Te escribo esta carta porque soy tan cobarde que no me atrevo a mirarte a los ojos y confesarte lo que llevo por dentro desde la primera vez que te vi en el ascensor del ministerio.
Cada mañana, antes de
hacer mis labores, me coloco debajo del árbol de almendras para darte los buenos
días y ser feliz porque solamente con ver tu sonrisa mi alma se nutre.
Eres el aire que necesito
para respirar, la sangre que corre por mis venas, el corazón que late fuerte
cuando escucho el timbre de tu voz y el alimento para no morir.
No te sorprendas, aunque
sea rudo, escale las paredes y rincones del edificio con el propósito de
pintarlo y limpiarlo, tengo sentimientos y sobre mi faz caen diluvios porque jamás
tendré una oportunidad contigo.
La vida no me ofreció una
oportunidad como la tuya de asistir a la universidad porque la pobreza me lo
impidió, mis padres me matricularon en el colegio Artes y Oficio para estudiar
y mantener a la familia.
Allí aprendí el oficio de
albañil y como no hay trabajo en la construcción, decidí aceptar el de trabajador
manual en el ministerio, ya que el hambre cesa con la vida.
Desconozco cuándo me
enamoré, pasó tan rápido como el día se transforma en la noche, la tristeza en
alegría, el calor en lluvia y del odio al amor.
En nuestra sociedad una
mujer que está en un estrato social arriba de un varón no se fijará en él, la
criticarán, no obstante, el hombre, aunque sea millonario, no discrimina salir
o casarse con una camarera.
Las apariencias dictan
mucho, una abogada empatada con un trabajador manual sería visto como una
relación únicamente sexual y con nada de sentimientos, pero es una falacia.
Ya tomé mi decisión Mónica
de renunciar porque no soporto esta situación, estoy a punto de estallar como
el volcán presionado para hacer erupción.
Que tengas excelente
futuro y aunque te rías cuando leas esta carta, yo siempre te amaré.
Atentamente,
Omar
Fotografías de Rodolfo
Quirós y Rachel Claire en Pexels no relacionadas con la historia.