Ladrón en traje de calle

Sentado en esa silla de madera, con su uniforme naranja, con esposas y grilletes, la cabeza agachada, observado por los comunicadores sociales, el público, el jurado y los alguaciles estaba el imputado, quien de vez en cuando subía la cabeza para ver al juez.

Toda una carrera política de 20 años tirada a la basura por la ambición de dinero, poder, sexo, autos lujosos, viajes y chicas lindas para presumir frente a sus amigos, así que se le pronosticó al exsenador del estado de Idaho no era precisamente su reelección.

Las lágrimas salían de los azules ojos de sus dos hijos, su mujer y la madre de Tony Becker, acusado de falsificar documentos de devolución de impuestos, además de hurtar las ayudas federales para ciudadanos durante la pandemia de Covid-19, en el 2020.



No era lo esperado por la Casa Blanca de sus políticos, debido a que encabezaban una campaña mundial contra la corrupción, como muchas otras que fracasaron, porque primero se debe limpiar el patio de la casa para luego hacerlo con el ajeno.

La suma robada era más de 500,000.00 de los contribuyentes estadounidenses, un gran perjuicio a las personas que se quedaron sin dinero durante la epidemia por la maldita influenza, no recibieron los montos federales asignados, pero sí le sirvieron a Becker para irse a Las Vegas, Hawái, las islas Vírgenes y otros destinos.

El antiguo político demócrata, que antes se codeaba con miembros de la alta sociedad de Boise, ahora era despreciado por las mismas personas con quienes compartió momentos de alegría y triunfo.

Tras la investigación, el FBI cargó con un automóvil BMW y otro Mercedes-Benz, ya que al político le encantaban los carros fabulosos para transportar jovencitas, aunque ni una de ellas se presentó en la sala de audiencia donde era procesado el cincuentón.



Becker levantó la cabeza, observó al fiscal lo señalaba, lo acusaba de ladrón, de robarse el futuro, la esperanza y los fondos de los contribuyentes no solo del estado, la ciudad, sino del país que con tanto trabajo se pagó.

Las rutas de escapatoria al juicio fueron cerradas, tampoco un acuerdo de pena, como lo pidió la fiscalía cuando lo detuvieron porque salió por fianza y creyó que los acusadores perderían.

—Al tío Sam, puedes dispararle, insultarlo, herirlo, acuchillarlo, pero nunca le robes los impuestos. Este señor no solo robó dinero, sino que alteró documentos para devolución de gravámenes que nunca pagó—, acusó Roger Saltini, asistente del fiscal de Idaho.

Ocho cargos de fraude eran una telaraña imposible de desatarse, el jurado lo declara culpable y el juez le dicta sentencia de 25 años de cárcel, con posibilidad de salir bajo palabra en 20 años.

Los corruptos no solo se tragan la esperanza de mexicanos, panameños, colombianos, venezolanos, cubanos, chilenos, argentinos, sino también en Estados Unidos porque la avaricia no tiene ciudadanía.

Imagen de RDNE Stock project y Pixabay  de Pexels no relacionados con el relato.

 

 

 

La dama desconocida

El público miraba con sorpresa y escuchaba muy atento las palabras de la joven de aproximadamente 25 años, luego del oficio religioso de quien en vida se llamó Sergio Gardeliano, un ingeniero mecánico de 52 años., nacido y criado en Panamá.



Todo un discurso con palabras que llegaban al corazón, a varios de los parroquianos se les salió las lágrimas cuando la dama, identificada solo como Celeste, hablaba sobre la falta que le haría el difunto a ella y su hijo de tres años.

Pero no solo era compasión de una fémina que acababa de perder a su pareja, el padre de su hijo, sino que algunos de los asistentes en la iglesia se solidarizaban con ella en momentos dificultosos y otros no sabían qué hacer.

Los rostros de la primera fila ni hablar, las mujeres con gafas oscuras y pañuelo en la cabeza se quedaban boquiabiertos con las palabras de Celeste, otras señoras ya pasadas las seis décadas, chismorreaban.

—El padre de mi hijo, mi marido, Sergio, un hombre excepcional, profundamente religioso, con valores morales altos, trabajador, nunca se peleó con nadie, no lo escuché jamás decir una palabra obscena y siempre pendiente de su familia­—, resaltó la mujer.

Cada sílaba o consonante era como agregar más leña al caldero, la llama se encendía y se cocinaba la incertidumbre, las interrogantes, sin embargo, nadie se atrevió a interrumpirla.



Hacerlo sería un acto brutal, grotesco, inmaduro, malévolo e inhumano porque la mujer estaba golpeada en la fibra más sensible de su corazón, su amor de dama y un hijo huérfano de padre.

En la primera silla del lado izquierdo, una mujer agachaba la cabeza, solo ella sabía lo que ocurría en ese momento, aparte de la muerte de Sergio, su honorabilidad y reputación quedó marcada.

Al terminar de hablar Celeste, hubo aplausos a montón, ríos de lágrimas y abrazos e incluyendo el de la dama de la primera fila o Vanessa de Gardeliano, la viuda de Sergio.

Fue de infarto para Celeste enterarse de que ese hombre que tanto habló flores estaba casado y con tres hijos. ¡Vaya sorpresa regala la vida!

Fotografía de Chikondi Gunde y David Eucaristía de Pexels no relacionadas con la historia.


La nueva novia de papá

Fui a visitar a mi viejo un fin de semana porque en esas fechas no tuve que trabajar, así que aproveché para platicar con el autor de mis días y tomarnos unos copetines.

Mi padre se puso feliz al verme, me abrazó, casi tres meses que no tenía contacto físico con él, me presentó una chica de unos 26 años, su novia, llamada Saray, blanca como la nieve, con escultural cuerpo, pechos gigantescos, trasero grande y ojos verdes.

Su manera de vestir era muy peculiar con pantalones cortos de licra, usaba hilo dental y camisetas pegadas al tórax que hacían sobresalir sus gigantescos senos, por lo que no entendía cómo mi papá no le decía nada sobre eso.



Nos dirigimos al supermercado, la gente pensaba que Saray era mi pareja y no la nueva novia de mi papá, quizás por la juventud de la fémina y los 53 años de mi viejo, un retirado mayor de la policía.

Compramos carne de cerdo, de res, de pollo, tortillas y otros alimentos para el asado, mucho para tres personas, pero a mi padre siempre le gustaron las comidas en grandes cantidades.

Bebimos cerveza y luego ron, charlamos sobre tantas cosas, mientras tanto la vista es muy necia, no dejaba de mirar con el rabito del ojo a Saray con esa vestimenta de pecado e infarto.

La chica no trabajaba, estaba ciento por ciento con mi padre, iban al gimnasio, a parques, cines, el teatro, a restaurantes e incluso a discotecas y siempre el público los miraba muy detenidamente.

Bueno, cosas de la vida, ella se tornaba algo coqueta conmigo, no quise problemas, puse mi distancia, mi viejo no se dio cuenta y al final del asunto, papá se emborrachó de tanto ron que bebimos.



Quedamos Saray y yo, limpiando, el patio, cuando terminamos llevamos a mi padre a la habitación nupcial, me quedé en la pieza de huésped viendo una película cuando alguien llamó a la puerta.

Era mi joven madrastra, envuelta en una toalla, me pedía ayuda porque el grifo del baño supuestamente estaba dañado, fui a verlo, sin embargo, al abrirlo salió un chorro de vital líquido, miré a Saray y solo sonrió.

La mujer dejó caer la toalla, ante mí todo ese monumento femenino, natural, nada de cirugías, quedé mudo y sorprendido de estar frente a una dama de ese calibre, pero prohibida.

Me agarró la cabeza, colocó mi rostro en su pecho, no obstante, retrocedí, hice gestos que no, imposible hacerle eso a mi viejo que tanto luchó para criarme.

Esa misma noche, me fui a mi casa en Colón, no sé cuándo volveré porque no quiero esas tentaciones que en el futuro puedan traer una desgracia por la nueva novia de papá.

Fotografía de Freestocks.org y Min An de Pexels no relacionadas con la historia.

Sin coyote sí hay aduanas

María de Gracia y Marisol, dos hermanas, rivales por el amor de Rosendo, un bueno para nada que andaba en malos pasos en el empobrecido barrio de Villa Santana, Pereira, Colombia, donde la esperanza nace cuando sol alumbra y se apaga al dormir.

La comuna, que crea titulares de noticias para huir del área, fue el foco de conflicto porque las dos rubias, parientes, de ojos verdes, con diferencia de dos años y se disputaban un romance con el vago.

Ni siquiera la intervención de María Socorro, su madre, una conductora de buseta, lograba la reconciliación entre las féminas, ya que las luchas intestinales también suceden en la familia.



Por esa zona llegó un bogotano apodado El Caco, maleante de poca monta, con un historial policivo largo, pasó varias temporadas en La Picota de Bogotá y emigró a Pereira, en busca de nuevos lares para seguir con su modus vivendi.

El Caco les propuso a las Marías, como se les conocía, llevar 25, 000.00 dólares en efectivo a Panamá, si coronaban les darían 1,500.00 dólares, una jugosa oferta que al cambio representaría aproximadamente 6, 316,500.00 pesos colombianos.

Las dos aceptaron el trato, ese dinero urgía para comprar muchas cosas, alimentos y numerosas vanidades, aunque fuesen baratijas.

Pasarían cuatro días en la capital panameña, con gastos pagos y se fueron desde el jueves para regresar el lunes en la tarde.

Una lotería se diría, abordaron el avión, todo normal hasta que llegaron a Panamá, ya en Aduanas, María de Gracia pensó su plan malévolo de sacar del camino a su hermana y quedarse con Rosendo.



Les informó a los aduaneros que la chica de pantalón negro y camisa azul, contrabandeaba dólares, por lo que interceptaron a Marisol y la trasladaron a revisión, mientras María de Gracia salió del aeropuerto.

Cuando la traicionera subía al vehículo que la recogería, la policía la interceptó, le pidió el pasaporte, corroboró por radio que era hermana de la capturada y también cargaron con ella a la sala de interrogatorio.

Los nervios la traicionaron, como hizo con su hermana, María de Gracia confesó que llevaba el dinero en un preservativo en sus partes íntimas, una inspectora la acompañó al baño, la contrabandista sacó el paquete y lo entregó.

Las pusieron en la misma celda, acusadas de lavar dinero porque no lo declararon ni justificaron la procedencia.

Ambas presas, entre gritos y reclamos, una cayó por avaricia y la otra por traicionera, pero al ser deportadas Rosendo nunca se hizo novio de ninguna.

Imagen de Tina Miroshnichenko de Pexels y la Autoridad Nacional de Aduanas de Panamá no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

La brujería de Maranda

Julian Nowak llevaba dos semanas internado en el hospital Gorgas de la antigua Zona del Canal de Panamá, por fuertes dolores en el estómago, vomitaba, sudaba frío y los galenos desconocían su mal.

Los exámenes practicados al hijo de migrantes polacos establecidos en Wisconsin, diagnosticaban que carecía de enfermedades, sus organismos funcionaban bien, pero el caballero permanecía en observación.



Se habló de una variante del Virus del Nilo o Dengue, sin embargo, dio negativo a los resultados, mientras el militar esperaba el perdón de su novia Maranda, residente en La Boca Town, en Río Abajo.

Julian le encantaban las mujeres de raza negra, había pocas en su natal Abrams, un pueblo de menos de mil residentes, así que ese tipo de féminas le parecían exóticas y con más razón porque no hablaban inglés.

El caballero la conoció en un restaurante de la Avenida de los Mártires, llegó el flechazo, la visitaba cuando estaba libre en la Boca Town hasta que vio a Wanda, la prima de su novia y también le gusto.

Hizo un par de cintas clandestinas con su nuevo amor oculto, Maranda lo descubrió, se calló un par de semanas hasta que se formó la bronca y la novia herida le dijo al soldado que lo hechizó, por lo que en su estómago vivía una lagartija que lo mataría matarlo poco a poco.



Entretanto, Julian al cumplir tres semanas hospitalizado, le confesó a un médico-capitán que su mal era porque dentro de su interior rondaba el pequeño reptil que su novia le introdujo por medio de la brujería.

El médico rompió a reír, sus estudios le impedían creer lo que el soldado raso afirmaba, no obstante, como la salud de Julian empeoraba decidió hacer algo que nunca un galeno realiza.

Le dio a beber al paciente una sustancia que provocó el vómito, el doctor colocó un cubo pequeño para recoger el líquido y dentro de él había una pequeña lagartija que introdujo, lo que sorprendió al soldado, al creer que expulsó al reptil.

A los pocos días el estado de Julian mejoró, a la semana fue dado de alta, lo primero que hizo fue ir donde su novia para pedir perdón por la infidelidad, pero le manifestaron que toda la familia regresó a Bocas del Toro.

El soldado lloró, vino una vecina y lo consoló, se fueron al cuarto a tomar algunas pintas, se portó bien, sin embargo, Julian siempre creyó que esa lagartija fue producto de un mal o hechizo de su antigua pareja.

Al séptimo mes de su recuperación lo trasladaron a Alemania donde contaba muy feliz la historia del reptil en los bares de Berlín.

Fotografía de Francesco Ungaro y Pixabay de Pexels no relacionadas con el relato. 

Contrato para un asesino

Félix Restrepo intentaba esconderse del sicario que lo buscaba para asesinarlo por la módica suma de dos millones de pesos colombianos (unos 478 dólares), presuntamente porque hurtó unos kilos de cocaína a unos narcotraficantes.

El sicario no tenía idea quién le pagó el dinero, solo le enviaron un sobre con el monto en efectivo, la fotografía de la víctima y los lugares que frecuentaba, así que como todo un asesino profesional inició la cacería.

A Félix le diagnosticaron trastorno bipolar, lo que le provocó una gran depresión, se negaba a realizarse un tratamiento profesional y, por el contrario, se refugió en el aguardiente y la cerveza.



Luego de recibir la noticia, dejó a su novia, se alejó de sus amigos y familia, nadie comprendía la razón de sus acciones, sin embargo, la propia enfermedad mental del abogado provocaba sus decisiones ante la ausencia de las medicinas recetadas por su médico.

Tuvo un cambio total, no respondía llamadas telefónicas y decidió preguntar a un vecino de barrio cómo contratar un sicario con el fin de que acabara la vida de alguien que le jodía la existencia.

Lo que nunca supo el sicario fue que el propio contratista era la víctima, alguien que actuaba por sus cambios bruscos de estados de ánimo porque en menos de cinco minutos, su personalidad variaba de triste a feliz o al revés.

Y mientras el asesino buscaba a su víctima para cumplir con el contrato, Félix se desplazaba por distintos lugares y dormía en hoteles de Bogotá para evitar viajar al sueño eterno.



Eso sí, cuando entraba en depresión, llevaba una suerte increíble porque el homicida nunca lo encontraba en esa fase y Félix no se movía para que lo mataran.

Transcurrieron ocho días, seguía el juego del gato y el ratón, cazador vs. futuro cazado, asesino contra víctima hasta que aconteció lo que debía suceder o el tigre encontró su alimento.

Félix no lo conocía, cenaba solo en el Chopinar  de La Castellana, de la capital colombiana, vio al hombre por el espejo que sacó un arma, unos clientes se percataron y salieron, lo que hizo temblar al letrado en leyes.

Sacó su escuadra, se volteó y abrió fuego antes de que el homicida a sueldo pudiese matarlo, lo que dejó gritos, estampida de los empleados y sangre en los mosaicos del popular negocio de pinchos.

La policía encontró la fotografía de Félix en el abrigo del asesino, el abogado nunca confesó que él mismo contrató, por medio de otra persona, al sicario para que lo matara.

Cuatro días después Félix fue al médico para seguir el tratamiento contra la bipolaridad y la historia del hurto de la droga fue un invento del contratista con el propósito de acelerar su fallida muerte.

Imagen de Cottonbro Studio y Stock no relacionadas con el relato.

 

 

 

 

Las patronales de Anselmo Pichón

Con 48 años, el abogado era muy famoso por su forma de litigar, agresivo, inteligente y buscaba las fallas de los funcionarios de instrucción para darles palo verbal durante las audiencias, principalmente las de homicidio.

Anselmo Pichón, representaba el cuco o el terror de los fiscales penales, muy famoso entre los pandilleros, reconocidos mafiosos y políticos de alto perfil que saqueaban las arcas en las instituciones que dirigían.

Como ganaba dinero a montón, se daba una vida de ricachón, circulaba en un Mercedes-Benz, frecuentaba discotecas, bares y restaurantes de moda para ir de cacería.



Tuvo tres matrimonios, con dos hijos en cada uno, que fracasaron por sus constantes infidelidades con jovencitas, principalmente de la raza negra, a quienes le ofrecía el cielo y la tierra con el propósito de llevarlas al colchón.

Una vida de abuso en sexo, licor y, en pocas ocasiones, consumo de marihuana, hasta que el caballero estaba con unos amigos en un bar y su novia cuando le entró la chiripiorca.

Llamaron a una ambulancia, los paramédicos lo atendieron y lo trasladaron a un lujoso hospital de la capital panameña, donde lo atendieron bellas enfermeras y un gruñón médico.

Posteriormente, los exámenes determinaron que Anselmo padecía de diabetes 2, tanto licor, mala alimentación y falta de ejercicio hizo que su glucosa tuviese más de 200.

Su ritmo de vida debía cambiar, cero alcoholes, comida adecuada y era necesario llevar actividad física, al menos caminar porque el cuerpo humano es carro que se devalúa con el tiempo.



El letrado en leyes durante tres meses siguió el tratamiento correcto hasta que se aburrió, volvió a su vida de bohemio de parrandas, mujeres y licor, aunque en ocasiones estaba bien, de pronto la glucosa se le disparaba y los paramédicos se convirtieron casi en sus vecinos.

Siguió con sus patronales, principalmente los viernes y sábados, hasta que se fue a un bar-restaurante de alta alcurnia, cuando de pronto la azúcar se le volvió a disparar.

Anselmo sentía un volcán dentro de su tórax, respiraba y en ocasiones, se ahogaba, los paramédicos le dieron los primeros auxilios, no obstante, a los cinco minutos, le dio un infarto mientras lo subían a la ambulancia.

Rosita, su novia de 25 años lloró cuando declararon que el abogado carecía de signos vitales.

Sus parrandas y poca obediencia lo arrastraron a la tumba.

Foto de Mikhail Nilov de Pexels y archivo no relacionadas con el relato.

 

En la puerta del horno...

Dana Thomas lloraba en su celda de la cárcel del condado de El Paso, en Texas, luego de que fuera atrapado por la policía, tras varios minutos de persecución en una de las autopistas de esa ciudad fronteriza con México.

Una vez dejó el carro cerca de una vivienda, Dana corrió con el fin de burlar a los patrulleros que lo siguieron en la avenida y se desarrolló una verdadera carrera de obstáculos de cercas, piscinas, botes de basura y herbazales.



Los alguaciles Anselmo Cárdenas y Louis O’Niell estaban en excelentes condiciones físicas para competir en olimpiadas, así que lograron capturar a Dana, entre forcejeo, gritos y una brutalidad verbal.

Minutos antes, Dana se encontraba en la casa de su novia Marcela Garza, cuando decidió comprar unas pizzas y cervezas para celebrar el nacimiento de su hijo, pero la vida le jugó una mala pasada.

Cuando conducía hacia el supermercado, vio detrás de él, las luces de una patrulla de los Alguaciles de El Paso, se asustó, sin embargo, en vez de detenerse hundió su pie derecho en el acelerador para escapar.

Los agentes del orden público del antiguo estado español y posteriormente mexicano pidieron refuerzos y lo persiguieron hasta dar con la captura, digna de una producción cinematográfica.

El anglosajón lloraba porque le faltaba una semana para cumplir con su libertad condicional de tres años de prisión por hurto, así que, al violarla por darse a la fuga, resistirse al arresto y conducir con licencia suspendida, iría derechito a la cárcel a purgar su pena.

La escena de siete patrullas, el hombre dentro de uno de ellos fue vista por los vecinos mexicanos, anglosajones y de otras etnias, vecinos de la ciudad estadounidense.



Cuando Cárdenas le preguntó a Dana la razón de huida, la respuesta fue que el terror de volver a la cárcel provocó que no se detuviera, sino que acelerara el vehículo.

—Nosotros no lo íbamos a perseguirlo a usted, sino un vehículo que estaba reportado como robado, usted huyó, pedimos refuerzos y lo seguimos—.

—¿No era conmigo? —

—No señor Dana, nunca pensamos en seguirlo, pero usted hizo que lo siguiéramos—.

La corta conversación era recordada por el detenido, quien a las dos horas recibió la visita de su pareja Marcela, aterrada porque ahora su marido cumpliría varios años en prisión cuando estuvo a punto de finiquitar sus asuntos judiciales.

No fue la pizza, sino la decisión de escapar que lo atrapó entre sus miedos por acciones del pasado y la vida le enseñó que en la puerta del horno se quema el pan.

Fotografías de Javier Leal y Mizzu Cho de Pexels no relacionadas con la historia.

El misterioso gallinazo

 En las afueras de David, Chiriquí, el ganado empezó a desaparecer, los propietarios de estos animales alertaron a la policía de posibles cuatreros, sin embargo, no dejaban ninguna pista y había numerosos testimonios sobre un gallinazo que rodeaba las fincas antes de que se llevaran a los rumiantes.

Dentro de las haciendas no había huellas de sangre, neumáticos o pisadas de calzado alguno que diese con la cantidad de personas que se mezclaban en la oscuridad de la noche para delinquir, aunque en el día el ave que sobrevolaba las zonas.



Mientras las autoridades investigaban, don Páncreas, un costarricense residente en la periferia de la capital chiricana, hacía sus pociones mágicas con las que se ganaba la vida, luego de huir tras embarazar a una menor en Tibás, Costa Rica.

El señor de 68 años era muy popular entre los clientes, quienes lo buscaban para trabajos de brujería con el propósito de joder al adversario o al enemigo, conquistar una mujer, un varón o suerte en la lotería.

Páncreas desaparecía todos los sábados desde las nueve de la noche, en su casa construyó un establo donde no había acceso a personas, el hombre era muy astuto, vivía solo y conquistaba damas de edades de entre treinta y cinco a cuarenta años.

Una noche sabatina durante un recorrido, dos policías vieron algo grande que aterrizaba en la propiedad del tico, decidieron husmear, pero no encendieron las luces, caminaron lentamente, entraron y llegaron al establo.

Unas veinte reses, posiblemente las desaparecidas se encontraban en la propiedad de Páncreas, imposible de creer porque no tenía camiones para transportarlas y personal para ello.



Ya había un presunto responsable, faltaban los implicados, se trasladaron hacia la vivienda, una ventana estaba abierta y vieron al costarricense en medio de un ritual de magia negra.

Más de una docena de velas oscuras, cráneos, máscaras con formas de animales, un cuadro de barón Samedi, muñecos con alfileres, ron, abundante fruta y un altar.

No había dudas que Páncreas era un brujo, practicante del peligroso vudú, no obstante, los uniformados sin una orden judicial no podían llevarse nada, solo alertar a sus compañeros.

Decidieron irse cuando un grito aterrador los hizo esconderse, se volvieron a asomar para ver al hombre transformarse en un gallinazo, sus piernas se redujeron, su cabeza cambió y sus brazos se convirtieron en alas.

El ave se dirigió hacia la puerta, se dio cuenta de que fue visto, lanzó pequeñas bolas de fuego desde su pico contra los policías y emprendió vuelo.

Al día siguiente, se allanó la finca, los investigadores encontraron que el ganado era el hurtado, una carta de amor evidenciaba que las vacas serían entregadas a Mélida, una doncella que el tico quería conquistar.

Usaba la magia para convertirse en gallinazo, con la fuerza increíble del vudú las atrapaba por las patas y las dejaba en el establo.

Páncreas no volvió a David a defenderse de los cargos de cuatrerismos, ni a ejercer sus derechos de su propiedad. Dicen que el cielo se lo tragó.

Fotografías de Fígaro Ábrego y Cottonbro Studio de Pexels.

 

El novenario de Visitación del Susto

Impresionados estaba los vecinos de Doleguita, Chiriquí durante el primer día del novenario de Visitación del Susto, un miembro de la etnia Ngäbe-Buglé, fallecido en el hotel de la capital chiricana mientras bicicleteaba con una damisela, de 23 años.

Visitación llegó a David para laborar como peón en fincas, su contextura física y tamaño, de casi dos metros, llamaba la atención de las féminas, con un cuerpo de luchador, ojos profundos y oscuros, además de una cabellera azabache larga.

A sus 62 años, con una vida de abuso con tabaco y ron, sus órganos estaban afectados por el sexo, conquistas, peleas en bares y 16 hijos, decían mucho de las actividades del trabajador del campo.



Con su lomo, sudor y trabajo compró una casa que luego se la transfirió a una de sus tantos amores, llamada Lucrecia, con quien tuvo cuatro hijos y siempre amó, lo que provocó que alquilara un cuarto pequeño donde efectuaba sus travesuras, a pesar de su edad.

Mientras que, en el sepelio de Visitación, los ojos de los parroquianos querían hablar y el intercambio de miradas entre las antiguas parejas del hoy occiso eran de muerte.

Mónica, Luisa, Teresa, Sofía, Alicia y María Cristina, la última que estuvo con Visitación la noche fatal en la pensión, asistieron al acto religioso, siempre adoraron al peón, le ofrecieron su vida y alma, además le alumbraron descendientes.

María Cristina, era la más joven, nieta de un hacendado en Horconcitos, enloqueció con las palabras de Visitación, no le importó la clase social, ni la edad para darle una hija, que días antes del infarto de su papá, cumplió 24 meses.

Mucho café, empanadas, solidaridad, otros criticaban que las mujeres fueran al sepelio, algunas con sus hijos, Lucrecia, a la única que amó realmente el fallecido, no asistió, ni tampoco sus descendientes.



La vida es una caja de sorpresas, en esa vivienda de 200 metros cuadrados, prestada por una de las ninfas del muerto, fue donde se reunieron todos para rezar por su alma y que fuese al cielo.

Una paradoja total, Visitación era ateo, carecía de ideas religiosas, su lema era madrugar para tirar machete, sembrar, cuidar ganado, comer, dormir, beber para acabar con las cantinas, conquistar mujeres y preñarlas.

El típico machista americano que le inculcan que mientras más mujeres e hijos tenga un varón es un roble imposible de derribar. 

Algunas escribieron en las bancas del parque Cervantes, fulana y Visitación, en medio de un corazón para que el cemento no sepultara el amor que un día ofrecieron al caballero que hoy está siete pies bajo tierra en el cementerio de David.

Fotografía de archivo y José Luis Pérez no relacionadas con la historia. 

 

 

 

 

 

La mariposa violeta

Lourdes le ocultó a su madre que su amiga Mariana estaba enferma y que combatía con sus fuerzas un mal difícil de vencer, pero no se rendía ante la adversidad.

Ambas se conocieron desde jóvenes cuando empezaron a laborar en la Asamblea Nacional, solteras, sin compromisos y recién graduadas de distintos bachilleratos.

Una amistad inquebrantable, conversaban mucho, se visitaban los fines de semana, iban a fiestas y reuniones familiares, eran uña y mugre, fieles, solidarias y estaban unidas como las raíces de los árboles a la tierra.



Pasaron los años, cada una unió su vida con un varón, tuvieron familia, sin embargo, eso tampoco hizo que se desunieran, se frecuentaban en ocasiones, aunque Lourdes tuvo un tiempo de licencia para laborar en otra institución.

Sus hijos crecieron, se graduaron y realizaron sus estudios superiores, terminaron y se diplomaron, Lourdes y Mariana continuaban con ese lazo hasta que el demonio atacó.

Mariana comenzó a sentirse mal, le comunicó a su amiga que no le comentara nada a María, la autora de los días de Lourdes porque la quería tanto como si se tratara de su hija.

No quería que la señora sufriera por su enfermedad y que no viene al caso señalar cuál fue la que invadió la vida de la profesional.



La afectada junto con sus parientes enfrentaron una guerra, un conflicto en desventaja, no obstante, Mariana como buena mujer soldado lucharía con las armas de la fe, la esperanza y la medicina moderna.

Ninguna de las dos sabía que María conocía la inmensa batalla que enfrentaba Mariana, aunque se reservó la información.

El conflicto de salud no se detenía hasta que un domingo, Mariana descansó de eso que lesionaba la alegría de sus parientes y Lourdes.

Todo fue tan rápido, como la velocidad de la luz, como un automóvil que incrementa su rapidez de dos a doscientos kilómetros en tan solo veinticinco segundos y cómo amanece.

María no conocía del hecho, sin embargo, estaba en su casa cuando una mariposa, color violeta, se acercó donde ella, voló a su alrededor, se estacionó por unos diez segundos y posteriormente se fue.

La señora le comentó a su hija que ya sabía que Mariana había fallecido, se marchó la amiga, la madre, la esposa, la profesional, la querida y respetada en casa y el trabajo.

—Sé que esa mariposa era Mariana, quien vino a despedirse de mí y luego emprendió vuelo a descansar feliz porque no sufrió—, comentó María.

(En memoria de Delia Odeth Guerra).

Imágenes de The Wonder of Life de Pexels y Delia Odeth Guerra en vida.

 

  

Aracelys, la loca

Mis amigos me advirtieron que no me involucrara con Aracelys, quien laboraba como mesera en el restaurante donde almorzaba con mis compañeros del trabajo todos los viernes en un centro comercial de la ciudad de Panamá.

Ella tuvo una relación con un vecino de mis compinches, me contaron todas las escenas de celos que le hacía en cualquier parte, pero a pesar de escuchar de que era una bipolar y celosa en extremo, no seguí consejos.

Y es que los hombres, en el 90 por ciento de los casos, nos dejamos llevar por lo físico, las curvas, su trasero, ojos miel, senos grandes y piel canela de la colonensa, me enloquecieron.



Ignoré todo, fui a la guerra, sin embargo, Aracelys representó un hueso difícil de ablandar porque se negaba, me rechazaba con el argumento de que tenía novio y sabía que solo eran falsedades con el propósito de ponerme a prueba.

Tres meses después de lanzar todas mis divisiones verbales, la chica aceptó salir conmigo, primero cenamos, luego fuimos a un bar donde una banda de jazz alegró los oídos de los clientes y al final de la faena terminamos comiéndonos a besos.

Más nada porque no lo quise dañar hasta que al mes pasó lo normal entre un hombre y una mujer, lo que me dejó más enloquecido con Aracelys porque era una tigresa en el colchón.

No obstante, a los tres meses de ser novios, salió el real demonio de mi novia, con sus celos en extremos, no me dejaba responder el móvil cuando estábamos juntos, se molestaba si saludaba alguna amiga e incluso me prohibió estar con mis amigos.

A menudo lloraba por traumas de su infancia, intenté ayudarla con una cita donde un profesional de la psiquiatría, pero se negó bajo el argumento que no estaba tostada de la cabeza.

No quería el mal para mi pareja, ella no se dejaba auxiliar, sus escenas de celos se incrementaron, sus ataques de locura y al final quise escapar, aunque amenazó con matarse si la dejaba.



Una tarde se colocó en la baranda del puente que divide los corregimientos de Parque Lefevre, Río Abajo y Juan Díaz, frente a Plaza Carolina, gritó que se lanzaría si la relación culminaba porque sin mi amor no era posible vivir.

Me encontraba entre la espada y la pared, intentaba seguir el juego hasta que durante una discusión por mi prima Marita, a quien Aracelys odiaba por celos, me apuñaló en el estómago.

Quedé en el hospital, Aracelys detenida y mi familia asustada ante una posible muerte mía, sin embargo, sobreviví y al salir del nosocomio fui al Ministerio Público a declarar que se trató de un accidente.

A mi novia la liberaron, pero el psiquiatra de Medicina Legal ordenó que la internaran durante un año en el Instituto Nacional de Salud Mental porque padecía de Trastorno Explosivo Intermitente.

Mientras la tratan en ese manicomio de nombre bonito, espero que las medicinas la ayuden porque esperaré que salga para casarme con ella.

Amo a Aracelys, la loca y nadie lo cambiará.

Fotografías de Viktoria Slowikowska y Pixabay no relacionados con la historia.

 

 

 

 

La casa del sueño repetido

Cándido Espinosa tuvo un sueño repetido durante una docena de veces, desde que cumplió los once años hasta una semana antes de los dieciséis, sin explicación psicológica o científica alguna.

No era una pesadilla, pero Cándido platicaba con una señora de origen griego, ojos verdes, cabello sal y pimienta, hablaba mal el castellano y nunca estaba molesta por una deuda de alquiler.

El hijo de migrantes chiricanos, se veía dentro de un apartamento de mampostería, de tres habitaciones, dos baños, divididos por una cortina, con cielo raso, ventanas grandes, paredes pintadas de blanco, una inmensa cocina y un gigantesco patio para lavar.



Antes de ingresar al inmueble, había unas letras en griego que cuando Cándido preguntó su traducción, la señora respondió que era: bienvenidos a este hogar, el mío y el suyo.

En el sueño jamás observó la parte posterior de la gigantesca propiedad, construido en el barrio de Bella Vista de Panamá, durante los años cincuenta y al final de la historia, siempre la señora atravesaba una pared y desaparecía.

Los años pasaron, el niño se transformó en adolescente y luego en hombre, al graduarse de bachillerato ingresó al Departamento Nacional de Investigaciones (Deni) y lo ubicaron en la sección de Homicidios.

En 1988, lo llamó el jefe para que investigara el caso no resuelto de una mujer de 65 años, desaparecida desde 1978, supuestamente salió hacer unas compras y nunca volvió a su casa.

Cuando Cándido miró la fotografía de la víctima, sudó frío y tragó saliva, su rostro era idéntico a la señora del sueño de su niñez y adolescencia, pidió un vehículo y se fue a la residencia con el inspector Pedro Pérez.



Peor quedó cuando vio en la entrada de la propiedad las letras en griego de mosaicos, un hombre de unos 60 años le abrió la puerta, era Aeneas Vlachos, sobrino de Athenas de Vlachos, la dueña de la casa y desaparecida.

Solicitaron permiso para recorrer la vivienda, Aeneas los guio mientras respondía las preguntas de los investigadores, Cándido corroboró que no había dudas que era el caserón de sus sueños.

En el trayecto se topó con una pared que se notaba fue anexada, Cándido la tocó, la miró de arriba hacia abajo, el griego se puso nervioso y le preguntaron que había allá adentro, Aeneas aseguró que nada.

Los investigadores pidieron refuerzos y un mazo, el propio Cándido golpeó fuerte la pared, posteriormente cayeron restos de cal, cemento, bloques y descubrieron las osamentas envueltas en sábanas blancas.

Era el cadáver de Athenas, el pariente se sentó en una silla, lloró y confesó su culpa porque ansiaba la herencia de la esposa de su tío, la asesinó, amplió el muro, le colocó cal para acelerar la descomposición y alcanfor para que no oliera mal durante la descomposición.

Cuando le preguntaron a Cándido en el Deni cómo sabía dónde estaba el cuerpo, respondió que era un sueño y nadie la creyó, le atribuyeron el hallazgo a la suerte o pura leche como dicen en Panamá.

El asesino fue condenado a 20 años de prisión por homicida.

Fotografía de María Orlova y Jill Burrow de Pexels no relacionadas con la historia.