El asesino del Tren de Aragua

 Sentado frente al juez, junto con su defensa, llevaba audífonos para comprender la traducción al castellano del inglés, Aníbal Meléndez, de 25 años, escuchó al juez que dictó la sentencia, tras ser encontrado culpable de violación y asesinato.

Meléndez, miembro de la organización criminal El Tren de Aragua, se notaba sereno, las miradas de las amistades, familiares y compañeras de clases Marian Lewis, la asesinada estudiante de arquitectura de la Universidad de Maine, eran de odio.

El caballero, con su barba oscura, abundante cabello y ojos sádicos, vestido con su traje de preso, color naranja, intentaba esquivar las pupilas ajenas, pero era el centro de atención, posteriormente de la brutal violación y muerte de Marian, de 22 años.



Un juicio publicitado en su extremo, una confesión fría con el clásico, fui yo, a la policía que lo detuvo, tras ser identificado por las cámaras de seguridad del centro de estudios superiores.

La noticia no solo se difundió en Estados Unidos, sino en el mundo entero por las aristas de un criminal, arrestado diez veces antes por delitos menores como hurto, robo o violación de morada.

Meléndez fue uno de los miles de venezolanos que huyeron de su país, sin embargo, el asesino planeó su fuga para evitar ser capturado por la policía de Venezuela que lo buscaba por su carrera criminal.

Cruzó la frontera por el Darién en Panamá, se fue por carretera hasta México, pasó a Texas, lo enviaron con otros migrantes a Nueva York en avión y de allí viajó a Maine.



Mientras que, durante el juicio, la fiscalía leyó el examen de necropsia de la víctima, muerte causada por estrangulamiento, moretones en sus pómulos, le faltaba un diente y tres costillas rotas.

Aprovechó la oscuridad de la noche para atrapar a su víctima que trotaba, la llevó a un paraje solitario de árboles, la golpeó, luego le humilló su castidad y acabó con su vida.

En la prisión estatal de Maine, los internos le temían, incluso criminales de alto perfil como asesinos, violadores y que cometieron otros delitos.

Sin embargo, al juez Ryan Thomas no le amedrentaba, por el contrario, cada vez que esos ojos azules profundos se dirigían al criminal hispano, el acusado agachaba la cabeza

Thomas dictaminó cadena perpetua para el asesino, sin posibilidad de libertad bajo palabra, condicional o algún beneficio, a lo que el público estalló en llanto, principalmente de los familiares y compañeros de clase de Marian.

No fue condenado a la pena de muerte porque desde 1887 fue abolida en Maine, no obstante, si se tomaba esa decisión era premiarlo, debía podrirse en la cárcel por su salvaje acción.

Historia y primeras fotos basadas en una historia real. Segunda fotografía de archivo.

 

 

 

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