Los demonios de la guerra

Después de 40 años que se apagaron los fusiles en Vietnam, Jack Cooper necesitó respuestas que no encontraba en Estados Unidos, era como un volcán a punto de hacer erupción, recordaba siempre cuando se colocó el M-16 en su hombro derecho y subió al avión con destino a su país.

Pero las heridas de guerra no sellaron como la paz en el país asiático, el estrés postraumático, los sonidos de las bombas, las trampas vietnamitas, los gritos de sus compañeros heridos y otras aristas no lo dejaban tranquilo.

Llevaba un conflicto interno, antes de marchar para salvar a Vietnam del comunismo, cuando contaba apenas con 19 años, le hicieron un lavado de cerebro, odiaba al enemigo porque le inculcaron que todos debían desparecer de la faz de la tierra.



Un gigantesco tormento, sus amigos de guerra fallecidos como García, Thompson, Collins, Mancini, Kolawski y Ortega, muertos por las balas comunistas, no tuvieron la suerte de retornar como él, aunque en ocasiones prefería haber caído en combate que retornar.

El monstruo de la guerra lo atormentaba, recordaba las incursiones en las comunidades agrícolas, de techos de paja, con sembradíos de arroz, ganado y animales, muchos de ellos desaparecidos por las llamas del US Army ante la sospecha de ser guarida de guerrilleros.

Jack solamente contaba con un amigo, el güisqui, se emborrachaba, recorría las calles de Augusta, Maine, ante la mirada de los transeúntes de esa ciudad, quienes observaban con lástima a un hombre con aspecto de leñador que lloraba con un niño que perdió un juguete.

Tiempo después el veterano se enteró de que varios excombatientes regresaron a la tierra de mal, quizás la única forma de expulsar los demonios que lo poseían, así que con la ayuda de la asociación de veteranos logró viajar.



Halló a su propio yo, caminó calles, avenidas, estuvo en varios pueblos de Da Nang, donde  hacía cuatro décadas recorrió como soldado ante la mirada ahora benévola y hospitalaria de los campesinos.

Subió varias colinas y todo era diferente porque los años no pasan en vano.

Conoció a Kieu Lan, una mujer, treinta años menor que él, como ya tenía tres meses de dar vueltas en un país extranjero, se casó con la oriental para quedarse, y aunque, parezca increíble, ambos se enamoraron.

Por ironías de la vida, se encontró con otros antiguos combatientes estadounidenses en Vietnam, quienes decidieron volver y sacar sus culpas de los pecados de guerra.

Aunque las pesadillas de los enfrentamientos no cesan, Jack por fin está en donde lo llevaron por odio y retornó para buscar la calma de los tormentosos recuerdos de la guerra.

Imagen de Makus Winkler de Pexels y archivo no relacionados con la historia.

1 comentario:

  1. He escuchado historias de soldados. Dicen que tienen pesadillas, sienten culpa y que nunca se recuperan. Triste.

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