La carretera parecía que no tenía final durante el trayecto hacia Boquete, Chiriquí, en Panamá, Melany conducía, su esposo Rogelio, iba en el asiento trasero con las hijas del matrimonio Amanda de cinco años y Martina, de tres.
Ella sonrió, le manifestó a su marido que recordó
cuando empezaron a ser novios y todo el duro camino para seducirla.
Ocho años antes, Rogelio se cambió de turno en la Facultad
de Comunicación Social de la Universidad de Panamá, donde cursaba el último año
de licenciatura en publicidad.
Obtuvo un trabajo en una publicitaria como asistente,
así que el horario nocturno de clases era el mejor, fue entonces cuando el
primer día ingresó al salón y vio a Melany en momentos que platicaba con una
compañera de clases, María Teresa.
Todos en el salón miraron al caballero, vestido con
camisa blanca, pantalón vaqueros desteñidos, zapatos bien lustrados, de mediana
estatura, piel canela, ojos oscuros y con la cabeza afeitada.
Amor a primera vista, Rogelio se idiotizó y embobó con
las curvas de Melany, blanca, cabello largo, negro, ojos pardos e intensos y
una pitufa de estatura.
Atacó, atacó y atacó, sin embargo, fue rechazado todas
las veces que intentó conquistar a su compañera de salón, mientras que María Teresa
le decía a su amiga que era una lechuda.
Trabajos en grupos, salidas a restaurantes los sábados,
muchos proyectos de tarea y nada, así que Rogelio analizó que la mejor
estrategia era la paciencia, serenidad e ignorar en su totalidad a Melany.
El plan de Rogelio fracasó, terminó el último año,
cada uno agarró por su lado y el varón se empató con otra mujer.
Para Melany, Rogelio era demasiado atractivo, ella era
celosa y, aunque el hombre le gustaba, prefirió dejar el agua correr.
Como la vida da muchas sorpresas, Rogelio se fue a
estudiar a México, una maestría, recién se graduó, estuvo dos años en ese país
y retornó al istmo.
Abrió su propio negocio con unos compañeros de
trabajo, nadie sabía nada de Melany, ni se pronunciaba ese nombre. No porque lo
prohibieran, sino porque todos sabían que Rogelio nunca dejó de amarla.
Al año de regresar, por ironías de la vida, Melany
estaba en un centro comercial con unas amigas y Rogelio fue a comprar un teléfono
móvil.
Los dos, frente a frente, hubo un silencio de un
minuto, miradas con numerosas preguntas, luego una sonrisa y un diálogo.
Ella le contó algunas penurias, dos novios, muchos
problemas y decidió quedarse sola un tiempo, mientras que Rogelio le informó el
viaje a México, sus proyectos, su antigua novia y decidieron intercambiar números
de celular.
Tras el encuentro, Melany ya estaba más madura, con
casi 28 años, a los seis meses eran pareja, luego aceptó ir al juzgado y
posteriormente al altar de la Iglesia Metropolitana, donde empezaba la segunda
historia de Melany, la inconquistable.
Bella historia de amor.
ResponderBorrarLo que es para tí, vuelve a tí con el juez llamado "tiempo" 😍
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