Corazón de metal

Esteban Garza, conocido como Corazón de Metal, se lavaba los dientes ese 24 de marzo de 2012, debía realizar uno de los trabajos que acostumbraba, aunque no formaba parte de Los Zetas, si era respetado por sus integrantes.

Viajaba por todo México para liquidar a los enemigos políticos de quienes lo contrataban, así que mataba a candidatos a puestos de elección popular, senadores, diputados o cualquier otro que se opusiera a la organización.

Residía en la Ciudad de México donde era más fácil confundirse entre millones de personas sin ser detenido por la policía, además sobre su cabeza pesaban 16 asesinatos, todos con el clásico tiro en la frente.



Detrás de ese hombre de 1.65 metros, acholado, cabello negro y delgadez, existía un demonio sin sentimiento, compasión o clemencia, no lloraba, pero los tormentos de sus asesinatos le generaban consumir marihuana y tequila en grandes cantidades.

Así que ese 24 de marzo, aproximadamente a las cinco de la tarde, se duchó, cepilló sus dientes, preparó un café bien cargado, consumió unos tres cocoles y se marchó en la ruidosa capital mexicana.

Su víctima era la candidata Zoé Lizalde, quien en los medios de comunicación social arremetía contra los carteles y barones de la droga mexicanos, prometía su extinción de ser electa senadora de Tamaulipas.

Con la guerra declarada, Zoé se convirtió en objetivo de Los Zetas y otras organizaciones, así que los mafiosos se unieron para contratar a Corazón de Metal con el propósito de liquidarla.

La hermosa aspirante de 35 años, casada y con dos hijos, se hospedaba en un hotel de la avenida Francisco Madero, la más concurrida de la CDMX y dónde el sicario podría convertirse en humo y desaparecer.



Vestido con un elegante traje de calle o saco con corbata, el caballero daba la impresión de que era un ejecutivo, dos policías lo vieron, no obstante, no lo reconocieron por la astucia del asesino en cambiar su identidad.

Alteraba su aspecto con tintes de cabello, barba total o de candado, se afeitaba la cabeza, utilizaba lentes de contactos, gafas, frenos falsos en los dientes y pelucas, por lo que era un maestro en identidades.

La idea era esperar que su víctima ingresara al hotel, burlar la vigilancia como un huésped, llegar hasta la habitación de Zoé, ingresar con la llave maestra magnética y disparar su escuadra con silenciador para luego marcharse.

A los diez minutos que Zoé entro, vino el turno de Corazón de Metal, ingresó a las instalaciones, al presentarse con la dependiente del hotel, sus labios se abrieron por la falta de aire para respirar, puso su mano derecha en el mostrador y se desplomó.

Cuando los paramédicos llegaron al hotel, el sicario no presentaba signos vitales, el abuso de drogas y alcohol acabaron con su corazón que no era de metal y sucumbió de un infarto fulminante.

La policía se sorprendió cuando encontraron el arma de fuego, una fotografía de Zoé y una identificación de Anselmo García, nacido Sinaloa, pero las huellas dactilares corroboraron que era uno de los hombres más buscados en México o Esteban Garza, de 28 años, conocido como Corazón de Metal.

Fotografías de Wikipedia y Pinterest no relacionadas con la historia.

 

 

 

La pareja de Rabo de Puerco

 En el pueblo Rabo de Puerco, en Chiriquí, Panamá, existe una leyenda de una pareja que ronda las zonas selváticas, por allá durante los años 40, lo que generaba terror entre sus habitantes.

Rabo de Puerco apenas era un caserío de unas 50 viviendas, la mayoría de barro, donde no se conocía la energía eléctrica, el pavimento, la telefonía y solo por gestiones de Luis Thomas, el nieto de un británico terrateniente, se instaló una oficina de telégrafo.

Luis poseía una inmensa finca con ganado, se sembraba café, tomates, papas, hortalizas y otros vegetales, era el hombre más rico de la región, sin hijos, de 50 años, además recién casado con Etelvina Gómez, hija de unos peones.



Ese matrimonio fue casi obligado porque el rico varón la hizo suya casi a la fuerza, la noticia se supo en la capital de provincia y ante el temor de que sus enemigos políticos lo detuvieran, optó por casarse.

Y mientras el tiempo transcurría, las apariciones continuaban, los peones de la finca de Luis renunciaban para laborar en otro lado, ya que el terror se apoderaba de ellos en las noches cuando debían hacer alguna diligencia.

Los fantasmas rondaban cerca de la propiedad del veterano empatado con la pollita, lo que se traducía en que un océano de culillo recorría el lugar y huían como conejos asustados.

Tanto así que solo se quedó con dos trabajadores, les dobló el sueldo para evitar la dimisión, aunque también decidió enfrentar los medios regionales, incluyendo el suyo propio, que generaban los espíritus.

Así que un doce de diciembre de 1943, con una noche estrellada, fría, casi a ciegas se internaron en el monte con la meta de lograr un encuentro con lo desconocido y terrorífico, Luis fue acompañado de Margarito, su hombre de confianza.



La guaricha la cargaba Margarito con su mano derecha, mientras que Luis con un revólver 38, con el dedo en el gatillo, caminaron media hora, la brisa y el sonido de los pájaros era lo único que se escuchaba.

Una hora después, divisaron algo blanco, dos fantasmas, ambos caballeros se acercaron, con poca visibilidad, Margarito tapó la guaricha con un trapo para no ser descubiertos, caminaron unos metros y al alumbrar hallaron lo buscado.

Ahí estaba lo que parecía ser dos mantas sucias, la pareja volteó hacia la luz, luego Luis abrió fuego, los espíritus cayeron, lo que sorprendió a los varones porque se supone que los fantasmas ya están muertos.

Desagradable sorpresa cuando quitaron la tela que los cubría porque no eran espíritus, sino su esposa Etelvina, de 21 años,  con un antiguo peón llamado Carlitos, de 25 años, amantes que usaban la vieja historia para sus encuentros sexuales clandestinos.

Al ver la escena, Luis se colocó el arma de fuego en su sien derecha, se disparó y el sonido del cuerpo caído viajó a lo largo del bosque.

Margarito corrió donde el corregidor para informar de la novedad, pero cuando llegaron, los cadáveres desaparecieron misteriosamente hasta hoy, no había sangre, ni casquillos de balas o evidencia de asesinatos y un suicidio.

Por Rabo de Puerco se dice desde 1943 hasta el 2024 que fueron los verdaderos fantasmas quienes se llevaron los muertos y los espíritus aún rondan.

Fotografía de Cottonbro Studio y Karolina Kaboompics de Pexels no relacionadas con la historia.

La testigo

Más de media docena de agentes, un psiquiatra y personal de la Fiscalía de Homicidio estaban tras un asesino en serie, llevaba cuatro víctimas, todas con un patrón común de ser mujeres venezolanas, cabello negro, largo y hermosas, además ejercían la prostitución.

Fueron estranguladas, dejadas en estacionamientos y daba la impresión de que el asesino las recogía en las calles, así que no había aún forma de cazarlo porque en el año 2000 no existían cámaras de vigilancia en la ciudad de Panamá.



El teniente Alcides Rangel; Rodrigo Rico, fiscal de la causa y el psiquiatra Alonso Peñalba, andaban detrás de cualquier pista que diera con el paradero del asesino, mientras que el último profesional intentaba crear un perfil psiquiátrico del criminal.

Posiblemente, algún varón molesto, resentido, que odiaba a las prostitutas venezolanas o quizás una mujer con fuerza de atleta para neutralizar y estrangular a sus víctimas.

No había huellas dactilares, testigos y lo único común es que todas se conocían, laboraban en un bar del área bancaria, se sospechaba que eran recogidas después de las cuatro de la madrugada, ultimadas y el asesino o asesina dejaba los cuerpos en estacionamientos.

Lo que sí era casi comprobado es que el victimario o victimaria contaba con automóvil para buscar a las damas y posteriormente de asesinarla abandonaba los cuerpos.



Pasaron tres meses, no se registraron más casos y en una noche, una chama conocida como Patricia salía del bar La Habana, con un traje pegado, sus curvas se movían al ritmo de sus piernas cuando un caballero la detuvo.

Le ofreció quinientos dólares, la mujer aceptó, una buena suma difícil de rechazar y parte sería enviada a sus familiares en Puerto de la Cruz porque pasaban necesidades por el bloqueo económico a Venezuela.

El desconocido condujo hacia un estacionamiento de una zona en Obarrio, platicaron un rato, ella le pidió el dinero y el sediento varón le mostró cinco billetes de a cien dólares.

Sin embargo, cuando la prostituta se bajó la parte de arriba de su traje dejó ver sus grandes senos, las manos del hombre se dirigieron hacia el cuello, ella se resistió, le arañó la cara y en ese forcejeo al caballero se le cayó una tarjeta de presentación.

La fémina luchaba por su vida, agarró la tarjeta del masculino, este intentó quitársela, ella la tomó, pero se partió en dos, la mujer le conectó un puñetazo en los testículos, el hombre fue neutralizado, Patricia corrió con las tetas en el aire y en medio de gritos.

A las cinco de la mañana sonó el celular del fiscal Rodrigo, tenían algo, se vistió y se fue a la Policía de San Francisco, al entrevistar a la mujer, le dio la descripción del atacante y la mitad de la tarjeta de presentación.

Casi se cae la silla al ver el apellido Peñalba y el número de la extensión del psiquiatra y autor de los crímenes.

La burla de una prostituta venezolana por el tamaño de su pene encendió su odio contra ellas, no obstante, el caso fue resuelto y al saberse la identidad del criminal el Ministerio Público tembló por la noticia.

Imagen de Treedeo St. y Hudson Marques de Pexels no relacionadas con la historia.


Los tortolitos de la azotea

Amalia Rosa, de 25 años, llegó a trabajar en la emisora HK-25, como reportera, tras una fugaz labor en el canal 9 de televisión, donde fue despedida por tener amoríos con el marido de la gerente.

Inteligente, muy capaz, astuta, con excelente redacción y puntería para conocer dónde estaba la noticia, la mujer tomaba su grabadora de mano para reportear en busca de primicias que elevaran la audiencia de HK-25, principal competidora de Estéreo D.

Atractiva en extremo, la mujer de piel canela, ojos pardos y senos voluptuosos era un imán para las fuentes de noticias, algunos embobados con deseos de darle una arrastrada por el colchón, sin embargo, no todos eran aceptados.



En la HK-25 trabajaba como operador de cabina, Roberto Beto Kaminski, un grandulón, pelirrojo, nieto de un polaco establecido en Tierras Altas de Chiriquí (Panamá) y quien, al ver a Amalia Rosa, amó su piel canela y la forma de los Himalayas femeninos.

No obstante, Amalia Rosa no era una chica fácil de conquistar, por tener un ejército de admiradores se daba el lujo de despreciar invitaciones, no era necesario deshojar las margaritas y siempre estaba segura de sus decisiones.

Pasaron las semanas, la periodista tuvo que cambiar de turno por un favor, para salir a las once de la noche, precisamente cuando Beto entraba a esa hora de la noche hasta las siete de la mañana.

Amalia Rosa acomodaba su cubículo cuando se presentó Beto con su sensacional sonrisa, ojos verdes y cabello sin peinar, le regaló tres girasoles a la fémina, ella sonriente las tomó y le besó la mejilla derecha muy agradecida.

Una fuente anónima le sopló al conquistador el cambio de turno de la dama, ambos se quedarían solos en la emisora y se presentó el momento del clásico: ahora o nunca.



Beto fue con todas sus divisiones verbales con la mujer, le editaría las noticias para que saliera rápido, la reportera llevaba varios meses sin sexo, así que una pequeña calentura de oídos fue suficiente para que sucumbiera ante los halagos masculinos.

Como había cámaras, fueron a la azotea, donde estaba las viejas antenas y otros aparatos, empezaron las caricias, con solo Beto colocar la yema de sus dedos en la espalda de Amalia Rosa, la mujer se quitó el vestido.

La abstinencia provocó que se entregaran el uno con el otro, mucha pasión, intercambio de fluidos, la excitación era tan grande que no se dieron cuenta de que el guarda de seguridad hacia la ronda escuchó un ruido, se acercó y vio la pareja en traje de Adán y Eva en pleno bicicleteo.

 Al día siguiente ambos fueron despedidos.

 Fotografía de Josh Hild y Jean Balzan de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

Los demonios de la guerra

Después de 40 años que se apagaron los fusiles en Vietnam, Jack Cooper necesitó respuestas que no encontraba en Estados Unidos, era como un volcán a punto de hacer erupción, recordaba siempre cuando se colocó el M-16 en su hombro derecho y subió al avión con destino a su país.

Pero las heridas de guerra no sellaron como la paz en el país asiático, el estrés postraumático, los sonidos de las bombas, las trampas vietnamitas, los gritos de sus compañeros heridos y otras aristas no lo dejaban tranquilo.

Llevaba un conflicto interno, antes de marchar para salvar a Vietnam del comunismo, cuando contaba apenas con 19 años, le hicieron un lavado de cerebro, odiaba al enemigo porque le inculcaron que todos debían desparecer de la faz de la tierra.



Un gigantesco tormento, sus amigos de guerra fallecidos como García, Thompson, Collins, Mancini, Kolawski y Ortega, muertos por las balas comunistas, no tuvieron la suerte de retornar como él, aunque en ocasiones prefería haber caído en combate que retornar.

El monstruo de la guerra lo atormentaba, recordaba las incursiones en las comunidades agrícolas, de techos de paja, con sembradíos de arroz, ganado y animales, muchos de ellos desaparecidos por las llamas del US Army ante la sospecha de ser guarida de guerrilleros.

Jack solamente contaba con un amigo, el güisqui, se emborrachaba, recorría las calles de Augusta, Maine, ante la mirada de los transeúntes de esa ciudad, quienes observaban con lástima a un hombre con aspecto de leñador que lloraba con un niño que perdió un juguete.

Tiempo después el veterano se enteró de que varios excombatientes regresaron a la tierra de mal, quizás la única forma de expulsar los demonios que lo poseían, así que con la ayuda de la asociación de veteranos logró viajar.



Halló a su propio yo, caminó calles, avenidas, estuvo en varios pueblos de Da Nang, donde  hacía cuatro décadas recorrió como soldado ante la mirada ahora benévola y hospitalaria de los campesinos.

Subió varias colinas y todo era diferente porque los años no pasan en vano.

Conoció a Kieu Lan, una mujer, treinta años menor que él, como ya tenía tres meses de dar vueltas en un país extranjero, se casó con la oriental para quedarse, y aunque, parezca increíble, ambos se enamoraron.

Por ironías de la vida, se encontró con otros antiguos combatientes estadounidenses en Vietnam, quienes decidieron volver y sacar sus culpas de los pecados de guerra.

Aunque las pesadillas de los enfrentamientos no cesan, Jack por fin está en donde lo llevaron por odio y retornó para buscar la calma de los tormentosos recuerdos de la guerra.

Imagen de Makus Winkler de Pexels y archivo no relacionados con la historia.

El toro de Obaldía

Los vecinos vociferaban del avistamiento de un toro negro, con cachos largos, ojos rojos, con pezuñas de color oro, con su corcova muy brillante y un sonido repetitivo que se introducía en los oídos de las personas que llevaban la mala suerte de verlo.

Obaldía, es un corregimiento de la zona montañosa de La Chorrera, con largos caminos donde la selva de cemento no reemplaza los vistosos árboles, las gigantescas praderas, cercas de alambres de púas y en el que las estrellas son mejor observadas.

Con numerosos jorones y cantinas, recurridas por clientes que beben a pico de botellas los cuartos, medias o botellas de licor sin importar la hora de entrada a laborar al día siguiente porque allí no existen los relojes de marcar, ni con tarjeta, huella dactilar o reconocimiento facial.



Así que se corrió la bola de que el animal se paseaba, principalmente en las noches, alumbraba con sus terroríficas pupilas el camino donde andaba, bebía mucha agua de las quebradas y todo el que escuchaba su sonido enloquecía.

Peones, hacendados, maestros, chiquillos y a los turistas se les advertía que no se internaran en los caminos al dormir el sol porque podrían encontrarse con el toro y el mamífero se los tragaría o los dejaría traumados.

Mientras que, en la propiedad de los García, uno de los dueños una finca con larga historia familiar de terratenientes fue visitada por Gilda, una chorrerana casada con un español, con quien tuvo dos hijos.

Los chiquillos, de diez y doce años, salieron a jugar en el inmenso terreno verdoso, con árboles que daban mucha sombra, gozaban la dulce brisa tropical y tierna de la zona rural chorrerana.

Comieron mango, marañón curazao y fruta china, caminaron hasta ver el río, pero la cerca de alambre de púas les impedía tocar sus aguas, la extendieron, cruzaron hasta el afluente y anduvieron unos veinte minutos viendo el habitad.



El sol se había ocultado, Gepe y Vicente, en medios de risas y sudor, se encontraron con un animal famoso en España, aunque con distintas características al que acostumbran a ver en las ferias taurinas.

Un sonido peculiar del ganado hizo que ambos hermanos gritaran, el dueño de la finca los escuchó porque los buscaban, corrió con la escopeta en una mano y la Biblia en la otra, los llantos de la afligida madre se escuchaban hasta en Santiago de Compostela.

Don Luis, el finquero encontró a los infantes desmayados, la madre se quedó al cuidado de sus hijos y el valiente hombre fue a enfrentar al toro, mamífero que apenas lo divisó emitió su sonido, aunque a Luis no le importó, disparó dos veces al aire y luego leyó la biblia.

De forma increíble, el toro se transformó en Filogonio, uno de los peones de la otra finca desaparecido desde hacía 15 años, tenía un aspecto de mendigo, lo trasladaron a una iglesia donde le practicaron casi un exorcismo y al despertar nada recordó.

Un pacto con el diablo para conquistar una dama fracasó, el diablo lo transformó en ese animal como castigo hasta que alguien le quitara la maldición del toro de Obaldía.

Imagen de Jahir de León y Víctor (de Pexels) no relacionadas con la historia.

¡Sorpresa!

Mustafá andaba con dos chicas, una del turno matutino y otra del vespertino, en el Colegio José Antonio Remón Cantera, en Panamá, gozaba de mucha astucia para que los mediodías no lo pillaran con las manos en la masa.

Se turnaba para encontrarse con María y Cristina, la primera estudiaba el bachillerato en Ciencias, en la mañana, mientras que la segunda en Letras (en el salón de Mustafá), en la tarde, por lo que con la ayuda de compañeros del liceo salía bien librado.

Él de piel canela, sus novias, de baja estatura, buena figura y una piel semejante a una inmensa pradera de esas que existen en Siberia para noviembre, diciembre, enero y otros meses.



Hijo de un médico y una abogada, Mustafá era inteligente, sin embargo, muy indisciplinado, la ausencia de sus padres, generaba su comportamiento errático que en ocasiones le costó la visita a la oficina de la subdirección y algunas suspensiones.

Así que el chico, entre una y otra, besitos, caricias, admirado por algunos compañeros y detestado por otros e incluso algunas damas suspiraban por hurtarle un ósculo al escuálido jovencito, pero con una labia impresionante.

Como los tres cursaban el duodécimo grado, habría graduación, lo que le preocupaba al varón infiel porque la ciencia y los avances científicos jamás harían que se dividiera en dos.

No obstante, decidió que en su momento tendría una solución, así que se dedicó a mejorar sus notas y neutralizar su disciplina, de lo contrario, el castigo parental sería fuerte. Todo menos dejar de ser infiel.

Llegó septiembre, había un festival musical, María le comentó que no podía ir porque sus padres viajarían a Chiriquí a visitar sus familiares, así que Mustafá respiró con tranquilidad porque Cristina sería la primera dama ese día.



Con su grupo de amigos, Mustafá disfrutaba la velada musical, agarrado de la mano con Cristina, ella orgullosa de su canelo, pelinegro y delgado, sonreía y no se le despegaba.

Pasaron dos horas, la novia del infiel, se fue al baño, transcurridos unos cinco minutos, venía María con Cristina y las dos se colocaron frente al masculino.

—Prima, te presento a mi novio, Mustafá—, dijo María.

El destino los había unido, el imberbe quedó mudo, también Cristina, quien respondió que ese chico era su novio desde el mes de mayo.

Mustafá sudaba, respiraba profundo e intentó excusarse, las dos parientes le gritaron una serie de insultos y los compañeros intervinieron antes de que algún inspector descubriera el suceso.

Ambas, se marcharon, cada una por su lado, en medio de un diluvio en sus ojos porque el cazador fue cazado por sus víctimas y recibió una sorpresa porque el viaje de María a Chiriquí se suspendió en último momento.

Durante el resto de período escolar Mustafá no tuvo más novias en ninguno de los dos turnos.

Imagen de archivo y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

¿Quién paga la cuenta?

Melquiades llevaba semanas afinando estrategias para conquistar a Leona, su compañera de trabajo en el centro de llamadas, así que al final se decidió por invitarla a cenar un sábado porque ambos eran casi vecinos.

Él residía en Río Abajo y ella en Parque Lefevre, por lo que la dama aceptó ir a comer con el Romeo, siempre y cuando la cita fuese en el restaurante Patagonia, ubicado en el corregimiento de San Francisco y cuyos precios eran elevados.

Melquiades contaba con cien dólares en efectivo y una cantidad similar en su tarjeta de débito por si se presentaba cualquier eventualidad de pensiones o casas de ocasión.



El caballero de tez blanca y ojos miel, se vistió con un pantalón diablo fuerte, color azul, una camisa blanca y zapatos negros, salió de su vivienda y abordó un taxi que lo trasladó hasta el restaurante.

Sin embargo, menuda sorpresa se llevó porque Leona estaba acompañada de una dama, quien se presentó como Carmen Lorena, vecina y quien compartió bancas en la secundaria con la codiciada operaria.

Al varón no le gustó el asunto, el encuentro no sería privado o de amor, ya que tres son multitud y lo que debió convertirse en una cita amorosa se transformó en un trío hueco.

De inmediato, Leona y Carmen Lorena pidieron ensalada César, chorizos, pan de ajo, luego se bebieron tres botellas de vino a 60 dólares cada una, mientras que Melquiades observaba la decoración de madera de todo el negocio.

Música de Mozart que se escuchaban desde las bocinas del techo, mesas gruesas y laqueadas, sillas rústicas, numerosos cuadros de distintas ciudades de Argentina y abundantes meseros.



La preocupación de Melquiades era tan grande que solo comió un chorizo y bebió agua, se dio cuenta de que las mujeres lo tomaron por pendejo, paganini o como se dice en Panamá lo estaban sangrando a proporciones mayores.

Para el plato fuerte las mujeres ordenaron churrasco, carne de cordero y matambre, pollo asado, vegetales y papas a la francesa, lo que dejó atónito al varón porque se preguntó de dónde salió tanta hambre.

Ambas mujeres eran humildes, la cuenta ya pasaba los 300 dólares y el camarero preguntó si la factura sería dividida entre los tres, a lo que Leona respondió que el que invita paga, así que su pretendiente era el responsable de cancelar la factura.

Melquiades estaba loquito con su culisa compañera de trabajo, no obstante, no tenía un pelo de idiota y le ordenó al camarero que envolviera sus alimentos mientras iba al baño.

El mesero vio cuando el hombre entró, salió del sanitario y luego se dirigió hacia la salida, se perdió entre los automóviles en un taxi y de inmediato fue donde las damas.

—Su amigo se marchó. ¿Quién paga la cuenta? —, preguntó

Sin saber qué hacer, Carmen Lorena tuvo que llamar a un primo para que le enviara dinero y Leona a un indostano prestamista para pagar. Todo vía Yappy.

No volvió a ver a Melquiades porque renunció a la compañía, pero quedó con la deuda de 160 dólares de la famosa cena.

Fotografía de Jonathan Borba y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

Vacaciones en Las Vegas

Chente se fue solo a la ciudad del Pecado de Estados Unidos, con cinco mil dólares en efectivo para jugar en las máquinas tragamonedas, ganarse un billetón y levantarse alguna que otra rubia que abundan en los casinos con el fin de vivir la vida.

Lo primero que le impresionó fue el sofocante calor seco de verano que oscilaba en los 40 grados Celsius, también ver a la gente con cerveza en las calles, algo que violentaba la ley en su natal Panamá y otros países.

Por algo Las Vegas es Las Vegas, con un ejército de hoteles y cientos de casas de trabajadores, donde todo puede ocurrir, pero lo que sucede en esa ciudad allí se queda, así que Chente llegó a la urbe a pecar en toda su expresión.



Chicas lindas, gran cantidad de turistas y locales en las calles, muchas fuentes, autos lujosos y  numerosos negocios de empeño, abiertos a quienes las salas de juego le vaciaban los bolsillos.

Se hospedó en el Park MGM Las Vegas, se bañó, durmió algo para subsanar las más de seis horas de vuelo desde la capital panameña y al despertar fue derechito a un casino.

Introdujo 200.00 dólares en una máquina, apostó 20.00 dólares por tiro, perdió y volvió a jugar 800.00 dólares, la tragaperras le pagó 5,000.00 y brincó de la alegría porque ganó 4,000.00 dólares.

Tras cambiar el boleto en efectivo, se fue al bar, donde vio una dama pelirroja, ojos verdes, vestida con un traje pegado, inmensos pechos y piernas pálidas que lo dejaron loquito.

Fue como un buitre que le cae a la cena, la mujer lo había visto cambiando y con el dinero en la mano, pidió champaña, bebieron, rieron, Chente dominaba muy bien la lengua de origen sajón.



Para un hombre piel canela, casi parecido a un indostano, la dama era toda una princesa salida de un castillo porque colores contrarios se atraen, así que ella lo besó y el hombre le propuso irse a un hotel.

Ella aceptó, le dijo que su automóvil estaba afuera, salieron del casino, al entrar al vehículo ella lo besó intensamente, le entregó un pañuelo rosa, Chente acarició los guantes negros de la dama y olió lo que la mujer le dio.

Tres horas después la policía de Las Vegas encontró a Chente, en un herbazal de los suburbios, desnudo, con su cartera que contenía documentos panameños, su pasaporte y sin un centavo.

La mujer lo drogó, se llevó un botín de 9,000.00 dólares en efectivo y cuando las autoridades le mostraron la fotografía, era Nancy White, una delincuente buscada en varios estados por su modus operandi.

Chente, de 24 años, se comunicó con sus padres para que le enviaran dinero y regresar al istmo.

El primer día se acabaron las vacaciones en Las Vegas.

Fotografías de Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

Nayuki Yamada García

La primera vez que la vi, fue en un funeral de su tío, ella jugaba Atari, vestida con un traje negro de encajes, llevaba su azabache cabello atado con dos colas en ambos extremos de su cabeza y sus ojos pardos brillaban.

Fui con mi madre al sepelio, quedé flechado con una niña de 12 años, yo tenía 14, me encantó la dulzura de voz, sus rasgos asiáticos, su inocencia y su fabulosa sonrisa, aunque yo era un adolescente y ella pensaba aún en pasar el tiempo con muñecas.

Había numerosas diferencias sociales porque el enamorado residía en una casa vieja de madera podrida en Calidonia, mientras que la musa en una vivienda en Altos del Chase, un elegante barrio de la capital panameña.



No volví a verla, tras cinco años, la dama y su mamá visitaron a la autora de mis días, Nayuki, me saludó con beso y parece increíble que me recordó, luego charlamos un rato sobre cuando nos conocimos.

Mi corazón se volcó de nuevo, la llama del amor se encendió, me fui a dar una vuelta al parque con mi espectacular chica, sin embargo, se notaba que era una adolescente caprichosa, mimada y muy egocentrista.

Su padre era un ejecutivo japonés, Nayuki me contó que estuvo todo ese tiempo en Japón con su papá, pero retornó a su país con el propósito de vivir con su mamá y volver a la tierra de su padre al terminar la universidad.

No supe más nada de ella hasta diez años después, llevó una vida loca, era amante de un ladrón de automóviles que había estado preso en diferentes ocasiones, me pregunté por qué no se fijó en mí y sí lo hizo con un delincuente.

A los meses, una tarde en la que revisaba las noticias de los reporteros, entró una llamada al móvil de un número desconocido, era Nayuki, consiguió localizarme y decidió telefonearme para un reencuentro.



No la dejaría escapar, terminé de revisar las notas porque laboro como corrector en una revista y fui a la cita con la que siempre aspiré a que fuese mi novia o esposa.

Cenamos comida chatarra, caminamos en un centro comercial y empezó los besos, caricias y le propuse hacer el amor, Nayuki aceptó y nos dirigimos de inmediato a una de esas pensiones de la Avenida Cuba.

Esas escenas de sexo se repitieron, quería preñarla para asegurarla, no obstante, Nayuki nunca salió embarazada, no tomaba pastillas, no usé preservativos y disparaba las balas adentro.

Mi amada se dio cuenta de que había un problema, ella ansiaba un hijo o hija, no era posible encargar, el médico me dictaminó infertilidad e imposible embarazarla a ella u otra fémina.

Nayuki tomó la decisión de terminar la relación, no la refuté, me moría por dentro, mi orgullo, dignidad y sentimiento de hombre se destruyeron, pero no me rebajaría a rogar o suplicar.

Cuatro años después la vi hablando japonés con un hombre y dos niñas, la esquivé para no llorar, esas hijas podrían haber sido mías, sin embargo, la vida me jugó una mala pasada y perdí a Nayuki para siempre.

Fotografías de Cottonbro Studios y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

La cacería humana

Las pupilas de pradera de Diana Paola se movían de forma intensa, la lluvia rodeaba su fina y láctea piel, respiraba profundo y en silencio para no delatar su posición ante la figura clandestina.

Pasos lentos, llevó su mano izquierda a su tórax, llovía fuerte, empapada por el agua, intentaba no delatarse del grupo de matones que acabó con la vida de su patrón, sus hijos y otros sirvientes.

La fémina emigró de Envigado hacia Bogotá con una familia de Medellín, con inmensas posesiones y propiedades producto de la exportación de la nieve a ciudades como Nueva York, Los Ángeles y Miami.



Había poca luna, el aguacero de proporciones bíblicas abre la puerta a un bajareque, Diana Paola, se coloca detrás de un árbol del bosque, el viento es suave, pero hace danzar las puntas de su cabello marrón.

Recordó sus días de felicidad y pobreza en una casucha de madera vieja de Envigado, la cambió por una elegante mansión con piscina, más de 10 habitaciones, cancha de tenis, una biblioteca y otras comodidades de los millonarios, pero a qué precio.

La dama vuelve a respirar, apenas escucha las hojas mojadas que son impactadas por botas varoniles, uno de los asesinos a sueldo del rival de su patrón se acerca.

Deudas, rivalidades de comercio ilegal y otras aristas, provocan una guerra entre traquetos.

El corazón de Diana Paola, lo administra un baterista de jazz, ahora tiene un diluvio en sus rosadas mejillas, sus dedos carecen de firmeza, las pantorrillas están en 7.7 grados Richter, mientras que su pecho imita una montaña rusa.

Una lucha por sobrevivir, ella posee un cuchillo, el hombre quizás un arma automática, el sol duerme en esa parte del globo terráqueo y se desconoce quién caza a quién.



Su ritmo vital se acelera, es asunto de vida o muerte, un paso en falso, toser, llorar o gritar, sería fatal para la mujer de 25 años, así que a tragarse sentimientos o expresiones.

Se queda en el árbol, se escucha una voz masculina que informa que deje el asunto así porque la mucama escapó y Diana Paola se tapa la boca.

Tras diez minutos de persecución, decide cambiar de posición y la sorpresa de su vida, unas pupilas negras se tropiezan con las verdes femeninas, a pesar de la baja temperatura, ambos sudan, él también teme porque sangra y respira.

Matar o morir, zas, Diana usa su mano izquierda, se escucha un grito desgarrador, el puñal entró directamente al estómago del sicario, la fémina obtiene fuerzas de su mente y lo mueve hacia arriba.

La carencia de energía eléctrica no le evidencia que el varón está neutralizado, ella da los primeros pasos lentos y luego se echa a correr, llega a la carretera, hasta que  unos policías en una patrulla de la miran y se detienen

Minutos después está a salvo y cuenta todo lo ocurrido en el cuartel.

Imagen de Elijah O’Donnell y Wallace Chuck de Pexels no relacionadas con la historia.

 


Operación fallida

El resultado fue un desastre, realizado por los agentes del Mossad, Shimon Levine, Salomón Cohen y Ariel Lubotzky, quienes finalmente fueron detenidos en el aeropuerto internacional de Helsinki.

Un doble agente palestino les dio información falsa de que el libanés Abdul Shaheen, uno de los artífices en una matanza en Jerusalén, residía en la capital finlandesa, sin embargo, el objetivo era un obrero casado con una nativa de ese país.

Uno de los espías le metió un balazo en la cabeza, huyeron en un BMW, color negro y con los vidrios polarizados, aunque ya los vecinos del barrio obrero de Kallio sospechaban de los extranjeros por su aspecto físico  y que vigilaban a alguien.



Solo al comandante Michel Toledano, se le ocurriría enviar tres agentes de cabello oscuro, en un país donde la mayoría de sus habitantes son rubios, de ojos azules y pelirrojos.

Los residentes proporcionaron a las autoridades locales el número de matrícula del automóvil de fabricación alemana, la policía finlandesa los identificó y apenas entregaron el vehículo fueron capturados.

El muerto en realidad era Alí Shaheen, nacido de Egipto, emigró hacía dos años a Finlandia y laboraba como ayudante general en una construcción, su mujer Vladislava, una pelirroja, linda y delgada, estaba en su quinto mes de embarazo.

Los agentes del Mossad neutralizaron a su objetivo, mientras el caballero caminaba con su esposa hacia el automóvil porque ella lo trasladaría al trabajo, esa mañana del verano de 1978.

Ahora Shimon, Salomón y Ariel estaban por su cuenta, el gobierno israelí negó toda la participación en el hecho de sangre, la policía encontró documentos, los pasaportes de los  espías y fotografías de vigilancia del asesinado en varias faenas.



Los tres fueron condenados a 20 años de prisión, nunca dijeron los motivos del crimen, pero el Servicio Secreto de Finlandia recibió información de la KGB de lo que hacían allí.

Una venganza contra un grupo de extremistas que ultimaron a ocho ciudadanos israelitas en una feria en Jerusalén, llevó al gobierno a ordenar la ejecución de todos los involucrados en el acto.

Juego de espías, asesinatos, un Estado contra otro, religiones, razas y parientes porque árabes y judíos son de origen semita o primos, pero la vida y el poder los separó desde hace siglos.

Vladislava con su madre, lloraba en su apartamento a su marido, tres culpables que no confesaron sus motivos y había una sola pregunta: ¿por qué a su esposo?

Toledano, el jefe de la fallida misión fue trasladado a Panamá, donde se hizo amigo de la dictadura militar y su asesor de seguridad.

Diez años después, los asesinos fueron liberados sin explicación alguna, el gobierno israelí le dio un cheque de 100,000.00 dólares a Vladislava, a través de la embajada, aunque no hubo preguntas y todo quedó allí.

Muerte y tristeza fue el resultado de esa operación fallida.

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