En la puerta del horno...

Dana Thomas lloraba en su celda de la cárcel del condado de El Paso, en Texas, luego de que fuera atrapado por la policía, tras varios minutos de persecución en una de las autopistas de esa ciudad fronteriza con México.

Una vez dejó el carro cerca de una vivienda, Dana corrió con el fin de burlar a los patrulleros que lo siguieron en la avenida y se desarrolló una verdadera carrera de obstáculos de cercas, piscinas, botes de basura y herbazales.



Los alguaciles Anselmo Cárdenas y Louis O’Niell estaban en excelentes condiciones físicas para competir en olimpiadas, así que lograron capturar a Dana, entre forcejeo, gritos y una brutalidad verbal.

Minutos antes, Dana se encontraba en la casa de su novia Marcela Garza, cuando decidió comprar unas pizzas y cervezas para celebrar el nacimiento de su hijo, pero la vida le jugó una mala pasada.

Cuando conducía hacia el supermercado, vio detrás de él, las luces de una patrulla de los Alguaciles de El Paso, se asustó, sin embargo, en vez de detenerse hundió su pie derecho en el acelerador para escapar.

Los agentes del orden público del antiguo estado español y posteriormente mexicano pidieron refuerzos y lo persiguieron hasta dar con la captura, digna de una producción cinematográfica.

El anglosajón lloraba porque le faltaba una semana para cumplir con su libertad condicional de tres años de prisión por hurto, así que, al violarla por darse a la fuga, resistirse al arresto y conducir con licencia suspendida, iría derechito a la cárcel a purgar su pena.

La escena de siete patrullas, el hombre dentro de uno de ellos fue vista por los vecinos mexicanos, anglosajones y de otras etnias, vecinos de la ciudad estadounidense.



Cuando Cárdenas le preguntó a Dana la razón de huida, la respuesta fue que el terror de volver a la cárcel provocó que no se detuviera, sino que acelerara el vehículo.

—Nosotros no lo íbamos a perseguirlo a usted, sino un vehículo que estaba reportado como robado, usted huyó, pedimos refuerzos y lo seguimos—.

—¿No era conmigo? —

—No señor Dana, nunca pensamos en seguirlo, pero usted hizo que lo siguiéramos—.

La corta conversación era recordada por el detenido, quien a las dos horas recibió la visita de su pareja Marcela, aterrada porque ahora su marido cumpliría varios años en prisión cuando estuvo a punto de finiquitar sus asuntos judiciales.

No fue la pizza, sino la decisión de escapar que lo atrapó entre sus miedos por acciones del pasado y la vida le enseñó que en la puerta del horno se quema el pan.

Fotografías de Javier Leal y Mizzu Cho de Pexels no relacionadas con la historia.

El misterioso gallinazo

 En las afueras de David, Chiriquí, el ganado empezó a desaparecer, los propietarios de estos animales alertaron a la policía de posibles cuatreros, sin embargo, no dejaban ninguna pista y había numerosos testimonios sobre un gallinazo que rodeaba las fincas antes de que se llevaran a los rumiantes.

Dentro de las haciendas no había huellas de sangre, neumáticos o pisadas de calzado alguno que diese con la cantidad de personas que se mezclaban en la oscuridad de la noche para delinquir, aunque en el día el ave que sobrevolaba las zonas.



Mientras las autoridades investigaban, don Páncreas, un costarricense residente en la periferia de la capital chiricana, hacía sus pociones mágicas con las que se ganaba la vida, luego de huir tras embarazar a una menor en Tibás, Costa Rica.

El señor de 68 años era muy popular entre los clientes, quienes lo buscaban para trabajos de brujería con el propósito de joder al adversario o al enemigo, conquistar una mujer, un varón o suerte en la lotería.

Páncreas desaparecía todos los sábados desde las nueve de la noche, en su casa construyó un establo donde no había acceso a personas, el hombre era muy astuto, vivía solo y conquistaba damas de edades de entre treinta y cinco a cuarenta años.

Una noche sabatina durante un recorrido, dos policías vieron algo grande que aterrizaba en la propiedad del tico, decidieron husmear, pero no encendieron las luces, caminaron lentamente, entraron y llegaron al establo.

Unas veinte reses, posiblemente las desaparecidas se encontraban en la propiedad de Páncreas, imposible de creer porque no tenía camiones para transportarlas y personal para ello.



Ya había un presunto responsable, faltaban los implicados, se trasladaron hacia la vivienda, una ventana estaba abierta y vieron al costarricense en medio de un ritual de magia negra.

Más de una docena de velas oscuras, cráneos, máscaras con formas de animales, un cuadro de barón Samedi, muñecos con alfileres, ron, abundante fruta y un altar.

No había dudas que Páncreas era un brujo, practicante del peligroso vudú, no obstante, los uniformados sin una orden judicial no podían llevarse nada, solo alertar a sus compañeros.

Decidieron irse cuando un grito aterrador los hizo esconderse, se volvieron a asomar para ver al hombre transformarse en un gallinazo, sus piernas se redujeron, su cabeza cambió y sus brazos se convirtieron en alas.

El ave se dirigió hacia la puerta, se dio cuenta de que fue visto, lanzó pequeñas bolas de fuego desde su pico contra los policías y emprendió vuelo.

Al día siguiente, se allanó la finca, los investigadores encontraron que el ganado era el hurtado, una carta de amor evidenciaba que las vacas serían entregadas a Mélida, una doncella que el tico quería conquistar.

Usaba la magia para convertirse en gallinazo, con la fuerza increíble del vudú las atrapaba por las patas y las dejaba en el establo.

Páncreas no volvió a David a defenderse de los cargos de cuatrerismos, ni a ejercer sus derechos de su propiedad. Dicen que el cielo se lo tragó.

Fotografías de Fígaro Ábrego y Cottonbro Studio de Pexels.

 

El novenario de Visitación del Susto

Impresionados estaba los vecinos de Doleguita, Chiriquí durante el primer día del novenario de Visitación del Susto, un miembro de la etnia Ngäbe-Buglé, fallecido en el hotel de la capital chiricana mientras bicicleteaba con una damisela, de 23 años.

Visitación llegó a David para laborar como peón en fincas, su contextura física y tamaño, de casi dos metros, llamaba la atención de las féminas, con un cuerpo de luchador, ojos profundos y oscuros, además de una cabellera azabache larga.

A sus 62 años, con una vida de abuso con tabaco y ron, sus órganos estaban afectados por el sexo, conquistas, peleas en bares y 16 hijos, decían mucho de las actividades del trabajador del campo.



Con su lomo, sudor y trabajo compró una casa que luego se la transfirió a una de sus tantos amores, llamada Lucrecia, con quien tuvo cuatro hijos y siempre amó, lo que provocó que alquilara un cuarto pequeño donde efectuaba sus travesuras, a pesar de su edad.

Mientras que, en el sepelio de Visitación, los ojos de los parroquianos querían hablar y el intercambio de miradas entre las antiguas parejas del hoy occiso eran de muerte.

Mónica, Luisa, Teresa, Sofía, Alicia y María Cristina, la última que estuvo con Visitación la noche fatal en la pensión, asistieron al acto religioso, siempre adoraron al peón, le ofrecieron su vida y alma, además le alumbraron descendientes.

María Cristina, era la más joven, nieta de un hacendado en Horconcitos, enloqueció con las palabras de Visitación, no le importó la clase social, ni la edad para darle una hija, que días antes del infarto de su papá, cumplió 24 meses.

Mucho café, empanadas, solidaridad, otros criticaban que las mujeres fueran al sepelio, algunas con sus hijos, Lucrecia, a la única que amó realmente el fallecido, no asistió, ni tampoco sus descendientes.



La vida es una caja de sorpresas, en esa vivienda de 200 metros cuadrados, prestada por una de las ninfas del muerto, fue donde se reunieron todos para rezar por su alma y que fuese al cielo.

Una paradoja total, Visitación era ateo, carecía de ideas religiosas, su lema era madrugar para tirar machete, sembrar, cuidar ganado, comer, dormir, beber para acabar con las cantinas, conquistar mujeres y preñarlas.

El típico machista americano que le inculcan que mientras más mujeres e hijos tenga un varón es un roble imposible de derribar. 

Algunas escribieron en las bancas del parque Cervantes, fulana y Visitación, en medio de un corazón para que el cemento no sepultara el amor que un día ofrecieron al caballero que hoy está siete pies bajo tierra en el cementerio de David.

Fotografía de archivo y José Luis Pérez no relacionadas con la historia. 

 

 

 

 

 

La mariposa violeta

Lourdes le ocultó a su madre que su amiga Mariana estaba enferma y que combatía con sus fuerzas un mal difícil de vencer, pero no se rendía ante la adversidad.

Ambas se conocieron desde jóvenes cuando empezaron a laborar en la Asamblea Nacional, solteras, sin compromisos y recién graduadas de distintos bachilleratos.

Una amistad inquebrantable, conversaban mucho, se visitaban los fines de semana, iban a fiestas y reuniones familiares, eran uña y mugre, fieles, solidarias y estaban unidas como las raíces de los árboles a la tierra.



Pasaron los años, cada una unió su vida con un varón, tuvieron familia, sin embargo, eso tampoco hizo que se desunieran, se frecuentaban en ocasiones, aunque Lourdes tuvo un tiempo de licencia para laborar en otra institución.

Sus hijos crecieron, se graduaron y realizaron sus estudios superiores, terminaron y se diplomaron, Lourdes y Mariana continuaban con ese lazo hasta que el demonio atacó.

Mariana comenzó a sentirse mal, le comunicó a su amiga que no le comentara nada a María, la autora de los días de Lourdes porque la quería tanto como si se tratara de su hija.

No quería que la señora sufriera por su enfermedad y que no viene al caso señalar cuál fue la que invadió la vida de la profesional.



La afectada junto con sus parientes enfrentaron una guerra, un conflicto en desventaja, no obstante, Mariana como buena mujer soldado lucharía con las armas de la fe, la esperanza y la medicina moderna.

Ninguna de las dos sabía que María conocía la inmensa batalla que enfrentaba Mariana, aunque se reservó la información.

El conflicto de salud no se detenía hasta que un domingo, Mariana descansó de eso que lesionaba la alegría de sus parientes y Lourdes.

Todo fue tan rápido, como la velocidad de la luz, como un automóvil que incrementa su rapidez de dos a doscientos kilómetros en tan solo veinticinco segundos y cómo amanece.

María no conocía del hecho, sin embargo, estaba en su casa cuando una mariposa, color violeta, se acercó donde ella, voló a su alrededor, se estacionó por unos diez segundos y posteriormente se fue.

La señora le comentó a su hija que ya sabía que Mariana había fallecido, se marchó la amiga, la madre, la esposa, la profesional, la querida y respetada en casa y el trabajo.

—Sé que esa mariposa era Mariana, quien vino a despedirse de mí y luego emprendió vuelo a descansar feliz porque no sufrió—, comentó María.

(En memoria de Delia Odeth Guerra).

Imágenes de The Wonder of Life de Pexels y Delia Odeth Guerra en vida.

 

  

Aracelys, la loca

Mis amigos me advirtieron que no me involucrara con Aracelys, quien laboraba como mesera en el restaurante donde almorzaba con mis compañeros del trabajo todos los viernes en un centro comercial de la ciudad de Panamá.

Ella tuvo una relación con un vecino de mis compinches, me contaron todas las escenas de celos que le hacía en cualquier parte, pero a pesar de escuchar de que era una bipolar y celosa en extremo, no seguí consejos.

Y es que los hombres, en el 90 por ciento de los casos, nos dejamos llevar por lo físico, las curvas, su trasero, ojos miel, senos grandes y piel canela de la colonensa, me enloquecieron.



Ignoré todo, fui a la guerra, sin embargo, Aracelys representó un hueso difícil de ablandar porque se negaba, me rechazaba con el argumento de que tenía novio y sabía que solo eran falsedades con el propósito de ponerme a prueba.

Tres meses después de lanzar todas mis divisiones verbales, la chica aceptó salir conmigo, primero cenamos, luego fuimos a un bar donde una banda de jazz alegró los oídos de los clientes y al final de la faena terminamos comiéndonos a besos.

Más nada porque no lo quise dañar hasta que al mes pasó lo normal entre un hombre y una mujer, lo que me dejó más enloquecido con Aracelys porque era una tigresa en el colchón.

No obstante, a los tres meses de ser novios, salió el real demonio de mi novia, con sus celos en extremos, no me dejaba responder el móvil cuando estábamos juntos, se molestaba si saludaba alguna amiga e incluso me prohibió estar con mis amigos.

A menudo lloraba por traumas de su infancia, intenté ayudarla con una cita donde un profesional de la psiquiatría, pero se negó bajo el argumento que no estaba tostada de la cabeza.

No quería el mal para mi pareja, ella no se dejaba auxiliar, sus escenas de celos se incrementaron, sus ataques de locura y al final quise escapar, aunque amenazó con matarse si la dejaba.



Una tarde se colocó en la baranda del puente que divide los corregimientos de Parque Lefevre, Río Abajo y Juan Díaz, frente a Plaza Carolina, gritó que se lanzaría si la relación culminaba porque sin mi amor no era posible vivir.

Me encontraba entre la espada y la pared, intentaba seguir el juego hasta que durante una discusión por mi prima Marita, a quien Aracelys odiaba por celos, me apuñaló en el estómago.

Quedé en el hospital, Aracelys detenida y mi familia asustada ante una posible muerte mía, sin embargo, sobreviví y al salir del nosocomio fui al Ministerio Público a declarar que se trató de un accidente.

A mi novia la liberaron, pero el psiquiatra de Medicina Legal ordenó que la internaran durante un año en el Instituto Nacional de Salud Mental porque padecía de Trastorno Explosivo Intermitente.

Mientras la tratan en ese manicomio de nombre bonito, espero que las medicinas la ayuden porque esperaré que salga para casarme con ella.

Amo a Aracelys, la loca y nadie lo cambiará.

Fotografías de Viktoria Slowikowska y Pixabay no relacionados con la historia.

 

 

 

 

La casa del sueño repetido

Cándido Espinosa tuvo un sueño repetido durante una docena de veces, desde que cumplió los once años hasta una semana antes de los dieciséis, sin explicación psicológica o científica alguna.

No era una pesadilla, pero Cándido platicaba con una señora de origen griego, ojos verdes, cabello sal y pimienta, hablaba mal el castellano y nunca estaba molesta por una deuda de alquiler.

El hijo de migrantes chiricanos, se veía dentro de un apartamento de mampostería, de tres habitaciones, dos baños, divididos por una cortina, con cielo raso, ventanas grandes, paredes pintadas de blanco, una inmensa cocina y un gigantesco patio para lavar.



Antes de ingresar al inmueble, había unas letras en griego que cuando Cándido preguntó su traducción, la señora respondió que era: bienvenidos a este hogar, el mío y el suyo.

En el sueño jamás observó la parte posterior de la gigantesca propiedad, construido en el barrio de Bella Vista de Panamá, durante los años cincuenta y al final de la historia, siempre la señora atravesaba una pared y desaparecía.

Los años pasaron, el niño se transformó en adolescente y luego en hombre, al graduarse de bachillerato ingresó al Departamento Nacional de Investigaciones (Deni) y lo ubicaron en la sección de Homicidios.

En 1988, lo llamó el jefe para que investigara el caso no resuelto de una mujer de 65 años, desaparecida desde 1978, supuestamente salió hacer unas compras y nunca volvió a su casa.

Cuando Cándido miró la fotografía de la víctima, sudó frío y tragó saliva, su rostro era idéntico a la señora del sueño de su niñez y adolescencia, pidió un vehículo y se fue a la residencia con el inspector Pedro Pérez.



Peor quedó cuando vio en la entrada de la propiedad las letras en griego de mosaicos, un hombre de unos 60 años le abrió la puerta, era Aeneas Vlachos, sobrino de Athenas de Vlachos, la dueña de la casa y desaparecida.

Solicitaron permiso para recorrer la vivienda, Aeneas los guio mientras respondía las preguntas de los investigadores, Cándido corroboró que no había dudas que era el caserón de sus sueños.

En el trayecto se topó con una pared que se notaba fue anexada, Cándido la tocó, la miró de arriba hacia abajo, el griego se puso nervioso y le preguntaron que había allá adentro, Aeneas aseguró que nada.

Los investigadores pidieron refuerzos y un mazo, el propio Cándido golpeó fuerte la pared, posteriormente cayeron restos de cal, cemento, bloques y descubrieron las osamentas envueltas en sábanas blancas.

Era el cadáver de Athenas, el pariente se sentó en una silla, lloró y confesó su culpa porque ansiaba la herencia de la esposa de su tío, la asesinó, amplió el muro, le colocó cal para acelerar la descomposición y alcanfor para que no oliera mal durante la descomposición.

Cuando le preguntaron a Cándido en el Deni cómo sabía dónde estaba el cuerpo, respondió que era un sueño y nadie la creyó, le atribuyeron el hallazgo a la suerte o pura leche como dicen en Panamá.

El asesino fue condenado a 20 años de prisión por homicida.

Fotografía de María Orlova y Jill Burrow de Pexels no relacionadas con la historia.

 

La flor del higuerón

En la isla de Taboga, Emérito y Pretérito, se pelearon durante años porque el primero era quien recogía la flor que daba origen al fruto para sus rituales paganos, mientras que el segundo solamente se quedaba con los reductos en la zona conocida como La Zanja.

Asunto conflictivo por casi 20 años, Emérito era un brujo tabogano, con dinero y algunas plantaciones, tierras y propietario de una tienda de víveres en la isla, producto, como dicen algunos, de sus prácticas oscuras, diabólicas, satánicas o no católicas.

Pueblo chico, infierno grande, dice un viejo refrán y en Taboga se le aplicaba como anillo al dedo para ambos personajes porque Pretérito tampoco era un limpio, era dueño de varios botes de pesca y otros que buscaban a los pasajeros de los barcos para trasladarlos a la playa antes de que se construyera el muelle.



La flor solo nacía y duraba poco tiempo, precisamente el 24 de julio en vísperas del día de San Juan, así que como Emérito era quien más recolectaba, tenía supuestamente riquezas y paz.

En el caso de Pretérito, tomaba lo poco que quedaba y siempre quería más, aunque nunca lo conseguía

Larga vida, riquezas, salud, prosperidad, mujeres, estatus y respeto, los habitantes de la isla no tenían conflictos con Emérito, quizás más por temor a que usara sus poderes para convertirlos en cangrejo o sardina en el mar.

Sin embargo, como el tiempo pasa, el cuerpo se devalúa, los cambios físicos de Emérito fueron radicales, envejeció de manera radical porque al cumplir 60 se asemejaba a un octogenario.

De ser un roble, se transformó en un palitroqui con salud debilitada, a lo que los vecinos de Taboga cuchicheaban que el diablo se cobró todos los favores prestados al brujo y comerciante.



Precisamente recoger todas esas flores del higuerón le dieron poder, plata y muchas cosas, no obstante, fue su sentencia de muerte y peligro de que su alma quedara en el purgatorio.

Emérito estaba en cama, imposible fallecer, así que uno de sus hijos rezó una antigua oración y le dieron vuelta al cuerpo tres veces para que el alma del brujo descansara en paz.

La sorpresa que se llevaron todos fue de que minutos antes de que muriera Emérito, una carreta en llamas apareció afuera de la vivienda, cuando el varón dio su último respiro, se vio un pequeño humo que salió del cuerpo de Emérito, entró al carruaje y se marchó a una colina.

Por todo Taboga se comenta que el diablo vino y se llevó el alma de Emérito por los favores que le hizo y las flores del higuerón que recolectó.

Mientras que Pretérito murió solo y en la ruina.

Imágenes de Pixabay y Samid Botello no relacionadas con la historia.


Corazón de metal

Esteban Garza, conocido como Corazón de Metal, se lavaba los dientes ese 24 de marzo de 2012, debía realizar uno de los trabajos que acostumbraba, aunque no formaba parte de Los Zetas, si era respetado por sus integrantes.

Viajaba por todo México para liquidar a los enemigos políticos de quienes lo contrataban, así que mataba a candidatos a puestos de elección popular, senadores, diputados o cualquier otro que se opusiera a la organización.

Residía en la Ciudad de México donde era más fácil confundirse entre millones de personas sin ser detenido por la policía, además sobre su cabeza pesaban 16 asesinatos, todos con el clásico tiro en la frente.



Detrás de ese hombre de 1.65 metros, acholado, cabello negro y delgadez, existía un demonio sin sentimiento, compasión o clemencia, no lloraba, pero los tormentos de sus asesinatos le generaban consumir marihuana y tequila en grandes cantidades.

Así que ese 24 de marzo, aproximadamente a las cinco de la tarde, se duchó, cepilló sus dientes, preparó un café bien cargado, consumió unos tres cocoles y se marchó en la ruidosa capital mexicana.

Su víctima era la candidata Zoé Lizalde, quien en los medios de comunicación social arremetía contra los carteles y barones de la droga mexicanos, prometía su extinción de ser electa senadora de Tamaulipas.

Con la guerra declarada, Zoé se convirtió en objetivo de Los Zetas y otras organizaciones, así que los mafiosos se unieron para contratar a Corazón de Metal con el propósito de liquidarla.

La hermosa aspirante de 35 años, casada y con dos hijos, se hospedaba en un hotel de la avenida Francisco Madero, la más concurrida de la CDMX y dónde el sicario podría convertirse en humo y desaparecer.



Vestido con un elegante traje de calle o saco con corbata, el caballero daba la impresión de que era un ejecutivo, dos policías lo vieron, no obstante, no lo reconocieron por la astucia del asesino en cambiar su identidad.

Alteraba su aspecto con tintes de cabello, barba total o de candado, se afeitaba la cabeza, utilizaba lentes de contactos, gafas, frenos falsos en los dientes y pelucas, por lo que era un maestro en identidades.

La idea era esperar que su víctima ingresara al hotel, burlar la vigilancia como un huésped, llegar hasta la habitación de Zoé, ingresar con la llave maestra magnética y disparar su escuadra con silenciador para luego marcharse.

A los diez minutos que Zoé entro, vino el turno de Corazón de Metal, ingresó a las instalaciones, al presentarse con la dependiente del hotel, sus labios se abrieron por la falta de aire para respirar, puso su mano derecha en el mostrador y se desplomó.

Cuando los paramédicos llegaron al hotel, el sicario no presentaba signos vitales, el abuso de drogas y alcohol acabaron con su corazón que no era de metal y sucumbió de un infarto fulminante.

La policía se sorprendió cuando encontraron el arma de fuego, una fotografía de Zoé y una identificación de Anselmo García, nacido Sinaloa, pero las huellas dactilares corroboraron que era uno de los hombres más buscados en México o Esteban Garza, de 28 años, conocido como Corazón de Metal.

Fotografías de Wikipedia y Pinterest no relacionadas con la historia.

 

 

 

La pareja de Rabo de Puerco

 En el pueblo Rabo de Puerco, en Chiriquí, Panamá, existe una leyenda de una pareja que ronda las zonas selváticas, por allá durante los años 40, lo que generaba terror entre sus habitantes.

Rabo de Puerco apenas era un caserío de unas 50 viviendas, la mayoría de barro, donde no se conocía la energía eléctrica, el pavimento, la telefonía y solo por gestiones de Luis Thomas, el nieto de un británico terrateniente, se instaló una oficina de telégrafo.

Luis poseía una inmensa finca con ganado, se sembraba café, tomates, papas, hortalizas y otros vegetales, era el hombre más rico de la región, sin hijos, de 50 años, además recién casado con Etelvina Gómez, hija de unos peones.



Ese matrimonio fue casi obligado porque el rico varón la hizo suya casi a la fuerza, la noticia se supo en la capital de provincia y ante el temor de que sus enemigos políticos lo detuvieran, optó por casarse.

Y mientras el tiempo transcurría, las apariciones continuaban, los peones de la finca de Luis renunciaban para laborar en otro lado, ya que el terror se apoderaba de ellos en las noches cuando debían hacer alguna diligencia.

Los fantasmas rondaban cerca de la propiedad del veterano empatado con la pollita, lo que se traducía en que un océano de culillo recorría el lugar y huían como conejos asustados.

Tanto así que solo se quedó con dos trabajadores, les dobló el sueldo para evitar la dimisión, aunque también decidió enfrentar los medios regionales, incluyendo el suyo propio, que generaban los espíritus.

Así que un doce de diciembre de 1943, con una noche estrellada, fría, casi a ciegas se internaron en el monte con la meta de lograr un encuentro con lo desconocido y terrorífico, Luis fue acompañado de Margarito, su hombre de confianza.



La guaricha la cargaba Margarito con su mano derecha, mientras que Luis con un revólver 38, con el dedo en el gatillo, caminaron media hora, la brisa y el sonido de los pájaros era lo único que se escuchaba.

Una hora después, divisaron algo blanco, dos fantasmas, ambos caballeros se acercaron, con poca visibilidad, Margarito tapó la guaricha con un trapo para no ser descubiertos, caminaron unos metros y al alumbrar hallaron lo buscado.

Ahí estaba lo que parecía ser dos mantas sucias, la pareja volteó hacia la luz, luego Luis abrió fuego, los espíritus cayeron, lo que sorprendió a los varones porque se supone que los fantasmas ya están muertos.

Desagradable sorpresa cuando quitaron la tela que los cubría porque no eran espíritus, sino su esposa Etelvina, de 21 años,  con un antiguo peón llamado Carlitos, de 25 años, amantes que usaban la vieja historia para sus encuentros sexuales clandestinos.

Al ver la escena, Luis se colocó el arma de fuego en su sien derecha, se disparó y el sonido del cuerpo caído viajó a lo largo del bosque.

Margarito corrió donde el corregidor para informar de la novedad, pero cuando llegaron, los cadáveres desaparecieron misteriosamente hasta hoy, no había sangre, ni casquillos de balas o evidencia de asesinatos y un suicidio.

Por Rabo de Puerco se dice desde 1943 hasta el 2024 que fueron los verdaderos fantasmas quienes se llevaron los muertos y los espíritus aún rondan.

Fotografía de Cottonbro Studio y Karolina Kaboompics de Pexels no relacionadas con la historia.

La testigo

Más de media docena de agentes, un psiquiatra y personal de la Fiscalía de Homicidio estaban tras un asesino en serie, llevaba cuatro víctimas, todas con un patrón común de ser mujeres venezolanas, cabello negro, largo y hermosas, además ejercían la prostitución.

Fueron estranguladas, dejadas en estacionamientos y daba la impresión de que el asesino las recogía en las calles, así que no había aún forma de cazarlo porque en el año 2000 no existían cámaras de vigilancia en la ciudad de Panamá.



El teniente Alcides Rangel; Rodrigo Rico, fiscal de la causa y el psiquiatra Alonso Peñalba, andaban detrás de cualquier pista que diera con el paradero del asesino, mientras que el último profesional intentaba crear un perfil psiquiátrico del criminal.

Posiblemente, algún varón molesto, resentido, que odiaba a las prostitutas venezolanas o quizás una mujer con fuerza de atleta para neutralizar y estrangular a sus víctimas.

No había huellas dactilares, testigos y lo único común es que todas se conocían, laboraban en un bar del área bancaria, se sospechaba que eran recogidas después de las cuatro de la madrugada, ultimadas y el asesino o asesina dejaba los cuerpos en estacionamientos.

Lo que sí era casi comprobado es que el victimario o victimaria contaba con automóvil para buscar a las damas y posteriormente de asesinarla abandonaba los cuerpos.



Pasaron tres meses, no se registraron más casos y en una noche, una chama conocida como Patricia salía del bar La Habana, con un traje pegado, sus curvas se movían al ritmo de sus piernas cuando un caballero la detuvo.

Le ofreció quinientos dólares, la mujer aceptó, una buena suma difícil de rechazar y parte sería enviada a sus familiares en Puerto de la Cruz porque pasaban necesidades por el bloqueo económico a Venezuela.

El desconocido condujo hacia un estacionamiento de una zona en Obarrio, platicaron un rato, ella le pidió el dinero y el sediento varón le mostró cinco billetes de a cien dólares.

Sin embargo, cuando la prostituta se bajó la parte de arriba de su traje dejó ver sus grandes senos, las manos del hombre se dirigieron hacia el cuello, ella se resistió, le arañó la cara y en ese forcejeo al caballero se le cayó una tarjeta de presentación.

La fémina luchaba por su vida, agarró la tarjeta del masculino, este intentó quitársela, ella la tomó, pero se partió en dos, la mujer le conectó un puñetazo en los testículos, el hombre fue neutralizado, Patricia corrió con las tetas en el aire y en medio de gritos.

A las cinco de la mañana sonó el celular del fiscal Rodrigo, tenían algo, se vistió y se fue a la Policía de San Francisco, al entrevistar a la mujer, le dio la descripción del atacante y la mitad de la tarjeta de presentación.

Casi se cae la silla al ver el apellido Peñalba y el número de la extensión del psiquiatra y autor de los crímenes.

La burla de una prostituta venezolana por el tamaño de su pene encendió su odio contra ellas, no obstante, el caso fue resuelto y al saberse la identidad del criminal el Ministerio Público tembló por la noticia.

Imagen de Treedeo St. y Hudson Marques de Pexels no relacionadas con la historia.


Los tortolitos de la azotea

Amalia Rosa, de 25 años, llegó a trabajar en la emisora HK-25, como reportera, tras una fugaz labor en el canal 9 de televisión, donde fue despedida por tener amoríos con el marido de la gerente.

Inteligente, muy capaz, astuta, con excelente redacción y puntería para conocer dónde estaba la noticia, la mujer tomaba su grabadora de mano para reportear en busca de primicias que elevaran la audiencia de HK-25, principal competidora de Estéreo D.

Atractiva en extremo, la mujer de piel canela, ojos pardos y senos voluptuosos era un imán para las fuentes de noticias, algunos embobados con deseos de darle una arrastrada por el colchón, sin embargo, no todos eran aceptados.



En la HK-25 trabajaba como operador de cabina, Roberto Beto Kaminski, un grandulón, pelirrojo, nieto de un polaco establecido en Tierras Altas de Chiriquí (Panamá) y quien, al ver a Amalia Rosa, amó su piel canela y la forma de los Himalayas femeninos.

No obstante, Amalia Rosa no era una chica fácil de conquistar, por tener un ejército de admiradores se daba el lujo de despreciar invitaciones, no era necesario deshojar las margaritas y siempre estaba segura de sus decisiones.

Pasaron las semanas, la periodista tuvo que cambiar de turno por un favor, para salir a las once de la noche, precisamente cuando Beto entraba a esa hora de la noche hasta las siete de la mañana.

Amalia Rosa acomodaba su cubículo cuando se presentó Beto con su sensacional sonrisa, ojos verdes y cabello sin peinar, le regaló tres girasoles a la fémina, ella sonriente las tomó y le besó la mejilla derecha muy agradecida.

Una fuente anónima le sopló al conquistador el cambio de turno de la dama, ambos se quedarían solos en la emisora y se presentó el momento del clásico: ahora o nunca.



Beto fue con todas sus divisiones verbales con la mujer, le editaría las noticias para que saliera rápido, la reportera llevaba varios meses sin sexo, así que una pequeña calentura de oídos fue suficiente para que sucumbiera ante los halagos masculinos.

Como había cámaras, fueron a la azotea, donde estaba las viejas antenas y otros aparatos, empezaron las caricias, con solo Beto colocar la yema de sus dedos en la espalda de Amalia Rosa, la mujer se quitó el vestido.

La abstinencia provocó que se entregaran el uno con el otro, mucha pasión, intercambio de fluidos, la excitación era tan grande que no se dieron cuenta de que el guarda de seguridad hacia la ronda escuchó un ruido, se acercó y vio la pareja en traje de Adán y Eva en pleno bicicleteo.

 Al día siguiente ambos fueron despedidos.

 Fotografía de Josh Hild y Jean Balzan de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

Los demonios de la guerra

Después de 40 años que se apagaron los fusiles en Vietnam, Jack Cooper necesitó respuestas que no encontraba en Estados Unidos, era como un volcán a punto de hacer erupción, recordaba siempre cuando se colocó el M-16 en su hombro derecho y subió al avión con destino a su país.

Pero las heridas de guerra no sellaron como la paz en el país asiático, el estrés postraumático, los sonidos de las bombas, las trampas vietnamitas, los gritos de sus compañeros heridos y otras aristas no lo dejaban tranquilo.

Llevaba un conflicto interno, antes de marchar para salvar a Vietnam del comunismo, cuando contaba apenas con 19 años, le hicieron un lavado de cerebro, odiaba al enemigo porque le inculcaron que todos debían desparecer de la faz de la tierra.



Un gigantesco tormento, sus amigos de guerra fallecidos como García, Thompson, Collins, Mancini, Kolawski y Ortega, muertos por las balas comunistas, no tuvieron la suerte de retornar como él, aunque en ocasiones prefería haber caído en combate que retornar.

El monstruo de la guerra lo atormentaba, recordaba las incursiones en las comunidades agrícolas, de techos de paja, con sembradíos de arroz, ganado y animales, muchos de ellos desaparecidos por las llamas del US Army ante la sospecha de ser guarida de guerrilleros.

Jack solamente contaba con un amigo, el güisqui, se emborrachaba, recorría las calles de Augusta, Maine, ante la mirada de los transeúntes de esa ciudad, quienes observaban con lástima a un hombre con aspecto de leñador que lloraba con un niño que perdió un juguete.

Tiempo después el veterano se enteró de que varios excombatientes regresaron a la tierra de mal, quizás la única forma de expulsar los demonios que lo poseían, así que con la ayuda de la asociación de veteranos logró viajar.



Halló a su propio yo, caminó calles, avenidas, estuvo en varios pueblos de Da Nang, donde  hacía cuatro décadas recorrió como soldado ante la mirada ahora benévola y hospitalaria de los campesinos.

Subió varias colinas y todo era diferente porque los años no pasan en vano.

Conoció a Kieu Lan, una mujer, treinta años menor que él, como ya tenía tres meses de dar vueltas en un país extranjero, se casó con la oriental para quedarse, y aunque, parezca increíble, ambos se enamoraron.

Por ironías de la vida, se encontró con otros antiguos combatientes estadounidenses en Vietnam, quienes decidieron volver y sacar sus culpas de los pecados de guerra.

Aunque las pesadillas de los enfrentamientos no cesan, Jack por fin está en donde lo llevaron por odio y retornó para buscar la calma de los tormentosos recuerdos de la guerra.

Imagen de Makus Winkler de Pexels y archivo no relacionados con la historia.