La primera vez que la vi, fue en un funeral de su tío, ella jugaba Atari, vestida con un traje negro de encajes, llevaba su azabache cabello atado con dos colas en ambos extremos de su cabeza y sus ojos pardos brillaban.
Fui con mi madre al sepelio, quedé flechado con una niña de 12
años, yo tenía 14, me encantó la dulzura de voz, sus rasgos asiáticos, su
inocencia y su fabulosa sonrisa, aunque yo era un adolescente y ella pensaba
aún en pasar el tiempo con muñecas.
Había numerosas diferencias sociales porque el
enamorado residía en una casa vieja de madera podrida en Calidonia, mientras
que la musa en una vivienda en Altos del Chase, un elegante barrio de la
capital panameña.
No volví a verla, tras cinco años, la dama y su mamá
visitaron a la autora de mis días, Nayuki, me saludó con beso y parece
increíble que me recordó, luego charlamos un rato sobre cuando nos conocimos.
Mi corazón se volcó de nuevo, la llama del amor se
encendió, me fui a dar una vuelta al parque con mi espectacular chica, sin
embargo, se notaba que era una adolescente caprichosa, mimada y muy egocentrista.
Su padre era un ejecutivo japonés, Nayuki me contó que
estuvo todo ese tiempo en Japón con su papá, pero retornó a su país con el
propósito de vivir con su mamá y volver a la tierra de su padre al terminar la
universidad.
No supe más nada de ella hasta diez años después,
llevó una vida loca, era amante de un ladrón de automóviles que había estado
preso en diferentes ocasiones, me pregunté por qué no se fijó en mí y sí lo
hizo con un delincuente.
A los meses, una tarde en la que revisaba las noticias
de los reporteros, entró una llamada al móvil de un número desconocido, era
Nayuki, consiguió localizarme y decidió telefonearme para un reencuentro.
No la dejaría escapar, terminé de revisar las notas
porque laboro como corrector en una revista y fui a la cita con la que siempre
aspiré a que fuese mi novia o esposa.
Cenamos comida chatarra, caminamos en un centro
comercial y empezó los besos, caricias y le propuse hacer el amor, Nayuki
aceptó y nos dirigimos de inmediato a una de esas pensiones de la Avenida Cuba.
Esas escenas de sexo se repitieron, quería preñarla
para asegurarla, no obstante, Nayuki nunca salió embarazada, no tomaba
pastillas, no usé preservativos y disparaba las balas adentro.
Mi amada se dio cuenta de que había un problema, ella
ansiaba un hijo o hija, no era posible encargar, el médico me dictaminó
infertilidad e imposible embarazarla a ella u otra fémina.
Nayuki tomó la decisión de terminar la relación, no la refuté, me moría por dentro, mi orgullo, dignidad y sentimiento de hombre se
destruyeron, pero no me rebajaría a rogar o suplicar.
Cuatro años después la vi hablando japonés con un
hombre y dos niñas, la esquivé para no llorar, esas hijas podrían haber sido
mías, sin embargo, la vida me jugó una mala pasada y perdí a Nayuki para
siempre.
Fotografías de Cottonbro Studios y Pixabay de Pexels
no relacionadas con la historia.
Todos soñamos con tener uno o varios hijos y debió ser difícil para ella no tener esa posibilidad. Cosas de la vida.
ResponderBorrarUn total trauma para él, no poder engendrar ni estar casado con el amor de su vida, que lástima... 🥺
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