Mirelle y Jacinto estaban casados, pero tenían una relación caracterizada por solo encuentros en hoteles de ocasión o él la recogía en su vehículo japonés sencillo y con vidrios polarizados para trasladarse a su nido de amor.
Ella, de 32 años y él, de 36, se conocieron en una
empresa distribuidora de productos médicos cuando llegaron a laborar como
ejecutivos de ventas en septiembre de 2008.
Tenían casi la misma estatura (mediana), de piel
blanca, delgados, cabello lacio negro, ojos pardos y la mujer poseía una mirada
de imán que atraía incluso a las damas, mientras que otras la envidiaban
solamente por ser sexy.
Se desempeñaban muy bien en sus faenas, nunca fueron
al cine, al parque, a un concierto de cualquier género musical, alguna tienda,
al almorzar, así que como no hacían vida social, sus únicas citas era para
revolcarse entre las sábanas.
Una vez a la semana se reunían en motel Jamaica,
ubicado en Avenida Cuba de la Ciudad de Panamá, ya que tenían como ventaja que
su labor era en la calle, así que cero supervisión porque sus resultados de
trabajo eran fabulosos.
Cada encuentro era un huracán de intercambio de
fluidos, caricias, gritos, gemidos, giros desde el misionero, el helicóptero, la
69, entre otros, mientras ella se transportaba al espacio cuando la locomotora
ingresaba en su túnel.
Generalmente, tras 40 minutos de subir y bajar al
cielo, Jacinto depositaba su lava en la cámara de su socia porque el
látex no existía entre ellos.
Con dos años en lo mismo, era obvio que ella no exigía
plástico, se cuidaba con inyecciones, no obstante, corría el riesgo de ser
descubierta como ocurre cuando los cálculos fallan y se cosecha homosapiens.
Algunos colaboradores sospechaban de una relación
clandestina porque en los pocos encuentros en la oficina, sus miradas eran como
gritos de “te amo”.
Todo iba con normalidad hasta que a la compañía llegó
un supervisor de 45 años, identificado como Marcelo Grande, blanco, de baja
estatura, ojos pardos, calvo, divorciado y con un hijo.
Marcelo Grande vio a Mirelle y quedó prendido con
ella, no obstante, escuchó el rumor de una posible relación escondida y armó su
estrategia.
Trasladó a Jacinto a la provincia de Coclé para quedar
solo en el campo y tirarle los perros a Mirelle, aunque ella lo rechazó
tajantemente y le advirtió que era casada.
Marcelo Grande era alguien que no controlaba sus
impulsos, lo que hacía en ocasiones que tomara decisiones peligrosas,
principalmente cuando le negaban algo o lo rechazaban.
A los tres meses el gerente ordenó el retorno de
Jacinto a la capital, despidieron a Marcelo Grande porque manejó el negocio
como si fuese suyo, por lo que aumentó su locura.
Mirelle y Jacinto nunca dejaron de verse, ese sábado
se citaron para encontrarse a la una de la tarde, entraron al hotel, pero no se
dieron cuenta de que eran seguidos por Marcelo Grande.
Tras terminar de “bicicletear”, bajaron, Jacinto
entregó la llave de la pieza y se fueron hasta los estacionamientos, donde los
esperaba Marcelo Grande, quien los llamó a ambos por su nombre.
Al voltear la vista, dos disparos hacia el masculino y
dos hacia la mujer, luego el asesino se pegó un tiro en el corazón.
Había un amor macabro del celoso caballero, pero a Mirelle
y Jacinto ni la muerte los separó.
Me encanta tu narrativa y trata el tema, muy actual, de asesinatos pasionales.
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