Viviana

 Conocí hace tres años a Viviana de la forma más cómica en la vida, ambos nos sentábamos temprano en el parque Harry Strunz, de calle 50 porque madrugábamos para llegar temprano a nuestros trabajos.

Ella laboraba como pasante en una firma de abogados y yo como diseñador gráfico de un diario digital, mientras Viviana miraba su móvil, este humilde servidor leía libros.

Fue así durante cuatro meses hasta que un día me preguntó la razón por la que leía tanto, mi respuesta fue una sonrisa y decir que una de las pocas formas de entender la historia, saber y que no te echen cuentos, es leyendo.



Se notaba que Viviana era una chica alocada, aunque linda, fue de esas que le fascinaban ingresar con amigas a los bares de moda de la capital panameña, sin embargo, soy solitario, lector, muy analítico y algo reservado.

Un viernes en la mañana, platicábamos del libro Los Hermanos Karamazov, ya que alguien se lo recomendó, le dije que era fabuloso, me manifestó que lo leería con la condición que la acompañara esa noche con unas amigas a beber algunas cervezas.

Aunque no bebo acepté porque pensaba que la pasaría bien, una chica loquilla con un lobo solitario pondría aprender uno del otro, fue así, sus pasieras me encantaron y yo a ellas.

El asunto fue que Viviana se convirtió en mi novia a los dos meses, era algo que sucedería con el tiempo, me sentía feliz en todo su esplendor, todas esas mañanas frías, bebiendo café, tomados de la mano y mirando el cielo azul panameño.

Mi madre argumentaba que era muy viva para mí, sin embargo, no le prestaba atención, lo que sí me preocupaba es que Viviana de pronto se me perdía, no respondía el móvil o lo tenía apagado.



Eso fue motivo de varias peleas e incluso le reclamé de infidelidad, lo que generó que mi pareja desatara un diluvio en sus ojos, a los dos días se presentó en mi casa para terminar la relación sin explicación alguna, lo que corroboró mis sospechas.

Anduve de mal en peor, lloré, grité, me enamoré y mi novia me fue infiel hasta que en una farmacia me encontré a Grecia, la mejor amiga de Viviana, quien al verme rompió a llorar y me contó la otra cara de la moneda.

Viviana tenía problemas cardiacos, nunca quiso contarme, se perdía cuando estaba mal para que no sufriera, en ese momento estaba casi moribunda en el nosocomio y fui con Grecia a verla.

Me rompió el corazón observarla en esa cama, llena de aparatos, triste, al verme sonrió, se disculpó, respondí que era yo quien debía hacerlo, hice guardia en el hospital toda la noche con ella hasta que falleció mientras yo dormía.

Intento hacer mi vida normal, la loquilla y quien soñaba con ser abogada no está a mi lado, el destino no quiso darnos más tiempo, pero jamás me arrepiento de haber tenido una novia como Viviana, siempre recordaré a mi media naranja de piel canela,  pelo rizado y algo alocada.

Fotografía de Gilherme Almeida de Pexels y archivo no relacionados con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

El frustrado hurto de Mandela y Patacón

Ambos antisociales eran reconocidos en el mundo del hampa de calle Cuarta Parque Lefevre, pululaban en las madrugadas cerca de los bares y cantinas para desvalijar a los borrachos que salían de beber.

Mandela y Patacón, aburridos de la poca ganancia que le proporcionaba estos robos a chuposos, decidieron dar un mejor golpe que les rendiría numerosos dividendos para comprar marihuana y estar con algunas guialcitas.

Decidieron mejor ingresar a una de esas viviendas lujosas del corregimiento de San Francisco, donde vivían cocotudos y personas de clase media alta, en la capital panameña.



Realizaron un trabajo de campo, se fijaron en una propiedad donde una Montero estaba estacionada, solo tenía una cerca y una puerta de madera, no parecía seguir los protocolos de seguridad hogareños, decidieron vigilar y entrar en la noche del sábado.

Patacón llevó la pata de cabra, mientras que Mandela, un cuchillo y un martillo por si algo salía mal, como a la medianoche cruzaron la cerca, se fueron a la parte trasera y había una puerta abierta.

Lo primero que vio Mandela fue un reloj Fossil, algunas prendas, ciento veinte dólares en efectivo, una caja de habanos Cohiba y dos botellas de güisqui, un botín para los maleantes.



Metieron todo en una funda de almohada, se trasladaron a la primera recámara, se escuchaba afuera el sonido de los vehículos que transitaban, así que no le prestaron atención por ser una casa ubicada en una calle.

Encontraron dos relojes más, algunas cadenas, pulsera y un par de aretes de oro, por lo que se fueron con el botín y cuando pretendían abandonar el lugar, un hombre alto, de piel canela, vestido con traje de calle les apuntó con una Glock.

Del miedo dejaron caer al suelo lo hurtado, Patacón identificó al propietario de la casa porque lo había visto en la televisión y era Rolando Chávez, fiscal de la sección de Homicidio y Femicidio.

Mandela y Patacón entraron a robar a la residencia de un funcionario de instrucción de jerarquía, nunca averiguaron quién era el dueño de la casa y ahora estaban atrapados.

La policía posteriormente llegó, cargaron con los antisociales, quienes se declararon culpables ante un juez de garantías y les echaron siete años, por hurto y violación de la propiedad privada.

Cuando el viejo José Chanis, se enteró de la novedad, mientras chupaba su cerveza y fumaba su cigarrillo comentó que a los dos debieron darle cadena perpetua por pendejos porque no se va a hurtar a una casa sin averiguar antes quién es su dueño.

Fotografía cortesía del Ministerio Público de Panamá y la Policía Nacional de Panamá no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

Operación Silencio Total

Heidi Müller era la única sobreviviente porque sus compañeros Allan Weber y Zelda Becker, fueron asesinados, así que Heidi logró cruzar la frontera con Suiza de forma clandestina y salir de Europa con falsos documentos.

Aterrada se alojaba en un hotel de Pedasí, en Panamá, con un pasaporte austríaco con el nombre de Agna Braun con el fin de evitar ser descubierta, aunque tarde o temprano la encontrarían.

Era la primera vez que los servicios secretos británicos, rusos, chinos, estadounidenses, alemanes y el israelí, dejaban sus diferencias para una operación internacional y de gran envergadura.



Müller, Weber y Becker, eran científicos e investigadores alemanes que trabajaban para una farmacéutica, por error, descubrieron un medicamento que curaba el cáncer con una sola inyección.

Esta novedad debía ocultarse, las grandes empresas fabricantes de medicinas dejarían de ganar más de 200 mil millones de dólares anuales si se utilizaba la nueva cura, convenía tapar el asunto y hacer más ricos a los industriales.

A Weber y Becker, los asesinaron en Berlín, la segunda cometió la estupidez de informar a su superior, a pesar de que el trío prometió guardar el secreto por lo peligroso del hallazgo.

Müller se sentía segura en ese lugar alejado de la capital panameña, contactar a su familia, ni pensarlo, todas las redes sociales y comunicaciones fueron intervenidas por el servicio secreto alemán.



La información era compartida por los espías involucrados en la Operación Silencio Total, miembros de los servicios secretos eran verdaderos asesinos a sueldo, dispuestos a matar a su madre para cumplir con su deber.

Müller tenía la desventaja de que no hablaba español, pero desde Suiza envió un correo electrónico a un periodista alemán para que publicara la noticia, el comunicador fue despedido de su trabajo, el diario Deutschland News, por intereses de sus accionistas con farmacéuticas.

El correo fue borrado, el periodista amenazado de muerte y su familia también porque si hablaba pasaría al más allá, así que salió de Munich con rumbo desconocido y un millón euros para sus gastos.

La mujer carecía de escapatoria, así que usó la inteligencia artificial para traducir al castellano, vio algunos diarios digitales en Panamá, remitió un correo electrónico, con su foto y donde contaba toda la historia a cinco de ellos con la esperanza que fuese publicado.

Solo uno se interesó en el asunto, le respondió que viajase a la ciudad de Panamá y Müller lo hizo. Al final nada perdía, el asunto fue divulgado en el diario Noticias Número Uno y la historia rebotó al exterior.

Los gobiernos negaron la operación de asesinar científicos, Müller rechazó  regresar a Alemania, era consciente de que tarde o temprano sería asesinada, a pesar de todo, la farmacéutica negó el descubrimiento y la tildó de loca.

Fotografías de Vlad y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

El asesino del Tren de Aragua

 Sentado frente al juez, junto con su defensa, llevaba audífonos para comprender la traducción al castellano del inglés, Aníbal Meléndez, de 25 años, escuchó al juez que dictó la sentencia, tras ser encontrado culpable de violación y asesinato.

Meléndez, miembro de la organización criminal El Tren de Aragua, se notaba sereno, las miradas de las amistades, familiares y compañeras de clases Marian Lewis, la asesinada estudiante de arquitectura de la Universidad de Maine, eran de odio.

El caballero, con su barba oscura, abundante cabello y ojos sádicos, vestido con su traje de preso, color naranja, intentaba esquivar las pupilas ajenas, pero era el centro de atención, posteriormente de la brutal violación y muerte de Marian, de 22 años.



Un juicio publicitado en su extremo, una confesión fría con el clásico, fui yo, a la policía que lo detuvo, tras ser identificado por las cámaras de seguridad del centro de estudios superiores.

La noticia no solo se difundió en Estados Unidos, sino en el mundo entero por las aristas de un criminal, arrestado diez veces antes por delitos menores como hurto, robo o violación de morada.

Meléndez fue uno de los miles de venezolanos que huyeron de su país, sin embargo, el asesino planeó su fuga para evitar ser capturado por la policía de Venezuela que lo buscaba por su carrera criminal.

Cruzó la frontera por el Darién en Panamá, se fue por carretera hasta México, pasó a Texas, lo enviaron con otros migrantes a Nueva York en avión y de allí viajó a Maine.



Mientras que, durante el juicio, la fiscalía leyó el examen de necropsia de la víctima, muerte causada por estrangulamiento, moretones en sus pómulos, le faltaba un diente y tres costillas rotas.

Aprovechó la oscuridad de la noche para atrapar a su víctima que trotaba, la llevó a un paraje solitario de árboles, la golpeó, luego le humilló su castidad y acabó con su vida.

En la prisión estatal de Maine, los internos le temían, incluso criminales de alto perfil como asesinos, violadores y que cometieron otros delitos.

Sin embargo, al juez Ryan Thomas no le amedrentaba, por el contrario, cada vez que esos ojos azules profundos se dirigían al criminal hispano, el acusado agachaba la cabeza

Thomas dictaminó cadena perpetua para el asesino, sin posibilidad de libertad bajo palabra, condicional o algún beneficio, a lo que el público estalló en llanto, principalmente de los familiares y compañeros de clase de Marian.

No fue condenado a la pena de muerte porque desde 1887 fue abolida en Maine, no obstante, si se tomaba esa decisión era premiarlo, debía podrirse en la cárcel por su salvaje acción.

Historia y primeras fotos basadas en una historia real. Segunda fotografía de archivo.

 

 

 

La venganza Amish

Arthur Miller lloraba porque perdió mucho dinero en sus productos lácteos, el gobierno federal le confiscó su leche, queso y mantequilla que vendía porque argumentaron que carecía de permiso de la Secretaría de Salud del estado de Pensilvania y su leche era cruda.

Su familia y toda la comunidad Amish, en Lancaster, se tornaron iracundos ante la decisión de los federales de quitarle su modus vivendi y si lo hacían con la familia Miller, el resto correría la misma suerte.

Los Amish vivían tranquilos, sin tecnología, no usaban coches, motocicletas, celulares, no escuchaban la radio, tampoco miraban la televisión, no fumaban, ni bebían alcohol y se subdividían en grupos.



Para evitar que los acontecimientos se repitieran, los miembros de la secta de ese sector y de otras partes de Estados Unidos, se reunieron y decidieron hacer algo que jamás practicaron en masa, desde que llegaron a ese país en los siglos XVIII y XIX.

Acordaron participar de la elección presidencial y votar por el candidato republicano Sean White e ignorar a Mara Smith, quien era del partido demócrata, colectivo político que dominaba Pensilvania en ese momento.

No siempre las guerras se ganan con las armas, sino a través de la política, querían enviar un mensaje a las autoridades locales y nacionales, los Amish viven su mundo y solo buscaban que los dejaran en paz.

Tres meses después, cuando llegó la fecha del torneo electoral, se veían las largas filas de carretas en Lancaster, llenas de Amish, se registraron para votar antes y se fueron en masa para secundar a White.



Mark Brown y su esposa Martha, residentes en ese poblado, se sorprendieron al ver a los hombres vestidos con pantalones negros, camisas blancas manga corta, tirantes, sombreros y barbas, ingresar a los centros de votación para vengarse.

En sus coches había letreros que decían Vote White y Amish for White, lo que dejó atónitos a Brown y su mujer,  ambos de 64 años.

No solo un pase de factura por el asunto de los productos lácteos, que los Amish consideraron una intervención en sus asuntos, también quieren libertad religiosa y rechazan todo lo relacionado con los woke.

 Al terminar el conteo de votos, el candidato White ganó en el estado de Pensilvania y la presidencia de Estados Unido, el apoyo de los Amish fue vital para la victoria interna.

Solo un diez por cien de los Amish votaba en las elecciones anteriores, pero con la confiscación de la leche y otros rubros, hubo un giro de una comunidad que se sintió atacada por el gobierno federal y le dieron una bofetada colectiva.

Fotografía de Simón Hurry y Edmon Dantés no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

Me vengué con mi suegro

Me sentí traicionada por Elmer, el castillo de amor que construí con mi esposo durante cuatro años se destruyó como un barco que un huracán de categoría cinco daña de un solo golpe.

Descubrí que el padre del hijo Carolina, la prima de mi marido, era Elmer, tuvieron amores desde antes de casarnos y el romance nunca se detuvo, por el contrario, mi esposo se encontraba clandestinamente con su pariente con el fin de satisfacer su lujuria y placer.

Lloré como una niña a quien le despojan de una muñeca, me encontraba manchada, humillada, burlada, mancillada y otros sinónimos que no quiero ni recordar, pero él la pagaría muy caro.



Un día durante un asado en la finca de mis suegros, en Antón, Coclé, decidí que usaría a mi suegro para este fin, ya que mi suegra falleció hace cuatro años, mientras que el papá de mi marido se encontraba solo a los 55 años.

Esa tarde, sin que Elmer se diese cuenta, empecé a coquetearle a mi suegro, él se dio cuenta, intentó esquivarme, sin embargo, una mujer sabe usar sus encantos a su favor.

Una dulce venganza, no sé si fue lo más correcto, pero, así como Elmer me traicionó con alguien cercano, la historia se repetiría y él recorrería el mismo  camino de espinas que yo caminaba en ese momento.

A la semana del evento, fui al apartamento de mi suegro, él cocinaba unas pastas con camarones, le dije que estaba cerca trotando, decidí visitarlo con el fin de charlar un rato, sabía que necesitaba compañía y el hombre cayó en mi trampa.



Elmer (padre), levanta pesas, tiene buen tórax, ojos oscuros, piel blanca, cabello sal y pimienta, es un hombre maduro, muy atractivo, él sabía de lo Carolina, me lo comentó, no obstante, respondí que ese tema era prohibido.

Vestía yo una camiseta pegada al cuerpo, un pantalón licra que mostraba la forma del túnel del amor, lo que impresionó al hombre maduro, andaba algo sudada y me ofreció una toalla.

Mi marido tiene 25 años y  yo 23, pensé que todo sería pasajero, me le insinué muy descarada, el caballero al principio se hacía el loco, hasta que mi fui al baño y regresé como vine a este mundo.

Imposible decir que no, besó mis grandes pechos, apretaba duro mis carnes de color canela, cacheteaba mis nalgas, se notaba que desde hacía rato no estaba con ninguna mujer, sus labios disparaban sabores de mieles y manjares, fue un sexo apetitoso y suculento.

Me sorprendió que, a su edad, Elmer (padre) no se cansaba, así que el asunto se repitió durante cuatro meses sin que mi esposo se diese cuenta y todo iba bien hasta que no sabía que mi suegro nunca se hizo la vasectomía.

Estaba preñada del padre de mi esposo, no tuve hijos con Elmer (hijo), no permití que me tocara cuando me enteré de la infidelidad con Carolina, le di la noticia, al enterarse se echó a llorar como un chiquillo.

Terminé enamorada de mi suegro, ahora vivimos juntos, mientras que mi exesposo se lamenta hoy por no cuidar el diamante rojo que tuvo en el pasado.

Fotografía de Mart Production y Helena Lópes de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

¿Cómo enseñarle a Argos que no ladre?

 

Historia escrita por Héctor González

¡Guau! ¡guau! ¡ Grrrrrr!

    ¡Aldo! ¡Aldo! Ya comenzó Argos a ladrar de nuevo y son las 8:00 pm y recuerda lo que dijo la representante…

    ¿Y qué dijo, mujer?

    Que iba a penalizar a todo aquel perro que ladrara entre 6:00 de la tarde y 6:00 de la

mañana. 

Aldo dejó de ver su juego de béisbol y se asomó por la ventana. La calle estaba tranquila por el momento.

¡Guau! ¡guau! ¡Grrrrr!

    Aldo, ya comenzó de nuevo. Lo van a multar…

    Al perro, no sino a sus dueños. Lee bien el reglamento. Ella reculó y dice que la

multa es para los que maltratan animales.



        Aldo tuvo que abrir la puerta nuevamente a ver qué era lo que pasaba con Argos que era un recio rottweiler fuerte y poderoso, de talla mediana a grande, que inspiraba un temor casi mítico entre todos aquellos que no lo conocían. Aldo de una vez le puso la cadena y salió a la calle para explorar el área. Nada fuera de lo normal vio. Como siempre los muchachos en el parque conversando y chateando y en una esquina la piquera de taxis recibiendo llamadas. Sin embargo, Argos se mostraba algo inquieto y de vez en cuando gruñía y ladraba.

    ¡Shhhh! Calma Argos, no hay nada por aquí.

Aldo regresó a su casa y su mujer sentada en la mecedora lo esperaba.

    ¿Viste algo?

    No. nada, pero Argos sigue inquieto. No sé qué le pasa.

    Yo me voy a dormir.

    Anda que yo voy cuando se acabe el juego.



       Efectivamente el juego se acabó con un jonrón del juez Judge de los yankees por todo lo largo del jardín central ¡Qué palo! y Aldo se fue a dormir con la alegría de la victoria. Argos ladró una que otra vez y a un lado del carro de su queridísimo amo se echó.

    Son las 3:00 am y Argos abrió un ojo como su pariente el cancerbero con sus cien ojos, cincuenta abiertos y cincuenta cerrados guardando el averno. Algo interrumpe su sueño y levantó la cabeza mirando todo a su alrededor.  Ya los muchachos no están en el parque. Están aguantando sueño chateando con sus novias virtuales en sus respectivos lechos con la luz encendida, y en la piquera de taxis no hay ni uno. Los motores descansan para tronar al día siguiente.

   Argos se levantó y sigilosamente dio unos pasos hacia el patio de atrás. Una sombra maligna andaba por ahí y desde el techo saltó sin hacer ruido como un ninja, clandestino en la oscuridad rebuscando cosas por ahí con la linterna de su celular. Fue entonces que Argos comenzó a ladrar como nunca despertando a todo el barrio de un sabroso e interminable sueño…

¡ Guau! ¡guau! ¡ grrrr!

   En eso sonó un disparo…

    La representante de El Carrizal llegó al día siguiente con la resolución y su respectiva multa de B/.500 para el señor Aldo Quintero quién la esperó pacientemente en el patio de su casa y la leyó bien molesto. Llegó con personal de la policía para deslindar responsabilidades, pero la escena del crimen presentaba claramente que había sido un intento de robo porque se encontró el celular, y un arma con rastros de sangre y pedazos de piel, Argos había logrado morder al malandrín en una mano.

— Es absurda esa medida pues está en la naturaleza de los canes ladrar cuando se

sienten amenazados o para cuidar vidas o patrimonio — comentaban los uniformados dando por finalizadas las pesquisas.

      Aldo rompió la multa… La funcionaria no sabía dónde poner la cara… Argos la acompañó hasta la puerta del patio lanzando un gruñido ¿Cómo enseñarle a Argos que no ladre?

Fotografía de Ebony Scott y archivo no relacionada con la historia.

    

 

 

 

  

 

 

  

 


Chicha Fuerte, ladrón

En el parque de Santa Ana y sus alrededores, un ebrio recorría a diario de forma lenta y daba la impresión de que el pavimento se lo movían, obvio que era imposible andar bien por le grado de alcohol que su sangre contenía.

Los carajillos le gritábamos Chicha Fuerte, ladrón, luego corríamos, mientras que el señor, las pocas veces que estaba sobrio, nos seguía y si veía policías mostraba sus bolsillos y les decía que fue víctima del robo.

—Esos chiquillos me han robado, atrápelos.

Las rondas de la antigua Guardia Nacional lo conocían, sabían que era un borracho, platicaban con él un rato y posteriormente se marchaban.



Un asunto de niños, ya que generalmente en los barrios pobres como Santa Ana y El Chorrillo, la batería de infantes pululaba las calles y la avenida Central con poco que hacer.

Los programas deportivos o culturales eran casi nulos, solo las birrias de balompié en el cuadro de la Plaza Amador y la piscina, donde muchas veces nos bañábamos colados en las noches y Toto, el entrenador, nos buscaba con su collar nylon con el que sostenía su silbato.

Ninguno de los pelaos conocía en qué cuarto vivía Chicha Fuerte, aunque en una ocasión un santanero veterano me contó que, durante su juventud, el mencionado ebrio fue un galán con numerosas mujeres que se rendían a sus pies.

Iba a los bailes de pindín, conquistó a varias meseras y cubanas que laboraban en los prostíbulos, ya que antes de la revolución de 1959 en la isla caribeña, las prostitutas que ejercían en Panamá venían de ese país.



Chicha Fuerte, vestía elegante, con su sombrero de ala ancha, zapatos muy lustrados, sortijas, pulseras, hebilla de oro y las famosas leontinas, sin embargo, una de esas cariñosas, nacida en Pinar del Río, acabó con su vida.

El masculino enamorado frecuentaba el bar donde su musa laboraba, fueron pareja, ella salió encita, abortó y se marchó hacia Miami cuando los revolucionarios tomaron el poder en La Habana.

Chicha Fuerte quedó destrozado, empezó a beber, fue despedido del trabajo, dormía en el parque o sus esquinas, con frío o hambre, cada real que conseguía era para comprar alcohol y ahogar su pena de amor de la rubia caribeña.

La última vez que lo vi, estaba sobrio, su piel canela curtida, cabello sal y pimienta, con ropa sucia, sin bañarse, caminaba perdido, no me atreví a llamarlo Chicha Fuerte, ladrón porque sabía su triste historia.

Me cambié de vivienda de El Chorrillo a Río Abajo a los quince años y nunca supe más del famoso personaje Chicha Fuerte, una figura de los barrios pobres de la ciudad de Panamá.

Un hombre podrá tener mil mujeres, pero, solo ama a una.

Fotografías de Dreamstime y Joel Zar de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

Fue por una guial y terminó trabado

La noche en que Miguel sería bolseado, salió del trabajo como a las siete de la noche, ingresó al baño, se colocó desodorante, un perfume de esos de sesenta dólares el envase, sacó su gel y se la untó en su abundante cabello oscuro.

Se comunicó con Javier, ambos frecuentaban antros en busca de chicas, cazadores del sexo femenino por excelencia, sin embargo, este último le advirtió a Miguel que no pasaría de las once de la noche por tener un compromiso temprano al día siguiente que era viernes.

Ambos llegaron a un pequeño bar con abundantes mujeres, pero a ninguno les gustó el tipo de féminas en el local, bebieron unas cervezas y luego se marcharon a una discoteca en la vía España.



Entraron a Mi Sueño, de tres plantas, con espectaculares juegos de luces, mujeres a montón para todos los colores y gustos, blancas, chinas, negras, de piel canela, mestizas, rubias y exóticas.

Se instalaron en la barra porque era bar abierto, así que empezaron a tomar como reales cosacos y miraban a todos lados en busca de alguna presa que cayera ante los encantos.

Javier lucía un pantalón vaquero, camisa blanca, zapatos negros y una gorra roja, mientras que Miguel vestía traje de calle azul, con camisa blanca, corbata rosada y zapatos negros.

El primero era de tez blanca y el segundo de piel canela, miraban hasta que Miguel se dio cuenta que una rubia de botica lo observaba con notoria coquetería, le comentó a su carnal la novedad, sin embargo, éste le deseo suerte y se marchó de la discoteca.

Miguel fue al ataque de inmediato, la sacó a bailar, tras media hora de mover el esqueleto, se trasladaron a la barra a beber, se acariciaron, se besaron y se terminaron en un rincón para bailar pegaditos.



Al hombre le encantaba el traje que llevaba la dama, muy ceñido a su anatomía que lo trasladaba al mundo de la lujuria con un trasero enorme, piernas gruesas y pechos que casi se salían de la parte frontal del vestido.

Ella le comentó que se fueran a un lugar más privado, residía cerca de la discoteca, el caballero aceptó porque estaba preparado con preservativo y  salieron del local, mientras charlaban tomados de la mano.

Doblaron por la esquina derecha, estaba algo oscuro, Miguel se sintió mareado, luego tres hombres lo seguían, se le acercaron, lo despojaron de su dinero, el reloj y su teléfono móvil en momentos que su novia ocasional solo miraba y reía.

En la mañana los transeúntes de la vía Véneto de la ciudad de Panamá miraban con asombro un hombre guapetón y elegante que estaba en el piso, borracho o mejor dicho drogado porque la dama le tiró algo al trago para neutralizarlo.

Fue víctima de las conocidas dormilonas.

Fotografías de Maor Attias y Joel Zar de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

Por qué me botaron del trabajo

 

Hace tres años inicié labores como vendedor de teléfonos celulares, en una tienda en Calidonia, Panamá, el salario no era gran cosa, aunque los necesitaba para pagar parte de mis estudios de licenciatura en español.

Mi astucia y mucha lectura me hizo ser un empírico con los móviles, su función, activarlos si estaban bloqueados, repararlos y cualquier problema que tuviese un aparato lo arreglaba.

Esa fue mi carta de presentación, lo que le encantó al dueño del negocio, Juan Chang, quien me contrató en un local de cien metros cuadrados donde también laboraban tres chicas.



Lorena, Amanda e Isabel, todas migrantes venezolanas, atractivas y como un imán para atraer clientes, principalmente los hombres, Chang me trajo con el propósito que atendiera a las damas.

Lorena era de piel trigueña, Amanda mitad nativa y blanca, mientras que Isabel era como un gran manto de nieve, quien robaba mirada de los clientes masculinos y siempre le compraban los aparatos.

Pasaron tres meses, pasé la prueba, Chang feliz, en ocasiones me daba un bono semanal de veinte dólares, dependiendo de las transacciones.

En ese andar, nos fuimos de parranda las tres chicas y yo, bebimos abundante cerveza, bailamos y sentí cierto atractivo por Isabel, con sus grandes pechos, mirada pícara y figura escultural.

Al salir del local nos fuimos a una de esas pensiones de la avenida Justo Arosemena para lo que ustedes saben que ocurre entre un hombre y una mujer, tan fabuloso fue que a ambos nos gustó la travesura y seguimos el romance oculto.



Isabel nunca estaba limpia, su cartera siempre contenía dinero, a veces pagaba las cervezas, las comidas, la pensión y me tiraba la toalla, lo que me hizo discurrir que un sugar daddy era quien la financiaba.

Entretanto, una tarde Chang se fue antes, me dejó la llave para cerrar el local, trabajamos, se marcharon las compañeras y me quedé con Isabel con extremas muestras de cariño que nos dejó desnudos a los dos.

Ni siquiera nos dimos cuenta de que abrieron la puerta pequeña trasera, tampoco los pasos y posteriormente estaba Chang, sorprendido de vernos mientras hacíamos el amor.

Esa misma noche, el comerciante chino me despidió del trabajo, era el sugar daddy de Isabel, el asiático ronda por los 55 años, Lorena 21 y yo 24, así que poco podía hacer.

Isabel estuvo un mes más laborando, luego la botaron y su reemplazo como pollita fue Lorena porque a Chang le encanta el colágeno, mientras que Isabel y yo ahora vivimos juntos.

Fotografía de Edward Eyer y Matías Reding de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

Hasta por la nariz

Desde pequeño Tincito se notaba que sería un glotón de primera categoría porque pedía siempre de más, hecho que se corroboraba mientras incrementaba su tamaño y así su estómago.

Vivía con sus padres y dos hermanas en el popular barrio de San Antonio, La Chorrera, Panamá, mientras que cerca de la familia residía un marinero jubilado italiano llamado Gino de Luca, quien le encantaba preparar las pastas de su país y enviarle un platillo a Tincito.

Tanto era el gusto del muchacho por la gastronomía de Gino que en una ocasión se cayó de un árbol, se lesionó la pierna de derecha, sin embargo, usó su astucia, consiguió un palo como bastón y se iba cojeando donde el europeo.



Todo iba normal, pero en una tarde de esas de lluvia tropical con mucho viento, que dañan las torres de energía eléctrica y hacen de los árboles juguetes, María, la mamá de Tincito, tenía visitas.

Llegó la hora de la cena, la señora sirvió a sus invitados pollo, arroz, lentejas y ensalada de papas, con jugo Kool-Aid, muy famoso en los años setenta, no obstante, como siempre Tincito pidió más, su mamá respondió que no había y el chico insistió.

—Mamá es que yo nunca me lleno, siempre quiero más—, manifestó frente a la mirada inquisidora de la autora de sus días y sorpresiva de las visitas.

María no comentó nada, los invitados se fueron y la señora, le advirtió que al día siguiente arreglaría ese asunto.

Y en efecto, a la mañana siguiente mandó a su hija María Cristina a la tienda para comprar una libra de macarrones o espaguetis, una libra de arroz, una libra de carne, papas, remolacha, huevos, tres piernas de pollo, además de un pan de molde o tajado y queso tipo Cheddar.



Los muchachos creyeron que ante el banquete alguien vendría, ya que el dinero escaseaba y la mamá preparaba abundante comida.

Terminó, la sirvió toda en varios platos, se fue a buscar una correa y trajo a Tincito, lo sentó en una silla, el niño abrió sus ojos más de lo normal ante semejante mesa.

—Ya es hora que se acabe esa vaina. Cómetelo todo, si te lo comes te pego y si no te lo comes también te pego—.

—Pero es mucha comida, mamá—

—Dijiste que nunca te llenabas, ahora veremos si es cierto o no.

Tincito le metió el diente a las pastas, luego al arroz, luego pan con queso, comió pollo y llegó el momento que su estómago no soportaba ni un soplo de aire, volteó la vista hacia donde su madre y esta le mostró la correa.

Comía poco a poco, iba a defecar y regresaba a la mesa, pero no aguantaba, lloraba y los macarrones se le salían por la nariz.

Al terminar, su mamá le dio una tanda de correazos para evitar la gula y aunque, aprendió la lección, ya de adulto cuando lo molestaban con la historia respondía que se lo preparan ahora que todo se lo comía.

Decía que no le pasaría lo de niño con los macarrones que se le salían hasta por la nariz, sin embargo, posteriormente del banquete nunca volvió a pedir más alimentos.

Fotografía de Gourav Sarkar y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.