De infieles a enamorados

A mediados de los años 90 del siglo pasado, se registró una de las relaciones amorosas que perduran después de 25 años como marido y mujer.

Una increíble historia de que cómo la gente se engancha sin darse cuenta porque pensaron pasar un rato agradable y el asunto se alargó.

Raquel Bravo laboraba como secretaria de un legislador (hoy diputado), era alocada, extrovertida, muy querida, parrandera y con un novio de 25 años, uno mayor que ella.

Mientras que Wigberto Castañeda, de 27 años, era sobrino de un legislador, de ideas contrarias al jefe de Raquel, tímido e introvertido, uno de los pocos de la bancada de oposición al gobierno de turno, pero que hacían mucha bulla.

Ambos, de tez blanca, cabello negro lacio y ojos pardos, sin embargo, en ocasiones la dama se hacía mechitas para darle un toque diferente, sumado con su delgadez hermosa paraba tráfico sin dudarlo.



Se conocieron en los pasillos del denominado primer órgano del Estado, como se le denomina a la Asamblea Nacional, porque sus miembros vienen de distintas corrientes, ideologías y partidos, además es el único cuyas reuniones o sesiones son abiertas al público,  transmitidas por la radio y la televisión.

Poco a poco se hablaron, coincidieron en algunas agendas de sus jefes porque eran miembros de varias comisiones de trabajo y luego llegó lo que jamás se imaginaron.

Wigberto tenía novia también y como le encantaba Raquel, decidió irse a una pequeña aventura amorosa durante una gira laboral en Santiago de Veraguas.

Trabajaron hasta nueve horas ese viernes, se fueron a sus respectivas habitaciones, se bañaron y se encontraron en el restaurante del hotel durante la cena.

La delegación era de 13 personas, así que mucha concurrencia, por lo que acordaron verse en otro lugar para una plática más privada.

El caballero le contó parte de su vida en la provincia de Herrera, su niñez, dónde estudió, le encantaba enlazar caballos y vacas, lo que dejó flechada a la mujer.

Por su parte, ella, platicó sobre su infancia en Coclé, describió el paisaje de su campiña, amaba su tierra, sus papás eran peones en una finca del abuelo del hoy su diputado jefe, entre otras historias.



Cada oveja con su pareja, los dos sin pedirlo, sin solicitarlo o programarlo, quedaron caídos de la mata, enculados, tragados, enamorados y enloquecidos.

Volvieron de la gira, transcurrieron varios meses, ninguno terminó con la relación que tenían, siguieron sus vidas hasta que en ese relajo pasó un año.

De forma clandestina, como dos fugitivos o prófugos de la justicia amorosa se encontraban en hoteles para hacer estallar sus deseos intensos de amor, fluidos y sentimientos.

Nadie quiso dar el primer paso, quizás por no hacer daño a sus parejas, pero el mundo es tan complicado, herimos con o sin intención, así que lo dejaron todo como estaba.

Lo que sí es cierto que es Wigberto y Raquel se amaban con toda la intensidad de una pareja.

Al cumplirse dos años de su primer encuentro en Santiago de Veraguas, era un domingo, Raquel salió con su novio al cine y Wigberto con su novia.

Por coincidencias de la vida, los clandestinos coincidieron en el mismo local, en un encuentro impactante, confuso y de mezcla entre la tristeza, el descubrimiento y el aceptar la realidad de que nacieron el uno para el otro.

Un diluvio brotó sobre las mejillas de Raquel, mientras que Wigberto quedó nervioso y mudo.

Sus respectivas parejas, sorprendidas en un principio, se preguntaban qué pasó, aunque el lenguaje facial de los tórtolos lo decía todo. No hubo reclamos, escándalos o bullas.

Tres meses después del sorpresivo encuentro, ambos se casaron por lo civil y al año por la iglesia católica.

El herrerano y la coclesana tuvieron dos hijas y un varoncito, su relación aún perdura, con bajas y altas como es normal.

Ninguno creyó o pensó que esa cita laboral en Santiago de Veraguas terminaría en un matrimonio.

 

 

 

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