Coraje femenino

Su nombre en clave era Collete (victoria de pueblo, en francés), se paseaba en bicicleta en las afueras de Paris en las mañanas para comprar el pan y también como correo de la resistencia de la ocupación nazi.

Mientras pedaleaba, el viento jugaba con sus cabellos oscuros, sus verdes ojos buscaban soldados germanos, colaboradores o sencillamente agentes de la Gestapo que cazaban enemigos de la Francia ocupada.

Blanca como la espuma, delgada y linda, tenía un novio llamado Jean, escondido en el norte del país, combatía al ejército invasor y ella no sabía nada de su enamorado.



Collete ingresó a la resistencia por dos motivos: el primero por llevarle la contraria a su madre Alizée, la guerrillera urbana, de apenas 17 años, también acarreaba nacionalismo en su mente, cuerpo y alma.

No era la única fémina que servía de correo a los rebeldes galos, otras trabajaban para el gobierno alemán, pasaba información y otras hacían un trabajo más duro de ser parejas de oficiales, sacarles datos y posteriormente soplarlos a la insurrección.

La parisina no había sido descubierta, llevaba tres años como correo desde la ocupación iniciada en 1941, cuando los campos de Eliseo se vieron bañados de soldados alemanes con sus botas relucientes, bien peinados y sus uniformes planchados.

Estaban por todo Francia, incluso en los pueblos más pequeños, sin embargo, no todos fueron colaboradores, unos se resistieron a ser provincia permanente del Tercer Reich.

Uno de esos días, el teniente nazi Berengar, la observó y quedó prendido con la parisina, logró conocerla e invitarla a cenar y la chica aceptó, pero le notificó a sus superiores la novedad.



En la primera cita, en un hotel del centro de capital francesa, la dama colocó insecticida en la cerveza del oficial, abandonó rápidamente la habitación y a pesar de que había toque de queda logró burlar la soldadesca alemana

Carteles con su fotografía estaba por toda la geografía francesa con la recompensa que los alemanes no explicaron, pero dijeron que era jugosa para detener a la asesina.

Collete se escondía en una finca en Champaña-Ardenas hasta que cuatro semanas antes de la liberación un campesino la delató, la Gestapo la detuvo y fue ahorcada en una plaza pública de París, tras ser torturada.

El soplón fue identificado y fusilado durante las revueltas de los revolucionarios en busca de pasar factura a los quinta columnas.

La dama tuvo el coraje, valentía, el orgullo y la fuerza para luchar por su patria, porque contra el invasor se usa cualquier arma para combatirlo.

 

La suerte loca

Seis empleados del restaurante El Paisa, ubicado en la vía España, en Panamá, estaban hartos del trato del propietario del negocio, el colombiano John William, un aventurero que llegó al istmo para hacer fortuna.

Aunque no logró ser millonario, con tracalerías, amansó un capital para abrir un restaurante de comida colombiana, contrataba a paisanos suyos sin documentos para pagarle bajos salarios, evadir impuestos y explotarlos.

Incluso hasta las propinas que gustosamente entregaban los clientes, John William se las volteaba bajo el argumento que las repartiría a fin de mes, sin embargo, eso nunca sucedía.

Los colaboradores no se atrevían a denunciarlo ante el Ministerio de Trabajo y Desarrollo Laboral (Mitradel) porque como eran indocumentados temían ser multados por trabajar sin permiso del Estado panameño o en el peor de los casos deportados a Colombia.



Al cocinero, conocido como Juancho, se le ocurrió comprar entre todos los empleados un billete de la Lotería de la Florida, en Estados Unidos, si pegaban comparan el negocio o ninguno asistiría a sus faenas diarias.

Mientras tanto, seguía el trato de la patada con los subalternos por parte del comerciante, quien rápidamente olvidó sus inicios como migrante sin papeles y haciendo duros trabajos.

Los colaboradores tuvieron tres meses con la colecta de cuatro dólares por quincena con el fin de obtener algunos de los premios, salvar su situación económica, arreglar sus documentos migratorios y al cuarto mes salió el 16 24 07 34 88 más el balón rojo 53.

Un jugoso premio de 750 millones de dólares, repartido entre los seis, era de 125 millones de billetes verdes, con la ayuda de un amigo con visa estadounidense cambió el boleto y le pagaron diez millones.



El dinero fue repartido y el fin de semana siguiente ninguno fue a laborar al restaurante, lo que causó sorpresa del sudamericano que sus paisanos abandonaran su centro laboral.

 Para joder, Juancho se fue a husmear el domingo en la tarde en un lujoso Jaguar, mientras que, al verlo John William, casi se cae de la sorpresa.

—Vea hermano, si quiere le compro el negocio, ahora usted es un muerto de hambre e hijo de puta—, gritó el cocinero en momentos que no soltaba la risa.

Bueno, así es la suerte de loca y a cualquier le toca.

Imagen de billete de Dreamstime no relacionada con la historia.

Quiebra fraudulenta

Al intervenir la Superintendencia de Bancos de Panamá en el Banco Industrial Istmeño era porque el asunto estaba fatal, hubo manejos irregulares, y se brincaron los procesos mínimos de las empresas dedicadas a esta rama del comercio

Todos los directivos del banco eran reconocidos comerciantes, desde importadores, industriales, latifundistas y economistas, sin embargo, ninguno de sus diplomas de universidades estadounidenses sirvió para reflotar el banco.

El fiscal que averiguaba una quiebra fraudulenta, Efraín Vásquez, se enfrentaba a la disyuntiva capitalista salvaje de poner tras a los barrotes a millonarios donantes de campañas políticas, de organizaciones no gubernamentales y fundaciones supuestamente sin interés de lucro.



La razón es que sencillamente se perdieron 30 millones de dólares en créditos otorgados sin ningún tipo de garantía de recuperación o terrenos, acciones, propiedades y otro activo que respaldara los préstamos.

Los diarios difundían el escándalo financiero y no era el único porque a principios del siglo XX Panamá fue azotada por una serie de quiebras fraudulentas, sus responsables abandonaron el país o usaron su poder económico para no ir presos.

Algo típico en el capitalismo salvaje porque quien cuenta con poder y contactos, pocas veces conoce la cárcel.

¿Dónde estaba los 30 millones de dólares? Se preguntaba el fiscal Vásquez, mientras sus colaboradores buscaban afanosamente transferencias, cuentas o la ruta del dinero esfumado como fantasma en la noche.

Una colecta o vaca en silencio hicieron los directivos de ese banco para salvarlo, violando toda disposición legal sobre la materia.



¡Qué ironía! Un viejo gritó en el parque de Los Aburridos del Chorrillo que como eran rabiblancos no pasarían ni dos minutos guardados, no como los hijos de la cocinera porque el capitalismo salvaje es para el que tiene, el resto se jode.

La defensa, una barra de abogados casi todos exfiscales, interpuso los recursos judiciales que las leyes le permitían para dilatar el proceso hasta que dos de los acusados por quiebra fraudulenta fallecieron y al final se declaró prescrita la acción penal.

Así es la vida, los impolutos millonarios que promovían valores cívicos, teletones y campañas de ayuda al prójimo resultaron ser Robin Hood, pero al revés.


Imagen cortesía de Luis Quintero y Pexels.

Amor asesino

 A principios de mis años de adolescencia iba con mi madre y hermanos a El Valle de San Isidro, en San Miguelito, Panamá, donde una tía de crianza que vivió en Hueco Sucio, Plaza Amador en los años 70, quien se fue para allá con sus hijas.

No había casas de inquilinatos como en la capital panameña, algunas de madera con servicio de hueco o letrina, pero al menos eran de la familia y no colectivos como en las propiedades condenadas donde me crie.

Una zona con bastante yerba, las casas empinadas y construidas sobre cerros, donde jugamos la lata, pan con queso, compañerito pío pío y otros pasatiempos de gente pobre.

Allí conocí a Katy, una chica de 13 años, hija de migrantes veragüenses que se instalaron en San Miguelito en busca de un mejor futuro.



La vecina de mis primas tenía dos hermanas, todas lindas, de piel canela, cabello negro largo y delgadas, siendo estudiantes de secundaria en aquella época y Katy la menor.

Aún cursaba el séptimo grado en una escuela en el corregimiento de San Felipe y mientras jugábamos a las escondidas, un día Katy me pidió que fuera su novio, me puse nervioso y no sabía qué hacer.

Ella me gustaba, amores de chiquillos escolares, le respondí que sí y me dio un beso en la mejilla, lo que me trasladó a la luna y cada vez que iba al Valle de San Isidro nos veíamos en el parque. Otro besito y adiós.

Pasó el tiempo, parte de mi familia se fue a vivir a España, yo me quedé trabajando en el Misterio de Gobierno, ya contaba con 21 años y ni idea de la vida de Katy.



A los dos meses ingresó un compañero de trabajo, vecino de mi antigua noviecita, le comenté sobre ella y me dio algunas noticias, pero no agradables sobre Katy porque su marido la maltrataba.

Tres meses después leí en un diario que mi exnovia fue asesinada por su pareja, quien celoso le pegó dos tiros, lo que me entristeció a pesar de tener unos ocho años sin verla.

El mundo no observaría su sonrisa, tampoco disfrutaría del timbre de su voz y ni se alegraría al verla caminar con su ritmo coqueto porque ya no estaba con nosotros.

Katy fue víctima de la violencia intrafamiliar como muchas otras mujeres, sin embargo, no se atrevió a denunciar al monstruo y sus vecinos tampoco.

Fotografías de Gustavo Fring y Anete Lusina de Pexels no relacionadas con la historia.

 

La amiga de mi novia

Dicen que los tríos siempre acarrean problemas, lo digo porque una pareja son dos y que siempre salgan, los novios más una amiga a la larga arrastra conflictos por lógicas razones.

Con mi novia Cristal iba a casi todos lados, la playa, el cine, juegos de balompié, a mis ensayos para afinar mi práctica de tocar el sintetizador porque con mis pasieros formaríamos una banda de música clásica y trance.



Sin embargo, Massima se pegaba como parche bajo el argumento que terminó con su novio de cinco años universitario y atravesaba una época sentimental muy dura.

Cristal y Massima eran casi parecidas, de, piel de espuma, ojos avellanos, mediana estatura, delgadas, pelo negro y con pechos grandes, pero con la diferencia que mi novia luce un fabuloso cabello ensortijado.

La verdad es que Massima, en la playa, siempre se colocaba pantalones largos y camiseta, nunca traje de baño, por razones que nunca explicó, aunque realmente ni la miraba.

Casi un año de salidas en trío, ambas se llevaban bien, nada de celos, entre yo y Cristal intentábamos meterle por los ojos varios pretendientes, no obstante, Massima decía que no estaba preparada para una relación.

Para los carnavales del 2018, nos fuimos a una casa de playa con unos amigos, quienes el domingo decidieron irse a Penonomé y dejarnos la propiedad a los tres con el fin de disfrutar.



Ese domingo Massima bajó con un traje de baño de dos piezas con hilo dental, color negro para ir a la piscina, que provocó que me excitara, lo confieso, Cristal se sorprendió, pero no le comentó nada a su amiga.

Ella es mujer, se notaba que estaba molesta y, aunque simulaba, se pusieron las dos a beber cerveza y me uní.

Bailamos, asamos pollo y carne, ingerimos licor como soldados en guerra y al final de la noche, nos dirigimos a la sala de la vivienda para casi producir una película pornográfica de un trío.

Fue algo inolvidable, ver a mi novia que me acariciaba, mientras Massima hacía felaciones, los cambios de posiciones, las dos se besaban y gritaban, lo más rico fue cuando el volcán hizo erupción en el rostro de las dos damas.

No tengo palabras para describir con la felicidad temporal porque todo se trató de un sueño, me asusté al despertar y tras esa salida a la playa, Massima se fue a vivir a Boquete con su hermana.

Imagen de Armin Rimoldi y Engin Akyurt de Pexels.

El cuarto 16

Todos los camioneros, civiles o funcionarios públicos evitaban hospedarse en la habitación número 16 del hotel Pasamontañas, ubicado en el límite de las provincias de Chiriquí y Veraguas, en Panamá.

Algunas historias de terror se escuchaban entre los conductores de carga, principalmente los centroamericanos, sobre avistamientos de un espíritu de una chica vestida de negro, con botas y un paraguas, en ese cuarto.

La fama del ente fue tan grande que en el istmo Centroamericano y hasta Tapachula, México, se corrió la bola de que no pernoctaran en esa pieza porque corrían el peligro de ver el fantasma de la mujer.

Y es que la cosa era tan seria porque algunos confesaron que el espíritu les solicitaba abandonar el cuarto, debido a que era su morada, se habló del asesinato de una dama hacía 20 años, recién estaba inaugurado el comercio.



Sin embargo, para el camionero hondureño Aníbal Correa, todo era una falacia de conductores cobardes y supersticiosos, además argumentaba que cuando las personas mueren no vuelven.

Como no había evidencia, Aníbal fanfarroneaba con otros compañeros en el restaurante Chespiritos, en Cerro de la Muerte, Cartago, Costa Rica, y les indicó que él sí alquilaría la pieza.

Sus amigos le advirtieron que mejor durmiera en la mula como lo hacen sus compañeros y no jugase con fuego porque podría quemarse y le ardería, pero Aníbal no obedeció.

Cuando entró por Paso Canoas hacia Panamá, el conductor iba reído y desafiante, manejó hasta llegar al hotel Pasamontañas y solicitó el cuarto número 16.

La dependiente no dijo nada, solo lo registró y el caballero valiente se marchó hasta la pieza, vio un rato la televisión, apagó las luces y antes de arroparse se le apareció la figura.



—Este es mi lugar de descanso, así que solicito con todo respeto que se vaya—

Aníbal la miró desafiante, le tiró un beso, la observó de arriba abajo, la dama lucia largos cabellos, ojos pardos y blanca como la nieve.

—No tengo por qué obedecerte, solo eres un fantasma o un supuesto espíritu estúpido—

La mujer volvió a pedir que se marchara, el varón no obedeció.

—No tengo más remedio que actuar—, dijo ella.

Abrió sus manos, salió un círculo de luz fluorescente azul, lo arrojó hacia donde Aníbal, la bola se la tragó y entró al cuerpo del espíritu.

Dos días después, cuando la policía abrió la puerta, solo encontraron las pertenencias de Aníbal y no se supo nada de él.

Fotografía de Turkan Bakirli  y Eduardo 19909 de Pexels no relacionados con la historia.

Galletas malditas

Los padres de Adelita recibieron un duro golpe cuando el médico les notificó que su hija de seis años falleció de un infarto producido por una sustancia que aún se analizaba en los laboratorios de la Caja del Seguro Social de Panamá.

Manuel y Alexandra estaban desconsolados por la tragedia y era obvio porque se supone que los hijos sepultan a los padres y no al revés.

A los tres días, el galeno Iván Pérez, les mostró los resultados de los exámenes y arrojó que dentro del cuerpo del infante había restos de cocaína, lo que los dejó sorprendidos por la conclusión.



Creyeron que se trató de un error, sin embargo, el galeno les confirmó que se hicieron tres pruebas, ninguno consumía drogas y lo único externo que la víctima ingirió fue un paquete de galletas que Manuel trajo del trabajo.

Días después, el entristecido padre entregó a los investigadores varias galletas que él y otros compañeros de trabajo hurtaron de la bodega donde laboraban, mercadería propiedad del búlgaro Lazar Nikolova, quien reexportaba alimentos a su país y Hungría.

Los funcionarios de instrucción y la policía requisaron el local donde hallaron dos contenedores repletos de galletas, jugos y confetis reempacados, algunos de ellos dieron como resultado droga mezclada con galletas y pastillas dulces.

El extranjero fue detenido, se descubrió la existencia de una organización internacional formada por colombianos, búlgaros, húngaros y un panameño que comerciaban droga a Europa del Este, mezclada con golosinas.



La habilidad de Manuel y sus compañeros de hurtar galletas para sus hijos, le costó la vida a Adelita, mientras que el búlgaro reclamaba su inocencia ante la Fiscalía Primera de Drogas bajo el argumento de que el responsable de la mercancía era un ruso identificado como Viktor Magomedov.

Se remitió una asistencia judicial a Rusia, seis meses después respondieron que el nombre es muy común en el país y tomaría años encontrar al señalado por Lazar, si es que en realidad existía.

Manuel se culpa de su incorrecta acción, también sus camaradas, un pequeño hurto fue como una mentira blanca, pero en realidad el hurto es un delito y una mentira es mentira.

Ahora la pareja destruida espera el juicio de Lazar, acusado de tráfico internacional de drogas y asesinato.

Imagen de las galletas cortesía de Lisa Fotios y el edificio Avesa del Ministerio Público de Panamá no relacionadas con la historia ficticia.


Identidad desconocida

Lourdes Galindo no paraba de llorar cuando la policía detuvo a su marido, el turco Emre Demir, a pedido de extradición de la República de Turquía, sindicado por supuestamente formar parte de una banda de ladrones de arte y secuestradores.

La dama no comprendía que el padre de su hijo Emre Demir Galindo, de dos años, estaría en la cárcel y sería duro porque el extranjero adoraba a su descendiente.

El caballero estaba en la lista de la Policía Internacional (Interpol) solicitado para que respondiera los delitos que presuntamente cometió, sin embargo, para su mujer era una santa paloma, un buen padre, comerciante y miembro del Club Unión de la alta clase panameña.



Aunque la familia de Lourdes no aceptaba al varón, a ella no le interesó, se divorció de su esposo y se casó por lo civil con Emre, lo que no fue visto por los socios del club, pero a la mujer no le paraba bola a los comentarios.

Contrató los servicios de un abogado penalista muy famoso, quien, al ver el expediente, le notificó de inmediato que su cliente no era tal persona porque su real nombre era Onan Yildiz, estaba plenamente identificado y sus huellas dactilares lo verificaron.

El edificio de cien pisos que construyó Lourdes se derrumbó, engañada, criticada, mancillada, su familia tenía razón por que se casó con un desconocido extranjero, se dejó llevar por las facciones pronunciadas, ojos verdes, blanca piel y figura de luchador de su marido.

Cuando Lourdes le preguntó a su esposo en la cárcel la razón del engaño, el turco lloró, nunca pensó enamorarse de verdad, lo estaba, no obstante, su pasado pesaba demasiado y confesar todo equivaldría a perder todo.

Una vida destruida, un divorcio, ahora su hijo tendría un padre en la cárcel porque la sentencia que le esperaba a Onan era de 15 años como mínimo, sus compinches fueron atrapados en Moscú, Paris, Berlín y Nueva York.



La banda fue desmantelada, el cuantioso botín era de millones de euros y se devolvió abundante, pinturas, esculturas, joyas y piedras preciosas.

Ahora Lourdes no sabía qué hacer, no asistía al Club Unión para no ser blanco de miradas burlescas, comidillas y bolas de corrillos de la clase dominante panameña.

Tras noventa días de luchar judicialmente contra la extradición, la Corte Suprema de Justicia dictaminó viable enviarlo a Ankara.

Lourdes con su pequeño fueron hasta el aeropuerto, donde una batería de periodistas intentaba entrevistar al turco para que explicara sus actos.

El avión despegó hacia Madrid y posteriormente lo haría ena Turquía, en el aparato iba un delincuente arrepentido y enamorado, aunque era demasiado tarde porque debía pagar su deuda con la sociedad y al final Lourdes se casó con un hombre con identidad desconocida.

Fotografía de Wikipedia y Michel Calcedo de Pexels no relacionadas con la historia ficticia.

 

 

 

 

 



 

 

 

'Ladrillo Roto'

 

En Villas del Prado, Bogotá, había un caballero que le apodaban Ladrillo Roto, aunque su nombre de pila era Javier Luis Escobar, de 28 años, nativo de Cartagena de Indias, conocido jugador de cartas, bebedor de aguardiente, mujeriego y quien estuvo varias veces en la cárcel por estafa.

Javier tenía una impresionante labia para conquistar mujeres, su físico le ayudaba mucho porque el costeño gozaba de una contextura atlética, piel canela, cabello negro ensortijado y ojos pardos muy profundos.

A este señor, los hombres comprometidos lo vigilaban muy de cerca para que no se goloseara a sus parejas, mientras que las damas se babeaban cuando hacía ejercicios mañaneros en la Autopista Norte.



Un día llegó a residir al barrio Teresa, una dama de 21 años, madre de una niña, casada con Ruperto, de 34 años, ambos provenían de Moniquirá, departamento de Boyacá, quienes llegaron a la capital colombiana en busca de una mejor vida.

Arrendaron un humilde cuartito, fue entonces que la vio Javier en momentos que Teresa ingresó a la cigarrería de Arturo a comprar una gaseosa, pan, fresco y otros productos.

Javier fue al ataque de inmediato, la mujer lo miró con coqueteo, pero mantuvo su distancia, sin embargo, con el pasar del tiempo ganó la confianza de la rubia, delgada y atractiva fémina ajena.

Ruperto y Teresa vivían de ventas de pinchos, empanadas y chucherías hasta que el varón obtuvo una plaza laboral como vigilante nocturno, en un edificio de Britalia Norte, así que se marchaba como a las diez de la noche para regresar a las ocho de la mañana.

El turno del esposo fue aprovechado por la pareja de infieles para hacer sus travesuras y mientras Ruperto pasaba frío en el inmueble de estrato cinco, su mujercita se revolvía entre las sábanas con el vago de Javier.



Los vecinos descubrieron las andanzas de los amantes y una señora le informó al engañado de lo acontecido, quien se escapó en tres ocasiones para corroborar que su mujer le ponía los cuernos.

 Un lunes, casi a las nueve de la noche, Ruperto se fue a laborar, pero retornó a la media hora, le quitó el teléfono móvil a su mujer, lo revisó para comprobar la cita de ese día, pero mantuvo en su poder el aparato tecnológico.

El plan no falló, Javier tocó el timbre, el hombre herido abrió la mitad de la puerta, fue entonces cuando el amante quedó blanco como un papel del susto a ver al esposo de su novia clandestina frente a él e improvisó para salvar su pellejo.

—¡Eeehh, vecino! ¿Tendrá un ladrillo que me preste porque lo necesito—?

—Claro. A las diez de la noche, con mucho gusto, se lo entrego—.

Ruperto abrió toda la puerta, le reventó en la cabeza a Javier una botella de cerveza que provocó un charco de sangre e intenso dolor.

El golpeado no acusó a Ruperto y desde entonces, cuando Javier camina por Villas del Prado, los niños le gritan Ladrillo Roto.

Imagen cortesía de Wikipedia.


Tragedia en cerro Picacho

Los alemanes Karen, Kristten y Hans, llegaron desde Múnich, Alemania a una gran aventura en Panamá, principalmente para hacer turismo ecológico, recorrer montañas, ríos, cuevas y playas.

Atraídos por las historias de su amigo Guido, quien vivió tres meses en El Valle de Antón, les contaba anécdotas de las bellezas de país centroamericano, su caluroso clima, su gente hospitalaria y la variedad de cervezas.

Estuvieron tres días en El Valle de Antón, comieron patacones con salchichas guisadas, tamales, arroz con pollo, chicharrón con empanadas de carne, bollo y abundante chicheme.



Al cuarto día partieron con un guía hacia Olá, su destino era subir el cerro Picacho que demoraba unos 40 minutos a escalar, con una parada a los 20 para descansar y luego andar hasta cima a unos 500 metros sobre el nivel del mar.

En la última parte del cerro es difícil de caminar por lo empinado del terreno, pocos centímetros de espacio para ambos pies, el equipaje era un morral pequeño con algunas galletas y dos botellas de agua.

Fue todo un éxito llegar a la cima, los germanos, con los guías panameños, tomaron videos y fotos con la ayuda de un dron que captó toda la zona verdosa que enamoró a los europeos.

Como no hay hoteles ni hostales en Olá, pensaron ir a Los Machos cuando terminaran para regresar a El Valle y pegarse otra borrachera a punta de cerveza local.

Subir era más fácil, aunque para bajar se debía hacerlo con una soga desde la punta por el pico del terreno hasta cierto punto, así que Hans enterró la clavija para asegurar la soga y evitar una tragedia.



No obstante, el instrumento debía hundirse por completo y la noche anterior llovió lo que dejó la tierra fangosa.

La primera en bajar fue Karen, quien emocionada con una cámara frontal en un casco grabó sus gritos, risas y palabras en alemán, mientras que la segunda fue Kristten que descendió sin problemas.

Hans fue el tercero, pero por el terreno afectado por el agua, la clavija se salió y el alemán rodó por el camino picoso, se golpeó las costillas, un fémur y su nuca impactó con una roca.

Su muerte fue instantánea al recibir el golpe, sus compatriotas lloraban, las cámaras de las chicas grabaron la caída y los guías impotentes bajaron tan de prisa como pudieron.

Ya era tarde, el chico de 26 años murió en una tierra del cual se enamoró y horas antes de subir dijo en broma que si fallecía quería hacerlo en un lugar tan bello como Picacho, Olá.

Su funeral fue allí mismo, sus padres viajaron, esparcieron sus cenizas en la cima de cerro Picacho donde ahora descansa en paz.

 

La sobrina de Heriberto

A pocos días de cumplir los 55 abriles, Heriberto me presentó a su sobrina Helena, de 30 años, una linda arquitecta, aspirante a pintora, de inmensa cabellera negra, piel canela, ojos brillantes y oscuros, además de cuerpo voluptuoso.

Heriberto me la trajo para que le instruyera con mi experiencia como pintor, profesión de la cual comí durante los últimos 20 años, cuando decidí dejar mi trabajo como mecánico en un taller, cerca de la Tumba Muerto, en Panamá.

Con el pasar del tiempo mi encanto físico desapareció, mi abundante cabellera se perdió como las hojas de los árboles caídos que arrastra la suave brisa, mis dientes cambiaron al color del sol producto de mucho tabaco y mi vientre se inflaba por falta de actividad física.

Helena fue buena alumna, llegaba temprano, hacía el café, me hablaba de su antiguo esposo y actual novio, hastiada de los hombres que la confundían con un objeto sexual.



Me contaba que solo la miraban como si la tuviese en la frente, mientras que yo solo escuchaba y nada decía.

A los dos meses se apareció con unos emparerados, me invitó a la calzada de Amador a ver el atardecer, cerré la vieja puerta de mi cuarto en Río Abajo y coloqué el oxidado candado para acompañar a mi alumna.

La pasamos excelente, me preguntó mi razón por ser tan hermético, hablar poco de mí e imitar a un lobo solitario, a lo que respondí que en el cuadrilátero del tiempo me dieron tantos golpes que me dejó fuera de combate.

Al anochecer Helena tomó mi mano derecha, se me declaró, me besó y me abrazó tan intensamente que la luna sonrió, las olas se detuvieron, las estrellas brillaron más y el viento entonaba Silencio de Beethoven.

Era una locura esa relación por la abismal diferencia de 25 años, sin embargo, a mi novia no le interesaba porque vivía el momento, aprendí con ella a ser más social, dejé de fumar marihuana y beber vodka todos los días.

Las clases dieron frutos, la técnica de Helena mejoraba y también me pedía que me mudara con ella y que dejara mi viejo cuarto preñado de recuerdos juveniles, cuadros sin vender y algunas esculturas que ocupaban casi todo el espacio de la vivienda de madera invadida por las termitas.



Sabía que esa relación no tenía futuro, Heriberto dejó de hablarme cuando se enteró de que dormía con su sobrina, me acusó de aprovechador y de seducir a su pariente cuando fue al revés.

Esa noche lloré como un chiquillo, tomé mi decisión porque no había otra salida, Helena me reclamó que dejó a su novio por mí, le dije que un viejo de 55 años no iría a ninguna parte con una de 30 años.

Antes de subir a su auto, Helena gritó que me amaba y nunca me olvidaría, tenía su rostro empapado por el diluvio y se marchó.

Ella encantada por la experiencia de un hombre maduro y yo de su juventud, aunque el tren debía por obligación detener su marcha antes de llegar a la estación. 

Imágenes de Cottonbro Studios de Pexels no relacionadas con la historia.

 

Cheque canguro

Yahir García era un abogado con muchos clientes y varias denuncias en el Tribunal del Honor y Disciplina del Colegio Nacional de Abogados (CNA) de Panamá, aunque se salvaba de todas las acusaciones de estafa.

Defendía carteristas, narcotraficantes, asesinos, políticos corruptos y cualquiera que le cancelara sus honorarios profesionales en efectivo, cheques, propiedades, ganados, vehículo o cualquier cosa de valor.

Para el año 2000 llegó al istmo un político sudamericano, quien pretendía escapar de la justicia de su país porque era la mano que mecía la cuna y la CIA de Estados Unidos lo abandonó por un favor que se negó hacerle.



José Kaleb, se refugió en Panamá gracias a un yate que le prestó Antonio Serena, un empresario acostumbrado a donar a varios candidatos presidenciales y del senado para luego hacer negocios.

Sin embargo, a estallar la revolución y caerse el gobierno, se supo de la jugada, Antonio huyó a tierras panameñas, pero a la semana fue capturado por las autoridades locales por un pedido de extradición.

Maud, el hermano de Antonio, arribó a Panamá para contratar los servicios profesionales de Yahir, quien le metió un sablazo de 30 mil dólares para evitar que el comerciante fuera extraditado.

Tras cuatro meses de subir y bajar escaleras y presentar recursos judiciales, los nueve magistrados de la Corte Suprema de Justicia de Panamá (CSJ) declararon viable la extradición de Antonio, mientras este permanecía en una celda de la desaparecida Policía Técnica Judicial (PTJ).

La última jugada de Yahir fue pedir a Maud, 50 mil dólares para sobornos y usar un último recurso legal, aunque el extranjero es abogado y conocía de antemano que nada se podía hacer.



Maud emitió un cheque por esa cantidad y esa misma noche tomó un vuelo hacia Recife, Brasil, donde no hay ley de extradición.

Yahir muerto de la risa porque obtuvo la jugosa cantidad de 80 mil dólares, no había posibilidades de detener la solicitud internacional porque detrás de ese caso estaba el imperio y pocos países de América los tienen bien puestos para desafiarlos.

Se fue el banco como a las once de la mañana a cambiar el cheque, pero la cajera le dijo que esperara, al retornar le informó que no había suficientes fondos que respaldara el documento comercial.

Le robaron los huevos al águila y le metieron un cheque canguro al caballero listo, aunque nada pudo hacer.

Imágenes cortesía de Cottonbro Studio y Burst no relacionadas con la historia.

La paraguaya

Antes de cumplir los 25 años, terminaba la carrera de Diseño Gráfico en la Universidad de Panamá, laboraba medio tiempo en un diario de circulación nacional y al salir de clases me iba directamente a las discotecas.

No bebo una sola gota del alcohol, pero me encantaba cazar chicas con compañeros de la facultad, amigos o sencillamente solo.

Una de esas noches, a mi camarada Rogelio lo vi conversando con una muchacha de unos 28 años, era un martes en la discoteca Bacchus, como a las once de la noche, lo saludé de lejos para no interrumpir y me quedé con mis amigos.

A los veinte minutos Rogelio me hizo señas para que fuera donde estaba, lo hice, me presentó a la nena de nombre Karen, de hermosos ojos pardos, blanca piel, cabellera azabache, delgada y con inmensos senos.



Platicamos un rato, mi pasiero desapareció y me quedé platicando con la dama, mientras ella bebía ron con cola, yo sencillamente ingería ginger con hielo.

Me di cuenta de inmediato que la atraía, estaba de vacaciones durante dos semanas con su tía, residente en el área revertida, Karen bailaba muy bien el trance, pero no el merengue y más o menos le enseñé.

El asunto fue que terminamos en besos, caricias y abrazos, y al final del camino en una de esas pensiones de la avenida Justo Arosemena.

Intercambiamos teléfono, nos citamos el miércoles para comer hamburguesas rancheras y caminar por la vía Argentina y nos fuimos al cine.

A Karen le quedaban solamente cuatro días, fueron tan intensos en nuestro corto romance sexual que la mujer era toda una máquina de posiciones y gemidos.

Como toda historia tiene final, no fui a despedirla al aeropuerto, un gusanillo interno me dijo que algo ocurría que, no sabía, sin embargo, como fue una relación pasajera no le tomé importancia.

Pasó un mes desde que Karen retornó a Asunción, me encontré en una pizzería a Rogelio con su novia alemana, me saludó muy efusivamente y sonreía.

Pasamos un rato alegre, pero antes de marcharnos mi amigo me preguntó si sabía de Karen, respondí que nada porque Paraguay se la tragó y él sonrío.



—Mira la edición digital del diario ABC de ayer—, resaltó.

Al retirarme no aguanté la curiosidad, entré a un centro de navegación que en Panamá llaman café internet y que no tienen nada de café porque nunca lo dan ni lo venden.

No fue mi sorpresa ver el diario, estaba en la portada del periódico Karen con su esposo, la fémina era una famosa actriz de teatro y casada desde los 21 abriles con un caballero de 35 años.

Realmente no me sentí utilizado sexualmente, aunque sí lo fui, las mujeres también tienen derecho a su cana al aire y en esta ocasión me correspondió ser el voluntario sin saberlo.

Fotografía de la pareja de Eugenia Remark de Pexels no relacionadas con la historia.