Impresionados estaba los vecinos de Doleguita, Chiriquí durante el primer día del novenario de Visitación del Susto, un miembro de la etnia Ngäbe-Buglé, fallecido en el hotel de la capital chiricana mientras bicicleteaba con una damisela, de 23 años.
Visitación llegó a David para laborar como peón en fincas, su contextura física y tamaño, de casi dos metros, llamaba la atención
de las féminas, con un cuerpo de luchador, ojos profundos y oscuros, además de
una cabellera azabache larga.
A sus 62 años, con una vida de abuso con tabaco y ron, sus órganos estaban
afectados por el sexo, conquistas, peleas en bares y 16 hijos, decían mucho de las
actividades del trabajador del campo.
Con su lomo, sudor y trabajo compró una casa que luego se la transfirió a
una de sus tantos amores, llamada Lucrecia, con quien tuvo cuatro hijos y
siempre amó, lo que provocó que alquilara un cuarto pequeño donde efectuaba sus
travesuras, a pesar de su edad.
Mientras que, en el sepelio de Visitación, los ojos de los parroquianos
querían hablar y el intercambio de miradas entre las antiguas parejas del hoy
occiso eran de muerte.
Mónica, Luisa, Teresa, Sofía, Alicia y María Cristina, la última que estuvo
con Visitación la noche fatal en la pensión, asistieron al acto religioso,
siempre adoraron al peón, le ofrecieron su vida y alma, además le alumbraron descendientes.
María Cristina, era la más joven, nieta de un hacendado en Horconcitos, enloqueció
con las palabras de Visitación, no le importó la clase social, ni la edad para
darle una hija, que días antes del infarto de su papá, cumplió 24 meses.
Mucho café, empanadas, solidaridad, otros criticaban que las mujeres fueran
al sepelio, algunas con sus hijos, Lucrecia, a la única que amó realmente el
fallecido, no asistió, ni tampoco sus descendientes.
La vida es una caja de sorpresas, en esa vivienda de 200 metros cuadrados,
prestada por una de las ninfas del muerto, fue donde se reunieron todos para rezar por su
alma y que fuese al cielo.
Una paradoja total, Visitación era ateo, carecía de ideas religiosas, su
lema era madrugar para tirar machete, sembrar, cuidar ganado, comer, dormir,
beber para acabar con las cantinas, conquistar mujeres y preñarlas.
El típico machista americano que le inculcan que mientras más mujeres e hijos tenga un varón es un roble imposible de derribar.
Algunas escribieron en las bancas del parque Cervantes, fulana y
Visitación, en medio de un corazón para que el cemento no sepultara el amor que
un día ofrecieron al caballero que hoy está siete pies bajo tierra en el
cementerio de David.
Fotografía de archivo y José Luis Pérez no relacionadas con la historia.