Ataque desde Panamá

Los vecinos del poblado de Sapzurro, en el departamento colombiano de Chocó, escucharon la voz de un rebelde que solicitaba los miembros de la Policía Nacional que se rindieran porque estaban rodeados.

Un lugar con menos de 600 habitantes, turístico y caribeño, de paso para ingresar a La Miel, en Panamá, por donde los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) subieron hasta la cima de la colina y desde el istmo colocaron sus posiciones.

—Rendirnos sin pelear nunca—, se escuchó la voz del jefe de la estación de policía.

Los insurgentes ordenaron a los residentes cercanos al objetivo que abandonaran sus casas porque empezaría el tiroteo de no haber una bandera blanca, pero nunca la izaron.

Inició el tiroteo con armas rusas AK-47, granadas y cilindros de gas como morteros, los uniformados respondieron a la guerrilla con las armas vendidas por EEUU.



Un país atrapado desde los años 60, entre la guerra fría, los rebeldes para imponer el sistema que Moscú quería, mientras que, desde el Palacio de Nariño, los gobiernos defendían el capitalismo de Washington.

Colombia ponía los muertos, y la desaparecida Unión Soviética y Estados Unidos las armas para derramar sangre.

Entretanto, los residentes de La Miel, sabían que al atacar desde Panamá la guerrilla, los miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) los visitarían para pasar factura.

Del lado colombiano, no paraban las balas, ya había varios muertos, tanto de la izquierda como la derecha, campesinos, pescadores y gente de escasos recuerdos que entraban al ejército, muchos, por razones económicas y en la guerrilla por voluntad o reclutados a la fuerza.

El ataque inició a las 0:20 a.m. y ya eran las 6:35 a.m., pero las balas viajaban de un bando al otro hasta que los agentes del orden público se rindieron porque se quedaron sin municiones para defender su posición.

Los pobladores horrorizados como sucede en tiempos de guerra.



El cura de Sapzurro tuvo que intervenir para que la insurgencia no ejecutara extrajudicialmente a los policías, no tenían opción de hacerlos prisioneros, así que los dejaron irse hasta Capurganá, no sin antes enterrar a sus compañeros de armas muertos.

Hubo un revuelo en La Miel, sus habitantes huyeron a Puerto Obaldía, en Guna Yala, ante el temor una masacre de la ultraderecha, el gobierno panameño intervino y dejó un puesto policial permanente en el pueblo.

También un pacto secreto entre las Farc y las autoridades istmeñas para que no usaran el país como centro de operaciones, solamente para descansar en la selvática Darién cuando el ejército los perseguía.

La gente volvió a la Miel, a los meses se reconstruyó el cuartel de Sapzurro, sin embargo, los vecinos aún recuerdan el sonido de las balas y los cilindros de gas, además de las palabras ríndanse y nunca, hijos de puta guerrilleros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Parricidio

Ramón Montero tenía harto a sus familiares porque cada vez que se aparecía ebrio le propinaba a su esposa una tunda de golpes que la dejaban marcas, la boca rota y su autoestima por el subsuelo.

Sus hijos Ramoncito, de 14 años, y Rosita, de diez, veían los fines de semana la escena cuando el ganadero soltaba la fortaleza de su puño de acero contra Rosa, su mujer, con quien llevaba doce años de casado.

Los vecinos no se atrevían a denunciar al varón porque tenía influencias con el alcalde, los representantes y poderosos del distrito de Chepo, así que Rosa debía aguantar los golpes de su marido.

Ramón criaba ganado porcino y bovino, sembraba arroz y maíz, su mujer fue empleada de su finca, sin embargo, el hombre la humillaba y la trataba con los pies por ser de origen humilde.



Todo un machista de primera categoría, mujeriego, promiscuo e incluso le transmitió gonorrea a su esposa por andar de unicornio con la primera mujer que se colocara frente a él.

La dama solo callaba, lloraba, buscaba una salida al laberinto lleno de demonios machistas, del maltrato psicológico y físico de su esposo, aunque no encontraba una solución a su larga guerra.

El asunto es que la actitud del padre fue germinando un odio de su hijo Ramoncito, quien planificó acabar de una vez el sufrimiento de la autora de sus días.

Le aconsejó que dejara a su papá, pero ante el terror de buscarla en cualquier lugar, Rosa se negaba en medio de un lago de lágrimas y desesperación.

Ante la negativa de su madre, el primogénito tomó su decisión. No aguantaba ver a su mamá recibir trompadas a diestra y siniestra.

Un sábado Ramón se fue para una competencia de enlaces de terneros, se pegó una borrachera, al retornar a la casa llamó a Rosa para reclamar falsos celos de un empleado de la finca.

El primer golpe impactó en el ojo izquierdo de la mujer, cayó al piso de la cocina, posteriormente vino una patada en el estómago y se presentaron los descendientes del matrimonio para ayudar a su madre.



Ramón amenazó con darles correazos a ambos si intervenían porque era un asunto de adultos, sin embargo, Ramoncito no soportó, tomó un cuchillo de diez centímetros y lo hundió en el estómago de su papá.

Una vez adentro, lo movió en forma horizontal, lo que dejó los órganos internos del maltratador destruidos.

El cuerpo de Ramón quedó en suelo de la cocina, con un afluente rojo y los ojos abiertos.

La policía detuvo al homicida, en el juicio le metieron diez años por asesinato, mientras que la defensa logró que la última instancia o la Sala Segunda Penal de la Corte Suprema de Justicia decretara nulo el juicio con el fin de realizar uno nuevo.

En este último, lo declararon inocente, el Ministerio Público no apeló, aunque salió libre cinco años después con 21 años, los traumas sufridos no son fáciles de eliminar.

La familia se mudó a Chiriquí para hacer una vida e intentar olvidar al padre violento.

Fotos cortesía de Karolina Grabowska y Pixabay en Pexels.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Autoengañada

El gran San Miguelito de Panamá era peinado por unidades de la Policía Nacional (PN), en busca de una bebita de diez días, llevada sin la autorización de la madre en el Centro de Salud de Santa Librada, el lunes 11 de diciembre del año 2000.

La joven mamá, identificada como Silvia, de 21 años, laboraba como cajera en una cadena de supermercados, dama que llevó a su hija al centro de salud para una revisión médica, sin embargo, le entró ganas de hacer necesidades del aparato digestivo.

Silvia le pidió el favor a una adolescente que cuidase a la bebé unos minutos mientras iba al inodoro, sin embargo, al retornar la chica desapareció con la recién nacida.



La nueva madre llamó a su marido, se fueron a la Policía Técnica Judicial (PTJ) a presentar la denuncia, lo que provocó un operativo en todo el país con el fin de hallar a la nena que aún no tenía nombre.

Se intervino el teléfono fijo de Silvia y su marido Alfredo para rastrear una posible solicitud de rescate, algo que algunos policías dudaban porque la pareja residía en la casa de los abuelos maternos de la criatura y no eran pudientes.

Pasaron tres días y nada, el peligro latente de sacarla del país, los funcionarios de la Dirección Nacional de Migración en el año 2000, estaban alertas en puertos, aeropuertos y en Paso Canoas que limita con Costa Rica para evitarlo.

Tensión en todo Panamá, la televisión, la radio y los periódicos no soltaban el tema, hasta que un joven de 17 años, apodado Cletín, se presentó en la estación de la Policía en Pacora, Panamá Este.

Con la información que proporcionó se hizo un allanamiento en una casa de precaristas, mientras los vecinos observan sorprendidos cuando una mujer policía cargaba en sus brazos a la bebé.

Fue llevada a revisión médica, intacta, sana y salva.

La responsable del delito fue una menor de 16 años, con aspecto corporal de 20, de quienes los investigadores se reservaron el nombre por su edad y la identificaron como Juana 1.



Ella era la novia de Cletín, le dijo que estaba embarazada para que se fueran a vivir juntos, el caballero se negó, luego Juana 1 se paseó por hospitales y algunos centros de salud hasta que vio a Silvia.

Cletín les contó a las autoridades que su exnovia se presentó a su casa con una bebé en brazos diciendo que era la hija de ambos, él no le creyó porque en los nueve meses de su ausencia se enteró de que nadie la vio con el vientre elevado.

Juana 1 fue llevada a un centro de detención de menores y a Medicina Legal para un tratamiento psiquiátrico, mientras se desarrollaban las investigaciones.

El autoengaño no le funcionó, y la niña fue registrada con el nombre de Milagros.

 Fotografías ilustrativas cortesía de la Policía Nacional no relacionadas con la historia.

 

Plantada, pero no derrotada

Sorprendidos, enojados, cabreados, tristes y furiosos estaban los familiares de María Victoria Huertas, una bogotana de 25 años, novia del estadounidense Arthur Castle, con quien se casaría en una ceremonia católica, tras un noviazgo rápido de tres meses.

La novia, con su fabuloso traje blanco, con finos encajes, una cola de un metro y medio de largo, lloraba, mientras la concurrencia observaba cómo se destruía la vida de la ingeniera en sistemas, en la iglesia de Cristo Rey, ubicada en la calle 98 con Carrera 18#23, en el norte de la capital colombiana.



Pelinegra, ojos verdes, delgada, su belleza no ocultaba el océano en sus pupilas, luego de sentirse burlada, humillada, mancillada y abandonada.

El extranjero sencillamente no se presentó en la iglesia, no se comunicó con su prometida, ni sus familiares, la tierra se lo tragó o abandonó el territorio colombiano a escondidas.

Para el 2009, los secuestros en ese país se redujeron notablemente, por lo que cuando se comunicaron con un funcionario consular de la embajada de Estados Unidos, dijo no saber nada de su paisano, así que se dudaba de una privación de libertad.

Sin embargo, María Victoria le sacó el cuerpo de la situación, se quitó la corona y el velo, les informó a los invitados que la fiesta se realizará con o sin el novio, no importara que la dejasen plantada en el altar.

Todos cargaron a un salón del Hotel Tequendama porque sus padres eran oficiales de la Armada Nacional, así que allí se desarrolló un rumbón.

La dama se secó las lágrimas, se cambió de ropa, borraron el nombre de Arthur en los letreros de felicidades para dejar solo el de la novia.



Bailó con sus padres, su hermano, quienes iban a ser los padrinos, vecinos, antiguas compañeras de la Universidad San Judas Tadeo, donde se diplomó como ingeniera en sistemas y con otros invitados.

Se pegó una juma, disfrutó, no obstante, solamente lloró en la habitación del hotel que reservó.

Lo que sería la luna de miel en San Andrés, se convirtió en un periplo para meditar sobre su futuro. Viajó sola, pasó las verdes y maduras, posteriormente retornó a sus faenas laborales.

María Victoria tardó dos años en enterrar ese suceso, con el tiempo se encontró con un antiguo compañero del colegio La Salle de Bogotá, con quien se empató y se casó.

A la fémina la dejaron plantada, pero no derrotada.

Fotos cortesía de Oleksandr Pidvalnyi y Picjumbo de Pexels.


Pequeño y conquistador

En Los Andes #2 residía, Johnny, un laopecillo de 25 años, quien laboraba como tallador en un casino de la Vía España, en la capital panameña, los varones del barrio le envidiaban por las conquistas del caballero.

Con apenas 1.62 metros de estatura, blanco, calvo, ojos pardos y delgado, su especialidad era levantar damas voluptuosas, la mayoría de ellas clientes del centro de entretenimiento donde trabajaba.

Todas rubias o blancas, pelinegras, sexys, atractivas, la gente se preguntaba cómo el caballero hacía para levantar semejantes monumentos del sexo contrario y el varón tenía su secreto.

Andaba con dos o tres al mismo tiempo, era un don Juan, sin hijos, nunca estuvo casado, ni unido, prefería la soltería porque no resistía compromiso alguno, amaba su libertad.



Su madre le aconsejaba que se cuidara porque existen muchas enfermedades sexuales, tampoco era aconsejable engañar a las féminas porque con los sentimientos no se juega y podría ser peligroso.

Una mujer, alegaba la autora de los días de Johnny, cuando es atacada en su orgullo, es tan peligrosa como una manada de lobos hambrientos, aunque el jovencito no obedecía.

Entre esas noches de labor, Johnny conocío a Karla Huber, una austriaca de padre nigeriano, mestiza, linda, cabello rubio ensortijado, ojos verdes y piel blanca.

Al principio la mujer se moría de la risa al ver el tamaño del hombre, hablaba nuestro idioma con acento español porque vivió en Málaga cuatro años y se trasladó a Panamá por negocios.

Sin embargo, el hombre era jocoso, galante y con una kilométrica labia, lo que le encantó a la europea, posteriormente aceptó irse a otro casino para parrandear.

Los clientes miraban sorprendidos a la pareja dispareja por el tamaño, aunque eso no fue impedimento y llegaron hasta el colchón.

Ambos quedaron enamorados desde el primer momento, el alérgico al matrimonio quedó con ganas de llevarse al altar a la austríaca, sin embargo, a los diez días la mujer regresó a Viena.



Triste, con toneladas de cabanga, Johnny ya no fue el mismo, trabajaba normalmente, transcurrió un año y la mujer nunca lo contactó, por lo que le partió el corazón.

Un domingo en la noche, el antiguo don Juan terminó su turno, salía del casino cuando Karla se le apareció en los estacionamientos, el hombre quedó mudo y las lágrimas se le salieron.

—Perdón por desaparecer, tengo muchas cosas que contarte—.

—No tengo nada que hacer contigo. Me engañaste—.

Un diluvio inició en los verdes ojos de la extranjera.

—¿Te casas conmigo y nos vamos a Viena? —.

Un beso, selló el romance de la pareja dispareja, el conquistador fue atrapado y sus días de farra terminaron.

Imágenes cortesía de Luana Freitas de Pexels y Cottonbro Studios de Pexels no relacionadas con el relato. 

El Guapetón Peligroso

Vicente Navaza iba extraditado, desde Panamá hacia Vigo, Galicia, en España, donde lo esperaban para ser procesado por el homicidio de una docente, quien fue asesinada bárbaramente con un arma punzocortante. 

Pero Vicente no era un criminal cualquiera, sino un antiguo miembro de la Guardia Civil española, de tez blanca, alto, ojos verdes, cabello castaño claro, con 1.85 metros de altura y atlético.

Llegó a Panamá, en agosto de 2016, con otro expolicía, identificado como Mario Hassan, de origen marroquí y nacido en Vigo, de piel canela, alto, ojos miel, cabello negro y ojos pardos.



Ambos, de 30 años, se contactaron con pandilleros panameños para incursionar en la venta y tumbe de drogas, amedrentar a personas que se negaban a transportar mercancía ilícita al exterior y otros delitos como hurtos en residencias lujosas.

Durante seis meses los españoles se dedicaron a sus acciones criminales, eran muy famosos entre el bajo mundo como el dúo gallego, las mujeres quedaban loquitas con los caballeros, aunque no les interesaba ese tema.

Sin embargo, Hassan decidió retornar a Galicia porque su mamá estaba enferma y su padre había fallecido seis meses antes en un accidente automovilístico en Lugo cuando regresaba de visitar unos familiares.

Vicente se quedó dos meses más en el istmo para ganar dinero sucio hasta que por fin retornó a su país, pero se encontró con que su compañero de delitos tenía una novia llamada Esther González, de 25 años, maestra de escuela y con quien planificaba casarse.

Molesto porque su novio no solo regresó, sino que tenía una pareja y no le informó, Vicente se introdujo en el piso de la dama, aprovechando la ausencia de Hassan y la asesinó de doce puñaladas.

A los dos días regresó a Panamá para seguir en el bajo mundo de las drogas y las pandillas, hasta que hubo intercambio de disparos entre dos grupos y el extranjero fue herido en una pierna.



Las autoridades panameñas ya lo tenían fichado o identificado por su historial de crímenes.

Cuando verificaron en la base de datos de la Interpol descubrieron que un tribunal de Vigo lo requería por el asesinado de la prometida de su antiguo novio, así que de inmediato se comunicaron con la embajada de España en Panamá para tramitar la extradición.

Los pandilleros locales contrataron un buen abogado penalista para evitar la acción judicial que duró 90 días, sin embargo, todas las instancias legales confirmaron el envío de Vicente a la madre patria.

El caballero, todo un guapetón y peligroso, enfrenta una condena de mínimo 20 años de cárcel por el asesinato de su rival.

Imágenes cortesía de la Guardia Civil de España no relacionadas con la historia ficticia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En Tres Minutos

Me fui con Alberto, a quien en la oficina apodamos Tucutucu, por su peculiar forma de platicar, a la discoteca Top Place Billar, ubicada en la Calle 4ta Este, en David, Chiriquí, casi colindando con el parque Cervantes.

Ambos viajamos desde la ciudad de Panamá para dictar unas charlas de redes sociales, al culminar el trabajo nos fuimos el sábado en la noche a rumbear un rato y divertirnos para exiliar la tensión laboral.

Subimos las escaleras, pagamos los dos dólares de entrada consumible, buscamos una mesa frente a la pista de baile, muchas parejas, mujeres solteras, caballeros en busca de compañía y ruido en extremo.



Todo se veía rojo, atractivas meseras que no se daban abasto con los clientes sedientos de alcohol, luces azules, rojas, amarillas y verdes daban un ambiente placentero.

Fue cuando Tucutucu, me dijo que una chica me miraba.

—Tito, desahúevate que esa dama te mira—.

La miré y quedé flechado.

De piel negra, cabello ensortijado, piernas carnosas que tentaban a esquiar por ellas con mis blancos dedos y con inmensos senos atrapados entre el satín.

Atracción total, mis verdes pupilas se matrimoniaron con las oscuras de la dama, una princesa de castillo, una zarina o faraona, vestida con un traje azul, pegado a su delgada figura y sonrió.

La mente viajó, nos besamos intensamente, sentía su piel de ébano frente a mi blanco tórax, sus gemidos atravesaban mis tímpanos, los fluidos caían como un diluvio y la amaba.

No percibía la música de la discoteca, idiotizaba con sus dientes del color de la luna llena y su sonrisa hechizaba, embrujaba y enloquecía.



Arriba y abajo, me platicaba al oído, cuerpo con cuerpo, labio con labio, manos unidas, deseaba gritar de la excitación y ella también.

De pronto, Tucutucu me agarró por el hombro porque un masculino caminaba hacia la dama, se sentó a su lado y le dio un ósculo en sus carnosos labios.

Era su pareja, el edificio gigantesco se derrumbó y mi corazón era una locomotora en un camino sin riel.

Bajé la cabeza, el caballero se fue hacia el baño, la princesa volvió a mirarme, me obsequió una sonrisa, sin embargo, preferí marcharme del antro, Tucutucu se molestó conmigo y se quedó.

Fue fabuloso, espectacular, inolvidable, peligroso y excitante a la vez porque nos amamos en tres minutos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Loca de David

Hubo un tiempo que después de la media noche nadie quería salir por las calles de David, Chiriquí, en Panamá, para no encontrarse con la Dama Loca, una figura de mediano tamaño, blanca, su rostro nunca había sido visto porque con tu abundante cabellera negra se lo tapaba.

El tema era de conversación en cualquier parte de la provincia, mientras que, en el Parque Cervantes de David, la cosa era peor porque jubilados, mujeres, niños, varones e incluso los extranjeros residentes no paraban de hablar del tema.

Un adolescente de 16 años, se le fugó en una ocasión a sus padres para un encuentro clandestino con su noviecita, andaba por la calle C Norte, cuando se topó con la loca, lo llamó y el joven corrió porque no quería problemas.



Había toneladas de especulaciones de que escapó del Instituto de Salud Mental Matías Hernández en la capital panameña, otro que la mujer era una ciudadana costarricense y supuestamente se robaba a los niños que pululaban ahí, sin embargo, nunca se reportó un infante como desaparecido.

También se decía que la fémina tuvo problemas de drogas, salía muy tarde en la noche para no ser atrapada por la policía, aunque ella era más inteligente que los agentes del orden público y los esquivaba.

Sin embargo, cuando colocaron las cámaras de vigilancia en David, fue cuando los agentes del orden público la detectaron, la cercaron y capturaron, se la llevaron a la estación de policía.

Era María José Hernández, una boqueteña de 25 años, quien supuestamente abandonó hacía cinco años Boquete hacía para ir a la ciudad de Panamá en busca de un futuro, pero la chica nunca se reportó con los familiares.

En David conoció a Patricio Pitti, quedó flechada y el caballero, se la llevó a su casa, donde la drogaba, abusaba sexualmente de ella, construyó un sótano con el fin de ocultarla y encadenarla.

Patricio era un enfermo sexual, abogado de 40 años, consumidor de cocaína y don Juan, sin hijos, ni novia porque sus relaciones eran esporádicas y le daba de baja a las novias en menos de un mes.



Entretanto, ya en la policía, la bañaron, le dieron ropa limpia e inicio el interrogatorio.

María José contó toda su penuria, se había fugado de la casa de su captor en Doleguita hace tres meses, pululaba por la capital chiricana en busca de comida, dormía debajo de los puentes, llamaba a las personas, sin embargo, le huían al ver su rostro tapado con el cabello.

Localizaron a sus padres en Boquete, la fueron a recoger, todo un mar de lágrimas en el encuentro, mientras que las autoridades allanaban la casa del monstruo y se sorprendieron.

María José tuvo dos hijas en la misma casa, nunca salieron, un médico las atendía y Patricio las escondía y que nacieron producto del abuso sexual del abogado.

Ahora la dama es libre con sus dos niñas, intenta rehacer su vida, registró a sus descendientes y Patricio espera juicio por privación de libertad y delito contra la libertad sexual.

 

 

 

 

Dólares congelados

La juez Nohemí Chang se mostró sorprendida al escuchar la parte de la defensa de Sol Mina, imputada por lavado de dinero, en un acto de audiencia, posteriormente de seis meses de investigación.

—En diez años como juez escuché muchas locuras, pero nada como está proveniente de un procurador judicial sin argumento para su cliente—, afirmó la funcionaria mientras observaba con sus ojos de estepa en primavera a la parte acusada.

Cuatro años antes, Sol denunció que su antigua empleada doméstica le hurtó 30 mil dólares en efectivo de su casa, aprovechando que estaba en Madrid de vacaciones con su familia.



La colombiana Ada; su novio, el taxista Roger y un amigo de la pareja, Juan, fueron condenados a cinco años de prisión por hurto, sin embargo, el Ministerio Público compulsó copias para investigar a Sol por lavado de dinero porque no logró justificar el origen del monto.

Todo inició en una chupata en San Miguelito con dos cajas de cerveza, pero cuando se acabó el licor, Ada dijo que sabía un lugar donde había plata en abundancia para comprar más.

Se fueron a la residencia de Sol, una antigua jefa del Departamento de Presupuesto del Ministerio de Agricultura, donde obtuvieron el botín y regresaron a seguir la farra.

Por su parte, Jorge Díaz, abogado defensor de Sol, explicó a la juez que la señora tenía 450 mil dólares ahorrados por toda una vida de trabajo y mostró un talonario de su fallecido marido, dinero que cobraba como viuda.

—¿En veinte años, usted no comió, no pagó casa, no viajó, no canceló el combustible de su carro, no compró jabón—, preguntó el fiscal Artemio Salazar—?

—Mi cliente guardó el dinero en su casa porque no confiaba en los bancos—, refutó Díaz.



Chang solo miraba a la parte imputada, quería reírse porque El Ministerio Público evidenció el delito. El dinero estaba en el congelador de la casa de Sol.

También en el inodoro, en los maceteros, detrás de los cuadros, en cielo raso, bien forrados y cubiertos con papel plateado para no dañarse por el clima, el sol o las termitas.

La prensa bautizó el caso como los dólares congelados, debido a la curiosidad de las interioridades cuando se filtró parte de la carpetilla judicial.

El delito estaba probado, la defensa no convenció a Chang, quien ordenó pasar al Tesoro Nacional los 450 mil dólares y condenó a la imputada a cinco años de cárcel por lavado de dinero.

Díaz anunció apelación, aunque hubo un eclipse solar en las pupilas de Sol porque le descubrieron su trampa.

Imagen de dinero de Dreamstime. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tres son multitud

La Dirección de Responsabilidad Profesional (DRP) de la Policía Nacional (PN) de Panamá, concluyó que un cabo y un sargento, eran responsables de afectar la imagen de la institución, por lo que debían ser despedidos.

El cabo Luis Trejos y el sargento, Manuel Collado, culpables de protagonizar una pelea en la estación de San Miguel, en la capital panameña, ambos enamorados de la agente Estefanía Méndez.

Y es que los triángulos amorosos son peligrosos, Luis fue expareja de Estefanía, mientras que Manuel es su actual novio, el primero seguía jodiendo a la dama y el segundo también andaba con otra mujer policía.



Luis, sencillamente al terminar su turno en Tocumen, fue donde Manuel a reclamarle que quemaba a su pareja, a lo que este respondió que eso no era de su incumbencia y se largara de la estación.

Manuel le metió un derechazo a la barbilla izquierda de su contrincante, quien respondió con una izquierda en el tórax, aunque ninguno cayó y el resto de los uniformados no intervinieron.

En pelea de marido y mujer nadie se mete, dicen en Panamá, sin embargo, alguien hacía tercio, se dieron golpes, patadas y posteriormente los toletes impactaron en la anatomía de los boxeadores.

Luis quedó con el brazo derecho quebrado y Manuel con tres costillas derechas rotas, Estefanía no logró ver la función boxística porque estaba libre ese jueves en la tarde.



Gran cantidad de gruesas palabras y cloacas se escucharon por todo San Miguel desde la estación y los vecinos se acercaron para ver a dos miembros del orden público hacer todo lo contrario para lo que fueron entrenados.

Estefanía es de raza negra, de baja estatura, lindo rostro, ojos pardos, cuerpo de diosa y caminado coqueto, jamás se imaginó estar involucrada sin quererlo embrollo amoroso.

Los rivales, de contextura atlética, caucásicos y de cabello negro, se llevaron la peor parte de esta historia.

Estefanía, harta de esa situación y como toda la entidad sabía quién era la medalla a ganar, le dio la baja sentimental a Manuel porque se enteró de que tenía otro frente femenino.

Tres son multitud, Luis no encajaba en la pieza, Manuel movía dos máquinas al mismo tiempo y la dama herida en su orgullo de mujer dejó a su novio por perro.

Ahora los gladiadores están en el hospital, sin trabajo y sin pareja.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Usada, burlada y estafada

Vanessa Varela, de 28 años, luchó para salir de Cienfuegos, Cuba, atraída y estimulada por viejas películas de Hollywood que pintaban a Estados Unidos como la solución de todos los problemas mundiales.

Se radicó en Miami, Florida, donde una tía, los primeros meses, trabajó fregando platos en un restaurante en las tardes y en las noches en un bar de mala muerte como camarera.

No era lo que esperaba como decía el séptimo arte, que el dinero llovía apenas aterrizabas, sin embargo, laboraba y contaba con sus libertades de comprarse lo que quisiese sin restricciones.

En Cuba hay racionamiento para todos y poco dinero, mientras que en Estados Unidos no existe el primero, aunque el segundo también escasea, más a los migrantes que deben fajarse duro para conseguir 50 dólares.



Vanessa no se adaptaba aún al exilio, llevaba ya cuatro meses en Miami cuando contactó por internet al habanero, Fausto Socarras, de 31 años, un electricista que también buscaba salir de la isla.

La pareja hizo amistad durante seis meses, platicaban mucho, se enviaban fotos, videos, sin embargo, la familia de la chica le aconsejaba que buscara un novio en Estados Unidos, no en Cuba.

Vanessa insistía, la dama de ojos oscuros, piel canela, pelo ensortijado, delgada y mediana estatura, decía que estaba enamorada del capitalino, que su blanca piel y cabello negro le encantaba.

No hubo forma de cambiar su actitud, ni siquiera cuando su novio le comentó que no se iría de su país sin su prima de Irina, de 25 años, con quien mantenía una larga relación de familia.



Entre regañadientes, la exiliada trabajó como burra, remitió gota a gota el dinero, por las sanciones estadounidenses al gobierno cubano y por fin Fausto e Irina salieron del paraíso comunista.

No obstante, tras cuatro semanas de estar en Miami no se reportaron con Vanessa.

No respondía los mensajes de correo electrónico, ni de redes sociales, hasta que la hermosa mulata los pilló en un restaurante de la Pequeña Habana, como tórtolos, no reclamó y en un océano de lágrimas se marchó al apartamento de su tía.

La señora, con vasta experiencia, le comentó que la mayoría de las relaciones cibernéticas son falsas, que aprendiera la lección, pasara la página y encontrara un hombre que la valorara.

Imágenes cortesía de Javi_Lind en Freepik no relacionadas con la historia.