Ambos antisociales eran reconocidos en el mundo del hampa de calle Cuarta Parque Lefevre, pululaban en las madrugadas cerca de los bares y cantinas para desvalijar a los borrachos que salían de beber.
Mandela y Patacón, aburridos de la poca ganancia que le
proporcionaba estos robos a chuposos, decidieron dar un mejor
golpe que les rendiría numerosos dividendos para comprar marihuana y estar con algunas
guialcitas.
Decidieron mejor ingresar a una de esas viviendas lujosas del corregimiento
de San Francisco, donde vivían cocotudos y personas de clase media alta, en la
capital panameña.
Realizaron un trabajo de campo, se fijaron en una propiedad donde una
Montero estaba estacionada, solo tenía una cerca y una puerta de madera, no
parecía seguir los protocolos de seguridad hogareños, decidieron vigilar y entrar
en la noche del sábado.
Patacón llevó la pata de cabra, mientras que Mandela, un cuchillo y
un martillo por si algo salía mal, como a la medianoche cruzaron la cerca, se
fueron a la parte trasera y había una puerta abierta.
Lo primero que vio Mandela fue un reloj Fossil, algunas
prendas, ciento veinte dólares en efectivo, una caja de habanos Cohiba y dos
botellas de güisqui, un botín para los maleantes.
Metieron todo en una funda de almohada, se trasladaron a la primera
recámara, se escuchaba afuera el sonido de los vehículos que transitaban, así
que no le prestaron atención por ser una casa ubicada en una calle.
Encontraron dos relojes más, algunas cadenas, pulsera y un par de aretes de
oro, por lo que se fueron con el botín y cuando pretendían abandonar el lugar,
un hombre alto, de piel canela, vestido con traje de calle les apuntó con una
Glock.
Del miedo dejaron caer al suelo lo hurtado, Patacón identificó
al propietario de la casa porque lo había visto en la televisión y era Rolando Chávez,
fiscal de la sección de Homicidio y Femicidio.
Mandela y Patacón entraron a robar a la residencia de un funcionario de
instrucción de jerarquía, nunca averiguaron quién era el dueño de la casa
y ahora estaban atrapados.
La policía posteriormente llegó, cargaron con los antisociales, quienes se
declararon culpables ante un juez de garantías y les echaron siete años, por hurto
y violación de la propiedad privada.
Cuando el viejo José Chanis, se enteró de la novedad, mientras chupaba su
cerveza y fumaba su cigarrillo comentó que a los dos debieron darle cadena
perpetua por pendejos porque no se va a hurtar a una casa sin averiguar antes
quién es su dueño.
Fotografía cortesía del Ministerio Público de Panamá y la Policía Nacional
de Panamá no relacionadas con la historia.