Cuando Rita Quiñones tenía 13 años, su vecino y amante de su madre, abusaba de ella sexualmente, la amenazaba con hacerle daño si le confesaba a la autora de sus días los hechos.
La madre de Rita Quiñones, identificada como Ariadna
Quiñones, tenía 35 años, era jefa del Departamento de Correspondencia y Documentos
en el Ministerio de Transporte y Comunicaciones de Panamá.
Ariadna tuvo un amor de joven que la dejó embarazada,
cuyo padre de la criatura se marchó a Nueva York para trabajar hasta que
naciera su hija, pero a las dos semanas murió por una bala loca durante un
tiroteo de pandillas en el peligroso barrio del Bronx.
Rita era de tez negra, tamaño de mediana estatura, sus
pechos indicaban que apenas abría la puerta de la pubertad, sin embargo,
Horacio Biendicho, el vecino, no le interesaba eso, sino saciar su pedofilia.
Horacio Biendicho, de 26 años, era un tipo acholado, de baja
estatura, delgado, malo, mujeriego, vivía con su hermano en un apartamento en
Vía Porras, corregimiento de San Francisco y laboraba en una firma de
arquitectos.
Sabía de las ausencias de Ariadna porque se comunicaba
con ella, como tenía llaves del apartamento, ingresaba, la chica solamente
lloraba mientras el demonio la violaba.
La niña reflejaba problemas en el colegio, sus notas
bajaron, sufría de depresión, no tenía amigos en el salón, algunos la llamaban “la
loca” porque en ocasiones juzgamos y condenamos sin saber lo que vive alguien.
Entre, las entradas para abusar de la adolescente e
ingresar los fines de semana para hacer el amor con su amante, transcurrió un año
y trasladaron a Ariadna a David, Chiriquí como directora provincial del
Ministerio.
Con el ascenso cambió la situación de Rita, tuvo
amigos, supuestamente olvidó el infierno que atravesaba, terminó el
bachillerato y luego la universidad como ingeniera civil.
La ayer adolescente se convirtió en una linda mujer,
con bellos rizos, trasero atractivo, mirada sensacional y unos ojos negros
brillantes.
Tras transcurrir 15 años de los hechos, Rita se fue a
un congreso internacional de arquitectos e ingenieros en la Ciudad de Panamá
por cuatro días.
Ya en el hotel se asustó cuando se registraba porque,
por ironías de la vida, estaba Horacio Biendicho, algo obeso, con cabello “sal
y pimienta” porque el reloj no se detiene nunca.
En ese momento planeó su venganza, una película de todo
ese sufrimiento pasó rápidamente, tanto que se le salieron las lágrimas.
Al día siguiente, el pedófilo ni siquiera la
reconoció, le habló y ella, como si nada hubiese pasado, almorzaron juntos y él
la invitó al cuarto de su hotel para que ella bebiera vino y él cerveza, a lo
que la dama aceptó.
Esa noche, conversaron, “chuparon” (bebieron)
bastante, él no se dio cuenta, ella le colocó un Alka-Seltzer en la cerveza y
el malvado quedó drogado, luego se durmió.
La mujer pensó en clavarle un puñal, no obstante, en la gaveta
había un revólver 38, así que evitó cometer un delito, lo desnudó y se marchó.
Cuando Horacio Biendicho despertó al día siguiente, se
vio encuero y que escribieron frente al espejo: “Bienvenido al Sida, hijo de
puta pedófilo. Ahora morirás lentamente”.
El tipo lloró, gritó, estaba desesperado y no moriría
como un palitroqui frente a sus amigos.
Un disparo sonó en la habitación del pedófilo, se pegó
un tiro en la sien y nadie vio salir ni entrar a Rita porque en 1985 no había
cámaras en los hoteles.
Rita sufrió, nunca tuvo el virus, pero cobró su
factura al monstruo que en una etapa su vida destruyó.