Encerrado

 

Miguel Fernández, meditaba en la celda preventiva donde lo encerraron, luego de un operativo antidrogas en la que cayó su esposa, su amante y sus socios que lavaban dinero proveniente de sustancias ilegales.

La ambición y el amor por el dinero lo llevó por ese camino turbio repleto de mujeres hermosas, yates, fiestas, vida ostentosa, joyas y  viajes al exterior a lo interno de su natal Panamá.

Vestía trajes de 900 dólares, zapatos de 300 dólares, relojes Omega, pagaba en las discotecas, con falsos amigos que lo sangraban económicamente ante la opulencia que demostraba.

Su mujer Maristela, una rubia, blanca, ojos miel, operada de senos, nalgas y otras partes de su anatomía, pero la dama no tenía idea de que su esposo, no solo disfrutaba con ella de la casa de playa y en Cerro Azul, sino de novias ocasionales y una querida.



Una vida de quimeras, fantasías y de embustes como muchos narcotraficantes que gozan hoy para finiquitar en el futuro con altos intereses y un empréstito imposible de cancelar.

Mariestela disgustada porque la encerraron con Lina, la amante de su marido, dos rivales, enemigas desde hace cinco años y ahora unidas en una celda preventiva de la Dirección de Investigación Judicial (DIJ).

La esposa más se disgustó cuando se enteró de que su enemiga mantenía un plazo fijo por 600 mil dólares, mientras que ella solo contaba con 300 mil dólares, lo que se traducía en que fue la preferida de Miguel.

No había forma de justificar el dinero, menos el millón de dólares que el traqueto poseía en tres cuentas en distintos bancos.

Molesto, le pidió a su abogado que llamaran a declarar a los banqueros, no obstante, su procurador judicial le advirtió que eso es un sueño de opio porque a los bancos solo los multan por lavar plata, sus directivos y accionistas no conocen la cárcel.



No hay salida para Miguel y sus socios porque en ese negocio se entra vivo y se termina entre los barrotes o siete metros bajo tierra.

Los narcos eliminan la palabra escape cuando se hacen en turbias ventas.

Miguel llega a un acuerdo con el Ministerio Público y promete cantar para no pasar toda su vida encerrado y lo convierten en testigo protegido.

A los dos años es descubierto, es apuñalado en el baño del penal donde purgaba su sentencia y su cuerpo quedó en un lago de sangre.

Muerto, sin esposa, ni querida, ambas presas por lavado de activos, nada se llevó porque en el cementerio los cuerpos se pudren.

 

Imagen cortesía de Enrico Hänel de Pexels y del Sistema Penitenciario de Panamá.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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