Su nombre en clave era Collete (victoria de pueblo, en francés), se paseaba en bicicleta en las afueras de Paris en las mañanas para comprar el pan y también como correo de la resistencia de la ocupación nazi.
Mientras pedaleaba, el
viento jugaba con sus cabellos oscuros, sus verdes ojos buscaban soldados germanos,
colaboradores o sencillamente agentes de la Gestapo que cazaban enemigos de la
Francia ocupada.
Blanca como la espuma, delgada
y linda, tenía un novio llamado Jean, escondido en el norte del país, combatía
al ejército invasor y ella no sabía nada de su enamorado.
Collete ingresó a la
resistencia por dos motivos: el primero por llevarle la contraria a su madre
Alizée, la guerrillera urbana, de apenas 17 años, también acarreaba nacionalismo
en su mente, cuerpo y alma.
No era la única fémina
que servía de correo a los rebeldes galos, otras trabajaban para el gobierno alemán,
pasaba información y otras hacían un trabajo más duro de ser parejas de
oficiales, sacarles datos y posteriormente soplarlos a la insurrección.
La parisina no
había sido descubierta, llevaba tres años como correo desde la ocupación
iniciada en 1941, cuando los campos de Eliseo se vieron bañados de soldados alemanes
con sus botas relucientes, bien peinados y sus uniformes planchados.
Estaban por todo Francia,
incluso en los pueblos más pequeños, sin embargo, no todos fueron colaboradores,
unos se resistieron a ser provincia permanente del Tercer Reich.
Uno de esos días, el teniente nazi Berengar, la observó y quedó prendido con la parisina, logró conocerla e
invitarla a cenar y la chica aceptó, pero le notificó a sus superiores la
novedad.
En la primera cita, en un
hotel del centro de capital francesa, la dama colocó insecticida en la cerveza
del oficial, abandonó rápidamente la habitación y a pesar de que había toque de
queda logró burlar la soldadesca alemana
Carteles con su
fotografía estaba por toda la geografía francesa con la recompensa que los
alemanes no explicaron, pero dijeron que era jugosa para detener a la asesina.
Collete se escondía en
una finca en Champaña-Ardenas hasta que cuatro semanas antes de la liberación
un campesino la delató, la Gestapo la detuvo y fue ahorcada en una plaza pública
de París, tras ser torturada.
El soplón fue identificado
y fusilado durante las revueltas de los revolucionarios en busca de pasar
factura a los quinta columnas.
La dama tuvo el coraje,
valentía, el orgullo y la fuerza para luchar por su patria, porque contra el
invasor se usa cualquier arma para combatirlo.