Dana Thomas lloraba en su celda de la cárcel del condado de El Paso, en Texas, luego de que fuera atrapado por la policía, tras varios minutos de persecución en una de las autopistas de esa ciudad fronteriza con México.
Una vez dejó el carro cerca de una vivienda, Dana corrió
con el fin de burlar a los patrulleros que lo siguieron en la avenida y se
desarrolló una verdadera carrera de obstáculos de cercas, piscinas, botes de
basura y herbazales.
Los alguaciles Anselmo Cárdenas y Louis O’Niell estaban
en excelentes condiciones físicas para competir en olimpiadas, así que lograron
capturar a Dana, entre forcejeo, gritos y una brutalidad verbal.
Minutos antes, Dana se encontraba en la casa de su
novia Marcela Garza, cuando decidió comprar unas pizzas y cervezas para celebrar
el nacimiento de su hijo, pero la vida le jugó una mala pasada.
Cuando conducía hacia el supermercado, vio detrás de él,
las luces de una patrulla de los Alguaciles de El Paso, se asustó, sin embargo,
en vez de detenerse hundió su pie derecho en el acelerador para escapar.
Los agentes del orden público del antiguo estado
español y posteriormente mexicano pidieron refuerzos y lo persiguieron hasta
dar con la captura, digna de una producción cinematográfica.
El anglosajón lloraba porque le faltaba una semana
para cumplir con su libertad condicional de tres años de prisión por hurto, así
que, al violarla por darse a la fuga, resistirse al arresto y conducir con
licencia suspendida, iría derechito a la cárcel a purgar su pena.
La escena de siete patrullas, el hombre dentro de uno
de ellos fue vista por los vecinos mexicanos, anglosajones y de otras etnias,
vecinos de la ciudad estadounidense.
Cuando Cárdenas le preguntó a Dana la razón de huida,
la respuesta fue que el terror de volver a la cárcel provocó que no se
detuviera, sino que acelerara el vehículo.
—Nosotros no lo íbamos a perseguirlo a usted, sino un vehículo
que estaba reportado como robado, usted huyó, pedimos refuerzos y lo seguimos—.
—¿No era conmigo? —
—No señor Dana, nunca pensamos en seguirlo, pero usted
hizo que lo siguiéramos—.
La corta conversación era recordada por el detenido,
quien a las dos horas recibió la visita de su pareja Marcela, aterrada porque
ahora su marido cumpliría varios años en prisión cuando estuvo a punto de finiquitar
sus asuntos judiciales.
No fue la pizza, sino la decisión de escapar que lo
atrapó entre sus miedos por acciones del pasado y la vida le enseñó que en la
puerta del horno se quema el pan.
Fotografías de Javier Leal y Mizzu Cho de Pexels no relacionadas
con la historia.