En el parque de Santa Ana y sus alrededores, un ebrio recorría a diario de forma lenta y daba la impresión de que el pavimento se lo movían, obvio que era imposible andar bien por le grado de alcohol que su sangre contenía.
Los carajillos le gritábamos Chicha Fuerte, ladrón, luego
corríamos, mientras que el señor, las pocas veces que estaba sobrio, nos seguía
y si veía policías mostraba sus bolsillos y les decía que fue víctima del
robo.
—Esos chiquillos me han robado, atrápelos.
Las rondas de la antigua Guardia Nacional lo conocían, sabían que era un
borracho, platicaban con él un rato y posteriormente se marchaban.
Un asunto de niños, ya que generalmente en los barrios pobres como Santa Ana
y El Chorrillo, la batería de infantes pululaba las calles y la avenida Central
con poco que hacer.
Los programas deportivos o culturales eran casi nulos, solo las birrias de balompié
en el cuadro de la Plaza Amador y la piscina, donde muchas veces nos bañábamos
colados en las noches y Toto, el entrenador, nos buscaba con su collar
nylon con el que sostenía su silbato.
Ninguno de los pelaos conocía en qué cuarto vivía Chicha Fuerte,
aunque en una ocasión un santanero veterano me contó que, durante su juventud,
el mencionado ebrio fue un galán con numerosas mujeres que se rendían a sus
pies.
Iba a los bailes de pindín, conquistó a varias meseras y cubanas que laboraban
en los prostíbulos, ya que antes de la revolución de 1959 en la isla caribeña,
las prostitutas que ejercían en Panamá venían de ese país.
Chicha Fuerte, vestía elegante, con su sombrero de ala ancha, zapatos
muy lustrados, sortijas, pulseras, hebilla de oro y las famosas leontinas, sin
embargo, una de esas cariñosas, nacida en Pinar del Río, acabó con su vida.
El masculino enamorado frecuentaba el bar donde su musa laboraba, fueron
pareja, ella salió encita, abortó y se marchó hacia Miami cuando los
revolucionarios tomaron el poder en La Habana.
Chicha Fuerte quedó destrozado, empezó a beber, fue despedido del trabajo, dormía en el parque
o sus esquinas, con frío o hambre, cada real que conseguía era para comprar alcohol
y ahogar su pena de amor de la rubia caribeña.
La última vez que lo vi, estaba sobrio, su piel canela curtida, cabello sal
y pimienta, con ropa sucia, sin bañarse, caminaba perdido, no me atreví a llamarlo
Chicha Fuerte, ladrón porque sabía su triste historia.
Me cambié de vivienda de El Chorrillo a Río Abajo a los quince años y nunca
supe más del famoso personaje Chicha Fuerte, una figura de los
barrios pobres de la ciudad de Panamá.
Un hombre podrá tener mil mujeres, pero, solo ama a una.
Fotografías de Dreamstime y Joel Zar de Pexels no relacionadas con la historia.
Pobre Chicha Fuerte
ResponderBorrar