Triple apuesta


Sebastián Prado estaba dispuesto a atacar a su vecina, una fémina soltera, de 25 años, la que consideró la mujer de su vida y aunque estaba casado, con dos hijas, de cinco y ocho años, esto no fue impedimento para lanzarse a la conquista de la dama.

La cortejó, le enviaba flores, chocolates y versos a la voluptuosa mujer, residente en el piso de abajo del edificio donde vivía Sebastián con su familia, en Vía Argentina, Panamá.

Todo con don Juan, pero amarrado por una ceremonia civil con una hermosa fémina, casi una reina de belleza, pero dicen por ahí que al hombre mujeriego solo lo vence los hijos o la edad.

Cuando el nuevo levante, de nombre Nohemí, cayó en las garras del caballero, se le fugaba a su mujer con el argumento de reuniones laborales o clientes a quienes vendía mercadería de lujo.



No vivían mal, ganaba aproximadamente dos mil dólares mensuales, las comisiones doblaban su salario, su esposa era arquitecta, así que en el hogar ingresaban más de 5 mil dólares los 15 y los 30 de cada mes.

El hombre trigueño enloqueció con su blanca princesa amante, sin embargo, se guardó el secreto que padecía de trastornos bipolares, pero su esposa sí sabía la condición, lo aceptó y lo auxilió al conocerlo.

Con el pasar de los meses, su mujer Sheila, estaba cabreada de las infidelidades de su pareja, le puso el ultimátum de quedarse con quien se matrimonió o su amante.

El hombre escogió a Nohemí, se mudaron a un apartamento pequeño en Obarrio, lo que generó que sus ingresos fuesen reducidos y una demanda de divorcio por adulterio, una de las siete causales para realizar un proceso de separación legal a la velocidad de la luz.

La nueva pareja tenía un apetito sexual impresionante, no obstante, Nohemí no trabajaba, tenía gustos caros,  Sebastián empezó a gastar dinero como loco y a sacar de su cuenta de ahorros.

Las tarjetas de crédito en un año casi llegaron al límite, fue entonces cuando Nohemí descubrió el secreto de su marido y rápidamente lo despachó porque no cargaría con una persona con esa afección.



Un día llegó al apartamento para descubrir que lo mudaron, Nohemí lo abandonó y desapareció.

Sebastián intentó reconciliarse con Sheila, pero su exesposa lo rebotó como una pelota de voleo.

El hombre terminó con deudas hasta el cuello, solo, sin esposa y el afecto de sus hijas, porque hizo una triple apuesta y perdió.

Fotografía de hombre cortesía de Alena Darmen y mujer de Moose Photos de Pexels.

El ángel de Temecula

Luego de terminar la novela con este título, John White descubrió quién era el responsable de la muerte de Arthur Green, un exgerente de una tienda de departamentos en Temecula, California.

Pasaron dos años desde su fallecimiento, en su cuerpo hallaron restos de fentanilo una potente droga y los investigadores argumentaron que se trataba de una sobredosis que sufrió la víctima.

La novela El ángel de Temecula contaba la historia de un hombre asesinado con pequeñas dosis del peligroso fármaco en bebidas y alimentos, lo que no causaría sospechas del fiscal de ese distrito californiano.



Aunque el homicida logró escabullirse de la ley, John encontró todas las posibles evidencias circunstanciales porque antes de morir la víctima cambió la póliza de seguros de vida, por un millón de dólares, de su esposa Hellen a su amigo Louis, algo extraño.

El investigador convenció a su jefe de una exhumación para encontrar más pistas al cuerpo del administrador, aunque en un principio este último lo consideró un caso cerrado, aceptó los argumentos.

Quizás de un novato que buscaba fama, sin embargo, John cortó el delgado hilo que existe entre la literatura y la realidad o hacer real o irreal.

Una pista de locura, no sabrían si el juez aceptaría la petición, la familia del muerto no quiso, pero al final el funcionario judicial ordenó un nuevo examen al cadáver.

Encontraron pequeños rastros de psilobicina, una droga que se extrae de un hongo y fentanilo.

También había retrato hablado de un sujeto rubio, ojos azules con poco cabello, nadie lo conocía, ni lo habían visto. Quizás el autor o sabía algo.



John se fue a casa de Hellen a preguntar, al tocar la puerta se impresionó con el caballero que abrió, su faz era similar al retrato hablado, cuando interrogó el hombre se identificó como Marc Sullivan, un jardinero.

La viuda lo recibió, le ofreció café, John pidió ir al inodoro, cuando entró llamó a la estación y pidió refuerzos.

A los 20 minutos, cuatro patrullas rodearon la casa, se llevaron a Marc y a Hellen, los interrogaron en cuartos separados, hasta que la mujer confesó ser la autora del delito, el hombre le suministraba la droga y Louis el intermediario para cobrar el seguro y partirlo en mitad con la dama.

John se rascaba la cabeza en el juicio, Hellen Withe era la autora de la novela, actuó como lo redactó en la obra.

A Marc le dieron diez años por distribuir sustancias ilícitas, mientras que a Hellen y Louis cadena perpetua sin posibilidad de salir en libertad condicional por homicidas.

La mujer de 40 años y su amante de 30 pasarían encerrados el resto de su vida, pero ella no tenía necesidad porque vendió 200 mil ejemplares del libro en sus tres primeros meses, aunque se convirtió en real asesina de El ángel de Temecula.

 

Fotografía de Temecula cortesía de Dreamstime y droga de Pixbay en Pexels.

 

 

 

 

Sorbo de placer en el Club Unión

Nadie dentro del famoso club del poder económico de Panamá se sorprendió cuando expulsaron a Gabriel Ivanov por actos inmorales un fin de semana en momentos que sus afiliados, entre ellos adolescentes y niños, disfrutaban de las diversas actividades.

El caballero era bisnieto de un ruso que huyó de la antigua Unión Soviética, se instaló en Colón y luego en la capital panameña, se juntó con unos griegos y empezaron a contrabandear mercancía de la desaparecida Zona del Canal.

Así logró amansar fortuna, se casó, contra la voluntad de la  familia de Amanda Díaz, socia del club y así logró entrar a la sociedad prestigiosa donde muchos quieren ser miembros, aunque no todos pueden.



Entretanto, los socios anonadados porque Gabriel gozaba de las felaciones realizadas por una amiga sudamericana, lo grabaron en video, le tomaron fotografías y el masculino ni les prestó atención.

Y es que el macho, es el reflejo de una sociedad en decadencia y un grupo poderoso que poco alcanza el brazo de la ley por tener conexiones políticas, económicas y sociales.

Extensiones fiscales, donantes de campañas políticas, contactos en el exterior, exprimir al Estado panameño, casi dioses o seres que nadie le pone un dedo encima para evitarse problemas.

Gabriel vive de las acciones que tiene su familia en varias empresas, trabaja en un banco de sus parientes, su salario es simbólico porque no le falta plata ni se preocupa porque le cortarán la energía eléctrica o el internet.

Como le daba igual, la chica seguía con su trabajo, el caballero fumaba un cigarrillo y bebía vino tinto de a 15 dólares la copa.

Lo miraban con odio y rabia, quizás alguno de ellos se demandaban entre si  judicialmente por hacer asambleas brujas de accionistas para despojarse de las acciones, compañías o tierras.

De todo un poco porque los locos, drogadictos, pedófilos y pillos no solo los encuentras en El Chorrillo, Juan Díaz o Barraza, sino entre la alcurnia o los que mandan en Panamá.



Gabriel tomó su notificación de expulsión del club, no se ocultó como otros que evitan ser informados cuando los sacan por falta de pagos a las cuotas y se fue en su lujoso carro a su residencia.

Su delito fue actuar en público, argumenta que quienes lo critican hacen peores cosas en sus fincas o casas de playas, mientras que algunas damas le son infieles a sus esposos y salen en la televisión promoviendo valores.

Al hombre no le interesa nada. Todos son seres humanos, lo que demuestra que, tanto el individuo que vive en una choza como los que residen en palacetes, pecan a montón.

Imagen de mansión cortesía de Oleksandr Pidvalnyi de Pexels.

 

 

Y se lo cortó

 Carmenza no soportaba más la situación que atravesaba con su marido, el abogado Kenneth, quien delante de la cortina era todo un esposo modelo, cariñoso, amoroso y aspirante a tener descendientes.

Se conocieron cuando ambos cursaban la carrera leyes en la universidad, ella abandonó los estudios por razones económicas, mientras que él sí siguió hasta diplomarse y laborar en una prestigiosa firma forense con jugosos ingresos.

Un reencuentro sorpresa en un almacén de ropa de alcurnia, donde la fémina laboraba como vendedora, Kenneth la reconoció, la abordó e invitó a almorzar para recordar viejos tiempos.

Los encuentros esporádicos se hicieron frecuentes, se mezclaron los besos, las esmeraldas pupilas de la fémina apuntaban hacia la petrolera cabellera y ojos del masculino.



Ambos cuerpos se unían en mañanas, tardes o noches de sed gigantesca de amor, no había pausa, pocos momentos de descanso y en esa época llovía felicidad porque toda escoba nueva barre bien.

Se instalaron en un apartamento en calle 64 San Francisco, de la capital panameña, moderno, con área social, piscina, barbacoa, cerca de supermercados y gran cantidad de centros de diversión nocturnos.

Cuatro meses después de vivir juntos, sus manos se juntaron en un juzgado de familia para unir sus almas legalmente.

Sin embargo, Kenneth cambió en su totalidad, las órdenes de Stalin eran nada para su forma de gobernar el hogar con humillaciones, insultos, maltratos psicológicos y hasta su puño de acero para hacer su cumplir su voluntad.

Carmenza encerrada, casi sin salir, por un dictamen de su esposo transformado en un cíclope, un Nosferatu con traje de calle o Pazuzu graduado de la universidad.

Una noche, Kenneth llegó, abrió la puerta, le reclamó en la cocina una infidelidad inexistente de su esposa, la tomó por los cabellos, la arrojó al suelo y le propinó un puntapié que le destrozó los dientes frontales.



La desventaja del masculino fue estar pasado de tragos, se encueró para hacer el amor a la fuerza, Carmenza se negó, lo empujó, tomó un cuchillo y lo escondió detrás de su espalda.

Quiso obligarla a hacer felaciones, la esposa hastiada de ser una pelota de balompié,  le cortó la verga de un solo tajo a su marido.

Los gritos provocaron que la policía tumbara la puerta, una ambulancia llevó al abogado al hospital donde le pegaron su aparato reproductor de a milagro.

Carmenza quedó presa, pero en la audiencia le dieron calle, la juez dictaminó que necesitaba tratamiento psicológico ante el maltrato y el hombre quedó detenido en el hospital.

Ella supo defenderse como mujer, esposa y ser humano, además tuvo el coraje  y se lo cortó.

 Fotos cortesía de Rdne Stock Project y Pixbay en Pexels.

 

Elenita, la malcriada

Cuando la chiquilla de 12 años desapareció de la finca de los Alcázar, en Las Minas, Panamá, todo el pueblo y las autoridades la buscaron afanosamente e incluso traspasaron los límites de la provincia herrerana y nada de hallarla.

Su madre Patricia lloraba, a pesar de que la hacía sufrir mucho por las constantes malcriadeces y desplantes con las visitas, delante de los peones o de la familia.

La mujer recordaba los hermosos ojos miel de su descendiente, cuando le peinaba sus castaños cabellos y enjabonaba su blanca piel al ser una bebita de meses, pero en ese momento solo sonreía en su imaginación.



Patricia, junto con su marido Felipe, atravesaron difíciles momentos porque no podían procrear, y tras siete años de tratamiento logró nacer Elenita y la criaron como una princesa.

Creía que todo se lo merecía, en el colegio no la soportaban los maestros, ni los compañeros, fue necesario sacarla del plantel y contratar una maestra privada para cumplir su etapa escolar.

Le encantaba llevar el palo donde anotaban con rayas la cantidad de peones que trabajaban, aunque no los marcaba a todos para que alguno se quedara sin comida y burlarse.

Entretanto, casi todos los habitantes del pueblo la buscaban, por los ríos, las fincas privadas, el monte y un trabajador de Darién estaba bajo los barrotes como sospechoso de privar de la libertad a la preadolescente.

Mientras eso ocurría, en una cueva lejos del poblado, Elenita estaba sentada en una silla, amarrada, con un pañuelo en la boca para evitar los gritos y los ojos vendados.

Oía voces que le preguntaban la razón de su mal comportamiento, no lograba identificar a sus captores que la sorprendieron camino hacia unos sembradíos de arroz en tierras de su papá.

Su rostro se tornó ladrillo por el susto y la lluvia que no se detenía en su faz, de pronto alguien le dijo que podía hablar con la condición de que no gritase, obedeció, prometió no ser más grosera y  malcriada con sus padres y con los peones de la finca.

Elenita escuchó risas, percibió un olor a guiso y sintió el calor del fuego. Parece que los desconocidos cocinaban.



Pidió no ser el almuerzo, la niña padecía de hambre, dos días sin probar un bocado o una gota de agua, el terror de ser capturada y la conciencia le hicieron bajar de peso.

El cansancio la venció, a las tres horas abrió sus ojos, era libre, caminó hacia la luz de la cueva, un inclemente sol, lejos de su pueblo y llegó hasta una quebrada donde al beber agua se desmayó.

Uno de los trabajadores la encontró, la llevó cargada hasta la casa de sus padres, luego la trasladaron a una clínica a Chitré.

Su cuerpo, manos, dedos y espalda marcados, quizás por la soga que fue atada muy fuerte, pero el hombre que la halló le entregó a Felipe, una hoja de trébol que no crecen en esa zona y estaba en el bolsillo de la camisa de Elenita.

El humilde darienita preso fue liberado, indemnizado y contratado por Felipe por la vergüenza de culpar a un inocente.

La jovencita cambió su comportamiento, sin embargo, en Las Minas se corrió la voz de que los duendes se la llevaron por mal portada y solo así aprendió la lección, de lo contrario la próxima vez sería la cena.

Fotografía de trébol cortesía de Elías Tigiser de Pexels y Las Minas de Dreamstime. 

 

 

 

 

 

 

 

 

La hija de Fung

Después que regresé de Bolivia, tenía yo 20 años, me fui a la piscina Eileen Coparropa, de Juan Díaz, Panamá, a pasarla bien con mis antiguos vecinos y fue donde me reencontré con Lucy Fung, la hija del dueño del minisúper de la esquina del barrio, a quien vi por última vez cuando ella contaba con ocho años.

Mi familia se trasladó a Bolivia porque a mi padre lo enviaron a trabajar allá como gerente de una empresa de químicos y dos quinquenios después, lo transfirieron de nuevo al istmo.



Mientras que Lucy llevaba puesto un vestido de baño, color rojo, de una sola pieza que dejaba mucho a mi imaginación, una muñeca oriental, montañas elevadas, piernas pálidas, sus ojos negros y brillantes, más su hermosa caballera, teñida de rojo.

Estudiamos en el mismo colegio hasta que me marché a La Paz, nunca tuve noticias de mi amor platónico, sin embargo, esta era mi oportunidad y no la dejaría escapar porque solo se gana el premio gordo de la lotería una vez.

Me contó que tenía novio, que sus papás la enviarían a California para estudiar ingeniería molecular y la casarían con el hijo del dueño de una fábrica de ropa en Panamá.

Ahora o nunca fue la consigna, el novio de Lucy estaba en China, así que era el momento, le gustaba también y nos citamos esa misma noche a una discoteca.

Primero fuimos a un restaurante italiano en la Calzada de Amador, platicamos, reímos y paseamos frente al hermoso Pacífico panameño, y quizás muy romántica Lucy me comentó que solo le quedaba un mes en Panamá, por lo que no había tiempo que perder.

Nos retiramos a un hotel, Lucy era toda una actriz porno en la cama, con posiciones imaginables, besaba rico, sentía sus pechos en mi tórax, gritaba vulgaridades en mandarín, en castellano e inglés.



La primera vez, el aire acondicionado del hotel de nada sirvió porque ambos nos empapamos en sudor, marcaba sus uñas en mi espalda, admiraba sus preciosas pupilas y su lujuriosa mirada.

Terminamos, nos retiramos y la escena se repitió tres veces por semana, sentía temor a embarazarla, creo que a ella no le importaba, sabía que su familia es muy ultraconservadora, los chinos son muy celosos cuando una mujer se involucra con un panameño porque creen que perderán su cultura y sus costumbres.

No puedo negarlo que fui feliz con Lucy, de vez en cuando paseaba por el negocio del señor Fung a comprar pendejadas, aunque antes de cumplirse el mes mi novia clandestina desapareció sin dejar rastro, ni respondía los mensajes por las redes sociales o llamadas.

A los pocos días, fui al minisúper, la madre de Lucy, Allison, me comentó que me olvidara de ella porque la enviaron a China, donde estaba su prometido, puesto que se casarían allí para luego irse a Estados Unidos.

Quise llorar, pero aguanté porque sabía que ese romance sería breve, ahora cuando veo a una oriental, recuerdo siempre a Lucy, la hija de Fung.

Fotografía de modelo cortesía de Tún en Pexels  y la piscina Adán Gordón de Pandeportes

 

 

 

 

 

 

El maizal de Guararé

Fito, Culo de Pato y Camarón escucharon un silbido peculiar mientras se encontraban en un maizal de La Enea, distrito de Guararé, provincia de Los Santos, Panamá, donde se internaron para hurtar maíz y luego venderlo para ir a un baile de Dorindo Cárdenas.

La noche era muy estrellada, oscura, un novilunio impedía la visibilidad, aunque los campesinos pobres usaron linternas para guiarse por el camino con abundante grano que le daría dinero para ver chicas lindas, comprar tragos y bailar en Guararé centro.

El primero en asustarse fue Culo de Pato, sus verdes ojos danzaban por segundos en busca de quién emitió el sonido, Fito les advirtió que era la bruja porque se escuchaba lejos y Camarón, a punto de hacerse caca en sus pantalones.



La finca era de don Evaristo, un hombre que luchó para comprar tierras con el fin de cultivar, maíz, arroz y criar ganado.

En Guararé decían que el agricultor fue víctima de varios delitos contra sus animales y cosechas, por lo que aplicó los correctivos necesarios para que no le robaran más.

Como estaba cabreado, se narraba, que hizo pacto con una bruja para que vigilara a quienes se atrevieran a ingresar a sus tierras y llevarse lo que tanto le costó al caballero sembrar.

Entretanto, los tres jóvenes sabían la leyenda, no creyeron, se internaron, consiguieron el producto del agro y cuando iban por el último viaje escucharon el silbido, Culo de Pato soltó el saco para huir.

El trío perdido, las linternas no servían, no encontraban el camino, de pronto se oyó una risa, de nuevo el silbido, Camarón dijo que vio algo en el aire como un sombrero de paja, puntiagudo y lo que parecía ser una escoba.

—Te dije que no viniéramos porque la bruja nos agarraría—, le comentó Fito a Culo de Pato, el instigador a hurtar el maíz.

Corrieron como 700 metros al norte, donde aseguraron haber dejado el furgón para transportar el fruto del delito, sin embargo, no hallaron la ruta de escape porque la bruja hizo su trabajo.



Se hicieron las tres de la madrugada, seguían dando vueltas, Fito se orinó en el pantalón del susto, posteriormente los tres se sentaron a llorar entre el maíz y luego oían el sonido de la bruja muy lejos.

Era la evidencia que ella se encontraba cerca de los caballeros, no obstante, volvieron a correr, anduvieron, cayeron al suelo y el cansancio los traicionó.

Al salir los primeros rayos del sol, Camarón vio el carro, despertó a sus amigos, corrieron, miraron los sacos llenos, no corroboraron su contenido y llegaron a Guararé centro a los 20 minutos.

La felicidad de coronar con el maíz desapareció cuando abrieron el primer costal y se percataron que salían gusanos. Todos tenían lo mismo.

No hubo baile, ni mujeres, ni tragos y se jodieron porque lo que mal empieza mal termina.

Fotografía de la bruja cortesía de Thirdman de Pexels.

Encerrado

 

Miguel Fernández, meditaba en la celda preventiva donde lo encerraron, luego de un operativo antidrogas en la que cayó su esposa, su amante y sus socios que lavaban dinero proveniente de sustancias ilegales.

La ambición y el amor por el dinero lo llevó por ese camino turbio repleto de mujeres hermosas, yates, fiestas, vida ostentosa, joyas y  viajes al exterior a lo interno de su natal Panamá.

Vestía trajes de 900 dólares, zapatos de 300 dólares, relojes Omega, pagaba en las discotecas, con falsos amigos que lo sangraban económicamente ante la opulencia que demostraba.

Su mujer Maristela, una rubia, blanca, ojos miel, operada de senos, nalgas y otras partes de su anatomía, pero la dama no tenía idea de que su esposo, no solo disfrutaba con ella de la casa de playa y en Cerro Azul, sino de novias ocasionales y una querida.



Una vida de quimeras, fantasías y de embustes como muchos narcotraficantes que gozan hoy para finiquitar en el futuro con altos intereses y un empréstito imposible de cancelar.

Mariestela disgustada porque la encerraron con Lina, la amante de su marido, dos rivales, enemigas desde hace cinco años y ahora unidas en una celda preventiva de la Dirección de Investigación Judicial (DIJ).

La esposa más se disgustó cuando se enteró de que su enemiga mantenía un plazo fijo por 600 mil dólares, mientras que ella solo contaba con 300 mil dólares, lo que se traducía en que fue la preferida de Miguel.

No había forma de justificar el dinero, menos el millón de dólares que el traqueto poseía en tres cuentas en distintos bancos.

Molesto, le pidió a su abogado que llamaran a declarar a los banqueros, no obstante, su procurador judicial le advirtió que eso es un sueño de opio porque a los bancos solo los multan por lavar plata, sus directivos y accionistas no conocen la cárcel.



No hay salida para Miguel y sus socios porque en ese negocio se entra vivo y se termina entre los barrotes o siete metros bajo tierra.

Los narcos eliminan la palabra escape cuando se hacen en turbias ventas.

Miguel llega a un acuerdo con el Ministerio Público y promete cantar para no pasar toda su vida encerrado y lo convierten en testigo protegido.

A los dos años es descubierto, es apuñalado en el baño del penal donde purgaba su sentencia y su cuerpo quedó en un lago de sangre.

Muerto, sin esposa, ni querida, ambas presas por lavado de activos, nada se llevó porque en el cementerio los cuerpos se pudren.

 

Imagen cortesía de Enrico Hänel de Pexels y del Sistema Penitenciario de Panamá.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Wendy Barsallo: entre el terror e historias

 La escritora panameña de terror, Wendy Barsallo, accedió a una entrevista con este portal, donde confiesa cómo se inspira y sus próximos proyectos literarios. No se la pierda.

Nombre completo.

Wendy Nadina Barsallo Castrellón

Alias Barcas

¿Cuántas obras tiene publicadas?

Una sola obra publicada

La Hora del Miedo

¿Cuál fue la más difícil de crear?

Considero que lo más difícil para mí fue decidirme a compartir mis escritos, soltar el documento (dejar de revisar , leerlo) para entregárselo a la Editorial, atreverme a compartirlo con los lectores. Ha sido y es un camino de aprendizaje.



Si tiene un proyecto nuevo menciónelo

Actualmente, estoy trabajando en una Antología de terror y misterio con la Sociedad de Escritores Unidos de Panamá y la Editorial Ediciones Rubiano.  Es una recopilación de relatos en la que participan nueve autores y haciéndole un homenaje a Edgar Allan Poe.  También me encuentro en la fase e revisión con la Editorial Alas de Cuervo ,en  México, ya que participo con un relato para una Antología de terror.

Este año tengo como metas participar de la Feria del Libro y poder lanzar una novela corta.

¿En qué se inspira para escribir?

La inspiración viene de alguna vivencia, puede ser de un lugar que visite o un objeto que me llame la atención.  En ocasiones dependo mucho de mi estado de ánimo. Hay días en que no dejo de parar de escribir y otros en que me tomo una pausa. La mayoría de las veces, al escribir, escucho música, ya sea oscura, celta o espiritual.

¿Cómo nace su amor por las letras?

El amor por las letras nace en la adolescencia, a través de mi madre, la cual le encantaba la poesía y los versos. Me traspaso su colección a los 13 años e inicié a escribir pequeños párrafos en base a mis sentimientos.   En el colegio presenté muchos inconvenientes con los textos convencionales, quería leer otro tipo de literatura.  Recuerdo que ahorraba para ir a una librería local y adquirir libros de temas profundos para mi edad.  Entre los libros que compre en aquella época estaba el de La Casa Maldita de Amytiville,  libros del  profesor  D´árbo como Posesiones y Exorcismos en Profundidad, Parapsicología, entre otros.



 ¿Cuál es su obra literaria favorita?

Por el momento no tengo una obra literaria favorita, creo que busco un aprendizaje, una enseñanza en cada libro que lea. Conocer al autor detrás de sus letras y si puedo aplicar algún mensaje, frase o enseñanza para mi vida, la tomo con los brazos abiertos.

 ¿Cómo considera el estatus de los escritores autopublicados?

Considero que hay muchos más autores que autopublican, pero si se requiere mayor información sobre todo a los autores noveles que requieren de asesoría incluso para el manejo de las plataformas orientadas a libros digitales. Los nuevos autores requieren de apoyo, orientación sobre los procedimientos, capacitación.

También es necesario del apoyo tanto del gobierno como la empresa privada a fin de promover las nuevas obras y dar a conocer los nuevos autores. 

Su mejor experiencia

La mejor experiencia para mí ha sido el aprender de este enorme mundo literario, darme cuenta de la gran cantidad de autores panameños y sus obras en distintos géneros.

 Su peor experiencia

Estar sin orientación y con un millón de dudas a la hora de publicar.

 ¿Soltera, casada o unida?

Tengo 25 años de casada y dos hijos.

 ¿Cuál considera que es su mejor atractivo?

Considero atractiva mi forma de ser:  empoderada, emprendedora, tenaz y con mucho empeño en cada actividad o proyecto que realizo.



 ¿Cree en el amor a primera vista?

Creo en la química entre dos personas y que pueda existir en un primer encuentro.  El amor viene después, se construye.

¿Sabe cocinar?

Preparo comida sencilla, criolla y pastas

Horneo galletas y trabajo con chocolatería y pastillaje

¿Cuál es su platillo favorito?

Lasaña, ensaladas, pollo en salsa blanca con hongos,  pizza vegetariana o combinación

¿Bebe o fuma?

No fumo y en cuanto a las bebidas consumo lo mínimo. Sangrías, cervezas o vino.

 ¿Qué hace en sus ratos libres?

En los ratos libres me encanta ver películas, leer, hacer algo de ejercicio: caminar y voleibol,

Soy una persona que no es sedentaria, me he acostumbrado a realizar tareas diarias.

Un mensaje para los aspirantes a escritores

Lo primero es que se establezcan metas, organicen un plan basados en resultados. Escriban y atrévanse a iniciar este gran paso para dejar un legado. Tomen algunos cursos en escritura creativa. Eso ayuda a darle forma a la estructura  y a evitar errores básicos en los escritos. Si van a tomar algún paquete de auto publicación con una editorial, deben investigar la forma de trabajo y libros publicados.  No se apresuren, todo debe muy bien planeado, estructurado y revisado para no tener inconvenientes una vez la obra sea publicada. 

 

 


Alina, la filipina

Una de mis historias personales de amor fue cuando conocí a Alina de la Cruz, de 26 años, una supervisora de nacionalidad filipina que laboraba en el centro de llamadas, ubicado en la ciudad de Panamá, Panamá.

En un principio no fui bien recibido por la dama, quien hablaba inglés y un castellano chapurreado, pero eso no interesaba porque lo que se platica con los clientes era la lengua de origen frisón.

Soy Guillermo Méndez, de 25 años, me comunicaron que no mirara mucho a la asiática porque el gerente le puso el ojo, sin embargo, la mujer no le paraba bola al estadounidense del negocio.

Me di cuenta una vez que Mark, el gerente, le observaba su delgada figura, sus pequeños pechos, cabello negro y ojos pardos con mucha lujuria, casi le hacía el amor con sus pupilas.



No obstante, Alina pasaba para inspeccionar nuestro trabajo y me colocaba en su mira telescópica, aunque me gustaba, solo le daba los buenos días y a mi faena porque no quería problemas.

Dicen por ahí que a las asiáticas le encantan los negros como yo, de mediana estatura, quizás por fantasías de que masculinos de origen africano cuentan con aparato reproductor semejante a una bazuca.

La filipina me masticaba, pero no me tragaba hasta cuando los del turno decidimos irnos de parranda un sábado al terminar de laborar a las 20 horas, entramos a un bar y luego en una discoteca.

No tengo idea cómo descubrió Alina el antro donde estábamos, se presentó con una minifalda roja, unas mallas negras con huecos y encajes, unas botas rojas, poco maquillada y se ató el cabello como una cola de caballo.

Fue el centro de la atención, los compañeros sorprendidos porque se sentó en nuestra mesa como si nos conociera de toda la vida, pagó unas rondas, bailó con seis del grupo y de último conmigo.

Sentía sus manos tersas sobre mis codos, colocó su cabeza en mi hombro, sus pequeñas montañas se elevaron en mi tórax, mientras que palpitaba una carrera de caballos en su pecho.



Todos mis amigos quedaron boquiabiertos cuando Alina me besó, me confesó que le gustaba y estaba dispuesta a irse conmigo donde yo quisiera.

Como no soy pendejo, nos fuimos a un hotel, pensé que el edificio se derrumbaría ante los gritos y movimientos de la asiática.

Fue el principio de una relación amorosa, terminamos viviendo juntos, nos almorzábamos a diario porque Alina le gustaba que le dieran lo suyo menos cuando se izara la bandera roja.

Al año quedó preñada, aunque nunca comprendí cómo quedé enredado con la asiática, sin embargo, confieso que amo con alma  y corazón a Alina, la filipina.

Imagen de modelo cortesía de Julian Paolo Dayag en Pexels.