Sentado en esa silla de madera, con su uniforme naranja, con esposas y grilletes, la cabeza agachada, observado por los comunicadores sociales, el público, el jurado y los alguaciles estaba el imputado, quien de vez en cuando subía la cabeza para ver al juez.
Toda una carrera política de 20 años tirada a la basura
por la ambición de dinero, poder, sexo, autos lujosos, viajes y chicas lindas
para presumir frente a sus amigos, así que se le pronosticó al exsenador del
estado de Idaho no era precisamente su reelección.
Las lágrimas salían de los azules ojos de sus dos
hijos, su mujer y la madre de Tony Becker, acusado de falsificar documentos de
devolución de impuestos, además de hurtar las ayudas federales para ciudadanos
durante la pandemia de Covid-19, en el 2020.
No era lo esperado por la Casa Blanca de sus
políticos, debido a que encabezaban una campaña mundial contra la corrupción,
como muchas otras que fracasaron, porque primero se debe limpiar el patio de la
casa para luego hacerlo con el ajeno.
La suma robada era más de 500,000.00 de los
contribuyentes estadounidenses, un gran perjuicio a las personas que se quedaron
sin dinero durante la epidemia por la maldita influenza, no recibieron los montos
federales asignados, pero sí le sirvieron a Becker para irse a Las Vegas, Hawái,
las islas Vírgenes y otros destinos.
El antiguo político demócrata, que antes se codeaba
con miembros de la alta sociedad de Boise, ahora era despreciado por las mismas
personas con quienes compartió momentos de alegría y triunfo.
Tras la investigación, el FBI cargó con un automóvil
BMW y otro Mercedes-Benz, ya que al político le encantaban los carros fabulosos
para transportar jovencitas, aunque ni una de ellas se presentó en la sala de
audiencia donde era procesado el cincuentón.
Becker levantó la cabeza, observó al fiscal lo
señalaba, lo acusaba de ladrón, de robarse el futuro, la esperanza y los fondos
de los contribuyentes no solo del estado, la ciudad, sino del país que con
tanto trabajo se pagó.
Las rutas de escapatoria al juicio fueron cerradas,
tampoco un acuerdo de pena, como lo pidió la fiscalía cuando lo detuvieron
porque salió por fianza y creyó que los acusadores perderían.
—Al tío Sam, puedes dispararle, insultarlo, herirlo,
acuchillarlo, pero nunca le robes los impuestos. Este señor no solo robó
dinero, sino que alteró documentos para devolución de gravámenes que nunca
pagó—, acusó Roger Saltini, asistente del fiscal de Idaho.
Ocho cargos de fraude eran una telaraña imposible de desatarse,
el jurado lo declara culpable y el juez le dicta sentencia de 25 años de
cárcel, con posibilidad de salir bajo palabra en 20 años.
Los corruptos no solo se tragan la esperanza de
mexicanos, panameños, colombianos, venezolanos, cubanos, chilenos, argentinos,
sino también en Estados Unidos porque la avaricia no tiene ciudadanía.
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