¿Cómo enseñarle a Argos que no ladre?

 

Historia escrita por Héctor González

¡Guau! ¡guau! ¡ Grrrrrr!

    ¡Aldo! ¡Aldo! Ya comenzó Argos a ladrar de nuevo y son las 8:00 pm y recuerda lo que dijo la representante…

    ¿Y qué dijo, mujer?

    Que iba a penalizar a todo aquel perro que ladrara entre 6:00 de la tarde y 6:00 de la

mañana. 

Aldo dejó de ver su juego de béisbol y se asomó por la ventana. La calle estaba tranquila por el momento.

¡Guau! ¡guau! ¡Grrrrr!

    Aldo, ya comenzó de nuevo. Lo van a multar…

    Al perro, no sino a sus dueños. Lee bien el reglamento. Ella reculó y dice que la

multa es para los que maltratan animales.



        Aldo tuvo que abrir la puerta nuevamente a ver qué era lo que pasaba con Argos que era un recio rottweiler fuerte y poderoso, de talla mediana a grande, que inspiraba un temor casi mítico entre todos aquellos que no lo conocían. Aldo de una vez le puso la cadena y salió a la calle para explorar el área. Nada fuera de lo normal vio. Como siempre los muchachos en el parque conversando y chateando y en una esquina la piquera de taxis recibiendo llamadas. Sin embargo, Argos se mostraba algo inquieto y de vez en cuando gruñía y ladraba.

    ¡Shhhh! Calma Argos, no hay nada por aquí.

Aldo regresó a su casa y su mujer sentada en la mecedora lo esperaba.

    ¿Viste algo?

    No. nada, pero Argos sigue inquieto. No sé qué le pasa.

    Yo me voy a dormir.

    Anda que yo voy cuando se acabe el juego.



       Efectivamente el juego se acabó con un jonrón del juez Judge de los yankees por todo lo largo del jardín central ¡Qué palo! y Aldo se fue a dormir con la alegría de la victoria. Argos ladró una que otra vez y a un lado del carro de su queridísimo amo se echó.

    Son las 3:00 am y Argos abrió un ojo como su pariente el cancerbero con sus cien ojos, cincuenta abiertos y cincuenta cerrados guardando el averno. Algo interrumpe su sueño y levantó la cabeza mirando todo a su alrededor.  Ya los muchachos no están en el parque. Están aguantando sueño chateando con sus novias virtuales en sus respectivos lechos con la luz encendida, y en la piquera de taxis no hay ni uno. Los motores descansan para tronar al día siguiente.

   Argos se levantó y sigilosamente dio unos pasos hacia el patio de atrás. Una sombra maligna andaba por ahí y desde el techo saltó sin hacer ruido como un ninja, clandestino en la oscuridad rebuscando cosas por ahí con la linterna de su celular. Fue entonces que Argos comenzó a ladrar como nunca despertando a todo el barrio de un sabroso e interminable sueño…

¡ Guau! ¡guau! ¡ grrrr!

   En eso sonó un disparo…

    La representante de El Carrizal llegó al día siguiente con la resolución y su respectiva multa de B/.500 para el señor Aldo Quintero quién la esperó pacientemente en el patio de su casa y la leyó bien molesto. Llegó con personal de la policía para deslindar responsabilidades, pero la escena del crimen presentaba claramente que había sido un intento de robo porque se encontró el celular, y un arma con rastros de sangre y pedazos de piel, Argos había logrado morder al malandrín en una mano.

— Es absurda esa medida pues está en la naturaleza de los canes ladrar cuando se

sienten amenazados o para cuidar vidas o patrimonio — comentaban los uniformados dando por finalizadas las pesquisas.

      Aldo rompió la multa… La funcionaria no sabía dónde poner la cara… Argos la acompañó hasta la puerta del patio lanzando un gruñido ¿Cómo enseñarle a Argos que no ladre?

Fotografía de Ebony Scott y archivo no relacionada con la historia.

    

 

 

 

  

 

 

  

 


Chicha Fuerte, ladrón

En el parque de Santa Ana y sus alrededores, un ebrio recorría a diario de forma lenta y daba la impresión de que el pavimento se lo movían, obvio que era imposible andar bien por le grado de alcohol que su sangre contenía.

Los carajillos le gritábamos Chicha Fuerte, ladrón, luego corríamos, mientras que el señor, las pocas veces que estaba sobrio, nos seguía y si veía policías mostraba sus bolsillos y les decía que fue víctima del robo.

—Esos chiquillos me han robado, atrápelos.

Las rondas de la antigua Guardia Nacional lo conocían, sabían que era un borracho, platicaban con él un rato y posteriormente se marchaban.



Un asunto de niños, ya que generalmente en los barrios pobres como Santa Ana y El Chorrillo, la batería de infantes pululaba las calles y la avenida Central con poco que hacer.

Los programas deportivos o culturales eran casi nulos, solo las birrias de balompié en el cuadro de la Plaza Amador y la piscina, donde muchas veces nos bañábamos colados en las noches y Toto, el entrenador, nos buscaba con su collar nylon con el que sostenía su silbato.

Ninguno de los pelaos conocía en qué cuarto vivía Chicha Fuerte, aunque en una ocasión un santanero veterano me contó que, durante su juventud, el mencionado ebrio fue un galán con numerosas mujeres que se rendían a sus pies.

Iba a los bailes de pindín, conquistó a varias meseras y cubanas que laboraban en los prostíbulos, ya que antes de la revolución de 1959 en la isla caribeña, las prostitutas que ejercían en Panamá venían de ese país.



Chicha Fuerte, vestía elegante, con su sombrero de ala ancha, zapatos muy lustrados, sortijas, pulseras, hebilla de oro y las famosas leontinas, sin embargo, una de esas cariñosas, nacida en Pinar del Río, acabó con su vida.

El masculino enamorado frecuentaba el bar donde su musa laboraba, fueron pareja, ella salió encita, abortó y se marchó hacia Miami cuando los revolucionarios tomaron el poder en La Habana.

Chicha Fuerte quedó destrozado, empezó a beber, fue despedido del trabajo, dormía en el parque o sus esquinas, con frío o hambre, cada real que conseguía era para comprar alcohol y ahogar su pena de amor de la rubia caribeña.

La última vez que lo vi, estaba sobrio, su piel canela curtida, cabello sal y pimienta, con ropa sucia, sin bañarse, caminaba perdido, no me atreví a llamarlo Chicha Fuerte, ladrón porque sabía su triste historia.

Me cambié de vivienda de El Chorrillo a Río Abajo a los quince años y nunca supe más del famoso personaje Chicha Fuerte, una figura de los barrios pobres de la ciudad de Panamá.

Un hombre podrá tener mil mujeres, pero, solo ama a una.

Fotografías de Dreamstime y Joel Zar de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

Fue por una guial y terminó trabado

La noche en que Miguel sería bolseado, salió del trabajo como a las siete de la noche, ingresó al baño, se colocó desodorante, un perfume de esos de sesenta dólares el envase, sacó su gel y se la untó en su abundante cabello oscuro.

Se comunicó con Javier, ambos frecuentaban antros en busca de chicas, cazadores del sexo femenino por excelencia, sin embargo, este último le advirtió a Miguel que no pasaría de las once de la noche por tener un compromiso temprano al día siguiente que era viernes.

Ambos llegaron a un pequeño bar con abundantes mujeres, pero a ninguno les gustó el tipo de féminas en el local, bebieron unas cervezas y luego se marcharon a una discoteca en la vía España.



Entraron a Mi Sueño, de tres plantas, con espectaculares juegos de luces, mujeres a montón para todos los colores y gustos, blancas, chinas, negras, de piel canela, mestizas, rubias y exóticas.

Se instalaron en la barra porque era bar abierto, así que empezaron a tomar como reales cosacos y miraban a todos lados en busca de alguna presa que cayera ante los encantos.

Javier lucía un pantalón vaquero, camisa blanca, zapatos negros y una gorra roja, mientras que Miguel vestía traje de calle azul, con camisa blanca, corbata rosada y zapatos negros.

El primero era de tez blanca y el segundo de piel canela, miraban hasta que Miguel se dio cuenta que una rubia de botica lo observaba con notoria coquetería, le comentó a su carnal la novedad, sin embargo, éste le deseo suerte y se marchó de la discoteca.

Miguel fue al ataque de inmediato, la sacó a bailar, tras media hora de mover el esqueleto, se trasladaron a la barra a beber, se acariciaron, se besaron y se terminaron en un rincón para bailar pegaditos.



Al hombre le encantaba el traje que llevaba la dama, muy ceñido a su anatomía que lo trasladaba al mundo de la lujuria con un trasero enorme, piernas gruesas y pechos que casi se salían de la parte frontal del vestido.

Ella le comentó que se fueran a un lugar más privado, residía cerca de la discoteca, el caballero aceptó porque estaba preparado con preservativo y  salieron del local, mientras charlaban tomados de la mano.

Doblaron por la esquina derecha, estaba algo oscuro, Miguel se sintió mareado, luego tres hombres lo seguían, se le acercaron, lo despojaron de su dinero, el reloj y su teléfono móvil en momentos que su novia ocasional solo miraba y reía.

En la mañana los transeúntes de la vía Véneto de la ciudad de Panamá miraban con asombro un hombre guapetón y elegante que estaba en el piso, borracho o mejor dicho drogado porque la dama le tiró algo al trago para neutralizarlo.

Fue víctima de las conocidas dormilonas.

Fotografías de Maor Attias y Joel Zar de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

Por qué me botaron del trabajo

 

Hace tres años inicié labores como vendedor de teléfonos celulares, en una tienda en Calidonia, Panamá, el salario no era gran cosa, aunque los necesitaba para pagar parte de mis estudios de licenciatura en español.

Mi astucia y mucha lectura me hizo ser un empírico con los móviles, su función, activarlos si estaban bloqueados, repararlos y cualquier problema que tuviese un aparato lo arreglaba.

Esa fue mi carta de presentación, lo que le encantó al dueño del negocio, Juan Chang, quien me contrató en un local de cien metros cuadrados donde también laboraban tres chicas.



Lorena, Amanda e Isabel, todas migrantes venezolanas, atractivas y como un imán para atraer clientes, principalmente los hombres, Chang me trajo con el propósito que atendiera a las damas.

Lorena era de piel trigueña, Amanda mitad nativa y blanca, mientras que Isabel era como un gran manto de nieve, quien robaba mirada de los clientes masculinos y siempre le compraban los aparatos.

Pasaron tres meses, pasé la prueba, Chang feliz, en ocasiones me daba un bono semanal de veinte dólares, dependiendo de las transacciones.

En ese andar, nos fuimos de parranda las tres chicas y yo, bebimos abundante cerveza, bailamos y sentí cierto atractivo por Isabel, con sus grandes pechos, mirada pícara y figura escultural.

Al salir del local nos fuimos a una de esas pensiones de la avenida Justo Arosemena para lo que ustedes saben que ocurre entre un hombre y una mujer, tan fabuloso fue que a ambos nos gustó la travesura y seguimos el romance oculto.



Isabel nunca estaba limpia, su cartera siempre contenía dinero, a veces pagaba las cervezas, las comidas, la pensión y me tiraba la toalla, lo que me hizo discurrir que un sugar daddy era quien la financiaba.

Entretanto, una tarde Chang se fue antes, me dejó la llave para cerrar el local, trabajamos, se marcharon las compañeras y me quedé con Isabel con extremas muestras de cariño que nos dejó desnudos a los dos.

Ni siquiera nos dimos cuenta de que abrieron la puerta pequeña trasera, tampoco los pasos y posteriormente estaba Chang, sorprendido de vernos mientras hacíamos el amor.

Esa misma noche, el comerciante chino me despidió del trabajo, era el sugar daddy de Isabel, el asiático ronda por los 55 años, Lorena 21 y yo 24, así que poco podía hacer.

Isabel estuvo un mes más laborando, luego la botaron y su reemplazo como pollita fue Lorena porque a Chang le encanta el colágeno, mientras que Isabel y yo ahora vivimos juntos.

Fotografía de Edward Eyer y Matías Reding de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

Hasta por la nariz

Desde pequeño Tincito se notaba que sería un glotón de primera categoría porque pedía siempre de más, hecho que se corroboraba mientras incrementaba su tamaño y así su estómago.

Vivía con sus padres y dos hermanas en el popular barrio de San Antonio, La Chorrera, Panamá, mientras que cerca de la familia residía un marinero jubilado italiano llamado Gino de Luca, quien le encantaba preparar las pastas de su país y enviarle un platillo a Tincito.

Tanto era el gusto del muchacho por la gastronomía de Gino que en una ocasión se cayó de un árbol, se lesionó la pierna de derecha, sin embargo, usó su astucia, consiguió un palo como bastón y se iba cojeando donde el europeo.



Todo iba normal, pero en una tarde de esas de lluvia tropical con mucho viento, que dañan las torres de energía eléctrica y hacen de los árboles juguetes, María, la mamá de Tincito, tenía visitas.

Llegó la hora de la cena, la señora sirvió a sus invitados pollo, arroz, lentejas y ensalada de papas, con jugo Kool-Aid, muy famoso en los años setenta, no obstante, como siempre Tincito pidió más, su mamá respondió que no había y el chico insistió.

—Mamá es que yo nunca me lleno, siempre quiero más—, manifestó frente a la mirada inquisidora de la autora de sus días y sorpresiva de las visitas.

María no comentó nada, los invitados se fueron y la señora, le advirtió que al día siguiente arreglaría ese asunto.

Y en efecto, a la mañana siguiente mandó a su hija María Cristina a la tienda para comprar una libra de macarrones o espaguetis, una libra de arroz, una libra de carne, papas, remolacha, huevos, tres piernas de pollo, además de un pan de molde o tajado y queso tipo Cheddar.



Los muchachos creyeron que ante el banquete alguien vendría, ya que el dinero escaseaba y la mamá preparaba abundante comida.

Terminó, la sirvió toda en varios platos, se fue a buscar una correa y trajo a Tincito, lo sentó en una silla, el niño abrió sus ojos más de lo normal ante semejante mesa.

—Ya es hora que se acabe esa vaina. Cómetelo todo, si te lo comes te pego y si no te lo comes también te pego—.

—Pero es mucha comida, mamá—

—Dijiste que nunca te llenabas, ahora veremos si es cierto o no.

Tincito le metió el diente a las pastas, luego al arroz, luego pan con queso, comió pollo y llegó el momento que su estómago no soportaba ni un soplo de aire, volteó la vista hacia donde su madre y esta le mostró la correa.

Comía poco a poco, iba a defecar y regresaba a la mesa, pero no aguantaba, lloraba y los macarrones se le salían por la nariz.

Al terminar, su mamá le dio una tanda de correazos para evitar la gula y aunque, aprendió la lección, ya de adulto cuando lo molestaban con la historia respondía que se lo preparan ahora que todo se lo comía.

Decía que no le pasaría lo de niño con los macarrones que se le salían hasta por la nariz, sin embargo, posteriormente del banquete nunca volvió a pedir más alimentos.

Fotografía de Gourav Sarkar y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

Fuga por un polvo

Cuando Pranvera Arvanitas Mumba ganó el concurso de Señorita Tirana, lloró de la alegría porque era la llave que le abriría las puertas para salir de la pobreza y el trampolín internacional a su carrera de modelo.

Albania es un país casi aislado del mundo, durante la época del socialismo, se encerró mucho más en su burbuja, sin embargo, con la caída del bloque soviético intenta abrirse paso en el globo terráqueo y los concursos de belleza eran parte de la búsqueda internacional.

El aspecto físico y la inteligencia de la ganadora era impresionante,  su abuelo materno venía de Kenia, por lo que heredó una piel no oscura, sino era como la canela, el cabello ensortijado, los ojos verdes muy brillantes provenientes de los genes de su abuela y madre.



Así que desde que el jurado la vio estaba en las primeras finalistas al concurso de belleza local, solo había que pulirla un poco más porque la jovencita provenía de un barrio pobre de Albania.

Sin embargo, al único que no le cayó bien la noticia fue a Matris, el novio y vecino de la concursante, ese triunfo representó para él que su pareja se le escaparía de las manos como agua en coladero.

La corona de Señorita Tirana fue como cien azotes al cerebro de Matris, su amor de niño, adolescente y ahora de adulto se marcharía a París con el fin de hacer carrera como modelo, ganara o no Señorita Albania.

Sin embargo, Pranvera amaba a Matris, ni siquiera se había imaginado o pensaba dejarlo, por el contrario, entre sus planes era educar y convertir a su pareja en su representante legal.

Pero como los celos es la enfermedad mortal del amor, Matris le pidió a Pranvera que se fugara de la habitación del hotel donde estaban las competidoras del concurso Señorita Albania.



La chica se negó hasta que el novio amenazó con abandonarla, era una prueba de amor, si ella realmente lo quería haría ese sacrificio, saldría de las instalaciones a escondidas para encontrarse con su pareja y tener sexo.

Con su astucia, se colocó un hiyab y unas gafas oscuras para no ser reconocida por las cámaras de seguridad, fue al encuentro con su novio, no obstante, para su mala suerte la chaperona ingresó a su habitación durante una revisión y su compañera respondió no saber dónde estaba.

Se alertó a la seguridad, vieron las cámaras,  fue reconocida por su forma de caminar y al regresar la esperaban para interrogarla.

Pranvera lloró, se disculpó, pero era tarde porque violó las reglas, no hubo tolerancia y fue expulsada del concurso Señorita Albania.

Su inexperiencia e inmadurez provocaron que la fuga por un polvo fuese demasiado costosa para su incipiente carrera de modelo.

Fotografía de Dianis Graveris y Moy Caro de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

El rey de Mastán

Los súbitos le escuchaban muy atentos ante el anuncio del rey Catán, soberano del reino de Mastán y su monarca por tercera ocasión consecutiva le anunciaba a su pueblo días prósperos.

—Emitiré un decreto para liberar a todos los prisioneros, los ladrones, condenados a muerte, no habrá más esclavitud en este reino—, resaltó y se escucharon los aplausos.

Miradas perdidas, otras con atención sorprendidas, por lo que nunca pensaron que sucedería en Mastán.

—Haré una reforma agraria para que los campesinos tengan sus propias tierras, no quiero que sean explotados por los latifundistas, quien se oponga irá directamente el morro porque mi pueblo necesita días mejores.



—Viva el rey—, gritó una señora.

—Aún no termino—, respondió Catán.

El soberano apreciaba una gigantesca pradera, adornada con un espumoso cielo azul, con brisa que se sentía deliciosa, casi como la miel en los labios de un pordiosero que no probó alimento en días.

Lo soldados vigilaban a su jefe, todos de gran estatura, lucían su costosa y brillosa armadura, solo se veían los ojos de los infantes porque los cascos impedían la visión del resto de la cabeza.

—Los médicos de mi corte recorrerán todos los rincones para atender a los enfermos, se les curará y llevará a un lugar para que no sufran en sus destrozadas chozas.

Volvieron los aplausos, un hombre vitoreaba al rey, mientras el resto lo seguía con gritos de alegría.



—No habrá pago de impuestos, realizaré mejoras a este castillo, las carreteras y se construirán más pozos con el fin de que haya acceso a todos los habitantes de Mastán—, indicó.

El público se sorprendía ante esto porque los desposeídos nunca tuvieron este beneficio y solo era para los miembros de la nobleza del reino de Mastán, así que fue un anuncio que impactó.

—Distribuiré la riqueza de los nobles entre ustedes como caballos, vacas, gallinas y construiré carretas para un futuro asegurado—, apuntó Catán, seguido nuevamente de aplausos de su inmenso reino.

Sin embargo, tres hombres vestidos de blanco, interrumpieron el discurso y se acercaron a Catán.

—Ya está bueno, es hora de irse a dormir Catán, pero antes te daremos tu Celexa que te recetó el psiquiatra. Vas por buen camino en tu tratamiento—, manifestó el enfermero del Sanatorio Mental Antonio Mastán.

Fotografía de Camargo Anthony y Deposit Photos no relacionadas con la historia.

 

El estrangulador de Calidonia y el juez

A Gordón López lo detuvieron en casa de su madre, un ejército de policías con un despliegue impresionante de seis patrullas, dos helicópteros, cámaras de video y armas de grueso calibre.

Un video lo captó en el momento que estrangulaba en una esquina a una bailarina exótica al salir de un bar nudista, ubicado en Calidonia, la ciudad de Panamá.

Identificado el criminal, le dieron seguimiento, los gritos de su madre reventaban cualquier odio, a Gordón le dieron una puñera porque el odio era inmenso y sobre él pesaban la sospecha de matar otras cuatro damas de forma similar.



Media docena de policías tuvieron que neutralizarlo, usaron la pistola de descarga eléctrica y bastante tolete porque imposible atrapar a un hombre fortachón de casi dos metros de altura.

Tras ser detenido, a punta de palo que le dejaron la cabeza rota, lo llevaron a Medicina Legal donde le suturaron varios puntos en el cráneo, el gobierno anunció su captura y venía la otra parte.

Los medios de comunicación se dieron banquete con diversas publicaciones, no obstante, los psiquiatras recomendaron no procesarlo judicialmente porque Gordón padecía de alteración psíquica.

No era responsable de sus pensamientos, sentimientos, estados de ánimo y su comportamiento, aunque para el juez que llevó el caso el criminal podía ser enjuiciarlo por los crímenes cometidos.



La razón principal del juez John Rodríguez es que aspiraba a ser magistrado del tribunal de apelaciones, una condena dura a un tipo como ese ganaría simpatía de los medios de comunicación e influiría en la decisión de la comisión que nombraba los cargos superiores del Órgano Judicial.

Rodríguez se convirtió en toda una celebridad, alabado por los medios por atreverse a hacer lo imposible, lo trataron casi como un dios o artista del séptimo arte.

Gordón fue condenado a 30 años de prisión por el asesinato de la bailarina, lo internaron en la gran Joya, donde los presos lo evitaban porque alguien con ese dictamen mental en menos de cinco segundos se transforma de ángel a demonio.

Al afectado mental, en la primera semana le fue bien, pero la segunda, asesinó a su compañero de celda, a otro preso en el gimnasio y uno en la cocina, ninguno recluso quiso intervenir porque solo querían salvar su vida.

Cuando se conoció la noticia, hubo escándalo, el jefe de Medicina Legal acusó al juez de buscar y rebuscar publicidad para un ascenso, sabía del dictamen y lo ignoró porque no quería ser linchado por los medios de comunicación.

Luego de la revuelta, Rodríguez dimitió para no seguir siendo atacado por los mismos medios que lo adularon en el pasado.

Su error judicial fue muy caro porque, aunque eran internos, los delitos en que incurrieron eran menores.

Fotografía de Ron Lach y Los Muertos Crew no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

Escape de la muerte

Sergio despertó, luego de toser, sintió un olor tóxico proveniente de la planta baja del almacén que custodiaba y totalmente cerrado en la noche, como solía ocurrir con los guardas de seguridad que los dejaban dentro de los negocios y las puertas con cerrojo afuera.

Al bajar vio el humo, era la alfombra y algunas prendas de vestir femeninas, las llamas también alcanzaban unos sombreros del negocio de ropa a bajo precio, posteriormente pensó qué hacer.



No había extintores porque en 1988 no era obligatorio que las empresas tuvieran uno como prevención ante los incendios, así que contaba con pocas o nulas acciones para salvar su vida.

Ingresó a la compañía Seguridad Total S.A. con un salario de ciento ochenta y ocho dólares mensuales, pero el patrón no le pagaba las horas extras, ni recargos dominicales e incluso le descontaba las cuotas obrero-patronales de la Caja del Seguro Social y no las reportaba.

Explotado como muchos la mayoría de los vigilantes privados, a sus 23 años, debía mantener a su hija, su mujer Lola,  quien vendía frituras en Tocumen, Panamá, residían en una humilde casa de 50 metros cuadrados.

Mientras tanto, la alfombra era como regar gasolina al fuego, fabricada con telas y neumáticos, las llamas avanzaban a la velocidad de la luz y el guarda miró que todas las ventanas estaban cerradas.



Subió al segundo piso, el humo invadió esa sección, no había ventilación, moriría de asfixia, quizás quemado, no reconocerían su cadáver y recordó a su bebita Lolita de nueve meses.

Miraba como las cajas de cartón de los juguetes, plástico y telas se consumían, así que Sergio se trasladó a la tercera planta, donde estaba el depósito con gran cantidad de cajas de cartón.

El fuego destrozaría todas esas cajas, se fijó en una esquina que había un mazo, se fue donde estaba, subió la escalera y empezó a golpear el techo.  El cielo raso se desprendía como nevada en Moscú.

Siguió, el humo le restaba visibilidad, tosía y tosía, casi desmaya hasta que el techo cedió por fuera, las tejas se quebraron, su rojizo color se mezcló con el blanco del cielo raso.

Por un diminuto hueco, por su delgadez, logró abandonar el infierno, aunque aún estaba en el techo, ya había gente que observaba, Sergio no quiso esperar a los bomberos, así que se lanzó al pavimento y se quebró las dos piernas.

Salvó su vida, sin embargo, creó el escándalo de los guardas de seguridad que los explotaban y encerraban en los almacenes sin protección alguna ante un eminente incendio.

Imagen de Milton Moreira y Pixabay de Pexels no relacionados con la historia.

Por amor a Beth

George Patton y Charlie Chaplin eran dos adolescentes de dieciséis años que se disputaban el amor de Elizabeth Arias Boyd, de quince abriles, a pesar de que eran primos, residían en la misma casa y toda su vida se criaron juntos.

Los tres eran de la etnia guna, así que los vecinos no se sorprendieron por los nombres con el que los registraron en el Tribunal Electoral porque para esa etnia eso no interesa y es que en su comunidad cuentan con sus identidades en su lengua materna.

Beth, como le llamaban en casa, tenía rasgos hermosos, de baja estatura, sonrisa angelical, pero de carácter fuerte, no le llamaba la atención sus paisanos, siempre decía que al llegar el momento de casarse lo haría con un latino.



Entretanto, dentro de la casa en Veracruz, Panamá Oeste, donde residían como quince familiares de George y Charlie, como suele suceder por tradición en la que son numerosos miembros, los regaños no paraban.

En ocasiones los primos jugaban videos o balompié, se iban a la playa a vender helados o rebuscarse algunos reales, todo con el fin de entregarle algún regalo a lo que ellos aspiraban que fuese su media naranja.

En Veracruz había una bola de corrillo de que Beth estaba enamorada de Arthur, un santeño blanco y ojos miel, de 16 años, cuyos padres eran propietarios de una fonda muy famosa por sus tamales de olla.

Nadie los vio juntos, así que por el momento todo era un bochinche, mientras que los Romeo atacaban a su presa constantemente, sin embargo, la adolescente los rechazaba y los esquivaba.



El rumor no detenía los conflictos entre los parientes hasta que George retó a Charlie a una pelea en el cuadro de balompié, un domingo cuando se desarrollaba una liga y su amada Beth, los vería.

Quien triunfara se quedaría con el amor de la chica y no discutieron más, no obstante, la palabra duelo llegó hasta los oídos de la adolescente quien intentó detener la disputa sin conseguirlo.

El día de la pelea, los chicos se colocaron como boxeadores, George tiró el primer golpe, fue esquivado por Charlie, quien lanzó un derechazo, pero falló, luego el primero le metió un mata puerco que impactó en el rostro del segundo, este lo devolvió y golpeó el mentón de George.

Los chicos se golpeaban, nadie intervino hasta que se dieron cuenta de que Beth veía todo, tomada de mano con Arthur, lo que detuvo el popular encuentro boxístico y sorprendió a ambos adolescentes de que por gusto se daban trompadas.

Beth disfrutaba de la actividad deportiva y se besaba con Arthur.

Para rematar, los padres de los boxeadores se presentaron con correa en mano para darle una limpia a los muchachos porque tanta chiquilla linda que había en Veracruz y ellos se daban puñete por una que solo le gustaban los latinos.

Fotografía de la Junta Comunal de Veracruz y Pexels no relacionadas con la historia.

 

Las cariñosas de Akatan

El reino estaba punto de irse a la guerra con sus enemigos de Turlek, ya que por siglos rivalizaron por riquezas, territorios e imponer su poder sobre el otro, sin embargo, Akatan se encontraba débil.

Su adversario era mucho más fuerte, así que el rey de Akatan, Julikth, llamó a los magos Tafer, Mafin y Halam con el fin de acabar con el adversario y cada uno respondió que traería una propuesta al día siguiente para que el monarca eligiera.

No obstante, los espías de Turlek, descubrieron el plan, atacaron a su rival, el castillo de Akatan era asediado por los arqueros, quienes disparaban nubes de flechas que neutralizaban a los defensores del lugar.



Julikth convocó a los tres magos, Tafer le entregó una poción mágica para colocar en los aceites de los arqueros defensores, así que cuando las flechas volaran cerca del enemigo envenenara a los guerreros de Turlek, pero no funcionó porque no había suficiente fórmula.

Desesperado Julikth, le preguntó a Mafin qué inventó para la victoria, el mago manifestó que un polvo que hacía invisibles a sus soldados, se lo tragaban, no serían vistos, no obstante, al probar la poción no cubría las armaduras de la infantería. Tampoco servía.

Enfurecido Julikth le gritó a los tres magos que no si no encontraban una solución al problema, él mismo les atravesaría su espada de casi cinco kilos de peso.



Halam le dijo que liberara a las doscientas prostitutas presas por la campaña moral del reino contra ellas, que apagara todas las llamas que alumbraban el reino y arrojara los barriles de vino al enemigo.

El monarca dudó en un momento, dio la orden, salieron las carretas con el vino, algunas prostitutas manejándolas, lo que confundió a los soldados enemigos y pensaron que era la antesala a la rendición.

Bebieron todo el vino, bailaron con las prostitutas, las besaban, manoseaban y gritaban de alegría hasta que los quinientos soldados y arqueros quedaron totalmente borrachos.

Esto fue aprovechado por los trescientos defensores de Akatan, que introdujeron sus espadas en los musculosos pechos de los soldados, sin darse cuenta de que eran asesinados por sus rivales.

Fue una noche fría con abundante nieve que se tiño de rojo por la sangre de los ebrios infantes muertos, pocas estrellas y ruda brisa  que levantó los cascos de los soldados caídos.

Agradecido, Julikth, nombró a Halam como ministro de guerra, Tafer y Mafin, siguieron con sus prácticas de magia, el rey rival Borlov casó a su hija con el hijo de Julikth e hicieron una alianza sólida que duró siglos.

Las guerras no siempre las ganan los soldados porque las mujeres también pesan en el campo militar.

Fotografía de Francesco Paggiaro y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

Los noventa minutos de Mía Lucrecia

Mía Lucrecia se levantó ese lunes tres horas antes de su audición en la publicitaria donde competiría para hacer un comercial y con la posibilidad de abrirle una carrera de modelo.

La joven de 19, estudiaba la carrera de Producción de Cine y Televisión en la Universidad de Panamá, muy humilde, hija de un zapatero y una extrabajadora manual en un restaurante de la capital.

Mía Lucrecia pidió un vestido azul prestado, Aranda, su mejor amiga de clases le dio  su maquillaje, el dinero escaseaba y de a milagro en ocasiones se desayunaba panqueques en su morada de viejas maderas y hojas de calaminas mordidas por el tiempo.



En su habitación había una cama, una mesita armada con una caja de jugos y una tabla que lo transformaba en mesa, un banco de plástico, un bombillo, las paredes estaban sin repellar, una ventana ornamental y cortinas para evitar a los mirones.

La atractiva estudiante pintó sus labios con rosa mate, sombras parecida a su piel, se delineó con los ojos con color negro, se sacó las cejas para impresionar más y cepilló sus pardos cabellos.

Era necesario ese contrato, su madre era pensionada, un accidente en la escalera en el centro comercial donde estaba el restaurante fue el motivo de una lesión columnar que la dejó en silla de ruedas hasta que dejara de respirar.

La pensión era mínima, y a pesar de que ya casi no hay zapateros, los ingresos eran reducidos para una familia de cuatro hijos, además de la pareja.

Mía Lucrecia desayunó dos tortillas, café y un huevo cocinado en agua, al terminar, cepilló sus dientes, besó a sus padres, quienes no solo le desearon que fuese escogida, sino que oraban a cualquier dios de este mundo para que ganara la competencia.



El trayecto era corto, como media hora desde su residencia en autobús hasta donde se encontraba la empresa, así que la señorita caminó a la parada, saludó a sus vecinos esa mañana oscura de octubre, con truenos, mucha brisa y esperanza de un mejor futuro.

Abordó el servicio público de transporte, observaba a la gente con toneladas de sueño y bostezando, de todo un poco en la buseta. Mía Lucrecia se encontraba, en la cuarta fila y en la ventanilla derecha del Metro Bus.

Durante diez minutos todo, normal, el autobús hizo una parada en un comercio, había intercambio de turno de dos vigilantes, a uno se le cayó el arma de fuego, se disparó, la bala entró por el vidrio del automotor e impactó en la frente de Mía Lucrecia.

La joven murió al instante, la distancia era corta, el responsable fue un periodista y migrante venezolano, sin permiso para trabajar, recién llegado al país, a quien le urgía conseguir dinero para enviar a su familia, así que tomó la labor de guarda de seguridad sin preparación alguna.

Mía Lucrecia no llegó a la audición, pero la noticia revolvió una nación creada por migrantes y con un problema masivo sin resolver.

Fotos de Genaro Servín y Cottonbro Studio no relacionadas con la historia.