Jairo Aparicio estaba feliz porque saldría por primera vez del país, así que eligió la ciudad de Bogotá, Colombia para su periplo, porque el cambio de dólar a peso estaba por 4,500, lo que prácticamente lo convertiría en un príncipe de la hermosa urbe sudamericana, además pensaba recrearse la vista con sus hermosas mujeres.
No quiso irse en una excursión, ya que no cree en
guías, le gustaba la aventura, caminar, hablar con la gente y ser un águila en
pleno vuelo.
Lo que nunca hizo fue tomar un folleto de Bogotá, con
el fin leer sobre sus calles, su comida, su clima, la altura que, en muchas
ocasiones afecta a los visitantes por el mal de montaña, que no es más que la
presión atmosférica y la reducción del oxígeno a grandes alturas.
Jairo se fue a la aerolínea, compró su pasaje y todo
estaba preparado para que el miércoles partiera a la capital colombiana.
Sus amigos estaban felices, el chico de 25 años, ojos
negros, piel canela, cabello lacio, estatura mediana y delgado, abordó el avión
que lo trasladaría a la aventura de su vida o su primer viaje internacional.
No obstante, cuando salió del aeropuerto El Dorado,
las cosas empezaron mal, debido a que se quedó sin aire, le era prácticamente
imposible cargar la maleta, respiraba muy profundo y se desesperó.
Tomó un taxi para irse a un hotel en la 85, el
conductor del vehículo le dijo que lo tomara con calma, que no se esforzara
mucho y descansara el primer día porque dudaba que hiciera algo.
Para el que viene del trópico con temperaturas de 32 o
33 grados Celsius, Bogotá es una ciudad donde es necesario adaptarse al frío
porque su temperatura es de 19 grados Celsius como máximo y su elevada posición
de 2,640 metros sobre el nivel del mar, jode al no nativo.
La única forma de no afectarse es yendo a zonas de
baja altura y luego volver, es imposible hacer ejercicios, cargar peso e
incluso hacer el amor porque el infarto está al pie del cañón.
Con todo y eso Jairo, se hospedó en el hotel del norte
de la ciudad, descansó el primer día y al siguiente decidió andar para admirar
sus edificios, casi todos iguales, construidos con ladrillos, le encantó el
Transmilenio, la Autopista Norte y el Monserrate.
Pero la altura aún lo tenía mal, la segunda noche se
acostó temprano y en la mañana se despertó a las siete menos quince, se fue en
autobús a Chía para conocer el castillo Marroquín y sus alrededores.
En Bogotá le encantó la organización de la urbe, entre
calles y carreras, porque un lugar tan extenso y con 10 millones de habitantes
debe estar planificado.
En la tercera noche, caminó, vio un lugar llamado Bogota
Beer Company, le llamó la atención la calefacción para los clientes y decidió
entrar.
Observaba a los turistas comiendo con guantes de plásticos
porque no daban cubiertos, lindas chicas y mucha música rock.
Llevaba como una hora bebiendo cerveza artesanal, fue
al baño, pero se tropezó con una mujer, quien le tumbó el vaso con el pan líquido.
La dama se disculpó, Jairo le respondió que tranquila
porque nada ocurrió, pero al regresar la femenina le envió una cerveza y el
caballero hizo lo mismo.
Resultó que la chicha era Ángela Escobar, de 26 años, la
hija de un senador del Partido Liberal, con mucho dinero, alocada, oriunda de Pereira,
Risaralda, donde el Otún recorre la pintoresca y pequeña ciudad.
El canalero cayó en las garras de la fémina, de baja
estatura, ojos verdes, cabello negro y un cuerpo de guitarra, quien posteriormente
lo invitó a la mesa y luego se fueron a Agua de Panela de Cedritos a rumbear.
Con dificultad bailaba, se quedaba sin aire, la mujer
medio ebria, lo invitó a una propiedad de su papá en Suba y allá quedaron en
traje de Adán y Eva.
Bebidos, los dos se besaban con sabor al alcohol y
tabaco, aunque eso no importaba, el caballero sentía el terremoto de la pasión.
No obstante, la excitación fue tan brutal que Jairo de
pronto dejó de respirar, su brazo derecho se le durmió, estaba mareado y vino
el infarto fulminante.
Al llegar los paramédicos lo encontraron sin signos
vitales.
En definitiva, la altura afectó su corazón, no se cuidó,
mientras que a Ángela la borrachera se le quitó.
El periplo y la vida de Jairo tuvo su final por su
falta de preparación y lectura.
Pobre Jairo, todo por no leer e instruirse.
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