Los residentes del pueblo de Mata Grande en Casanare vivían con el corazón en la boca, por un posible enfrentamiento entre soldados y miembros de las insurgentes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), ya que había rumores de un asalto.
Un lugar con unos 300 habitantes, dedicados en su mayoría a la agricultura
y ganadería, con un centro de salud, poca iluminación y numerosas necesidades o
como se diría una zona abandonada por los gobiernos liberales y conservadores.
Mata Grande era defendido por unos 35 soldados campesinos, la mayoría nacidos
en ese poblado, con algunas armas pesadas, morteros y un cañón, armamento para
no dejar que la guerrilla entrara al pueblo.
El famoso puente comunicaba a los departamentos de Casanare y Meta, los
separaba el afluente que lleva el nombre del primer departamento, mientras que
en Meta era una zona plagada de rebeldes.
Un 30 de abril de 1999, en momentos que trabajadores y amas de casa celebrarían
el día del trabajo, a eso de las once y media de la noche, se escuchó una explosión
y luego los vecinos vieron las llamas.
Era la guerrilla que lanzaba cilindros de gas, sus morteros favoritos,
hacia el puesto donde estaban dos centinelas del ejército, lo que generó que
ambos soldados murieran quemados.
Alerta total, los uniformados tomaron posiciones y comenzó la batalla
campal porque la orden era defender el puente a toda costa para que las Farc no
lo tomara.
Un infierno, balas, llamas, cilindros de gas, gritos, insultos y los
soldados estaban en desventaja frente a los 100 insurgentes, así que con el fin
de no gastar municiones ajustaron sus fusiles para no disparar ráfagas.
Cuando apuntaba el alba, solo quedaban diez soldados en operación, los guerrilleros
tuvieron treinta bajas, entre ellas siete mujeres, pero la guerra continuaba en
toda su expresión porque para las Farc había que matar los defensores que
oprimía a un pueblo.
Los refuerzos del ejército venían en camino, aunque eso no detenía los
combates, a las ocho de la mañana seguían los enfrentamientos. Un soldado vigilaba a dos insurgentes capturados.
—¡Ríndanse! —, gritó el jefe de la columna guerrillera.
—¡Nunca! ¡Primero muerto que rendirse! —, afirmó el teniente Robert García.
—Les perdonaremos la vida—, respondió el insurgente.
—¡Nos vemos en el infierno, hijo de puta! —, resaltó el teniente y luego
disparó su fusil.
A las 9:36 a.m., del 1 de mayo, llegaron los refuerzos,
los guerrilleros se retiraron y terminó la batalla.
El resultado fue: diez soldados vivos, once heridos y el resto muertos; del
lado de la guerrilla: dos capturados, 12 heridos y 20 muertos, cuatro viviendas
destrozadas, cinco civiles fallecidos y ocho heridos.
La batalla del puente del río Casanare fue dura y los sobrevivientes
contaron posteriormente la historia.