Aceite caliente

Gilberto Galindo Díaz, era uno de esos rabiblancos (oligarcas) panameños que poco salen en los periódicos mientras hacen obras sociales o reuniones en los clubes cívicos u organizaciones no gubernamentales.

El caballero de marras no dio bola en el Colegio Javier, donde lo expulsaron por indisciplinado, lo matricularon en el Instituto de Enseñanzas Superiores (Ides) y también lo echaron por mal portado.

Terminó el bachillerato en la Escuela Secundaria Nocturna Oficial (Esno), el Instituto Nacional en las noches, ya que de algo debía graduarse y se diplomó en comercio, tras pasar siete años en ese plantel.

Alto, blanco, de ojos verdes, abundante cabello castaño, delgado, era un consumidor de marihuana, no servía para nada e iba a la fábrica de plásticos de su familia a buscar dinero para gastarlo en chicas y parrandas.

Como no había terminado la universidad, sus padres estaban preocupados porque en el Club Unión, nadie quería saber del buaycito (hombre).



Ninguna mujer de la alta sociedad estaba dispuesta a casarse con varón indisciplinado, drogadicto y ebrio.

Eran la burla de los rabiblancos del club, hasta los empleados le bautizaron con el apodo de “Gilbertito Droga”, alias que también le decían los socios del exclusivo grupo cuando hablaban de él.

“Gilbertito Droga” conoció a Elia Montero, una jovencita, de piel canela, linda y delgada, camarera del club, de 23 años, sin experiencia, recién llegada de la provincia de Herrera, quien cayó ante los encantos y promesas del “canyacsero” (quien consume marihuana).

Otro escándalo más para sus parientes, debido a que aparte de sus cagadas y problemas de conducta y vago, se fijaba en una campesina, sin dinero, poder y sin ser socia del grupo de millonarios panameños.

A la chica la despidieron del trabajo, “Gilbertito Droga” la fue a buscar a Juan Díaz, donde vivía, en su elegante vehículo Audi, color rojo y con todas las extras, arrendó un apartamento en Betania, donde la instaló.

La dama se llevó la sorpresa de su vida porque el masculino llegaba ebrio, drogado, quería acostarse con ella y cuando se negaba, le llovían las trompadas a la mujer que la dejaba irreconocible.

Los vecinos hartos ya, no querían llamar a las autoridades porque es muy conocido que a los rabiblancos casi nunca los agarra el brazo de la justicia, aunque una vecina le dijo a Elia que cuando el tipo estaba dormido le tirara aceite caliente.



En efecto, a la semana el hombre llegó trabado en el canyac (marihuana), ella no se quiso acostar con él, le pegó, le rompió el tabique y la obligó hacer el amor.

Al dormirse, ella aún con la cara manchada de sangre, calentó aceite y se lo arrojó en el vientre al caballero.

Los gritos despertaron a todo el barrio, llegó una ambulancia y cuando la policía vio a Elia llamaron a la Fiscalía.

La maltratada mujer contó todo y el caballero apenas salió del hospital, lo detuvieron por violencia doméstica y a la víctima le proporcionaron tratamiento psiquiátrico.

Al final presionaron a Elia, ella retiró la denuncia, le dieron un billete para callarla y Gilberto Galindo Díaz, salió libre.

Lo enviaron donde un tío a Nueva York, pero en esa ciudad lo pillaron con drogas y fue enviado a la prisión de la isla Rikers a pagar una cana de tres años por posesión y consumo de sustancias ilegales.

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