Chow mein

Frank Brown llegó a trabajar a las bananeras de Puerto Armuelles como jefe de mecánica, luego de que un primo suyo lo ayudara porque la estaba pasando muy mal económicamente en Palenque, Colón, Panamá.

Graduado del colegio Artes y Oficios como mecánico, solamente “camaroneaba” (jornalero) cuando lo llamaban, pero con esos ingresos apenas alcanzaba para sobrevivir.

Se instaló en un cuarto alquilado, se levantaba de madrugada para trotar y los fines de semana jugaba balompié, deporte para lo que tenía una habilidad impresionante.

Era de mediana estatura, 25 años, sin hijos, de raza negra, cuerpo atlético, ojos pardos y una caballera con gran cantidad de rizos, que se movían mientras corría o hacía deportes.



No fumaba, no bebía y era soltero, tuvo un par de novias, pero se sentía inseguro de sí mismo porque su papá le gritaba desde niño que no servía para nada y no tendría futuro.

Su mejor carta fue irse a Puerto Armuelles, todo iba de maravilla hasta que se fue a un restaurante a comprar un chow mein de camarones, un sábado en la noche.

En el restaurante lo atendió Lucy Chan, la hija del dueño del negocio, nacida en Panamá, de 25 años, quien quedó loquita con el colonense, pero su padre se dio cuenta y se la llevó a la cocina a sermonearla.

Los chinos son muy celosos en su círculo, la mayoría se casa entre ellos, pero en ocasiones los varones se mezclan con otras razas, sin embargo, cuando se trata de una mujer el asunto es más radical.

Lucy Chan hablaba castellano, inglés y el natal mandarín, aprendido de sus padres, intentaba afanosamente que el masculino saliera con ella y sus padres se la ponían difícil.

Durante un campeonato de balompié regional, Lucy Chan, aprovechó que su padre estaba en China para fugarse y encontrarse con Frank Brown, quien con su timidez tampoco hizo las cosas fáciles, pero le gustaba la chica.

Lucy Chan era blanca, ojos jalados, cabellera negra, no tenía un cuerpo espectacular, sin embargo, un alma que valía oro en su peso.



Tenían tres meses de verse a escondidas, hasta que su padre descubrió la relación, le dio una puñera a su hija y le quebró uno de los brazos, y al darse cuenta Frank Brown, denunció el hecho ante la policía.

Al día siguiente, Alfredo Chan fue detenido y su hija estaba en tres y dos, le pidió a su novio que retirara la denuncia y este se negó.

El chino preso, a la hija, la largaron de la casa, sus hermanos, la desheredaron y Lucy Chan estaba en el parque de Puerto Armuelles sola y mientras lloraba se acercó su novio colonense.

-Cásate conmigo-.

-¿De qué viviremos, Frank?-.

-Yo trabajo, no soy un vago, no tengo millones, pero uso mis dos manos, pies y cerebro para ganar dinero. Tú también puedes trabajar-.

-Claro que sí me casaré contigo y te preparé un rico chow mein-.


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