Rubiela Díaz se encontraba detenida en una celda preventiva, de la Policía Nacional (PN) en el corregimiento de San Francisco, Panamá, posteriormente que se entregó a las autoridades que la buscaban por homicidio.
Sus familiares presionaron a los medios de
comunicación para que la noticia no fuese publicada, ya que eran accionistas de
un banco, una fábrica de plásticos, tenían ganado y socios de numerosas
empresas.
Algunos sucumbieron ante las exigencias de la familia
Díaz, otros no lo toleraron e incluso divulgaron su fotografía de la fémina,
tanto en medios digitales y redes sociales porque la época de la dictadura de
la información se acabó con el internet.
Rubiela, una semana antes, estaba con su prometido,
Julián Vega, en un restaurante mexicano de Bella Vista, era celosa, malcriada,
pechichona, chineada, ñañeca y caprichosa, a pesar de sus 25 años.
Como fue criada en cuna de oro, creía que todo se lo
merecía, así que una chica saludó a su novio, dama que no era del agrado de
Rubiela e inició la discusión.
Su novio no era un hombre rico, sino un caballero de
clase media baja que ganó una beca para estudiar medicina en Cuba y luego se
especializó en cardiología, laboraba en un hospital para millonarios y generaba
buenos ingresos.
Por sus pataletas, los Díaz aceptaron a Julián, pero
no lo tragaban, aunque su hija era feliz y debían complacerla en todo.
La noche de la desgracia, Rubiela, iracunda, salió del
local, abordó su Audi RS Q8, color gris, de 120 mil dólares, antes de ingresar
se tropezó con una señora de 65 años, discutieron y la jovencita le gritó
cualquier cantidad de vulgaridades.
A pesar de recibir educación por salones de clases
en el Reino Unido, Francia y Suiza, Rubiela empujó a la señora, identificada como
Flor Cascante y le gritó perra pobretona.
La fémina caminó, Rubiela la siguió muy lento en su
automóvil en los estacionamientos, luego la atropelló y le pasó el automotor
dos veces por el cuerpo. La mató y se fugó.
Los investigadores vieron el disturbio menor en las
cámaras del restaurante y de los estacionamientos, sin
embargo, Rubiela se escondió con el fin de evadir la justicia, mientras sus
padres usaban sus influencias para liberarla de toda culpa.
El rostro de la asesina estaba plenamente identificado
y la matrícula del carro, así que no había dudas de quien era la responsable
del crimen.
La víctima era una señora que laboraba como lava
platos en el negocio de alimentos, salió por la puerta trasera y tomó ese
trayecto porque los estacionamientos daban a una calle donde podía abordar un
taxi.
El trabajo de las redes sociales fue excelente, la
policía distribuyó el rostro de la sospechosa y placa del carro, a pesar de la
oposición de los Díaz.
Se desató una lucha de clases sociales, la familia era
pariente del ministro de Seguridad Pública, este se encontraba entre la espada
y la pared porque estudió con el padre de la asesina.
El abogado defensor recomendó a los Díaz que Rubiela se
entregara, negociara una pena porque tarde o temprano la atraparían, no obstante,
el padre pensó en sacarla del país y el letrado en Derecho le comentó que sería
una estupidez e iría preso por encubridor.
Los propios policías de turno se sorprendieron ver una
dama, con aspecto monárquico, blanca, ojos verdes, escultural, linda como una
muñeca, cabello rubio y mirada de angelito, cuando lloraba en la celda preventiva,
antes de ser trasladada al Centro Femenino de Rehabilitación de Panamá.
Todo le salió mal, el padre pidió cinco años de cárcel,
el representante del Ministerio Público refutó esa pena bajo el argumento de que
no fue accidente, sino premeditado, así que 15 años como mínimo más una indemnización
a la familia de la víctima.
Había que negociar antes de ir al juez de garantías,
el abogado de los Díaz convenció de que aceptaran, de lo contrario su hija saldría
a los 50 años y acordaron.
Ahora la malcriada se encuentra con mujeres de pueblo,
ladronas, mulas (que llevan droga), asesinas, prostitutas y drogadictas por un
momento de rabia.
Por cosas de la vida, Rubiela Díaz es ahora adinerada
y enjaulada.