce en Panamá y otros países como “sapo”, ya que su superior tenía una red de espionaje, en todos los rincones de la gigantesca dirección, como era un capitán jubilado de la Policía Nacional (PN), muchos son déspotas y quieren estar informado de todo.

Entre dos o tres veces por semana, Emérito Zaldívar, se encerraba para revelar todas las infidencias acontecidas, no solo en la oficina, sino en el MEF.



Aparte de ganar gracia con su superior, el caballero pensaba que a punta de sapería lo ascenderían a la posición que tanto anhelaba.

En seis años, pasaron tres directores y con los todos hacía lo mismo, lo que se traducía en que Emérito Saldívar, se “cuadraba” con cualquier jefe.

Como premio por contar los chismes, su superior, identificado como Gonzalo Marytierra, lo premiaba con giras al interior, le tiraba toallas de 20 o 30 dólares y lo complacía con algunos caprichos.

Había un viaje para Estados Unidos, el “batracio” aspiraba a pasear por Nueva York, a un curso de contabilidad que dictaría el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), por dos semanas, con gastos pagos y mil dólares por cualquier eventualidad.

No obstante, en la oficina estaba recién llegada una dama de nombre Zuleyka Amores, de piel canela, cabello lacio, ojos oscuros, delgada y senos operados, mujer que dejó loquito a Gonzalo Marytierra.



Emérito Zaldívar ya había escuchado que la joven, de 25 años, era querida del ministro, corrió a donde su jefe a informar que no se metiera con la fémina porque lo podrían botar.

Toda esa información llegó a los compañeros de trabajo y obviamente que a donde la chica, quien molesta, se lo comentó a su padrino, el ministro, figura que  no era su amante sino su tío.

Al “sapo” se le formó tremendo problema por el bochinche que difundió con el objetivo de ganar gracia y un viaje a la Gran Manzana.

Vino la quincena, llamaron a Emérito Zaldívar de la Dirección de Recursos Humanos para notificarle que fue destituido de su puesto porque el cargo era de libre nombramiento y remoción.

Le lloró a Gonzálo Marytierra para que hablara con el ministro y lo restituyera, pero su exjefe lo tiró al agua y le respondió que le contaron que a sus espaldas despotricaba contra él.

Al final, la posición de Contador I y el periplo se lo dieron a Zuleyka Amores y el “batracio” se fue sin empleo, con una mano adelante y otra atrás, lo que evidencia que todos los sapos mueren reventados.

Fachada cortesía del MEF.

Imagen de calculadora de Daniella Britannia Quesada.

¡Están secuestrados!

La habitación de unos diez metros cuadrados, en una residencia en Los Montes de María, departamento de Bolívar, en Colombia, estaba pintada de negro, con las ventanas tapadas y un bombillo que solamente se encendía tres veces al día a la hora de comer.

Allí estaban encadenados  en el piso, James Maldonado, Dulce y Azucena Maldonado, hijas del caballero, egresado de la Universidad de Cartagena de Indias, en Derecho y Ciencias Políticas y de 43 años.

Dulce rompió a llorar, golpeaba con una taza de metal el suelo para indicar que necesitaba ir al inodoro, luego entró un hombre con una capucha que ocultaba su rostro.

-Callate la boca. Rocordá que están secuestrados-, dijo el desconocido masculino, delatado por su acento antioqueño.

La historia inició un viernes 11 de abril de 2003, cuando el abogado, su esposa Mercedes Pulgarín y sus hijas, cenaban en su apartamento, a las 6:30 p.m. en Cartagena de Indias y llamaron a la puerta.



Era un masculino blanco, se identificó como “Mono Churro”, le comentó a James Maldonado que había cuatro hombres detenidos en la cárcel de la ciudad, por lo que requería que los representara legalmente.

Sin embargo, los presos no eran cualquiera, sino miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), los paramilitares de derecha que arrasaban, mataban y sembraban terror en los pueblos donde la guerrilla izquierdista controlaba tierras.

El abogado, sorprendido ante la visita, aceptó defender a los paracos, además no tenía otra opción, ya que las AUC conocían su dirección.

Una Colombia convulsionada, principalmente en tierras donde el Estado no tenía presencia, fue foco para crear los paramilitares de derecha, enemigos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

Despojo de territorio, robo de ganado, matanzas colectivas, desplazados, asesinatos de políticos, tanto de la derecha como la izquierda, coches bomba y ataques militares, destruían el hermoso país sudamericano.



Mientras tanto, James Maldonado, logró a los tres meses sacar de prisión a los derechistas, cobró sus servicios profesionales y siguió su vida como docente en la universidad, donde se graduó y litigando hasta que pasaron dos semanas.

El letrado en leyes estaba con sus hijas en Bocagrande, a las 8 de la noche, cuando se acercaron cuatro hombres armados, le apuntaron con pistola y lo introdujeron en un vehículo con vidrios polarizados. También se llevaron a sus princesas de 13 y 15 años.

James Maldonado, era acholado, piel canela, alto, ojos oscuros, cabello lacio, oriundo de Tunja, departamento de Boyacá, su padre emigró con su familia a la ciudad costera para trabajar en el puerto como supervisor de carga.

Sus hijas salieron a su madre, una pastusa, blanca, de ojos miel, pelo rubio y mediana estatura.

Mercedes Pulgarín estaba de vuelta y media con toda su familia privada de libertad, mientras que el ejército peinaba zonas como Arjona, Turbaco y El Carmen, entre otras, para liberarlos.

Todo Colombia conocía el secuestro y las víctimas eran alimentadas con arepa, huevo y café, no se bañaban, tampoco les proporcionaban ropa y no habían pedido rescate. Llevaban una semana ocultos.

Un vecino de los Montes de María le dijo a un soldado que en una casa había cuatro hombres y uno de ellos compró una toalla sanitaria, lo que alertó al militar de un posible escondite.


A las tres horas, soldados colombianos fuertemente armados, llegaron en silencio a la vivienda, rompieron la puerta, detuvieron a los secuestradores e ingresaron donde estaban las víctimas.

El sargento encendió la luz y vio a los secuestrados, las niñas empezaron a llorar, su padre también, pero de alegría.

-Bienvenidos a la libertad-, comentó un soldado raso.

Los paramilitares pensaban solicitar un rescate de  4 millones de pesos (unos 2 mil dólares para la época) o lo cobrado por el abogado por sus servicios, pero nunca lograron comunicárselo a la víctima.

Eso fue lo que le dijeron al ejército, luego se llevaron detenidos a los paracos y la familia logró reunirse. 

El empresario insaciable

 Alejandro Bilbao, era uno de esos empresarios que solamente le interesa el dinero, el poder, los negocios, no tenía ética comercial, ni amigos, solo socios, mientras que era donante de campaña de numerosos políticos.

De 59 años, católico, accionista de una aerolínea, un canal de televisión, dos radioemisoras, un periódico, tenía un puerto para sus barcos en Panamá Oeste, banquero, negocios con aseguradores y hoteles.

Todas las explotaciones adyacentes al Canal de Panamá o eran de su propiedad o estaba metido en ellas, poseía ganado bovino, caballos, importaba vehículos europeos, licores, poseía una compañía de comercio de madera, pollos, una fábrica de embutidos y otros negocios.

Era blanco, de ojos verdes, alto, delgado y de raíces del país vasco, cuyos antepasados emigraron al istmo en 1881, en pleno apogeo de la construcción del fracasado Canal francés.



Casado con María Clemencia Pombo, una oligarca, de Bogotá, forrada en plata, mientras que a sus dos hijas, Irina y Sofía, las matrimonió con un panameño de origen sefardí y a la otra con comerciante de origen jordano.

Hasta en el matrimonio Alejandro Bilbao encontraba la forma de hacer negocios porque el dinero y el poder siempre van juntos.

Nunca daba la cara cuando los derechos de sus trabajares eran violentados, no perdía un solo litigio en los juzgados laborales, ni en las huelgas, además era frecuente donante de campaña de candidatos presidenciales, alcaldes y diputados.

Su fórmula era apoyar a los posibles ganadores para posteriormente cobrar con negocios o concesiones, en la cual siempre ganaba y el Estado perdía.

Tenía un grupo de ventrílocuos que hablaban por él en los medios de comunicación donde era accionista, atacaba mediante campañas a sus posibles adversarios y usaba su poder para neutralizar su competencia comercial.

Era casi un dios, un intocable para los presidentes, el Órgano Judicial, tenía una barrera protectora en todos los sentidos.

Evadía impuestos y arrodillaba a las autoridades a través de sus medios de comunicación.



Durante su cumpleaños 61 se hizo una fiesta a todo dar, con mucha champaña, güisqui, comida y música clásica.

Sin embargo, a los seis meses de la parrada,  su salud inició la carrera hacia el deterioro, olvidaba las cosas, tenía mucha dificultad para andar, se perdía en su inmensa mansión de San Francisco y su personalidad cambiaba de forma radical.

Los galenos le diagnosticaron demencia senil o la enfermedad de Alzheimer, un mal sin cura y terminal.

El poderoso hombre daba sus 2 mil millones de dólares de fortuna para curarse, no obstante, ni en Houston, La Habana o Europa, su enfermedad tenía remedio.

A punto de cumplir 63 años, había un grupo de enfermeras que lo bañaban, lo alimentaban, le cambiaban la ropa e incluso le limpiaban el trasero cuando evacuaba porque ni eso hacía.

Los días del omnipotente empresario terminaron como un bebé de seis meses, sin memoria, auxiliado para caminar, comer, cagar y bañarse.

Muchos no entienden que en este mundo hay cosas que el dinero y el poder jamás comprarán.

 

Cuadrangular de por vida

Los periodistas panameños acostumbran a jugar bola suave en la liga Solo Periodistas de la Asociación Deportiva Solo Periodistas (Adespe), en el cuadro cercano al Ministerio de Obras Públicas (MOP).

Ese sábado jugaba el canal 3 de televisión contra el equipo del periódico, El Mundo, ganador de unas cinco copas y campeón de la última temporada, con unidades bien preparadas y toleteros a montón.

Una de las pocas oportunidades que tenían los comunicadores sociales para reunirse, beber algunas cervezas, platicar, estar con su familia, comer y deleitarse de una camaradería fabulosa.

Corría el 2006, las gradas llenas, los equipos iniciaron el partido y tiempo después, los jugadores de El Mundo empezaron a meter sus imparables ante los aplausos del público.



El marcador iba 13-1, a favor de los campeones, pero le correspondía el turno al bate a Richard Córdoba, de 29 años, reportero y jardinero del Canal 3, de tez canela, alto, ojos pardos, abundante cabello negro, delgado y corría como una gacela.

Ya llevaba dos tiros en contra, a punto de ser abatido, cuando el lanzador le disparó una recta, el bateador se acomodó y le metió un “leñazo” a la pelota que viajó a una impresionante velocidad de 90 kilómetros por hora.

Los fanáticos del Canal 3 se levantaron, pero la esférica se fue en dirección a la derecha o hacia las gradas que tenía una malla de protección, sin embargo, había un pequeño orificio del tamaño de tres pelotas de bola suave.

Por ironías de la vida, la pelota ingresó por ese hueco y se dirigió donde Ema María, blanca, de ojos avellana, cabello castaño oscuro, de mediana estatura, delgada y muy linda, quien laboraba como locutora en la radioemisora La JK.



La fémina platicaba con una periodista y ninguna de las dos se dio cuenta de lo acontecido, un camarógrafo gritó su nombre, pero cuando Ema María volteó la cara, la bola impactó contra la joven de 27 años.

Un diente afuera, sangre, el tabique roto y todo el público corrió para ayudar a la mujer, llamaron a una ambulancia, los paramédicos le dieron los primeros auxilios y la trasladaron al hospital Santo Tomás.

Richard Córdoba, era un caballo jugando y todos se sorprendieron por el batazo.

Tras el golpe, estaba más blanco que la nieve, fue donde la dama y la acompañó a la ambulancia, además del nosocomio.

Él era divorciado sin hijos, ella también, no obstante, tenía una niña de dos años.

A la fémina le dieron dos semanas de incapacidad, Richard la visitaba a diario, le llevaba flores e hicieron gran amistad, aunque él se sentía culpable y con mucho remordimiento.

Ema María le dijo que no tenía nada que perdonar, fue un accidente deportivo,  con el tiempo empezaron a salir como amigos y posteriormente de novios.



Luego de dos años se casaron, hicieron tremenda rumba con orquesta de salsa y muy concurrida en su mayoría por comunicadores sociales.

Maritza Miller, prima de Emma María, fue la madrina de la boda, cuando le correspondió hablar, todos rieron por sus palabras.

-Richard, no eres gran jugador, pero con mi prima metiste un cuadrangular de por vida-.

Fotos cortesía de Rubén Polanco.

 

El rabiblanco y la chorrillera

 Crescencio Navarro Aragón, era uno de esos rabiblancos, miembros del Club Unión, quien era la oveja descarriada de su familia, adicto a la marihuana y de a milagro tenía estudios secundarios terminados.

Pero no todo fue su culpa, su padre era integrante de una de las familias “honorables” de las que fundaron la República de Panamá, maltrataba a su madre verbalmente, la golpeaba, tenía otras mujeres y una hija con una exempleada doméstica.

Su madre, Oreida Aragón, se matrimonió por razones de dinero, como sucede normalmente entre los que ostentan el poder económico y una práctica heredada de los reyes de Europa, porque unir dos reinos los hace más fuertes.

Entre los miembros del famoso club panameño, le llamaban a Crescencio “Fulo droga”, ya que era rubio, alto, de ojos verdes y con la mirada perdida, principalmente cuando estaba “trabado” en el cannabis.



Lo expulsaron de varios colegios privados, lo enviaron a Estados Unidos y allí lo sacaron de una academia militar y también de Chorrillos, en Perú, por mal comportamiento.

“Fulo droga” daba la impresión que no tenía futuro alguno, vivía con sus padres en una mansión en Obarrio, con piscina, cancha de tenis y todas las comodidades, pero el hombre se perdía para ir al Chorrillo a chupar cerveza de la antigua Zona del Canal y fumarse su pito.

Los maleantes del área lo conocían, nadie se metía con él porque siempre llevaba dinero, patrocinaba cerveza y marihuana, además la plata le servía para irse con una chica de barrio con el fin de “bicicletear”.

Al final de tanto viaje, Crescencio Navarro Aragón, preñó a una chorrillera llamada Kiara, hermosa, de raza negra, culona, tetona y con hablar de rakataka, la tapa del coco para la familia del oligarca.

El rancho ardió, hablaron con la dama para que abortara, ella se negó y mandó al carajo a la futura abuela, quien la citó en un restaurante de Bella Vista para hacerle la indecente propuesta.

-Usted y su plata se van a la verga doñita, no necesito su dinero-, le respondió Kiara, la amiga de cama de “Fulo droga”-.

La señora sorprendida se retiró del local, no sin antes advertir que la niña que tendría no heredaría ni un centavo de los Navarro-Aragón, ni su hijo estaba obligado a dar pensión porque ellos tenían dinero y poder.



La única habilidad de Crescencio Navarro Aragón, era de pintar cuadros, cosa que hacía muy bien, con sus contactos con los zonian, les vendía el fruto de sus habilidades para mantener a su niña cuando nació.

El hombre se llevó a su negra de El Chorrillo a un arrendado apartamento de dos recámaras, en Betania, convertido en nido de amor y conflictos cuando el caballero estaba drogado.

No es fácil vivir con un amigo de las drogas, pero Kiara logró domarlo con su miel natural y pezones oscuros, tanto que el hombre bajó la guardia y consumía menos marihuana.

Tiempo después, los papás,  el hermano de "Fulo droga" y este se fueron a una fiesta dominical en Coronado, donde hartaron y bebieron licor.

Mariana, era la única nieta de la familia y no fue invitada, ni Kiara, pero cuando el grupo regresaba a la Ciudad de Panamá, don Navarro venía hasta la guacha y chocó contra un poste. Todos murieron.

Los parientes intentaron quedarse con el dinero, pero un abogado izquierdista conocía a Kiara y usó sus conocimientos para entablar un proceso de sucesión no intestada e incluyó a la hija de la empleada doméstica en el litigio judicial.

Hizo un matrimonio post mortem entre Kiaria y Crescencio, lo que enfadó a la familia del rabiblanco que pensaba quedarse con todo.

Como murieron  los herederos de primera línea o grado, el juez ordenó repartir los bienes entre la bebé de Kiara y su tía, la hija de la antigua mucama de los Navarro Aragón.

La familia de los Navarro y Aragón apelaron, pero las dos instancias correspondientes confirmaron la decisión del juez.

Kiara y la hija de la doméstica en su vida imaginaron que el destino cambiaría su futuro.