Enamorada de un loco

Encerrado en una habitación del Instituto Nacional de Salud Mental, con una camisa de fuerza, las paredes acolchonadas para evitar que atentara con su vida y un futuro incierto tenía Miguel Jaramillo, un científico y ex docente universitario.

A sus 35 años, le diagnosticaron trastornos psicóticos, producto posiblemente de los genes de sus familiares, demonio que estuvo oculto durante su infancia, adolescencia y parte de su vida adulta.

Mary Arjona, era la enfermera que lo cuidaba, no entendía cómo un hombre de esa edad, alto, blanco, ojos oscuros, cabello, sal y pimienta, quedó con ese aspecto cadavérico.

En ocasiones platicaba con el matemático, lo paseaba en una silla de ruedas por todo el instituto para que tomara aire fresco y algo de sol, lo que era parte de su recuperación.



Todo inició cuando Miguel buscaba una fórmula para viajar a través del tiempo, basado en la teoría de Einstein de que se puede hacer siempre y cuando se mueva el tiempo y el espacio.

Una tarea bastante engorrosa, principalmente en Panamá, donde no creen mucho en los científicos o teorías extrañas y cualquier invento es cosa de dementes.

Miguel se encerraba en una habitación, con un gigantesco pizarrón blanco y con cientos de números y fórmulas escritas con piloto, nunca se casó, no tuvo hijos, alguna que otra mujer que le robó la calma, pero más nada.

Sin embargo, eligió a los números como sus eternos acompañantes, amanecía trabajando los fines de semana encontrando una posible salida a su teoría hasta que empezó a ver figuras.

Se imaginaba en una nave atravesando las estrellas, viendo distintas épocas, guerras, diferentes prendas de vestir desde sombreros de hongos, las ropas romanas, la esquimal y migraciones por el estrecho de Bering.

En sus clases de cálculo daba ejemplos a sus estudiantes de que logró ver el diluvio, desde el cielo admiró cuando Pompeya desapareció por el Vesubio y contó miraba la gente asustada mientras huía de las piedras.

Aunque sorprendía algunos, sus colegas profesores, los administrativos y estudiantes concluyeron de que el profesor Miguel ya estaba tostado de la cabeza por sus pensamientos.



Le hicieron llamado de atención, no obstante, la tapa del coco fue una máquina que inventó que no funcionó bien, expulsó la hélice de un ventilador de techo hacia la calle, rompió el parabrisas de un automóvil en marcha, cerca de su vivienda en Juan Díaz, Panamá y casi mata a la conductora.

Tras ese incidente, sus hermanos y padres, decidieron internarlo en el hospital bajo el argumento de locura temporal, aunque en el sanatorio le diagnosticaron trastornos psicóticos porque perdió el contacto con la realidad.

Su única esperanza era Mary, la chica recién graduada, de 23 años, enamorada del erudito, confiada en la recuperación del caballero, mediante las medicinas, el tratamiento psiquiátrico y abundante amor.

Pasaron dos años, poco a poco, gota a gota, y palabra, las visiones de Miguel desaparecieron, mientras que, bajo un leve tratamiento de seguimiento, fue dado de alta del instituto.

El caballero logró vencer su mal, ahora trabaja como profesor en una universidad privada en La Chorrera y su esposa, Mary, en un hospital en ese distrito de Panamá.

Miguel no logró viajar en el tiempo, pero si obtuvo una preciosa parejita con su mujer, la enfermera, cabello castaño claro, blanca y ojos avellana   que le ofreció mucho más que terapia profesional.

Triple asesinato en Pico Rivera

Guadalupe Linares, de 21 años, logró cruzar la frontera Tijuana-San Diego, sin ningún inconveniente, ayudada por un tío suyo que se conocía el paso fronterizo internacional entre México y Estados Unidos, ya que el hombre era un “coyote”.

Bastante fatigada, fue trasladada desde el parque Balboa de San Diego hasta Pico Rivera, al sudeste de Los Ángeles, California, una comunidad de migrantes mexicanos, donde estaría a salvo de “la migra”.

Lupita, era de piel canela, alta, hermosa, ojos miel, cabello azabache, mitad india e hija de un capataz español que trabajó en una finca en Tamaulipas, donde se cultiva la mata de agave azul para hacer el famoso tequila.

Emigró porque el peso mexicano estaba por el piso en comparación a otras monedas internacionales, la situación se hizo difícil y el hacendado comenzó a despedir trabajadores para evitar cerrar el negocio.



Muchos, entre ellos Lupita, se marcharon “al otro lado” en busca de suerte, la dama se refugió en casa de su tía Efigenia viuda de Garza, quien residía con sus hijos Eleuterio, Francisco y Arturo.

Ya en Pico Rivera, no tenía problemas con el idioma inglés porque poco lo platicaban, le dieron oportunidad de trabajar sin papeles en una taquería del sector, enviaba dinero a su familia, aportaba con los gastos donde su tía y le quedaba algo.

Con esa vida llevaba seis meses hasta que Eleuterio, su tía, Francisco y Arturo llevaron a sus mujeres a Pico Rivera Sports Arena para la presentación del grupo norteño “No me rajo”, muy famoso en los estados que formaron parte de México hasta 1848 y pasaron a Estados Unidos.

En la arena bailaban, bebían tequila, reían, gritaban y la pasaban bien, aunque Lupe miraba con otros ojos a Eleuterio y este se caía de la mata con su prima, pero no cruzaban la línea por ser primos lejanos.

Lo que la dama callaba era que en la taquería llegaba a diario a enamorarla, un estadounidense caucásico, ojos azules, gigantón, rubio, identificado como Malcom Charles, un exveterano de Afganistán.

El hombre sufría de estrés postraumático, ansiedad, agresividad y otros problemas psiquiátricos causados por los efectos del frente de guerra.

Malcom se fue del peligroso barrio del Bronx, en Nueva York, a Pico Rivera, en busca de otra vida, no quería tratos con norteamericanos, blancos ni negros, por lo que escogió vivir en Pico Rivera, donde jamás pasaría por desapercibido.



Mientras la familia disfrutaba del concierto, el yanqui se apareció donde Los Garza, se presentó y saludó a Lupita, lo que dejó atónito a los parientes de la mujer porque jamás lo mencionó.

Sin embargo, lo recibieron bien, el anglosajón intentó ser amable con Lupita, pero era imposible platicar con la dama por el sonido de la música, ella no hablaba inglés y Eleuterio se dio cuenta de que le “volarían” a la chica, lo que lo enfureció.

Pasaron los dos grupos teloneros y venía el principal, cuando Malcom se molestó con Lupita porque abrazó a su primo Eleuterio, el gringo lo empujó y el mexicano cayó.

Ebrio y drogado, Malcom gritaba obscenidades en inglés a Lupita, lo que entendían los tres caballeros, el primero en defender a la dama fue Francisco, luego Arturo y de último Eleuterio, pero su contextura física no era para luchar contra un camión como Malcom.

Los tres quedaron en el suelo, sin embargo, Eleuterio le levantó, rompió una botella, el anglosajón le tiró un derechazo que el mexicano esquivó y le hundió la botella en el vientre.

El público miraba todo, la policía se acercaba y vio cuando Malcom sacó una escuadra para posteriormente dispararle a los tres hermanos.

Al día siguiente, Los Angeles Times tituló en la sección de crime and courts: ‘Veteran kills three mexican brothers in Pico Rivera Sports Arena’.

Malcom lleva diez años en el corredor de la muerte en espera de una cita con la inyección letal por acabar con tres inocentes vidas.

La maestra de francés

Manuel Mesas, de 29 años, como todas las mañanas llevaba a su pequeña Rosa al colegio francés, ubicado en Paitilla, Panamá, donde cursaba el segundo grado y a las dos de la tarde la recogía para traerla a casa.

Su trabajo era de vendedor ejecutivo, así que tenía movilidad laboral para entrar y salir de su oficina e incluso ni siquiera marcaba tarjeta porque sus jefes le dieron ese beneficio porque el tipo sabía bien su trabajo.

Rosa es la única hija de Manuel con Rosa María, una antigua recepcionista de la empresa donde antes laboraba el caballero, se conocieron, tuvieron sus amores, nació la bebita y a los tres años Rosa María dejó a Manuel por un chacal.

El masculino llevó su vida normal, criaba a su hija, con la ayuda de su madre, quien cuidaba la nena mientras él laboraba en la venta de automóviles de una concesionaria alemana.



Durante una actividad sabatina del colegio, Manuel conoció a Lorette Martin, una canadiense, de 25 años, trabajaba como directora del Departamento de francés del plantel, quien vino desde Ciudad Quebec a impartir clases de la lengua gala en Panamá.

En su complicado castellano, Lorette le informó a Manuel que su acudida era la mejor en francés, lo que enorgulleció al padre, pero lo complicó porque no sabía una sola palabra en ese idioma y no la podía ayudar en casa.

Se lo hizo saber a la maestra, sin embargo, la norteamericana le respondió que no importaba, solo que le pusiera música y programas franceses para reforzar, tampoco que no se asustara porque la niña no se enredaría con dos lenguas.

Quedaron bien y se despidieron para posteriormente coincidir en un hotel de playa, Manuel estaba con su madre e hija y la canadiense con un grupo de amigas, alegres, felices y disfrutando en una de las piscinas.

Ella lo reconoció, el masculino no la había visto porque almorzaba con su familia, pero la dama se acercó, los saludó, le habló francés a Rosa y la niña respondió en el mismo idioma.

La pasaron normal, aunque intercambiaron números telefónicos para futuros encuentros, no obstante, Manuel no era un hueso fácil de roer, su mala experiencia con la madre de su hija lo convirtió en un hombre solo dispuesto a “colisión y fuga”.

Pasaron cuatro meses, se acabó el año escolar y empezaron las visitas o encuentros entre el panameño y la canadiense de origen galo, lo que acarrearía complicaciones en el futuro.



Estaba prohibido las relaciones entre empleados del colegio y con los acudientes, lo que significaba que, si los descubrían, Lorette sería despedida de su empleo. Eso tampoco les importó.

Físicamente, la pareja exótica, ella blanca, ojos verdes, delgada, cabello negro, mientras él era de raza negra, alto, jugador de fútbol, ojos negros y se rapaba la cabeza.

Cuando Rosa María se enteró del romance, pegó el grito al cielo porque no le fue bien con el chacal, la metió en un cuchitril y la trataba mal, por lo que pensó en volver con el padre de su hija para ser una reina como en el pasado.

Manuel el dio bola negra a la madre de su hija y la mujer enfurecida, denunció a Lorette en el colegio por violar el reglamento, la llamaron a capítulo, aceptó el romance con el padre de una estudiante y la botaron el mismo día.

Lorette era de armas a tomar, quería darle una trapeada, sin embargo, Manuel le propuso casarse e irse a Quebec los tres. La extranjera aceptó.

En el juzgado de menores, Rosa María se negaba a firmar el permiso de salida de Rosa.

Manuel mostró todas las pruebas de que la dama no aportaba ni un maní para la alimentación y educación de su hija, por lo que la juez ordenó la salida y una pensión por parte de la madre.

Rosa María aceleró su propia desgracia, ahora sin hija, sin marido y a comer soberbia porque eso le sobra.

El taxista seductor

 

Gustavo Quintero, es un taxista de 26 años, residente en Villa Lorena, corregimiento de Río Abajo, Panamá, unido con la veragüense Irma Tamayo, de 23 abriles, tienen una hija en común llamada Noris.

El caballero se despertaba a las cuatro de la madrugada, su mujer le prepara el desayuno para que fuese a laborar con energías, ella posteriormente dormía unas dos horas, levantaba a su pequeña, la bañaba y la alimentaba

Luego la dama se aseaba y al final llevaba a la niña a una guardería para recogerla a las seis de la tarde cuando salía del almacén.

Todo iba aparentemente bien, como todas parejas con altas y bajas, sin embargo, Tavo era un “unicornio” porque cuando recogía a una mujer sola y esta le platicaba, el taxista aprovechaba para tirarle toda la caballería.



Negras, blancas, cholitas, chinitas, rubias o cualquiera representante del sexo femenino con dos senos, era blanco del ataque por parte del trabajador del volante.

Por los corrillos del almacén, donde laboraba Irma, se escuchaba que el marido de la veragüense tuvo un romance con una de las compañeras, lo que dejó a la fémina avispada y al pie del cañón.

Luego de dos meses, hubo reclamos, Tavo lo negó y respondió que solamente la recogió un domingo en la mañana para llevarla a la iglesia, aunque su mujer no le creyó ni una sola palabra.

Tavo no consumía licor, ni fumaba, su único y peor vicio era ir detrás de las faldas, algo fatal para los hombres con compromisos.

Entre carrera y carrera, conoció a Desirée Capote, una venezolana, con 31 años, pocotona, alta, nalgona, pechos de misil tierra-aire, blanca como los copos de nieve y sonrisa que embruja.

La mujer era camarera en uno de los restaurantes de comida rápida en Los Pueblos, Juan Díaz, muy cerca de la tienda donde trabaja Irma.

Para Tavo, acholado, piel canela y delgado, Desirée era el trofeo de caza más grande que podía obtener hasta ese momento.

Para muchos es conocido que algunas chamas, no todas, vienen a “sumar” a Panamá, dejan a sus maridos en su país, tienen en el istmo marchante local, lo sangran y en el momento menos pensado se van.



Un domingo, Irma vio a su marido y a Desirée dándose el respectivo beso de despedida y le preparó una trampa.

El muy habilidoso taxista desbloqueaba su celular con su pulgar derecho, esa noche, Irma insistió en tomar vino, lo enfuegó y grabó con una masilla la huella, abrió el teléfono y vio los mensajes entre la extranjera y su quita frío.

Irma no reclamó, no obstante, sabía que la pasaban por la parrilla y decidió vengarse.

Logró clonar el teléfono de su marido, lo que le permitió acceso a todas sus comunicaciones, mientras que en el almacén había un trabajador manual conocido como “Capulina”, loco y eterno enamorado de Irma.

“Capulina” era de baja estatura, de 23 años, cabello negro y acholado, un migrante ecuatoriano llegado hace cuatro años al istmo, quien no creía que Irma lo miraba con otros ojos, ya que anteriormente de a milagros le daba los buenos días.

Herida en su orgullo de mujer, Irma sabía que ese sábado, a las 8 de la noche, su marido se encontraría con Desirée para irse a La Birra, de Juan Díaz, así que se armó de valor y se llevó a “Capulina” para el mismo lugar.

De forma increíble, llevaban dos horas los cuatro, pero no se veían porque lo abarrotado que estaba en local de baile y licor.

Como a las once de la noche, Irma vio a Tavo bailar con la chama, así que sacó a su pareja y se colocó justamente al lado de su marido, quien quedó más blanco que un papel al verla acompañada.

Irma abrazó a “Capulina”, luego lo besó, el hombre le siguió la corriente, intervino Tavo para separarlos, sin embargo, el trabajador manual pensó que irrespetaban a su pareja, le zampó un derechazo en la cara que lo dejó en la pista de baile.

Se formó el lío, Irma se llevó a su nuevo macho, detrás iba Tavo, cuando Desirée le preguntó quién era, el masculino respondió que su mujer, algo que no agradó a la sudamericana, le metió una gaznatada y abandonó el lugar.

Esa noche Tavo durmió en un hotel, cuando llegó al día siguiente, su ropa estaba afuera, Irma cambió la cerradura y le advirtió que no jodiera o llamaría a la policía.

El conquistador quedó sin su mujer, ni su pocotona chama, pero “Capulina” logró poco a poco demostrarle a Irma que la amaba y al final se casaron.


Revelación divina

 

En la iglesia evangélica, “La Promesa del Señor”, ubicada en Río Abajo, Panamá, el pastor Eric de León, estaba feliz porque casi llegaba a los 4 mil asistentes a los cultos, lo que significaba que tendría que cambiar a un local más amplio.

Su meta en un año era tener el doble de creyentes, quienes de paso también aportarían en la ofrenda para los gastos del templo y los de manutención del religioso, su mujer y sus dos hijas adolescentes.

Eric estaba casado con Katherine Small, oriunda de la provincia de Chiriquí, nieta de un aventurero británico de Las Malvinas, que llegó a laborar como capataz en las bananeras e hizo su vida en la altiva.

El religioso vivía en Chanis, en una residencia de clase media, sus hijas estaban matriculadas en un colegio privado evangélico de Bella Vista, con colegial, llevaba una vida, si bien no era de lujos, tenía buena comida en su mesa y le sobraba dinero para los paseos familiares en Sudamérica.



Alto, de tez, blanca, ojos oscuros, delgado, cabello negro, el caballero de 51 años, poseía una elocuencia para convencer a sus seguidores de que Cristo viene pronto, así que debían entregar sus preciados tesoros como joyas, terrenos, automóviles, propiedades y acciones para tener un lugar en el cielo.

Unos lo hacían, aunque otros no porque lucharon tanto por sus bienes para regalarlos de la noche a la mañana, sin embargo, Eric insistía que con esa acción le eran fiel a Dios.

Después de un culto sabatino, el pastor se le acercó a Tamara, una chica de 20 años, estudiante de aduanas porque necesitaba platicar con ella, lo que sorprendió a la dama, recién llegada a la iglesia.

Eric le manifestó que tuvo una revelación de Dios en un sueño de que Katherine fallecería de una enfermedad y Tamara fue la escogida por el "señor" para ser su reemplazo, por lo que debía “guardarse” para ese momento, lo que dejó muda a la señorita con numerosa juventud y poca experiencia.

Posteriormente, la ascendió a consejera de la iglesia, le pidió que dejara el trabajo, también los estudios, pero Tamara rechazó abandonar la universidad y el pastor bajó la guardia.



Después del culto, la estudiante se quedaba para aconsejar a quienes lo necesitaban, a pesar de que no contaba con la “calle” suficiente para ello.

Pasó un año, Katherine sana, Tamara seguía de consejera, sin embargo, padecía un dolor de cabeza de proporciones mayores porque dentro de ella crecía una cometa que en ocho meses volaría y provocaría un escándalo.

Solo ella y el padre conocían el secreto, no se atrevía a revelar la noticia a sus padres, aunque una novedad como esa jamás podrá esconderse.

Con mes y medio de embarazo, un domingo llegó una joven a platicar con Tatiana, se identificó como Soraya Solís, de 21 años, santeña, blanca, delgada, ojos oscuros, pelinegra y mediana estatura, la misma característica que la dama preñada.

Soraya le confesó que necesitaba su consejo urgente porque llevaba tres semanas con una criatura en su vientre, producto del sexo con el pastor Eric, quien le lanzó el mismo anzuelo de la revelación que a Tatiana y Soraya también lo mordió.

Dos féminas, recién salidas de la adolescencia, sin experiencia y sobrada juventud, cayeron en las redes de la “revelación divina” de Eric, mientras que su esposa Katherine estaba más viva que un conejo en medio de temporada de caza.

Ambas enfrentaron en privado al pastor, no obstante, este lo negó,  las largó de su oficina, por lo que buscaron venganza y utilizaron sus redes sociales para difundir la noticia que le dio la vuelta el mundo.

En el culto, Eric lo negó y las acusó de mentirosas, pero posteriormente salieron las fotografías de ambas con el pastor en paseos, abrazados y besándose.

Tras esas imágenes, el imperio del pastor decayó, la mayoría de sus seguidores se fueron a otra iglesia, lo peor fue que Katherine se divorció alegando adulterio y dejó al hombre en la calle.

Eric se quedó sin dinero, sin iglesia, sin mujer, con una pensión para sus dos hijas, más las que tendrá con Tatiana y Soraya en el futuro.

Muy caro le costó la “revelación divina”.


La catira de La Pimienta

A Rudy y Hugo, dos ingenieros civiles, los invitaron a un congreso internacional de infraestructura, en Caracas, Venezuela, en junio de 2007, lo que aumentaría su experiencia en el campo y compartirían técnicas laborales.

Para ahorrar dinero, pernoctaron en un hotel de ciudad Salitre, Bogotá, ya que el pasaje directo desde Panamá a Caracas, la aerolínea panameña cobrara mil dólares, así que aprovecharon para darse una vueltecita por la capital colombiana.

Al llegar a Venezuela, se hospedaron en el hotel Gran Meliá Caracas, lujoso y para reyes, tanto que no había costos por llamadas internacionales.

Un lugar en el mismo centro de la capital, a pocos pasos del centro comercial El Recreo, donde podían andar, comprar, comer y hacer muchas cosas.



El primer día del congreso fue fabuloso porque hicieron contactos para posibles negocios y vieron nuevas formas de edificación en casas y apartamentos.

Terminado el evento el día uno, descansaron y ambos recorrieron el centro comercial, dieron vueltas, compraron ropa, aprovechando que cambiaron bolívares por dólar en el mercado negro a 6 mil “bolos” cuando la tasa fija era de dos mil bolívares por dólar.

Durante el paseo, a Rudy le llamó la atención el nombre de una discoteca llamada La Pimienta, se la mostró a Hugo, sonrieron y decidieron ingresar.

El antro lleno en su totalidad, con música de merengue, trance y salsa como en cualquier ciudad de América.

Los canaleros disfrutaron su ventaja de tener más bolívares, compraron una botella de güisqui, y siguió la rumba hasta que vieron una danza muy peculiar.

Un ritmo de tambores, de origen africano, en el cual debes mover la cintura y los pies muy rápido, dar vueltas, girar y girar, lo que le llaman el baile del tambor.

Rudy fijó su vista en una dama blanca, cabello rubio o catira, ojos verdes, alta y delgada, quien impresionaba porque dominaba la danza a la perfección.


El panameño, de 25 años, era alto, piel canela, cabello negro, ojos pardos y se afeitaba la cabeza, soltero y sin hijos.



Como había un círculo para animar a quienes bailaban, Rudy se fue hasta allá para aplaudir hasta que la rubia lo sacó a danzar.

No era muy experto en ese aspecto, pero intentó defenderse y lo aplaudieron, se retiró y posteriormente se encontró a la mujer, identificada como Roberta Machado, oriunda de la ciudad Mérida, estado del mismo nombre.

Entretanto, Hugo, de 51 años, era homosexual, así que no le interesaban las mujeres, pero estaba dispuesto a aconsejar a su amigo.

Terminaron la rumba, se retiraron porque había que asistir al congreso y fueron a dormir.

Durante los tres días que demoró el congreso, Rudy llegaba engomado al evento porque se iba en las noches a La Pimienta para verse con la catira.

El caballero enloquecido hasta que el último día antes de partir, entró a la discoteca donde vio a la mujer con un hombre de raza negra, alto, musculoso, y decidió marcharse.

Se imaginó que era la pareja, no quiso problemas, al regresar llamó a la habitación de Hugo, pero no respondió y al final Rudy se durmió.

De vuelta a Panamá, en el avión, Hugo le comentó que la pasó bien en La Pimienta, la última noche en Caracas, le preguntó a Rudy el motivo de su ausencia, sin embargo, el segundo respondió que su rubia estaba con un hombre de raza negra.

Hugo soltó la carcajada, le mostró en su celular una fotografía los tres: Hugo, la rubia y el masculino, quien también era homosexual y amigo de Roberta.

-¡Mierda, perdí por bruto!-, exclamó Rudy cabreado.

Un infarto en Bogotá

Jairo Aparicio estaba feliz porque saldría por primera vez del país, así que eligió la ciudad de Bogotá, Colombia para su periplo, porque el cambio de dólar a peso estaba por 4,500, lo que prácticamente lo convertiría en un príncipe de la hermosa urbe sudamericana, además pensaba recrearse la vista con sus hermosas mujeres.

No quiso irse en una excursión, ya que no cree en guías, le gustaba la aventura, caminar, hablar con la gente y ser un águila en pleno vuelo.

Lo que nunca hizo fue tomar un folleto de Bogotá, con el fin leer sobre sus calles, su comida, su clima, la altura que, en muchas ocasiones afecta a los visitantes por el mal de montaña, que no es más que la presión atmosférica y la reducción del oxígeno a grandes alturas.

Jairo se fue a la aerolínea, compró su pasaje y todo estaba preparado para que el miércoles partiera a la capital colombiana.



Sus amigos estaban felices, el chico de 25 años, ojos negros, piel canela, cabello lacio, estatura mediana y delgado, abordó el avión que lo trasladaría a la aventura de su vida o su primer viaje internacional.

No obstante, cuando salió del aeropuerto El Dorado, las cosas empezaron mal, debido a que se quedó sin aire, le era prácticamente imposible cargar la maleta, respiraba muy profundo y se desesperó.

Tomó un taxi para irse a un hotel en la 85, el conductor del vehículo le dijo que lo tomara con calma, que no se esforzara mucho y descansara el primer día porque dudaba que hiciera algo.

Para el que viene del trópico con temperaturas de 32 o 33 grados Celsius, Bogotá es una ciudad donde es necesario adaptarse al frío porque su temperatura es de 19 grados Celsius como máximo y su elevada posición de 2,640 metros sobre el nivel del mar, jode al no nativo.

La única forma de no afectarse es yendo a zonas de baja altura y luego volver, es imposible hacer ejercicios, cargar peso e incluso hacer el amor porque el infarto está al pie del cañón.

Con todo y eso Jairo, se hospedó en el hotel del norte de la ciudad, descansó el primer día y al siguiente decidió andar para admirar sus edificios, casi todos iguales, construidos con ladrillos, le encantó el Transmilenio, la Autopista Norte y el Monserrate.

Pero la altura aún lo tenía mal, la segunda noche se acostó temprano y en la mañana se despertó a las siete menos quince, se fue en autobús a Chía para conocer el castillo Marroquín y sus alrededores.



En Bogotá le encantó la organización de la urbe, entre calles y carreras, porque un lugar tan extenso y con 10 millones de habitantes debe estar planificado.

En la tercera noche, caminó, vio un lugar llamado Bogota Beer Company, le llamó la atención la calefacción para los clientes y decidió entrar.

Observaba a los turistas comiendo con guantes de plásticos porque no daban cubiertos, lindas chicas y mucha música rock.

Llevaba como una hora bebiendo cerveza artesanal, fue al baño, pero se tropezó con una mujer, quien le tumbó el vaso con el pan líquido.

La dama se disculpó, Jairo le respondió que tranquila porque nada ocurrió, pero al regresar la femenina le envió una cerveza y el caballero hizo lo mismo.

Resultó que la chicha era Ángela Escobar, de 26 años, la hija de un senador del Partido Liberal, con mucho dinero, alocada, oriunda de Pereira, Risaralda, donde el Otún recorre la pintoresca y pequeña ciudad.

El canalero cayó en las garras de la fémina, de baja estatura, ojos verdes, cabello negro y un cuerpo de guitarra, quien posteriormente lo invitó a la mesa y luego se fueron a Agua de Panela de Cedritos a rumbear.

Con dificultad bailaba, se quedaba sin aire, la mujer medio ebria, lo invitó a una propiedad de su papá en Suba y allá quedaron en traje de Adán y Eva.

Bebidos, los dos se besaban con sabor al alcohol y tabaco, aunque eso no importaba, el caballero sentía el terremoto de la pasión.

No obstante, la excitación fue tan brutal que Jairo de pronto dejó de respirar, su brazo derecho se le durmió, estaba mareado y vino el infarto fulminante.

Al llegar los paramédicos lo encontraron sin signos vitales.

En definitiva, la altura afectó su corazón, no se cuidó, mientras que a Ángela la borrachera se le quitó.

El periplo y la vida de Jairo tuvo su final por su falta de preparación y lectura.


La novia de mi hermano

Les quiero contar mi historia y de la Fabiana Zaldívar porque no sé qué hacer en una situación tan difícil.

Mi nombre es Agustín Sanjur, tengo 22 años y Fabiana 23, es la novia de mi hermano y  luego él ganó una beca para estudiar mecánica de aviación en el Reino Unido.

La traté normal como a cualquiera de mis cuñadas, ella siempre me miraba como el hermano de su novio hasta que Iván partió hacia Londres hace un año y medio.

Había un grupo de jóvenes, como casi 20, todos no mayores de 25 años, que íbamos al parque, a la playa, jugamos balompié, hacíamos asados y asistíamos a discotecas.

Soy estudiante graduando de artes dramáticas en la Universidad de Panamá (UP), mis amigos me dicen que soy demasiado tímido para la carrera que elegí, sin embargo, me gusta y sé que al final lograré vencer ese obstáculo.



Soy blanco, de ojos miel, de mediana estatura y cabello castaño oscuro lacio, mientras que Fabiana de piel canela, cabello lacio negro, de baja estatura, ojos pardos y un cuerpo escultural.

Durante una estadía en una casa de playa, bebimos cerveza y Fabiana me sacó a bailar, pero eso no lo sé hacer, me dio vergüenza y corrí a la cocina para que no se burlaran de mí.

Fabiana me siguió, me consoló, me dijo que no me preocupara, me abrazó y sentí sus pechos que me dejaron armado como un soldado para la guerra.

Ella solamente sonrió, me dio un beso en la mejilla, me tomó de la mano y nos fuimos a donde estaba el grupo, todos me animaron y dijeron que no me avergonzara.

Una de las chicas dijo que Fabiana y yo hacíamos buena pareja, no obstante, le respondí que es la novia de mi hermano.

-Bobo, tu hermano está en Londres y allá se quedará-, respondió ella.

Eso fue el viernes en la noche, al día siguiente todo transcurrió normal y siguió la farra hasta que la gente quedó borracha.

Estaba algo mareado, pero recuerdo todo, fue cuando Fabiana me sacó a bailar una balada y mientras todos dormían ocurrió lo inesperado, no besamos con intensa pasión.

Sin hablar mucho nos fuimos a la cama, aprovechando la ebriedad de todos, nadé sobre su tórax y sin ser tan explicativo cabalgué desde Alaska hasta la Patagonia.



Todo siguió normal, con encuentros clandestinos en pensiones y hoteles, pero uno de los chicos que apodan “Rori” se dio cuenta de todo en la playa, me dijo que sabía y guardó el secreto.

Después de eso pasaron siete meses y llegó lo peor.

En uno de esos encuentros con Fabiana, el preservativo se rompió y ninguno de los dos lo descubrimos hasta cuando saqué el arma. 

Ahora la novia de mi hermano, que “Rori”, dice que es mi pareja en la actualidad, está embarazada de su cuñado y no sé qué hacer.

Hice mal, lo sé, soy un chico tímido, pero no pendejo, no pude resistirme con algo de alcohol en mi sangre y a los encantos de Fabiana.

¿Qué haría usted? 

De infieles a enamorados

A mediados de los años 90 del siglo pasado, se registró una de las relaciones amorosas que perduran después de 25 años como marido y mujer.

Una increíble historia de que cómo la gente se engancha sin darse cuenta porque pensaron pasar un rato agradable y el asunto se alargó.

Raquel Bravo laboraba como secretaria de un legislador (hoy diputado), era alocada, extrovertida, muy querida, parrandera y con un novio de 25 años, uno mayor que ella.

Mientras que Wigberto Castañeda, de 27 años, era sobrino de un legislador, de ideas contrarias al jefe de Raquel, tímido e introvertido, uno de los pocos de la bancada de oposición al gobierno de turno, pero que hacían mucha bulla.

Ambos, de tez blanca, cabello negro lacio y ojos pardos, sin embargo, en ocasiones la dama se hacía mechitas para darle un toque diferente, sumado con su delgadez hermosa paraba tráfico sin dudarlo.



Se conocieron en los pasillos del denominado primer órgano del Estado, como se le denomina a la Asamblea Nacional, porque sus miembros vienen de distintas corrientes, ideologías y partidos, además es el único cuyas reuniones o sesiones son abiertas al público,  transmitidas por la radio y la televisión.

Poco a poco se hablaron, coincidieron en algunas agendas de sus jefes porque eran miembros de varias comisiones de trabajo y luego llegó lo que jamás se imaginaron.

Wigberto tenía novia también y como le encantaba Raquel, decidió irse a una pequeña aventura amorosa durante una gira laboral en Santiago de Veraguas.

Trabajaron hasta nueve horas ese viernes, se fueron a sus respectivas habitaciones, se bañaron y se encontraron en el restaurante del hotel durante la cena.

La delegación era de 13 personas, así que mucha concurrencia, por lo que acordaron verse en otro lugar para una plática más privada.

El caballero le contó parte de su vida en la provincia de Herrera, su niñez, dónde estudió, le encantaba enlazar caballos y vacas, lo que dejó flechada a la mujer.

Por su parte, ella, platicó sobre su infancia en Coclé, describió el paisaje de su campiña, amaba su tierra, sus papás eran peones en una finca del abuelo del hoy su diputado jefe, entre otras historias.



Cada oveja con su pareja, los dos sin pedirlo, sin solicitarlo o programarlo, quedaron caídos de la mata, enculados, tragados, enamorados y enloquecidos.

Volvieron de la gira, transcurrieron varios meses, ninguno terminó con la relación que tenían, siguieron sus vidas hasta que en ese relajo pasó un año.

De forma clandestina, como dos fugitivos o prófugos de la justicia amorosa se encontraban en hoteles para hacer estallar sus deseos intensos de amor, fluidos y sentimientos.

Nadie quiso dar el primer paso, quizás por no hacer daño a sus parejas, pero el mundo es tan complicado, herimos con o sin intención, así que lo dejaron todo como estaba.

Lo que sí es cierto que es Wigberto y Raquel se amaban con toda la intensidad de una pareja.

Al cumplirse dos años de su primer encuentro en Santiago de Veraguas, era un domingo, Raquel salió con su novio al cine y Wigberto con su novia.

Por coincidencias de la vida, los clandestinos coincidieron en el mismo local, en un encuentro impactante, confuso y de mezcla entre la tristeza, el descubrimiento y el aceptar la realidad de que nacieron el uno para el otro.

Un diluvio brotó sobre las mejillas de Raquel, mientras que Wigberto quedó nervioso y mudo.

Sus respectivas parejas, sorprendidas en un principio, se preguntaban qué pasó, aunque el lenguaje facial de los tórtolos lo decía todo. No hubo reclamos, escándalos o bullas.

Tres meses después del sorpresivo encuentro, ambos se casaron por lo civil y al año por la iglesia católica.

El herrerano y la coclesana tuvieron dos hijas y un varoncito, su relación aún perdura, con bajas y altas como es normal.

Ninguno creyó o pensó que esa cita laboral en Santiago de Veraguas terminaría en un matrimonio.

 

 

 

Carla y Carlos

Ambos se conocieron cuando estudiaban licenciatura en español, en la Universidad de Panamá, ella era oriunda de Sábana Grande, provincia de Los Santos, mientras que él era nativo de La Palma, Darién, Panamá.

En un principio, ella no lo soportaba porque Carlos porque era muy popular en la Facultad de Humanidades, cantaba baladas, las notas de su voz enamoraban y así logró conquistar a la santeña.

La fémina era muy quisquillosa cuando estaban en el proceso de conocerse hasta que se dieron el primer beso y cayeron en el terremoto del sexo a montón.

El caballero acariciaba el negro cabello largo de su novia, admiraba sus ojos verdes, recorría sus montañas con picos rosados, besaba su blanca piel de pie a cabeza y el intercambio de fluidos era fuerte.

Durante tres días a la semana, se fugaban las primeras horas de clases para irse a la pensión Jamaica, ubicada en la Avenida Cuba, donde llovían los encuentros cuerpo a cuerpo, espalda con pecho y caricias acompañadas de sonidos espectaculares naturales que Carla emitía.



Posteriormente, regresaban a dar clases, el hombre de tez acholado, cabello lacio y ojos negros se sentía feliz y sus compañeros de salón ya sabían el origen de la felicidad de la pareja.

Carla, de 21 años, laboraba en una empresa de ventas de vehículos como recepcionista, era presa de muchos lobos al ataque que ofrecían prebendas, viajes, dinero, propiedades, casamientos y otras yerbas aromáticas.

Carlos, de 23 años, trabajaba como mensajero motorizado en una publicitaria, propietario de una extensa labia para las chicas, sin embargo, le era fiel a su novia, que lo enloquecía  y le daba de comer de la mano.

Se fueron a discotecas, a la playa, ella lo acompañaba cuando su novio tenía pequeños contratos para cantar en fiestas privadas o eventos en centros comerciales los fines de semana.

Un huracán de pasiones, volcanes de sexo, aluvión de besos y tormentas de caricias era la nota característica de los novios.

Carla le presentó a su prima, la única pariente que tenía en la ciudad de Panamá, lo que deducía que el asunto ya iba más allá porque cuando se presenta a la familia es porque la relación va en serio.



Todo iba viento en popa hasta que vinieron las vacaciones del primer semestre y la dama desapareció, no llamó, lo que dejó entristecido a Carlos.

Se preguntaba qué hizo, pero cuando volvieron las clases del segundo semestre, Carlos se la encontró en la cafetería de Humanidades, le pasó al lado y ni siquiera la determinó.

Luego ella se disculpó con vagas excusas no creíbles y el hombre la perdonó, aunque ya el daño y la duda fueron sembrados.

Siguieron con sus vidas de tórtolos, pasaron juntas las festividades de noviembre, Navidad,  Año Nuevo y el semestre terminado.

En febrero, ella lo citó al anfiteatro de la Universidad donde le informó que él era un buen hombre, no obstante, la relación debía acabarse, no explicó ni tampoco sustentó su decisión.

Carla dio la media vuelta y se marchó con el clásico adiós, colocando el punto final  a una aventura amorosa que duró  nueve meses.

Dejó a un hombre destrozado, con el corazón partido en mil fragmentos y un mujeriego en potencia que pasaría factura en el futuro a las damas que se encontrara en su camino.