40 horas prisioneros en la Interamericana

Wilmer Montesinos estaba feliz porque logró obtener su nombramiento como odontólogo en el Hospital Regional de Almirante, provincia de Bocas del Toro, Panamá, zona fronteriza con Costa Rica y emprendió el viaje.

Era hijo de un misionero español y una nativa Ngäbe-Buglé, de Kädriri; blanco, con aspecto acholado, de ojos pardos, alto y delgado, lector, culto, le gustaba el vino y fanático del Real Madrid.

Se fue por la carretera acompañado de su novia Iris Manforte y un amigo identificado como Ernesto Miller, oriundo también de Bocas del Toro y abogado de profesión.

No obstante, la felicidad, ese viernes 8 de julio de 2022, se transformaría en un periplo de tortura, necesidades, experiencias, desesperación, tensión y solidaridad.

Era un país con protestas por el elevado precio del combustible, entre otras aristas, grupos de presión empezaron a cerrar las arterias vehiculares en la capital y posteriormente se extendieron por todo el país.



El viernes 8 de julio, los protagonistas quedaron apresados en el primer bloqueo en Chame, luego en La Pintada, en Santiago de Veraguas, pero en esta ciudad lograron esquivarlo por atajos.

El gran premio fue Cerro Pelado, Tolé, San Lorenzo, El Salao y San Félix porque ni para atrás ni para adelante.

Cientos de vehículos atrapados en un kilométrico embotellamiento, autos particulares, busetas interprovinciales, locales e internacionales, automóviles oficiales, particulares y comerciales.

En ellas viajaban españoles, africanos, alemanes, costarricenses, colombianos, panameños, entre otras nacionalidades, quienes resultaron víctimas del cierre de calle por nativos de la etnia ngäbe-buglé.

Los originarios “protestaban” por alto costo de la vida, bloquearon la vía con muros Jersey, neumáticos, palos y piedras, lo que dejó a los pasajeros y automovilistas a merced de las decisiones de los manifestantes molestos y muchos con visibles signos de estar bajo el hipnotismo de Bachhus.

Hasta unos dos kilómetros de la entrada de Tolé llegaron, los segundos eran horas y las horas semanas de tensión, las personas hacían sus necesidades fisiológicas en el monte, mientras desalmados grababan con su teléfono celular a algunas mujeres en sus privados momentos.

Deben pernoctar en la zona, los únicos locales para comprar alimentos es el restaurante El Viajero y una estación de combustible que vende solo chucherías.

El restaurante no da abasto, la gente hambrienta, pide lo que hay porque el estómago baila, los varones compran las cervezas y dos turistas jóvenes israelíes son el centro de atención de un grupo de varones que las piropean.



La Panamericana se convierte en un gigantesco hotel, con personas que juegan dominó con las luces de sus autos, barajas, se ríen, hay música, algunos bailan y los herbazales se convierten en retretes al aire libre.

El odontólogo y su novia se comen a besos en el carro y su amigo bebe cerveza con otros viajeros.

Se acaba el vital líquido, sin embargo, eso no es problema porque un automóvil vende gaseosas, agua y cervezas, hace unos cinco viajes. Es necesario quitarse el estrés.

Amanece, es sábado 9 de julio, los autos avanzan hasta El Salao, donde se registra una discusión entre los afectados e indígenas ebrios que cerraron la calle.

Tras tres horas, una líder indígena informa que por razones “humanitarias” abrirán la vía por 60 minutos, quien pasó se salvó y el que no se jodió, luego el grupo llega a San Félix.

Un carro fúnebre lleva un cuerpo, se está descomponiendo, una mujer encinta es amenazada por un indio que le disparará su biombo porque ella pide cruzar debido a su estado y el nativo no quiere.

No hay salvación, pobres, de clase media, baja, alta, ricos e incluso de la etnia que protestan, están detenidos en la carretera internacional, no hay autoridad y nadie toma decisiones.

Los ciudadanos están solos sin que nadie los defienda y la tensión provoca enfrentamientos verbales entre pueblo contra pueblo.

Wilmer Montesinos se preguntaba quién pagaba los alimentos de los nativos, el alquiler de los vehículos para transportarlos, las botellas de cerveza que había en las calles y  por qué había muchas mujeres y niños.

Además, el joven observaba que en cada cierre había un izquierdista o educador que “asesoraba” a los miembros de los pueblos originarios.

Dan la orden de abrir en San Félix, los automovilistas conducen como en una competencia de fórmula 1, no quieren quedar atrapados en el próximo retén, pero el grupo odontólogo cruza hasta hasta Gualaca.

No pueden ir hasta Bocas del Toro de noche, la vía es peligrosa, llueve, hay derrumbes y es cordillera con abundante neblina.

Deciden dormir en David para el domingo 10 de julio ir a Bocas del Toro.

Son felices, pero están cansados, agotados, tensos y con sueño, tras vivir prisioneros 40 horas en la Interamericana.

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