Me fui con Alberto, a quien en la oficina apodamos Tucutucu, por su peculiar forma de platicar, a la discoteca Top Place Billar, ubicada en la Calle 4ta Este, en David, Chiriquí, casi colindando con el parque Cervantes.
Ambos viajamos desde la ciudad de Panamá para dictar
unas charlas de redes sociales, al culminar el trabajo nos fuimos el sábado en
la noche a rumbear un rato y divertirnos para exiliar la tensión laboral.
Subimos las escaleras, pagamos los dos dólares de
entrada consumible, buscamos una mesa frente a la pista de baile, muchas parejas,
mujeres solteras, caballeros en busca de compañía y ruido en extremo.
Todo se veía rojo, atractivas meseras que no se daban
abasto con los clientes sedientos de alcohol, luces azules, rojas, amarillas y
verdes daban un ambiente placentero.
Fue cuando Tucutucu,
me dijo que una chica me miraba.
—Tito, desahúevate que esa dama te mira—.
La miré y quedé flechado.
De piel negra, cabello ensortijado, piernas carnosas
que tentaban a esquiar por ellas con mis blancos dedos y con inmensos senos atrapados entre
el satín.
Atracción total, mis verdes pupilas se matrimoniaron
con las oscuras de la dama, una princesa de castillo, una zarina o faraona,
vestida con un traje azul, pegado a su delgada figura y sonrió.
La mente viajó, nos besamos intensamente, sentía su
piel de ébano frente a mi blanco tórax, sus gemidos atravesaban mis tímpanos,
los fluidos caían como un diluvio y la amaba.
No percibía la música de la discoteca, idiotizaba con
sus dientes del color de la luna llena y su sonrisa hechizaba, embrujaba y
enloquecía.
Arriba y abajo, me platicaba al oído, cuerpo con
cuerpo, labio con labio, manos unidas, deseaba gritar de la excitación y ella
también.
De pronto, Tucutucu
me agarró por el hombro porque un masculino caminaba hacia la dama, se sentó a
su lado y le dio un ósculo en sus carnosos labios.
Era su pareja, el edificio gigantesco se derrumbó y mi
corazón era una locomotora en un camino sin riel.
Bajé la cabeza, el caballero se fue hacia el baño, la
princesa volvió a mirarme, me obsequió una sonrisa, sin embargo, preferí
marcharme del antro, Tucutucu se
molestó conmigo y se quedó.
Fue fabuloso, espectacular, inolvidable, peligroso y
excitante a la vez porque nos amamos en tres minutos.
Mejor que se fue y evitar peleas innecesarias ja ja ja
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