Vanessa Varela, de 28 años, luchó para salir de Cienfuegos, Cuba, atraída y estimulada por viejas películas de Hollywood que pintaban a Estados Unidos como la solución de todos los problemas mundiales.
Se radicó en Miami, Florida, donde una tía, los
primeros meses, trabajó fregando platos en un restaurante en las tardes y en
las noches en un bar de mala muerte como camarera.
No era lo que esperaba como decía el séptimo arte, que
el dinero llovía apenas aterrizabas, sin embargo, laboraba y contaba con sus
libertades de comprarse lo que quisiese sin restricciones.
En Cuba hay racionamiento para todos y poco dinero,
mientras que en Estados Unidos no existe el primero, aunque el segundo también
escasea, más a los migrantes que deben fajarse duro para conseguir 50 dólares.
Vanessa no se adaptaba aún al exilio, llevaba ya
cuatro meses en Miami cuando contactó por internet al habanero, Fausto Socarras,
de 31 años, un electricista que también buscaba salir de la isla.
La pareja hizo amistad durante seis meses, platicaban
mucho, se enviaban fotos, videos, sin embargo, la familia de la chica le
aconsejaba que buscara un novio en Estados Unidos, no en Cuba.
Vanessa insistía, la dama de ojos oscuros, piel
canela, pelo ensortijado, delgada y mediana estatura, decía que estaba
enamorada del capitalino, que su blanca piel y cabello negro le encantaba.
No hubo forma de cambiar su actitud, ni siquiera
cuando su novio le comentó que no se iría de su país sin su prima de Irina, de 25
años, con quien mantenía una larga relación de familia.
Entre regañadientes, la exiliada trabajó como burra,
remitió gota a gota el dinero, por las sanciones estadounidenses al gobierno
cubano y por fin Fausto e Irina salieron del paraíso comunista.
No obstante, tras cuatro semanas de estar en Miami no
se reportaron con Vanessa.
No respondía los mensajes de correo electrónico, ni de
redes sociales, hasta que la hermosa mulata los pilló en un restaurante de la Pequeña
Habana, como tórtolos, no reclamó y en un océano de lágrimas se marchó al
apartamento de su tía.
La señora, con vasta experiencia, le comentó que la
mayoría de las relaciones cibernéticas son falsas, que aprendiera la lección,
pasara la página y encontrara un hombre que la valorara.
Imágenes cortesía de Javi_Lind en Freepik no
relacionadas con la historia.
Pobre Vanessa, aprendió con los golpes de la vida.
ResponderBorrarNunca debemos dar confianza a una persona que apenas estamos conociendo y menos llorar por alguien que no vale la pena.
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